Poesía letona: Arvis Viguls, La caligrafía de la aguja

Recientemente Valparaíso Ediciones ha publicado La caligrafía de las agujas del poeta letón Arvis Viguls, en traducción de Lawrence Schimel. Publicamos tres poemas del libro.

 

 

 

El libro

 

Una tras otra me toco las cicatrices,

mi único camuflaje

para recordar quién soy.

Ya santiguarme no puedo:

ése es mi último ritual.

La más antigua es la del hombro izquierdo

–de la vacuna contra la viruela–

redonda, como si alguien

hubiera apagado un cigarillo allí.

Ése fue mi primer bautismo.

Tengo muchos arañazos, muy finos,

en los diez dedos de las manos:

uno por cada mandamiento.

De niño me gustaban los cuchillos.

Entonces no había otros juguetes.

Solía colocar todos los objetos de la casa

que eran puntiagudos o afilados

delante de mí en la mesa,

para darles nombres

como se nombra a los niños.

La edad de un caballo se determina por los dientes,

la de un dolor por sus cicatrices.

Y aun así todavía soy joven.

Aquí (y debe decirse en susurros)

hay mucho espacio aún.

 

 

 

Ladrillo

 

Es un bicho sin cara,

sólo tiene espaldas –seis en total–

que ha girado

hacía el norte y el sur,

hacia el este y oeste,

hacia el cielo y la tierra.

Demasiado denso para encontrar espacio en él

para pensamientos, memorias, dudas,

demasiado pesado para servir como amuleto,

demasiado angular para ser un símbolo,

demasiado parecido a un ladrillo

para ser comparado a cualquier otra cosa.

Lo único que podemos sacar de un ladrillo

es un muro. Lo único que puede pronunciar

es un golpe sordo, pesado y malintencionado,

mientras cae al suelo.

Alguien toca madera tres veces

para que nada malo ocurra,

yo toco el ladrillo

aunque sé que toco en vano.

 

 

 

Rostro

 

No encuentra paz ni dormido:

toda la noche las raíces de la cara

trabajan duramente bajo la piel

cultivando arrugas.

A veces se tensa

como si estuviera levantando pesas

o intentando mover los muebles

con el poder del pensamiento.

Raro es que en sueños sonría,

confiado e inocente como un niño,

volviéndose irreconocible:

ése es mi verdadero rostro.

 

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