Zombie, un cuento de Chuck Palahniuk

Charles Michael “Chuck” Palahniuk es un novelista y periodista independiente nacido el 21 de febrero de 1962 en Washington, Estados Unidos. Después de cansarse de su trabajo en un periódico local de Portland, pasa por toda clase de empleos: desde mecánico de diésel, hasta scort de enfermos terminales. Cuando rechazan su primer intento de novela por su tono oscuro, Palahniuk toma esta crítica como un reto y se propone escribir una novela incluso más oscura. Así nace Fight Club, su obra más popular. Gracias a la versión cinematográfica de David Fincher, Palahniuk se convierte en un escritor reconocido que sigue publicando hasta el día de hoyPalahniuk se distingue por su escritura mordaz y crítica de temas tabú en la sociedad, lo que le ha ganado la denominación de escritor de ficción transgresiva, sus personajes son marginados que se rebelan contra las mismas normas sociales que los rechazan.  Esta lucha está presente en “Zombie”, publicado en 2013 en Playboy, donde se desata una epidemia de jóvenes que se realizan lobotomías. Su propósito: escapar de una sociedad que siempre les exige y que jamás está satisfecha. Porque ser bueno no significa nada si no se es el mejor, los personajes de “Zombie” recurren a la autodestrucción. La traducción es de Betsie Aline Guarneros Hernández y Héctor Ramírez Olea.

 

 

 

 

 

ZOMBIE

 

Fue Griffin Wilson quien propuso la teoría de la involución. Se sentaba dos filas detrás de mí en Química Orgánica, la definición de genio malvado. Él fue el primero en realizar el Gran Salto Atrás.

Todos lo saben porque Tricia Gedding estaba en la enfermería con él. Ella estaba en la otra camilla, detrás de una cortina de papel, fingiendo su periodo para evadir un examen sorpresa en Perspectivas de Civilización de Oriente. Dijo que había oído el sonoro ¡beep!, pero no le dio importancia. Cuando Tricia Gedding y la enfermera de la escuela lo encontraron en su camilla, pensaron que Griffin Wilson era el muñeco de reanimación que todos usan para practicar RCP. Casi no respiraba, apenas y movía un músculo. Ellas pensaron que era una broma porque su cartera seguía apretada entre sus dientes y todavía tenía los cables eléctricos pegados a ambos lados de su frente.

Sus manos seguían sosteniendo una caja del tamaño de un diccionario, todavía paralizadas, y presionaban un gran botón rojo. Todo mundo había visto esta caja tan seguido que apenas y la reconocieron, pero había estado colgada en la pared de la enfermería: el desfibrilador. Ese reanimador cardiaco de emergencia. Debe haberlo bajado y leído las instrucciones. Simplemente quitó el papel encerado de las partes pegajosas y pegó los electrodos en ambos lados de sus lóbulos temporales. Básicamente es una lobotomía de quita y pon. Es tan fácil que alguien de 16 años puede hacerlo.

En la clase de Inglés de la señorita Chen, aprendimos “Ser o no ser”, pero existe una gran área gris en medio. Tal vez en los tiempos de Shakespeare las personas solo tuvieran dos opciones. Griffin Wilson, él sabía que los exámenes SAT eran su puerta de entrada a una gran vida de mierda. A casarse e ir a la universidad. A pagar impuestos y a intentar criar un niño que no mate a sus compañeros de banca. Y Griffin Wilson sabía que las drogas son solo un parche. Después de las drogas siempre vas a necesitar más drogas.

El problema con ser talentoso y dotado es que algunas veces te vuelves demasiado listo. Mi tío Henry dice que un buen desayuno es importante porque tu cerebro sigue creciendo. Pero nadie habla de cómo, a veces, tu cerebro puede volverse demasiado grande.

Somos básicamente animales grandes, evolucionados para romper conchas y comer ostras crudas, pero ahora se espera de nosotros que le sigamos la pista a cada una de las 300 hermanas Kardashian y los 800 hermanos Baldwin. En serio, al ritmo que se reproducen, las Kardashian y los Baldwin van a erradicar las demás especies de humanos. El resto de nosotros, tú y yo, solo somos callejones evolutivos sin salida esperando a desaparecer en un parpadeo.

Podías preguntarle a Griffin Wilson lo que fuera. Pregúntale quién firmó el Tratado de Gante. Él sería como ese mago de caricaturas en televisión que dice: “Mírame sacar un conejo de mi cabeza”. Abracadabra y sabría la respuesta. En Química Orgánica podría hablar de la teoría de cuerdas hasta quedar anóxico, pero lo que él realmente quería era ser feliz. No solo no estar triste, quería ser feliz en la forma en que un perro es feliz. No ser arrastrado de un lado a otro por mensajes instantáneos irritantes y cambios en la ley federal de impuestos. Tampoco quería morir. Quería ser, y no ser, pero al mismo tiempo. Así de genio pionero era él.

