Poesía francesa: Louise-Victorine Ackermann

Presentamos, en versión de Missi Alejandrina, una breve muestra de Louise-Victorine Ackermann (1813- 1890). Poeta nacida en Niza. Durante su adolescencia tuvo la posibilidad de tener una amplia formación filosófica en París y Berlín. Se casó con el filólogo alsaciano Paul Ackermann el cual murió pocos años después de contraer nupcias. Su poesía fue temida por su pesimismo frente al positivismo imperante de la época al mismo tiempo que fue alabada por la excelencia en su forma y el vigor de sus versos. Su libro con mayor impacto fue Poésies philosophiques, después de la publicación de este volumen quedaría en silencio hasta publicar un volumen en prosa llamado Pensées d’un solitaire, después de aquella publicación permaneció en silencio por el resto de su vida.

 

 

 

No, tu eternidad

 

No, tu eternidad de inconsciente oscuro,

De estímulo ciego, de movimiento forzado,

Todo el infinito de los tiempos no vale, ¡oh Naturaleza!

El minuto en el que he pensado.

 

 

 

Non, Ton Eternité

 

Non, ton éternité d’inconscience obscure,

D’aveugle impulsion, de mouvement forcé,

Tout l’infini du temps ne vaut pas, ô Nature !

La minute où j’aurai pensé.

 

 

 

La Guerra

 

A la memoria de mi sobrino

El combatiente Victor Fabrègue

Muerto en Gravelotte

 

I

¡Es hierro, es fuego, es sangre! ¡Es ella!  ¡La guerra!

De pie, el brazo alzado, regia en su cólera,

Animando al combate con gesto soberano.

Al estallido de su voz marchan las armadas;

En torno a ella trazan las líneas de tiro,

Los cañones sus entrañas de bronce han abierto

¡Por doquier carros, caballeros, caballos, masa en movimiento!

En ese flujo y reflujo, sobre ese mar viviente,

El espanto se abate ante su reclamo ardiente.

Bajo su mano que tiembla, según su feroz designio,

Para socorrer y perpetrar el atroz exterminio

Toda materia es arma, todo hombre es soldado.

 

Una vez que ha llenado su vista y oído

De rumores sin igual, de lacerante espectáculo,

Cuando un pueblo agoniza acostado en su tumba,

Pálido bajo sus laureles, el alma de orgullo henchida,

Ante la obra acabada y la tarea cumplida

Triunfante grita la Muerte: “¡Bien segado!”

 

La cosecha es magnífica en verdad ¡Sí, bien segado!

Los más bellos, los más fuertes son los primeros en ser cortados.

¡Ninguna zanja en la que no haya cadáveres en gavillas!

En su seno devastado que sangra y convulsiona

La Humanidad, parecida a un campo cercenado,

contempla con dolor todas sus espigas cortadas.

 

¡Ah!, a merced del viento y su dulce aliento

Ondulaban a lo lejos, los viñedos en el llano,

Sobre su tallo aún verde a la espera de su estación.

El sol vertía sus magníficos rayos;

Ricos en su tesoro, bajo los pacíficos cielos,

Han podido madurar para otra recolección.

 

 

II

Si vivir es luchar ¿Por qué no dedicar

un ruedo enrojecido al brío humano?

¿No podrá el hombre reunirse y combatir

por un precio menos sangrante que estos muertos?

¿Cuántos enemigos hará falta abatir?

¡Desgraciado! Busca ¡la Miseria está allí!

Grita: “¡Solo tú y yo!” y su mano viril

se ensaña sin piedad contra este flanco estéril

que ante todo intenta alcanzar y atravesar.

A su vez, con la frente alta, Vicio e Ignorancia,

El uno apoyado en la otra, le esperan en la palestra;

Descenderá al fin y para derrotarles.

 

A la refriega acudan todas las naciones.

¡Libertad para todos! Desaparezcan las fronteras,

Unan sus ímpetus y tiéndanse la mano.

En las hileras del enemigo, con una sola meta,

Abrir triunfantes una brecha heroica,

Claro, no es nada para el esfuerzo humano.

 

La hora parecía propicia, y el pensador cándido

Creía, en el distante resplandor de la aurora,

Ver la Paz despuntar con su frente afligida.

Respira. de súbito, la trompeta en boca,

Guerra, reapareces, más ardua, más salvaje,

Aplastando el progreso bajo tu talón sangrante.

 

Quién, cegado por la furia,

se arrojará primero a la ingente matanza.

¡A muerte! ¡Sin cuartel! ¡Matar o perecer!

Aquel desconocido de los campos o de la forja

Es un hermano; más valdría abrazarle, lo degüellan.

¡Qué! ¡Los brazos que debieran abrirse se alzan para azotar!

 

Los caseríos, las ciudades en llamas se derrumban

¿Si las piedras han sufrido, qué decir de las almas?

