Poesía argentina: Agustín Mazzini

Presentamos una muestra de Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) es poeta y estudiante. Primer premio del “Concurso Nacional Homenaje a Jorge Luis Borges” de la Fundación ProArte de Córdoba (Argentina) con su libro El ciervo blanco (sobre el artista y su oficio) (2015), Premio Nacional de Poesía Joven “Bustriazo Ortiz” (2017) y finalista del I Premio Hispanoamericano de Poesía Francisco Ruiz Udiel (2017), convocado por Valparaíso Ediciones. Es autor de El cielo no termina de quemarse (Suri Porfiado 2017). Sus poemas, entrevistas y reseñas cinematográficas figuran en revistas y antologías nacionales y extranjeras. Es redactor de la revista catalana de cultura Liberoamérica, y participó en 2013 del “Festival Internacional de Poesía Joven” de APOA, y en 2017 del IX Festival de Poesía Latinoamericano del Centro Cultural de la Cooperación.

 

 

 

De El cielo no termina de quemarse

 

 

UN DÍA ARROJADO AL VACÍO

 

Una gota de cerveza en el cielo de mi boca

era todo lo que necesitaba para ser

el jinete de los caballos llameantes. Ellos cabalgaban

sobre las columnas que sostenían lo vivido

cuando la rueda del deseo bajaba por tu piel

como mi sangre rueda hoy por lo que ya no existe.

En la calle nadie olvidaba recoger nuestras ilusiones

ni de besar lo que ahora extraño.

La felicidad fue lavarse los dientes,

hacer en el aire la señal de la cruz,

proteger el amor con bolsas de supermercado

y el humo en los cines, las enfermerías, esos lugares

que con los ojos vendados

todavía reconozco gracias a su perfume.

 

Después, alguien con mi cara, bebiendo de un trago tu nombre

caminó una universidad empapelada por periódicos,

guardando en su corazón de aullido

el sueño más hermoso de una vida,

 

porque la muerte aún estaba muerta.

 

 

 

APOLOGÍA DE LA TARDE

 

A Ornella Falcone,

donde quiera que esté

 

Ornella: A mí te trajo la locura

de buscar un beso en otro beso,

las partes más felices de los días

en un traje vacío, en tierra seca,

en los mensajes sin contestar del celular.

Agustín: En el amor queda sin beber

un vaso de vino, jardines con ángeles de mármol

vomitando agua artificial para siempre.

Ornella: Todo está igual menos la que fui:

ella sigue conversando, a las puertas del quizá.

Agustín: No digas nada y tocá el silencio.

Escuchá palpitar las vidas

que viven dentro de mi vida.

 

 

 

MANICOMIO

 

Homenaje a Leopoldo María Panero

 

Sabiendo a la locura un animal escondido tras la maleza,

descansando al acecho de lo profundo del hombre,

él la hirió como cazador a ciervo,

como flecha de pureza letal a la mujer

que da a luz sin ver el gemido

detrás de la ventana del castillo. Panero,

los eunucos frotan los huevos que no tienen

contra el rostro de la amargura. Eso todos lo saben:

tus doncellas, tus prostitutas, este sentimiento

que agranda la soledad y contamina

la palabra. Lo que desconocen

es ese fuego que no es fuego

sino llama fría

(la vida usó tus versos para decirlo)

en el centro de un animal resplandeciendo,

en el centro de su nido meado solamente por vos.

 

 

SOMBRAS (DIALOGO CON LO CREADO EN EL BAR DE LOS ESTUDIANTES)

 

 

Porque estamos en la calle

de la sensación

Serú Girán

 

Era jueves en la sombra de mi mano

apoyada sobre las mesas de la universidad.

Jueves en un cuaderno con sabor a junio,

y el pasado se me venía al hoy

diciendo mi casa ya no es mi casa.

 

Entre cicatrices que no terminan de cerrar

volaba ruido a platos sucios,

el viento jugaba con las puertas,

los televisores estaban prendidos para nadie.

 

Una lágrima bajó por la metáfora que se tocó frente a mí

como si recién hubiera encontrado su cuerpo

y los ángeles suspiraron: esto es lo que hay.

Las manos tiradas adentro de los poemas

necesitan a la ceniza para recordar cómo es el fuego.

 

 

 

Inéditos

 

 

CINE NEGRO

 

Para Ariadna Asturzzi

 

 

Pálidos jinetes rojos gritan en callejones

negros como la tumba de una estrella rota.

La actriz se desnuda en el beso de un suicida,

y en su boca corre una herida de rubíes solitarios.

 

Hilachas azules le cuelgan del  pelo. Ella

va con un sombrero en llamas entre los flashes.

Zapatos de marfil y lentes oscuros. Ella

va mientras el cielo gotea

en el lomo de un tren abandonado.

 

Con serpientes pequeñas dibujadas en el iris

y un piercing de plata en su ombligo,

se peina y se mira en la sangre de las prostitutas

como si fuera un espejo. Su lágrima

de rímel está rodando, en cámara lenta

 

Ella

ve crecer la flor

 

de la heroína en la extraña silueta de tabaco

que gira por los salones.

Hay una cruz de tinta en el dorso de su brazo.

 

(Entre los ardientes disparos de la madrugada,

una gabardina vacía con olor a cloroformo

enciende algo y lo ofrece bajo un farol humeante

como cisnes salidos del infierno.)

 

Por una puerta de servicio, ella

baja las escaleras del anfiteatro a las diez de la noche

sin saber que en la bañera de la habitación número 18 del hotel

quedaron sus alas de ceniza, desangrándose.

 

 

 

EL PERFUME DE LA FLOR TATUADA

 

A Juli Rey Meyer

 

Con dos alas tatuadas en la espalda y un perfume

que detiene el paisaje y lo hace

caer, pétalo a pétalo,

como un secreto revelado de a poco,

las nubes son de espuma de cerveza

y hay quemaduras de tabaco

por el cielo que arrastra esa mujer.

 

Ella sucede cuando el día es una mancha roja y amarilla,

una hoguera a medio apagarse donde pasta el murmullo

(y doy mi sed de beber a los mendigos

y los enfermos de amor se clavan espinas en sus soles;

y los árboles son pedazos gigantes de futura madera,

y las palomas aletean en las ventanillas de los autos).

 

Viejas bocas montadas en un burro que viene

del pasado traen hambre; historias de hambre, amores

de hambre, hambre de hambre y la ausencia

es un ángel débil con la voz de Julia.

 

Después de esto,

ella al fin se convierte en un violín desafinado

que me golpea en la cabeza para dejar

huellas dentro de los bosques de la imaginación,

cerca de lo gris de una tarde de jueves o de agosto,

cerca del vidrio de un quiosco donde la lluvia trata de entrar.

 

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