El director de asuntos estudiantiles hizo jurar a Tricia Geddin que no le contaría a nadie, pero ya sabes cómo es esto. El distrito escolar tenía miedo de imitadores. Esos desfibriladores están por todos lados hoy en día.

Desde aquél día en la enfermería, Griffin Wilson jamás se había visto tan feliz. Siempre está riendo ruidosamente y limpiándose la saliva de su mejilla con su manga. El maestro de educación especial le aplaude y lo llena de elogios simplemente por usar el baño. Vaya doble moral. El resto de nosotros pelea a uñas y dientes por cualquier carrera basura que podamos conseguir, mientras que Griffin Wilson va a emocionarse con una miseria de sueldo y retransmisiones de Fraggle Rock por el resto de su vida. Como era antes, era miserable a menos que ganará cada torneo de ajedrez. En la forma que es ahora, apenas ayer, se sacó el pito y se lo jaló en el autobús de la escuela. Y cuando la señorita Ramírez se orilló y se levantó del asiento del conductor para perseguirlo por el pasillo, él gritó “Mírame sacar un conejo de mis pantalones” y se vino en su blusa. Se rio todo el tiempo.

Lobotomizado o no, sabe lo importante que es una frase que te caracterice. En vez de ser simplemente otro matado, ahora es el alma de la fiesta.

El voltaje incluso acabó con su acné.

Es difícil debatir con resultados como esos.

No pasó una semana desde que se convirtió en zombie antes de que Tricia Gedding fuera al gimnasio donde hacía Zumba y bajara el desfibrilador de la pared de los vestidores de mujeres. Después de autoadministrarse el procedimiento de quita y pon en el baño, ya no le importa dónde tiene su periodo. Su mejor amiga, Brie Phillips, tomó el desfibrilador que tienen junto a los baños en Home Depot y ahora se pasea por la calle, llueve o relampaguee, sin pantalones. No estamos hablando de la basura de la escuela. Estamos hablando del presidente de la clase y la líder de las porristas. Los mejores y más brillantes. Los jugadores estrella de todos los equipos deportivos. Se necesitaron todos y cada uno de los desfibriladores de aquí a Canadá, pero desde entonces, cuando juegan fútbol americano, nadie sigue las reglas. E incluso cuando tienen una derrota aplastante, ellos siguen sonriendo y chocándolas.

Continúan siendo jóvenes y estando buenos, pero ya no se preocupan por el día en el que ya no serán.

Es suicidio, pero no lo es.  El periódico no reporta los números reales. Los diarios se halagan a ellos mismos. Ahora, el perfil de Facebook de Tricia Gedding tiene más lectores que nuestro periódico. Medios masivos, mi trasero. Llenan la primera plana con desempleo y guerra, ¿y ellos no creen que eso tiene un efecto negativo? Mi tío Henry me lee un artículo sobre una reforma a la ley del estado. Los oficiales quieren un periodo de espera de 10 días para la venta de todos los desfibriladores de corazón. Hablan sobre chequeos obligatorios y escaneos de salud mental. Pero no es la ley, no aún.

Mi tío Henry alza la mirada del artículo del periódico y me ve desde el otro lado de la mesa. Me lanza esta mirada firme y pregunta: “Si todos tus amigos saltaran de un precipicio, ¿tú también lo harías?”.

Mi tío es lo que tengo en vez de una mamá y un papá. No lo reconoce, pero hay una buena vida después del borde de ese precipicio. Hay una dotación de por vida de permisos de estacionamiento para discapacitados. El tío Henry no entiende que todos mis amigos ya saltaron.

Puede que tengan “capacidades diferentes”, pero mis amigos siguen saliendo. Más que nunca, hoy en día. Tienen cuerpazos  y los cerebros de infantes. Tienen lo mejor de dos mundos. LeQuisha Jefferson metió su lengua dentro de Hannah Finermann durante Introducción a las Artes de Carpintería, la hizo gemir y retorcerse justo ahí, recargada contra el taladro de banco. ¿Y Laura Lynn Marshall? Se la chupó a Frank Randall en la parte trasera del Laboratorio de Cocina Internacional mientras todos miraban. Todos sus falafeles se quemaron y nadie armó un alboroto.

