Brevísima muestra de poesía cubana

Presentamos una brevísima muestra de poesía cubana contemporánea. Se trata de algunos poetas a los que hemos leído en Círculo de Poesía a lo largo de los años. La poesía cubana es una de las tradiciones más vitales del continente. la circunstancia histórica ha querido que hablemos muchas veces de la poesía cubana de “adentro” y de “afuera”. Sirva esta muestra como la primera palabra de una renovada atención en su poesía.

 

 

 

 

Waldo Leyva

(1943)

 

 

[Hoy hicimos el amor como fantasmas]

 

Hoy hicimos el amor como fantasmas: yo era un hombre de los años ochenta del siglo XIX y tú una muchacha del novecientos dos. Yo nací en Bogotá. Mi nombre lo inventó Darío una noche de  invierno, cuando puso sobre el vientre de mi madre su mano extraviada por el vino y recitó, en una extraña lengua, los salmos del futuro. Tu nombre fue un secreto entre tu padre y un viejo trovador de la Alpujarra. Cuando nos encontramos, yo era un mutilado de la primera guerra de un siglo que no existe y traía, para fundar tu cuerpo, todo el salitre del Mar Negro y una  inmarchitable margarita del Cáucaso prendida a la solapa. Tú venías de ciertos libros imposibles; el vaporoso traje hecho con el tinte violeta de las tardes de octubre, y en la frente, una leve mancha dejada por el viento de otra edad. Yo había muerto en l923, en un cerro de Tlalpan, a la misma hora en que tu madre te cerraba los ojos en una humilde casa del destierro, camino de Trevélez.

Pasaron los trenes de la madrugada mientras éramos solo boca, tacto indetenible, insaciable humedad. Desde el último puerto de mi país zarpó hacia la memoria un barco donde nunca estuve, porque esa noche navegaba las rutas de tu cuerpo, sin sospechar que volveríamos a encontrarnos esta tarde de mayo de 1997 en la que hicimos el amor como fantasmas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luis Lorente

(1948)

 

 

My Foolish Heart

 

¿Te acuerdas de Alma Adams?

¿Te acuerdas de Alma Adams cantando “My foolish heart”?

La luz del seguidor la buscaba en una especie de juego por el telón de boca hasta encontrarla apenas apoyado el brazo en la banqueta alta y circular donde después finalizaba la canción.

¿Te acuerdas de su cara de luna, la piel de arena fina en la mano

moviéndose según su gesto breve?

Tenía cara de luna y el pelo como césped recién cortado

que se peinaba dócil, clásica y sobria.

Para “My foolish heart” ella usaba un vestido prusia inolvidable,

como una de esas cosas fijas por los clavos de bronce

que a veces utiliza la memoria a su antojo.

Olía a delicadeza, una delicadeza incorporada por mi sangre

hasta llegar a la respiración, nerviosa, entrecortada,

mientras bailábamos con atracción de imanes, como hiedras,

un cuerpo único, indisoluble, flotando a la deriva, como un nudo

amarrados, haciendo de nosotros una consagración.

El jazz band propiciaba un sobrecogimiento, una atmósfera

de misterio magnífico expandido por todo el cabaret.

¿Será que nadie que no sea un hiperbólico, un idealizador

con una siquis atrayente y llena de arrogancia como la mía

se acuerda de Alma Adams?

¿Tú tampoco te acuerdas? ¿No la viste salir nunca del mar

cuando las plantas de sus pies trataban de aplastar en vano,

esas pequeñas crestas de olas residuales que llegaban

a la orilla en estado de desintegración?

¿No la viste en la noche posesiva donde era su costumbre

reconocer un sitio para ir habitando la viña del señor,

la casa del Alibi, algún viento que llegara a circular por sus pupilas?

¿Fue alguien realmente esa mujer, tuvo los atributos propios

de una persona, acceso a las palabras, extremidades, vientre,

senos orgullosos que te miraban siempre por encima del hombro,

la espalda como un cielo azul de oro?

¿No fuimos Alma y yo juntos a Camagüey?

¿Yo dispuesto a morir fabricando delirios y otras mitologías?

Cuando logro dormir, martes y jueves, la siesta los domingos,

en un determinado lugar nos encontramos y la ambiciono

tanto que la pierdo de vista como si se escurriera, volviéndose borrosa, transfigurada en algo interrumpido que se aplaza

hasta que logra desaparecer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Víctor Rodríguez Núñez

(1955)

 

 

[Malecón]

 

el ruso con arpón y la santera

pisan fuerte sobre la savia de flamboyán

no hay sentido común

solo hollar la belleza

 

él ensartará su cubera de oro

coleando en el agua enjabonada

ella se casará con su turista

encantado con la asimetría de los pechos

 

todo en la misma tarde

en que el sol decidió quedarse fijo

sin embargo la lluvia se apersona

 

se filtra entre las ruinas

cuando la noche vuelva encontrará

desilusión en sal

 

 

 

 

 

 

Alberto Edel Morales Fuentes

(1961)

 

 

 

 

Calle G. 1982

 

Una noche partíamos almendras en la calle G.

