Presentamos una muestra de poesía joven que está incluida en el libro Vorágine Novel; antología de poetas nacidos en los noventa, publicado en Alcorce Ediciones-Gorrión Editorial en 2016. Además de una foto de la presentación de dicho título.
Vorágine Novel; antología de poetas nacidos en los noventa
SOFÍA ÁLVAREZ VÁZQUEZ (Estado de México, 1997)
Roma
No pienso.
No estoy.
Soy otra,
soy ella
soy.
Habito los huecos de la nada.
Vivo abstracta,
extranjera
de donde no hay lugar.
Vengo de la existencia
del deseo vacío
y de la mentira.
Abandonada a mi soledad,
viajera,
mutada,
buscando un sentir.
SEBASTIÁN ARROY JUÁREZ (Puebla, 1998)
Incertidumbre
El viento me ha advertido tiempo:
mi manera de gastarlo, la ha cuestionado el día.
Si mañana la noche se apropia de este cuerpo
y la niebla me difumina del lugar,
todo este andar sin retorno
se volverá
solo un paso borroso sobre el paisaje,
seremos el carcomido retrato
olvidado en algún estante.
¿Qué pasará cuando no haya más
espacio para la duda,
ni para permitirnos caer antes de la debida caída?
Cuando llegue el día de mirar el camino
y escuchar en los otros, qué pasos no debí tomar,
las verdades habrán despedazado mi trayecto.
Ante la incertidumbre
yo pido, sólo ser lo que permanece
a través de los diluvios:
una huella fosilizada,
con la que se guían los viajeros.
CLAUDIA CATALINA CALVILLO BARRERA (Guanajuato, 1996)
Carta a Ignacio Barrera Auld
Es inútil encontrar al culpable
de una pronta partida.
El tiempo es un instante congelado
que habitan los fantasmas:
recuerdan la sombra de todo lo que aún queda
por guardar.
El corazón se aploma; guarda anécdotas
-y palabras de perdón-
que hallarán destino.
Es imposible imaginar
que has montado viaje sin retorno,
un rumbo definido por el precipicio.
Tu esencia permanece intacta
como recuerdo nítido de los mejores días.
Sé muy bien tu recorrer del mundo
con el poder de un vehículo que te llevó a la vida.
Rodeado por los brazos que te resultan familiares
cerraste los ojos a un sueño eterno
que es cualquier ciudad,
mas no la mía.
Testigo vivo quien te vio crecer entre las ruedas,
el mismo, que en un día nublado
te despide de la lluvia.
Arropado por el llanto de tu padre
y las manos firmes de una madre,
tu último deseo se ha cumplido.
Vigilados por un espectáculo perpetuo
contemplamos en un valle la escultura de San Sebastián.
Con su flecha se atraviesa el pecho
y encarna este dolor.
Las risas son deseos
de recorrer caminos
en un nuevo mundo que ya conoces.
HILDA FLORES HERNANDEZ (Puebla, 1996)
Te engañas
Quien seca lágrimas con su par de labios
sabe bien que se engaña
creyendo ser el único.
Quien da su cuerpo por completo
ignorando las siluetas del presente
sabe bien que se engaña,
al pensarse figura del futuro.
Quien pretende reescribir
un poema terminado,
sabe bien que se engaña;
los finales cambian,
los autores, son siempre los mismos
SANTIAGO GARIBAY WENDLER (Puebla, 1995)
I
Fernanda, no es culpa de nadie.
Es más,
perdónanos a nosotros
que hemos olvidado persignarnos
ante la presencia de lo divino.
No culpa tuya, Fernanda:
mis sábanas sólo cubren mi inerte cuerpo
y aún conservan sangre para derramarte
entera,
distendida.
Fernanda, Fernanda, no es tu culpa.
Si el espejo quebrase,
es su imposibilidad absorta
de no saberte mirar.
II
No llores, vida mía.
He sido yo el que ha errado.
¿Qué esperar, amor,
de una mujer
que se corona el rostro en bodas de todos los santos?
¿De aquella que encoje hombros
ante las lápidas de sus muertos?
¿Qué podía esperar
de ti,
que en público suspiras,
pero rezas dentro de un armario
sofocada por la humillación
de tu credo?
Así que
no merezco tus medianas culpas,
ni los besos que de la sangre remueves.
Esas lágrimas que no conocen la sal
llóralas en camas de otros.
PABLO GROSS HERRERA (Orizaba, 1997)
Sísifo
Si, después de yo morir, quisieran escribir mi biografía,
No hay nada más simple, tiene sólo dos fechas
-la de mi nacimiento y la de mi muerte-.
Fernando Pessoa
Terminar y volver a empezar
porque la cúspide tiene filo de guadaña.
Trabajar,
acaparar,
morir;
de manos vacías nos vamos.
El trayecto es tedioso y arduo.
He recorrido este camino muchas veces;
la roca sube, baja,
pero Tánatos nunca nos cubre con su velo.
Miro a través de las manos
como el ciego que palpa a su verdugo.
Sigo subiendo la montaña
y Corintio se perdió hace ya mucho tiempo.
Aún soy el rey de una ciudad que ya no existe,
aún logré burlar la muerte.
Llego a la cúspide.
Tomo un respiro
y comienzo de nuevo
haciendo lo mismo
pero esperando siempre
un resultado distinto.
VICTOR GUERRERO (Morelos, 1991)
Odisea
Despierto,
el cielo cobalto de tus ojos abiertos
mujer dormida,
me miran desde arriba; allí no hay estrellas.
Somos viajeros de la espera
de donde la codicia es aplastada por el yugo de la unión,
donde la enfermedad
se revela como el clímax máximo de los amantes:
la misma muerte.
Todos somos el mismo cuando la madre muere.
Y pensar que ayer danzábamos con los árboles que ríen
pero hemos de irnos para infestar otra vida, otra morada,
pues ésta se ha ido, con la espera.
SANTIAGO SOTO RIVERA (Ciudad de México, 1998)
Oráculo
Primero la mano
es la noche de la rosa
y la vigilia no es más
que un astro palpitante
en la distancia de lo apetecible.
Sin dificultad
sigue el destello
de dos que descubren en el amanecer
los signos de la ceremonia
y se asombran ante la levedad
de la risa que expone el mundo.
La profundidad del barro
no tiene excusa ante las palabras:
la declaratoria se escribe en los dientes
y no en los labios,
pétalos que nada conocen,
que de repente
son tan sólo la alfombra del misterio.
La delación surge de la pisada.
Los gritos más pródigos
no encuentran barreras
con el silencio en que se pronuncia todo,
sin imponer a la boca
la elemental gramática
del deseo indeclinable.
Al término de las contemplaciones,
quedarán las banderas
y un suave aroma de entierro
presidido por el más terrestre
entre los cuerpos del eclipse.