Después de presionar el botón rojo del desfibrilador, sí, una persona sufre ciertas consecuencias, pero no sabe que está sufriendo. Una vez que ha presionado el botón de la lobotomía, un niño puede asesinar y salirse con la suya.

Durante el receso, le pregunté a Boris Declan si había dolido. Él estaba sentado en la cafetería de la escuela con las marcas rojas de la quemadura aún frescas en ambos lados de su frente. Tenía su pantalón a la altura de las rodillas. Pregunté si la descarga eléctrica fue dolorosa y no respondió, no inmediatamente. Se sacó los dedos del culo y los olió, inmerso en sus pensamientos. Él fue el rey del baile de graduación del año pasado.

En varios sentidos él jamás había estado tan relajado. Con el culo expuesto en medio de la cafetería, me ofrece oler y le digo: “No, gracias”.

Dice que no recuerda nada. En Boris Declan aparece una torpe y húmeda sonrisa. Se toca con uno de sus dedos sucios la marca de quemadura de un lado de su cara. Señala con este mismo dedo para hacerme mirar al otro lado. En la pared donde señala hay un poster motivacional que muestra pájaros aleteando en un cielo azul. Abajo están impresas, con letra melosa, las palabras la verdadera felicidad solo ocurre por accidente. La escuela colgó ese poster para esconder la sombra donde otro desfibrilador solía estar colgado.

Está claro que donde sea que Boris Declan acabe en la vida será el lugar correcto. Ya está viviendo en el nirvana del trauma cerebral. El distrito escolar tenía razón sobre los imitadores.

Sin ofender a Jesús, pero los pobres de espíritu no heredarán la tierra. Los reality shows son muestra clara de que los más escandalosos lo obtendrán todo. Y yo opino que lo permitamos. Las Kardashians y los Baldwins son como especies invasoras. Como kudzu o mejillones cebra. Permitamos que se peleen por el control del asqueroso mundo real.

Por un largo tiempo escuché a mi tío y no salté. Pero ahora no lo sé. El periódico nos advierte de bombas terroristas de ántrax y nuevas sepas virulentas de meningitis y el único confort que los periódicos pueden ofrecer es un cupón de descuento de 20 centavos para un desodorante.

No tener preocupaciones ni arrepentimientos, es bastante atractivo. Tantos de los chicos populares en mi escuela han elegido autofreírse que, ahora, solo quedan los perdedores. Los perdedores y los tontos por naturaleza. La situación es tan terrible que tendrán que nombrarme como el mejor de la clase. Es por eso que mi tío Henry me está enviando lejos. Cree que con transferirme a Twin Falls puede posponer lo inevitable.

Así que estamos sentados en el aeropuerto, esperando en la puerta para abordar nuestro avión, y pido permiso para ir al baño. En el baño de hombres finjo lavarme las manos para poder mirarme en el espejo. Mi tío me preguntó, una vez, porqué me miraba tanto en los espejos y le dije que no era tanto vanidad, sino nostalgia. Cada espejo me muestra lo poco que queda de mis padres.

Estoy practicando la sonrisa de mi mamá. Las personas no practican sus sonrisas lo suficiente, así que cuando más necesitan verse felices no engañan a nadie. Estoy practicando mi sonrisa cuando… ahí está: mi boleto a un glorioso y feliz futuro trabajando en comida rápida. El opuesto a una vida miserable como un mundialmente reconocido arquitecto o cardiocirujano.

Flotando sobre mi hombro y un poquito detrás de mí, está reflejado en el espejo. Como la burbuja que contiene mis pensamientos en un panel de tira cómica, hay un desfibrilador cardiaco. Está montado en la pared atrás de mí, encerrado dentro de una caja de metal con puerta de cristal que podrías romper para activar las alarmas y una luz estroboscópica roja. Un letrero sobre la caja dice DESA y muestra un rayo golpeando un corazón como los de San Valentín. La caja de metal es como las exhibiciones de joyas de la corona en una película de Hollywood sobre atracos.

Tras abrir la caja, activo automáticamente la alarma y la luz roja parpadeante. Rápido, antes de que algún héroe llegue corriendo, corro con el desfibrilador hacia un baño para discapacitados. Sentado en la taza, la abro a la fuerza. Las instrucciones están escritas en la tapa en inglés, español, francés e imágenes de historietas. Está hecho a prueba de tontos, más o menos. Si espero demasiado, no tendré esta opción. Los desfibriladores serán puestos bajo llave pronto y una vez que los desfibriladores sean ilegales, solo los paramédicos los tendrán.

En la palma de mi mano, aquí está mi infancia permanente. Mi propia máquina de dicha.

