30 cosas que la gente jamás se pregunta, de Inga Gaile

Presentamos un poema de 30 cosas que la gente jamás se pregunta, de la poeta letona Inga Gaile en la versión de Lawrence Schimel. Inga Gaile ha publicado cuatro poemarios y un libro de poesía para niños. Según Latvian Literature, en sus versos “explora estados internos de ser, sus propias experiencias, las vidas cotidianas de mujeres, además de la de grupos marginados de la sociedad.” Es también autora de muchas obras de teatro, y en 2016 publicó su primera novela: Las astillas de vidrio. Ha traducido a poetas rusos al letón y sus propios poemas han sido traducidos al inglés, alemán, sueco, lituano, bengalí y ahora al castellano.

 

 

 

 
 
 
 
 
 
LA FELICIDAD DE LAS MUJERES
 
Ella dice: siete años de esa buena suerte,
siete años,
en las minas de uranio forjaste mi felicidad,
en las minas de uranio forjaste mi desdicha.
¿Por qué fue mi destino tener un marido tan guapo,
que había servido un mes en la legión,
reclutado justo después de su graduación?
¿Por qué? Qué destino para una huérfana,
para mí, que podría haber amado y amado.
Ella dice: arruinarás tu vida
simplemente la arruinarás, luego de comprar a su hija
una chuleta tan grande como el plato
ella se avergüenza de decir “aborto” en la mesa.
¿Por qué merezco este destino, por qué,
por qué tirar mi vida al suelo,
por qué enterrarme en una tumba,
por qué lo harías, por qué lo harías?
En realidad, ya no hay más hombres, pero ella tuvo suerte,
porque él no es un hombre de verdad,
no es como los otros, menos mal,
sin embargo, aún hay que esconder los cigarrillos tras las toallas,
triste, ella puede pasar día tras día sola,
ella tiene sus ocupaciones, su trabajo,
los hombres, así es como son,
hombres,
la felicidad de las mujeres.
Entonces nace una niña, otra hija,
al principio ella se infla de palabras y tristezas y blasfemias,
por seis meses las ha succionado por el cordón umbilical,
hasta que, ya grande, busca la felicidad de las mujeres
e intentando encontrarla, estalla.
Y las palabras se derraman cual mallas de arado,
sobre los campesinos y las familias,
sobre las mujeres que eran la tierra,
y el momento en que sus bocas fueron silenciadas por una mano callosa y ampollada,
volaron al cielo, se zambulleron en almohadas de nubes, bayo
oscuro, bayo oscuro, bayo oscuro.
Mi dulce caballo bayo, deja de llorar, deja de gemir, deja,
nadie tiene tiempo para tu cuota de dolor y desastre,
estamos vivos y comemos.
Y entonces dan a luz a hijas y no es
que las odien, no, pero no saben qué hacer,
qué pasará si se llevan al único que vale,
qué si rehúsan reconocerlo,
porque nunca estarán seguros de si bajo esa piel reluciente
no habrá un abrigo del ejército,
y que no llegará un momento en el que pregunte ¿qué puedes ofrecerme?
Y tú no tendrás nada y te acostarás y te convertirás en tierra.
Por eso acaparan, para que haya algo que ofrecer cuando llegue el momento
cuando te hayas puesto de pie,
pero alguien quiera que seas la tierra.
Y las hijas, ¿qué pasa con las hijas?, ¿dónde ponerlas?
En la tierra.
El odio de nuestras mujeres es menor que su miedo.
El odio de nuestras mujeres es menor que su voluntad de vivir.
Yo les digo: yo odio.
Yo les digo: quiero caminar.
Quiero seguir siendo una persona,
no quiero la felicidad de las mujeres.
Soy más que solo tierra. Soy más que un balde del cual puedes
saciar tu sed cuando vuelves
a casa por la mañana, después de haber cabalgado y cabalgado.
 
Y entonces a través de la oscuridad y el bosque,
y entonces a través de siete años de felicidad,
a una persona le crece una piel nueva,
a una persona de la familia de los humanos.

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