Junto a los padres yacen los hijos inanimados.

El duelo sombrío se ha asentado en las fachadas de los hogares desiertos,

En estas pilas de muertos, inertes y marchitos

Había corazones que amaban y seres queridos.

 

Debilitado y vencido bajo el peso de la tarea infinita

¡Reinicia! ¡Trabaja! ¡Resucita, Genio!

El fruto de sus esfuerzos ha sido pulverizado, dispersado.

¡Qué importa! Todos esos tesoros dan forma a un solo dominio:

El bien común de la familia humana,

¡Destruirse entre sí, ah! ¡Seres insensatos!

 

Guerra, el solo recordar los males que desatas,

Fermenta en el fondo de los corazones la levadura del odio;

En el limo dejado por tu oleaje devastador

Se siembran las semillas del resentimiento y de la ira,

El vencido, devorado por el ultraje, no tiene sino un deseo,

una esperanza: engendrar vengadores.

 

Así el género humano, a fuerza de revanchas,

Árbol sin corona, verá sus ramas morir,

¡Adiós, futuras primaveras! ¡Adiós nuevos amaneceres!

En este tronco mutilado la sabia es imposible.

¡Tanta sombra! ¡Tantas flores! Y tu hacha inflexible,

Para arrancar mejor los frutos, ha cortado el ramaje.

 

 

III

No, no es nuestro fin, pensador y poeta austero,

Negar las maravillas de la muerte voluntaria;

Preferible es perseguir un impulso generoso.

Filósofos, sabios, exploradores, predicadores,

Soldados del Ideal, estos héroes son los nuestros;

¡Guerra! Ellos saben encontrar un por qué morir sin ti.

Mas a este orgullo brutal que golpea y mutila,

A las ordenes destructoras, al deceso inútil,

Encerrada en mi horror, siempre diré: ¡No!

Usted a quien el Arte o cualquier noble ansia embriaga,

A quien, rebosante de amor, en la flor de la vida,

¡Osarán arrojarle como carne de cañón!

 

¡Libertad, Derecho, Justicia, asuntos de metralla!

Por un jirón de estado, por una sección de muro,

Sin piedad, sin remordimientos, un pueblo es masacrado

-Es inocente- ¿Qué importa? Se le extermina.

Si la vida humana es de origen divino;

¡Deténganse! ¡Un solo hombre es sagrado!

 

 

Bajo los vapores de la sangre y el polvo, cuando los astros

Palidecen indignados ante tantos desastres,

Yo misma por el furor me dejo llevar,

No distingo más entre las víctimas y los verdugos;

Mi alma se separa de mí, ante tales crímenes

Desearía ser relámpago y estallar.

 

Al menos siguiéndote en la victoria absoluta,

Laureada y en los brazos de la Historia,

Seducida por ti podría absolverte y consagrarte,

¡Oh Guerra!, Guerra impía, asesina que enaltece,

Seguiré, desolada, presa de mi impotencia,

Con mi boca para maldecirte y el corazón para odiarte.

 

 

 

La guerre

 

A la mémoire de son neveu,

le Lieutenant Victor Fabrègue,

I

Du fer, du feu, du sang ! C’est Elle ! C’est la Guerre !

Debout, le bras levé, superbe en sa colère,

Animant le combat d’un geste souverain.

Aux éclats de sa voix s’ébranlent les armées;

Autour d’elle traçant des lignes enflammées,

Les canons ont ouvert leurs entrailles d’airain

Partout chars, cavaliers, chevaux, masse mouvante !

En ce flux et reflux, sur cette mer vivante,

À son appel ardent l’Épouvante s’abat.

Sous sa main qui frémit, en ses desseins féroces,

Pour aider et fournir aux massacres atroces

Toute matière est arme, et tout homme soldat.

 

Puis, quand elle a repu ses yeux et ses oreilles

De spectacles navrants, de rumeurs sans pareilles,

Quand un peuple agonise en son tombeau couché,

Pâle sous ses lauriers, l’âme d’orgueil remplie,

Devant l’œuvre achevée et la tache accomplie

Triomphante elle crie à la Mort: bien fauché !

 

Oui, bien fauché ! vraiment la récolte est superbe;

Pas un sillon qui n’ait des cadavres pour gerbe.

Les plus beaux, les plus forts sont les premiers frappés.

Sur son sein dévasté qui saigne et qui frissonne

L’Humanité, semblable au champ que l’on moissonne,

Contemple avec douleur tous ces épis coupés.

 

Hélas ! au gré du vent et sous sa douce haleine

Ils ondulaient au loin, des coteaux à la plaine,

Sur la tige encor verte attendant leur saison.

Le soleil leur versait ses rayons magnifiques;

Riches de leur trésor, sous les cieux pacifiques,

Ils auraient pu mûrir pour une autre moisson.