Mis manos son más inteligentes que el resto de mi persona. Mis dedos saben despegar los electrodos y ponerlos en mi frente. Mis orejas saben escuchar el ruidoso beep que significa que el aparato está completamente cargado.

Mis pulgares saben qué es lo mejor para mí. Se balancean sobre el gran botón rojo. Como si esto fuera un videojuego. Como el botón que el presidente puede presionar para detonar el lanzamiento de una guerra nuclear. Presionarlo una vez y el mundo como lo conozco se acaba. Una nueva realidad comienza.

Ser o no ser. El regalo de Dios para los animales es que no pueden escoger.

Cada vez que abro el periódico quiero vomitar. En otros 10 segundos no sabré cómo leer. Mejor aún, no tendré que hacerlo. No sabré acerca del cambio climático global. No sabré acerca del cáncer o del genocidio o del SRAG o del deterioro ambiental o de conflictos religiosos.

Están llamando mi nombre. Ni siquiera sabré mi nombre.

Antes de que yo pueda despegar, imagino a mi tío Henry en la puerta, sosteniendo su pase de abordar. Se merece algo mejor que esto. Necesita saber que no es su culpa.

Con los electrodos pegados a mi frente, llevo conmigo el desfibrilador fuera del baño y camino por el vestíbulo hacia la puerta. Los cables eléctricos en espiral bajan por los lados de mi cara como delgadas y blancas coletas. Mis manos llevan la batería enfrente de mí como un terrorista suicida que solo va a hacer estallar todos mis puntos de CI.

Cuando me ven, la gente de negocios abandona su maleta con ruedas. Gente en vacaciones familiares, ellos sacuden sus brazos a lo ancho y llevan a sus niños pequeños en la dirección contraria. Un tipo cree que es un héroe. Él grita: “Todo va a estar bien.” Él me dice: “Tienes todas las razones para vivir.”

Ambos sabemos que es un mentiroso.

Mi rostro suda tanto que los electrodos están por caerse. Esta es mi última oportunidad para decir todo lo que tengo en mente, así que con todos viendo confesaré: No sé qué es un final feliz. Y no sé cómo solucionar nada. Puertas se abren en el vestíbulo y soldados del Departamento de Seguridad se abren paso y me siento como uno de esos monjes budistas en el Tíbet o de donde sea aquel que se baña en gasolina antes de asegurarse que su encendedor funcione. Qué vergonzoso sería eso, estar empapado de gasolina y tener que mendigar un cerillo de algún extraño y más considerando las pocas personas que todavía fuman. Yo, en medio del vestíbulo del aeropuerto, yo estoy chorreando sudor en vez de gasolina, pero así de frenéticos giran mis pensamientos.

De la nada, mi tío me agarra del brazo y dice: “Si te haces daño, Trevor, me haces daño a mí.”

Está aferrado de mi brazo y yo estoy aferrado al botón. Le digo que esto no es tan trágico. Digo: “Te seguiré amando, Tío Henry… Simplemente no sabré quién eres.”

Dentro de mi cabeza mis últimos pensamientos son oraciones. Rezo porque esta batería esté cargada por completo. Debe tener suficiente voltaje para borrar el hecho de que acabo de decir la palabra amar en frente de cientos de extraños. Incluso peor, se la he dicho a mi propio tío. Jamás podré superar eso.

La mayoría de las personas, en vez de salvarme, sacan sus teléfonos y empiezan a grabar. Todo mundo está buscando el mejor ángulo. Me recuerda a algo. Me recuerda a las fiestas de cumpleaños y a Navidad. Un millar de memorias se impactan contra mí por última vez y eso es otra cosa que no anticipé. No me importa perder mi educación. No me importa olvidar mi nombre. Pero sí voy a extrañar lo poco que puedo recordar de mis padres.

Los ojos de mi mamá y la nariz y la frente de mi papá, están muertos con excepción de mi rostro. Y la idea duele, saber que no los reconoceré nunca más. Una vez que apriete el botón pensaré que mi reflejo no es nada excepto yo mismo.

Mi tío Henry repite: “Si te haces daño, me haces daño a mí también.”

Digo: “Seguiré siendo tu sobrino, pero simplemente no lo sabré.”