Eran más de las 12 y tú y aquella saya de flores blancas

parecían la eternidad.

Yo me detuve un momento a contemplar la luz

y el paso de los autos por La Habana de 1982.

Todo resultaba tan sencillo.

El viejo mar bendito frente a la estatua de Calixto García.

Tu rostro avanzando en la semiclaridad de los pinos.

El golpe con que mi mano buscaba en la roja intimidad de la almendra.

Todo resultaba tan sencillo

como la vida del agua que se escurre entre los dedos.

No debía venir nadie.

No esperábamos a nadie.

Yo me detuve un momento a contemplar la luz

y el paso de los autos por La Habana de 1982.

Tú, y aquella saya de flores blancas,

parecían la eternidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nelson Simón

(1965)

 

 

Ragazzo

 

La palabra ragazzo, no tiene traducción:

lo aprendí bajo la luz intensa del verano de Roma,

aún fascinado por el mármol piadoso

de la fuente de Trevi; mientras recorría,

-invisible y absorto- Piazza Venezia.

Perdido en la conversación sin sentido

que sostienen los turistas; cansado

de admirar los estragos del tiempo

que hace polvo la carne y silencio la piedra,

me senté en un banco

a ver cómo la tarde descendía hacia el Trastevere.

Con ella, envuelta en sus pañales, iba mi alma,

y alguna ilusión vana como el país del que había llegado.

(Por entonces había comprendido que la isla

siempre habrá de dolernos como un cardo, que, pobre,

se enquista en nuestro pecho).

La palabra ragazzo, no tiene traducción:

no la busquéis en vano en los diccionarios,

no preguntéis por su significado ni en las plazas más nobles,

ni en las sórdidas tabernas donde el humo del tabaco

y el olor de la cerveza, se entrecruzan como un cisne invisible

que te empuja hacia la tentación.

Los sensuales muchachos de La Habana,

abiertamente tristes como sus playas,

nunca podrán ser nombrados con la palabra ragazzi.

Los alegres chicos de Andalucía, con labios

que se ofrecen cual carnosas olivas,

nunca van a reír con la dulce perversidad

de un ragazzo. Los modernos jóvenes de Nueva York,

con sus músculos perfectos como el acero que sostiene a su ciudad,

no pueden abrazar con esa pasión antigua,

mezcla de sangre

y lirio tostado por el sol mediterráneo,

que arrastran los ragazzi.

El ragazzo se sentó a mi lado en el sencillo banco de Piazza Venezia,

y la ciudad de Roma, hasta entonces sólo esplendor de ruinas y de sueños,

fue otra de repente. Tuvo el misterio y el glamour

que yo había imaginado para ella.

Habló y apenas pude comprender,

al extender su mano, firme como los puentes que atravesamos,

que me invitaba a andar,

cuando junto a la tarde descendimos hasta el Trastevere.

Vimos pasar los botes y algún pájaro gris, cual fantasmas románticos.

Sentimos en nosotros el aroma culpable de los hombres

que antes se habían amado junto a las calmas aguas.

Nunca dejé su mano. Nunca dijo su nombre ni quise preguntarle.

Pudo llamarse Adriano, Fabrizzio, Giuseppe, o Giuliano:

nombres que siempre dejarían su música en el esmalte de mis dientes.

Su perfil me acompaña aún como las imágenes de esos jarrones

que he visto en los museos. Su boca me sigue recordando

la luna atada sobre el Trastévere. Su pelo descuidado,

su cuerpo perfecto y dispuesto

solo pueden caber en esa palabra intraducible: ragazzo.

Yo aprendí aquella tarde lo que ya Pasolini

había visto en los pepillos romanos,

lo que le hacía vivir, cada noche, al borde del abismo,

siempre dentro del puño pálido y seductor de la muerte.

 

 

 

 

 

 

Jesús David Curbelo

(1965)

 

 

 

Parques

 (Plaza de San Juan de Dios. Camagüey)

 

Mientras caía el muro de Berlín, mis amigos y yo soñábamos con alcanzar el éxito.

Rafael quería obtener el Premio Nobel, Gustavo hacer un filme con la esencia abisal

de La Poesía,

Daniel tener un auto y publicar en Plaza, Néstor actuar en Viena,

Jesús poseer lo eterno, Oneyda aprisionar lo que escapaba;

yo adquirir un reposo donde el alma y el cuerpo se hermanasen.

Nos íbamos de noche hasta la plaza a reemprender el juego de querernos.

Había ateos, santeros, comunistas, católicos, y las conversaciones discurrían acerca

del poder y de la gloria,

de la necesidad y de la libertad, de la importancia de la conversión para salvar al mundo.

Amanecíamos siempre, al amparo de un mal alcohol casero,

creyéndonos los amos de La Historia y los reformadores del destino del hombre.

Las reyertas de entonces parecían no pasar de torvos simulacros.

