Poesía española: El hundimiento, de Manuel Vilas

Círculo de Poesía y Visor México acaban de publicar la colección El hundimiento del poeta español Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Ha merecido premios como el Generación del 27 por El hundimiento, Ciudad de Melilla, Fray Luis de León, etc. En España, Visor publicó este año su Poesía completa (1980-2016).  El hundimiento es el libro de poemas más personal y devastador de Manuel Vilas. Los poemas de El hundimiento reflejan sin ambages una crisis autobiográfica y de carácter existencial. No está ausente en este libro la representación de la España actual, con todos sus problemas políticos y económicos. Como siempre ocurre con la mirada literaria de Manuel Vilas, la exploración del mundo material y de las tensiones entre riqueza y pobreza tienen en esta poesía un protagonismo destacado. La creación de personajes misteriosos y alegóricos es otro de los aciertos más sobresalientes.  Manuel Vilas con El hundimiento, que obtuvo el XVII Premio Internacional de Poesía Generación del 27, da un paso hacia adelante dentro de una trayectoria que cuenta con títulos imprescindibles de la poesía española actual como Amor. Poesía reunida 1988-2010 (Visor, 2010) y Gran Vilas (Visor, 2012). Entre las últimas novelas publicadas de Manuel Vilas,destacan Los inmortales (Alfaguara, 2011) y El luminoso regalo (Alfaguara, 2013).

 

 

 

 

 

 

 

 

BERLÍN

 

Quiero irme de esta casa donde fueron concebidas nuestras hijas.

 

Quiero que todo muera conmigo.

 

Quiero ver cómo mueren todos los seres humanos, uno tras otro.

 

No perderme la muerte de nadie: viejos, viejas, niñas, hombres

de mediana edad, recién nacidos, mujeres con el cráneo

reventado en maravillosos accidentes de tráfico

dentro de las inabarcables autopistas de todo el mundo,

que dominan el espacio.

 

Quiero que desaparezca la memoria de la especie

y regrese el orden cósmico: sin vida las grandes

pasiones espaciales, sin vida las galaxias, los planetas,

el firmamento, las estrellas, sin vida en el infinito pesado,

rocas, gases, tinieblas, oscuridad, lejanía, sin vida.

 

Sin vida, pero siempre esperando el regreso de la vida.

 

Nunca me quisiste, quisiste un orden moral, no a mí.

¿Qué haces ahora con ese, dormís juntos, coméis juntos?

¿Te acuerdas de mí? Conozco tu piso, tu cama, tu cocina,

el agua mineral que bebes, la más cara, claro, eres tú.

 

¿Te acuerdas de cuando me mordías el cuello y las manos?

 

Es para morirse de risa.

Ahora se lo estarás haciendo a ese otro, sé quién es.

Un tipo mejor colocado en las radiantes jerarquías de la tierra.

 

Eso era todo lo que buscabas, menuda comedia.

 

Niña tonta y sin talento, dándoselas de artista.

 

Escucho esa canción Berlin porque la oíamos juntos,

mientras cenábamos con luz de velas

y bebíamos Dubonnet con hielo

en la terraza de tu casa, cuando llegaba el mes de junio.

 

¿O no era contigo? ¿Con quién era?

Me falla tanto la memoria, y qué hermoso perderla.

 

Si pierdo la memoria, qué pureza y cuánta justicia social.

 

Creo que nunca amé a nadie, ni siquiera a mí mismo.

La pereza de amarse a uno mismo.

 

Y luego esa larga, incolmable apetencia

por destruirlo todo para ver cómo arde,

para ver en el fuego alguna clase de verdad.

 

Era grandioso. Era el Paraíso.

Niña, me creí Clint Eastwood for a day.

 

 

 

 

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