Sin razón alguna, una señora da un paso al frente y agarra el otro brazo de mi tío Henry. Esta nueva persona, ella dice: “Si te haces daño, igual me haces daño a mí…” Alguien más agarra a esa señora y alguien agarra a ese último alguien diciendo: “Si te haces daño, me haces daño a mí”. Extraños se acercan y agarran a extraños formando cadenas y ramificaciones hasta que estamos todos juntos conectados. Como si fuéramos moléculas cristalizándose en una solución en Química Orgánica. Todos agarran a alguien y todos agarran a todos y sus voces repiten la misma oración: “Si te haces daño, me haces daño a mí… Si te haces daño, me haces daño a mí…”

Estas palabras forman una onda lenta. Como un eco en cámara lenta, se alejan de mí, subiendo y bajando el vestíbulo en ambas direcciones. Cada persona da un paso al frente para agarrar a una persona que está agarrando a una persona que está agarrando a mi tío que me está agarrando a mí. Esto en verdad pasa. Suena trillado, pero solo porque las palabras hacen que todo lo cierto suene trillado. Porque las palabras siempre arruinan lo que estás intentando decir.

Las voces de otras personas en otros lugares, completos extraños, dicen por teléfono, mirando a través de cámaras de videos, sus voces a larga distancia dicen: “Si te haces daño, me haces daño a mí…” Y algún chico de la caja registradora de Der Wienerschnitzel da un paso al frente, desde el área de comida, él agarra a alguien y grita: “Si te haces daño, me haces daño a mí”. Y los chicos preparando comida en Taco Bell y los chicos espumando leche en el Starbucks, ellos se detienen y todos se toman de las manos con alguien conectado conmigo a lo largo de esta vasta multitud y lo dicen también. Y justo cuando pienso que debe terminar y que todos deben soltarse y volar lejos, porque todo se ha detenido y las personas están agarradas de las manos, incluso a través del detector de metal están agarradas de las manos, incluso el presentador de noticias en CNN, en la televisión montada en alto cerca del techo, el anunciador se lleva un dedo a la oreja, como para escuchar mejor e incluso él dice: “Noticias de última hora”. Parece confundido, obviamente está leyendo algo de sus tarjetas de apoyo, y dice: “Si te haces daño, me haces daño a mí.” Y traslapándose con su voz están las voces de expertos en política de Fox News y analistas deportivos de ESPN y todas lo están diciendo.

Las televisiones muestran a personas afuera en los estacionamientos y en zonas de estacionamiento prohibido, todas agarradas de las manos. Lazos formándose. Todos suben videos de todos, personas separadas por millas, pero aun así conectadas a mí.

Y tronando con estática llegan voces por los walkie-talkies de los guardias del Departamento de Seguridad diciendo: “Si te haces daño, me haces daño a mí… ¿me copias?”

Para ese punto ya no existe en el universo un desfibrilador lo suficientemente grande como para freír nuestras mentes. Y, claro, eventualmente todos tendremos que soltarnos, pero por  un momento todos están agarrados firmemente intentando hacer que esta conexión dure para siempre. Y si este hecho imposible puede pasar, entonces, ¿quién sabe qué más es posible? Y una chica en Burger King grita: “Yo también tengo miedo”. Y un chico en Cinnabon grita: “Yo tengo miedo todo el tiempo”. Y todos los demás asienten. Yo también.

Por si esto fuera poco, una enorme voz anuncia: “¡Atención!” Desde arriba dice: “¿Me permiten su atención, por favor?” Es una señorita. Es la voz de la señorita que llama a las personas y les pide que levanten el auricular del teléfono del aeropuerto. Con todos escuchando, el aeropuerto entero queda en silencio.

“Quien sea que seas, necesitas saber…” dice la voz femenina del auricular. Todos escuchan porque todos creen que les está hablando solo a ellos. Desde un millar de bocinas comienza a cantar. Con esa voz, ella está cantando en la forma en la que las aves cantan. No como un perico ni como un ave de Edgar Allan Poe que habla inglés. El sonido es similar en trinos y escalas a como canta un canario, notas demasiado imposibles como para que una boca los conjugue en sustantivos y verbos. Podemos disfrutarlo sin comprenderlo. Y podemos amarlo sin saber qué significa. Conectado por teléfono y televisión, se está sincronizando con todos, a nivel mundial. Esa voz tan perfecta está cantando solo para nosotros.

Lo mejor de todo… su voz llega a todas partes, sin dejar espacio para sentir miedo. Su canción convierte todos nuestros oídos en un oído.

Esto no es precisamente el final. En todas las televisiones estoy yo, sudando tanto que un electrodo se desliza lentamente de un lado de mi cara.

Este ciertamente no es el final feliz que tenía en mente, pero comparado con donde comenzó la historia, con Griffin Wilson en la enfermería poniendo su cartera entre sus dientes como una pistola, bueno, quizá este no sea tan mal lugar para empezar.

 

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