Después, mientras crecían el hambre y la inconstancia,

mis amigos y yo trocamos las palabras y confundimos éxito y exilio.

Daniel se marchó a Miami, Jesús se fue a La Habana,

Néstor se escapó a Suecia, Rafael a su escéptico ostracismo,

Gustavo a sus películas, Oneyda a sus temores,

yo, al fondo de mis propias inmundicias.

Hoy, mientras se alza el muro de Internet y crecen el cinismo y la ausencia de diálogo,

mis amigos y yo apenas nos cruzamos un saludo consabido y prudente:

es demasiado el peso del fracaso, supongo, y no nos toleramos las excusas los unos

a los otros.

La plaza es sólo el símbolo de la ausencia de arraigo

y no la visitamos salvo para embaucar a los turistas con la paz del terruño.

Mañana, mientras don Rafael reciba el Nobel, Gustavo filme en yámbicos,

Daniel publique su novela en Plaza, Néstor estrene en Viena un drama de Ionesco,

Jesús se agencie al fin su salvación y Oneyda sus poemas inmutables,

yo seguiré buscando el equilibrio, y volveré del viaje hacia mí mismo para fundirme

al prójimo.

Otra plaza me espera. En ella mis amigos sabrán lo que yo sé:

el éxito es el éxodo: salir, unirse al todo, que es el Uno.

 

 

 

 

 

 

 

Luis Manuel Pérez Boitiel

(1969)

 

 

 

CAFÉ DES AMATEURS

 

he pensado en Verlaine. su rostro

frente a la Place Contrescarpe. el frío

que sentiría desde la habitación.

en los húmedos banquillos donde la yerba

quebrada de noviembre, se dispone.

un mínimo de algarabía falta en el hotel

visto desde el Café des Amateurs. un poco

de humo sobre la ciudad y un tren

(lleno de incertidumbre) al finalizar

cada extraño espectáculo. he pensado

en Verlaine. su amante pudo ser igual.

pero no lo encontraría desde aquí.

es inexacta la sombra de su rostro

transitando el Boulevard Saint-Michel.

fingir que no lo he visto. despedirme.

imitar que las horas entibian aquellos parajes

que desandamos. imágenes dispuestas

desde el amarillento anuncio. (Café des Amateurs)

por curiosidad, he pensado en Verlaine.

 

 

 

 

 

 

Karel Leyva Ferrer

(1975)

 

 

 

El huésped

 

Aquí habita la novia

la ha visto el vecindario

y han puesto en su historial

fichas

discretos parlamentos

una memoria a prueba de optimismo.

quien pasa por su puerta

apenas se percibe como extraño

 

 

Ayer mientras mordía una manzana

en antagónica  postura con las horas de sol

encontró un surco diminuto

un rastro vivo al centro de la poma

Ya nada  es lo esperado

dijo tranquila

y prosiguió su rito

ahora con saña

 

 

 

 

 

 

Jamila Medina

(1981)

 

 

Langustia

 

Textos textos textos

tejeduras

lanzaderas

te (a)saltan sus gritos sobre la cabeza

te brotan de ella como pétalos

y de pronto: tienes toda la testa coronada

espinada de palabras

 

no es saludable (pare)ser un girasol

–dios no amanece

y húrtante el sitio de mirar

camino

desolado–

no es saludable la cabeza laureada

se deshoja después

como rama segada desde el invernadero

y los cristales que habían crecido en ella

quiébranse callados

apáganse: de velas

chisporrotean hacia dentro oh llama

demasiado arrimada al ventanal

abrupto

abierto

 

dejarse crecer la cabeza hacia dentro

–anahidrópica–

cierra todas las bocas que te hablan al oído

las venas muerdan(te)

huye de las compuertas los poros el encaje

cuida retrato de ti

 

si continuas dejando que te bailen

esos textos textos sobre la cabeza

que no te acabas de cortar

de hacer una sangría para extraer lo otro

si dejas se te prendan

ataduras al cuello

hilos que te indican pasadizos afuera (out of out of)

carne haciafuera de ti

si dejas que se aten cada uno a tu mano al pie

la mejilla (ofrecida):

repicarás en cien pedazos disgregado

–carnero

partícipe–

ojos colgando carafuera

 

es lasfixia lo que debes construir

hacia ti has de inclinar tu frente tuya

desdoblarte hacia ese espejo que has dejado empañar

enlutado (harto de barro)

la boca abierta la mirada

como lapa al cristal

–observante del otro–

 

ta(r)jas ta(r)jas ta(r)jas

taxidermia de ti

sembrarse un sitio y zambúllete en tu boca :

gargantabajo para siempre.

 

no quiero ver(te) burbujas

barbotear borbotear desde tu labio

desesperado hálito

nostálgico del otro

palabras sueltas que pretendan (ll)amar

–aludan–

referente

reflejo

 

respiradentro

tala tala tala

ten el pulcro civismo de presentar al aire:

una cabeza (por fin) descoronada.

 

 

 

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