Yo soy mi casa, de Guadalupe Amor, texto de Miguel Ángel Ortiz

Presentamos un texto de Miguel Ángel Ortiz sobre la poeta Guadalupe Amor, mejor conocida como Pita Amor, quien fuera además de escribir, se dedicó a la actuación en teatro y televisión. Publicó más de una decena de títulos en vida.

 

 

 

Yo soy mi casa, de Guadalupe Amor

 

Hace 60 años se publicó la primera edición de Yo soy mi casa, de Guadalupe Amor (1918-2000), volumen de prosa que revela —con sus humos y sombras, su desgarro y manía, sus iluminaciones— la infancia de la famosa poeta mexicana.

El libro, de 1957[1], entraña un ejercicio donde el discurso detallado parece un escape al peso de la angustia, y permite que se filtre, con naturalidad, ese otro modo del poema —más involuntario que la lira o el soneto— que nace entre la invocación: “Se alarga el saloncito cuando su ventana abierta deja volar las inmaculadas cortinas de gasa sobre el aire corrompido del jardín”.

Recuerdo que uno de los apartados más sugestivos cuenta cómo la niña escuchó, a través de una barda, que un trabajador persiguió en otra vivienda, a un cerdo hasta darle muerte: “Sus chillidos eran diabólicamente humanos”, y ella parece dividirse: a un lado, la “vitalidad inconsciente” del cerdo que supera “su condición de animal doméstico” y transita a la ferocidad, y a su izquierda “el viento de la tarde, los geranios y los mastuerzos”, que “se desfloraban en los mosaicos del corredor”.

Casi para concluir, Amor aprovecha el capítulo dedicado al comedor de la casa, para evocar lo que, quizá, casi todos recordamos de la niñez, porque más allá de dudas y devociones, “en las Navidades mamá era milagrosa”, y a su modo, cada cual tiene su epifanía, su huevo que cuidó y nombrará al mundo.

Al fin del volumen, de 350 páginas en su edición del 57, la niña vuelta joven, sale en secreto, por primera vez, de aquel lugar. Se fuga, igual que el santo y su alma: “Elegí la hora más conveniente”; con ansias, en amores inflamada, pareciera decir.

En realidad, buscó también una ascensión, porque aquellos elegantes muros, aquellos ventanales y muebles, aquellos tapices y cortinas, eran “una casa sin besos, sin oídos, sin voces, ni esperanzas”, una fachada “resguardando sombras”, de la cual no sé sabe cómo huir.

</p align=”justify”>Yo soy mi casa es un libro escrito por una hija, una memoria firmada y publicada poco antes de que Pita fuera madre, y antes de que la muerte de su pequeño hijo le desgarrara la vida.

Leo, miro el breve jardín del Instituto Mora.  Más tarde, el francés dará su conferencia sobre la censura en el siglo XIX.

Me llena de espasmo el mundo: al lado de aquí sobrevive la casa donde Octavio Paz sería, como Amor, un infante en la oscuridad.

Enfrente de mí, en el pequeño café, alguien fuma un cigarro y el ruido de los pájaros me dice que aún hay mucha luz debajo del cielo. Yo soy mi casa vuelve, con su pasta dura, amarillenta, con sus sesenta años, a dormir tibiamente, entre mis cosas.

 

 

Notas

[1] Y que lleva el mismo título que el primer libro de poemas publicado por Amor en  1946, y de cuyo conjunto toma la autora algunos fragmentos que utiliza a forma de epígrafes en el libro de prosa de 1957, objeto de este comentario.

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