Poesía uruguaya: Alfredo Fressia

Presentamos  tres poemas del poeta Alfredo Fressia (Montevideo, 1948), pertenecientes al volumen Susurro sur, publicado por Valparaíso México y Círculo de Poesía. Reside desde 1976 en Sao Paulo, Brasil debido a la dictadura de su país. Es, además de poeta, catedrático y traductor del portugués.

 

 

 

Poeta en el Edén

 

No, Señor,

nunca huiré del Paraíso, tengo en mí

la leche eterna de los padres y los hijos,

y escribo poemas para la nostalgia.

No, Señor,

nunca seguiré el rumbo imprudente

de los cuatro ríos, el que impele a los nautas

hacia el mar de monstruosas criaturas.

Habían podado las ramas de oro

que brillaban en el árbol de la vida.

Y ahora me llaman como almas.

No, Señor,

nunca comeré del árbol prohibido.

Apreté tantas veces en mi mano

las frutas suculentas. Aspiro

los perfumes seductores,

—Et d´autres, corrompus, riches et triomphants—

Nada sabes de mis íntimos

paraísos artificiales, y te ofrezco las costillas

húmedas y turgentes

para que sigas modelando al mundo

mientras duermo.

Soy un niño inmenso

escribiendo dócilmente en el barro del Edén.

Tengo un muñeco de porcelana blanca.

Balbucea.

 

 

 

Paréntesis

 

Cuando nací el sexo fue un destino. No se puede elegir ser poeta.

De las mujeres nunca amé a ninguna sin duda porque las amé en bloque. Fue un amor largo y sin alegría. Ellas también me amaron sin deseo y sin gozo.

Las miré con la nostalgia de una vida más bella. Cuando quise ser mejor quise ser mujer.

Después me olvidé. Devoré la costilla de Adán en la travesía del desierto. Fui hombre, poeta, amé a otros hombres. Tuve hambre.

Llegué a la playa de este mar eterno, al sur del Brasil. Mi olor es de sal virgen y de yodo azul. Sé que una mujer devolverá al mar el pez con una moneda en la boca.

Ella escribe mi poema. Yo aguardo.

 

 

 

Corazón y tú

 

Este es tu corazón.

No es un reloj

Ni un pájaro enjaulado.

(No te dejes engañar por los poetas)

Es sólo un corazón

con su tejido fibroso de músculo obstinado

y cierta vocación para el secreto.

A veces la mano sobre el pecho

indaga los latidos. Entonces

mano y corazón dan miedo.

Ya sabes que lo ciñen válvulas

como coronas majestuosas.

 

No es de león.

Más bien palpita buey,

a sí mismo obedece.

Lo oirás, lo oyes lo has oído

y tú ignorarás siempre las respuestas.

Mueres cada noche sobre él

y al despertar auscultas su rumiar,

agitados o calmos, él y tú,

por el mismo temblor.

Tú respiras, él cava una vez más

el surco de la mansedumbre

e inexplicablemente

es sólo un corazón.

 

 

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