 

 

II

Si vivre c’est lutter, à l’humaine énergie

Pourquoi n’ouvrir jamais qu’une arène rougie ?

Pour un prix moins sanglant que les morts que voilà

L’homme ne pourrait-il concourir et combattre ?

Manque-t-il d’ennemis qu’il serait beau d’abattre ?

Le malheureux ! il cherche, et la Misère est là !

Qu’il lui crie: À nous deux ! et que sa main virile

S’acharne sans merci contre ce flanc stérile

Qu’il s’agit avant tout d’atteindre et de percer.

À leur tour, le front haut, l’lgnorance et le Vice,

L’un sur l’autre appuyé, l’attendent dans la lice;

Qu’il y descende donc, et pour les terrasser.

 

À la lutte entraînez les nations entières.

Délivrance partout ! effaçant les frontières,

Unissez vos élans et tendez-vous la main.

Dans les rangs ennemis et vers un but unique,

Pour faire avec succès sa trouée héroïque,

Certes, ce n’est pas trop de tout l’effort humain.

 

L’heure semblait propice, et le penseur candide

Croyait, dans le lointain d’une aurore splendide,

Voir de la Paix déjà poindre le front tremblant.

On respirait. Soudain, la trompette à la bouche,

Guerre, tu reparais, plus âpre, plus farouche,

Écrasant le Progrès sous ton talon sanglant.

 

C’est à qui le premier, aveuglé de furie,

Se précipitera vers l’immense tuerie.

À mort ! point de quartier ! l’emporter ou périr !

Cet inconnu qui vient des champs ou de la forge

Est un frère; il fallait l’embrasser on l’égorge.

Quoi ! lever pour frapper des bras faits pour s’ouvrir !

 

Les hameaux, les cités s’écroulent dans les flammes.

Les pierres ont souffert, mais que dire des âmes ?

Près des pères les fils gisent inanimés.

Le Deuil sombre est assis devant les foyers vides,

Car ces monceaux de morts inertes et livides

Essaient des cœurs aimants et des êtres aimés.

 

Affaiblis et ployant sous la tâche infinie

Recommence, Travail ! rallume-toi, Génie !

Le fruit de vos labeurs est broyé, dispersé.

Mais quoi ! tous ces trésors ne formaient qu’un domaine:

C’était le bien commun de la famille humaine.

Se ruiner soi-même, ah ! c’est être insensé !

 

Guerre, au seul souvenir des maux que tu déchaînes,

Fermente au fond des cœurs le vieux levain des haines;

Dans le limon laissé par tes flots ravageurs

Des germes sont semés de rancune et de rage,

Et le vaincu n’a plus, dévorant son outrage,

Qu’un désir, qu’un espoir: enfanter des vengeurs.

 

Ainsi le genre humain, à force de revanches,

Arbre découronné, verra mourir ses branches.

Adieu, printemps futurs ! adieu, soleils nouveaux !

En ce tronc mutilé la sève est impossible.

Plus d’ombre, plus de fleurs, et ta hache inflexible,

Pour mieux frapper les fruits, a tranché les rameaux.

 

 

III

Non, ce n’est point à nous, penseur et chantre austère,

De nier les grandeurs de la mort volontaire.

D’un élan généreux il est beau d’y courir.

Philosophes, savants, explorateurs, apôtres,

Soldats de l’Idéal, ces héros sont les nôtres;

Guerre, ils sauront sans toi trouver pour qui mourir.

Mais à ce fer brutal qui frappe et qui mutile,

Aux exploits destructeurs, au trépas inutile,

Ferme dans mon horreur, toujours je dirai: Non !

O vous que l’Art enivre ou quelque noble envie,

Qui, débordant d’amour, fleurissez pour la vie,

On ose vous jeter en pâture au canon !

 

Liberté, Droit, Justice, affaire de mitraille !

Pour un lambeau d’État, pour un pan de muraille,

Sans pitié, sans remords, un peuple est massacré.

Mais il est innocent !- Qu’importe? On l’extermine.

Pourtant la vie humaine est de source divine;

n’y touchez pas; arrière ! un homme, c’est sacré !

 

Sous des vapeurs de poudre et de sang quand les astres

Palissent indignés, parmi tant de désastres,

Moi-même à la fureur me laissant emporter,

Je ne distingue plus les bourreaux des victimes;

Mon âme se soulève, et devant de tels crimes

Je voudrais être foudre et pouvoir éclater.

 

Du moins, te poursuivant jusqu’en pleine victoire,

À travers tes lauriers, dans les bras de l’Histoire

Qui, séduite, pourrait t’absoudre et te sacrer,

O Guerre, Guerre impie, assassin qu’on encense,

Je resterai, navrée et dans mon impuissance,

Bouche pour te maudire et cœur pour t’exécrer.

 

Paris, 8 février 1871

 

 

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