Nueva poesía europea: Linda Maria Baros

Versopolis es un programa que cuenta con el apoyo de Europa Creativa, el propósito que tiene es el de promover la poesía escrita por los jóvenes poetas europeos a través de una serie de festivales con distintas sedes en Europa como los que dirigen nuestros amigos y colaboradores Ales Steger y Mite Stefoski, directores de los festivales Days of Poetry and Wine, en Eslovenia, y el Struga Poetry Evenings, en Macedonia, respectivamente; en Círculo de Poesía creemos en la literatura que están escribiendo estos jóvenes poetas y hemos decidido presentar a cada uno de los poetas que han sido seleccionados en este programa. En esta ocasión presentamos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, a Linda Maria Baros (1981),quien ha publicado seis colecciones de poesía y ha sido merecedora del premio Poetical Calling en 2004, así como también del prestigioso galardón Prix Apollinaire, en 2007. En 2013, su poesía, la cual ha sido publicada en numerosas antologías y revistas alrededor del mundo, la hizo merecedora de una mención en la Mallarmé Academy. Actualmente cuenta con un Doctorado en Literatura Comparada, el cual obtuvo en la Universidad de la Sorbona. En Paris, donde radica hoy en día, es secretaria general del Colegio de Literatura Comparada, directora del Festival Franco-Anglófono de Poesía y editora en jefe de la revista internacional de poesía y artes visuales, La Traductière.

 

 

 

Los niños pasados por el tamiz

 

Es por ti, para que seas más grande y más bella

y más recta,

que me he cortado el corazón en dos,

como una pezuña de cordero.

 

Robé y mentí, escupí sangre.

 

Lavé cadáveres

y dormí sobre bolsas de plástico

llenas de residuos encontrados en la basura,

en calles que guardan siempre

un cuchillo a la mano dormí,

entre las escaleras de los viejos mendigos de la ciudad,

quienes, en tu honor, se dejaron crecer

la barba hasta los tobillos,

como los antiguos sumerios

que partían a la caza de leones para sus bien amadas.

 

Es por ti que me dejé poseer por los mendigos

de medianoche,

es a tu lado que lloré cuando rascabas la tierra

con las uñas, como un caballo con los ojos arrancados,

lloré como una suicida

a la cual el tren calienta las piernas.

 

He vivido entre los niños de la calle

que inhalan pegamento, lívidos

como algunas piedras grandes mecidas

por las urdimbres del éter,

que el tamiz hace girar en el machacador,

en los alcantarillados.

 

Es por ti que yo grité en el cruce de caminos, izada

–sobre cierto legrado que izado–

en las horcas de los padrotes.

Me dejé hurtar por los ladrones, por los apañadores,

en el jaleo de cucharas grandes como palas,

que tintineaban en los hospicios.

 

Vagué por los bares

que olían el gas, el chipset quemado, la red,

me froté contra las pirámides de vodka

y las manos de tus grandes hombres

–como un gato que se frota contra el manual de electricidad–

ellos también enrojecieron mi otra mejilla,

sin cesar sus dedos golpearon mi costado

y me cortaron el corazón en cuatro,

riendo, “porque las auras de las santas son así”

y me pasaron al tamiz

junto con tu otra descendencia,

ellos me pusieron la mordaza de otras palabras.

 

En tu nombre escondí, como una porquería,

en mis bolsillos, entre los harapos,

las ratas vigorosas de la traición.

Alimenté, es con mi propia carne

que alimenté el pitbull de la mazmorra.

Lloré cuando rascabas la tierra con las uñas,

como un caballo con los ojos arrancados.

 

Sí, es por ti que entré con fuerza en este mundo

como una ola de sangre

que no reencuentra más su camino hacia el corazón.

 

 

 

 

Les enfants passés au tamis

 

C’est pour

toi, pour que tu sois plus grande et plus belle

et plus droite,

que je me suis coupé le cœur en deux,

comme un sabot d’agneau.

 

J’ai volé et j’ai menti, j’ai craché du sang.

 

J’ai lavé des cadavres

et j’ai dormi sur des sacs plastique

remplis de déchets trouvés dans les poubelles,

dans des rues qui gardent toujours

un couteau à la main j’ai dormi,

parmi les écailles des vieux mendiants de la ville,

qui, en ton honneur, se sont laissé pousser

la barbe jusqu’aux chevilles,

comme les anciens Sumériens          

partis chasser des lions pour leurs bien-aimées.

 

C’est pour toi que je me suis laissé hanter

par les cagous de minuit,

c’est auprès de toi que j’ai pleuré quand tu grattais la terre

avec les ongles, comme un cheval aux yeux arrachés,

j’ai pleuré, comme une suicidaire

dont le train réchauffe les jambes.

 

J’ai vécu parmi les enfants de la rue

qui inhalent de la colle, livides

comme quelques grosses pierres bercées

par les filets de l’éther,

que le tamis fait tourner dans le concasseur,

dans les égouts.

 

C’est pour toi que j’ai hurlé à la croisée des chemins, hissée

– sur quelque raclage hissée –

dans les fourches des barbeaux.

Je me suis laissé voler par les casseurs, par les magouilleurs,

dans le vacarme des cuillères grandes comme des pelles,

qui tintaient dans les gamelles.

 

J’ai erré à travers les troquets

qui sentaient le gaz, le chipset brûlé, le réseau,

je me suis frottée aux pyramides de vodka

et aux mains de tes grands hommes

– comme un chat qui se frotte au manuel d’électricité –,

ils ont aussi empourpré mon autre joue,

sans cesse leurs doigts ont heurté ma côte

et ils ont coupé mon cœur en quatre,

en riant, « parce que les auras des saintes sont ainsi »,

et ils m’ont passée au tamis

en même temps que tes autres enfants,

ils m’ont mis le bâillon d’autres paroles.

 

En ton nom, j’ai caché, comme une ordure,

dans mes poches, parmi les hardes,

les rats vigoureux de la trahison.

J’ai nourri, c’est avec ma chair

que j’ai nourri le pitbull du cachot.

J’ai pleuré, quand tu grattais la terre avec les ongles,

tout comme les chevaux aux yeux arrachés.

 

Oui, c’est pour toi que je suis entrée en force dans ce monde

comme une vague de sang

qui ne retrouve plus son chemin vers le cœur.

 

 

 

 

Ttriple puente. La culata del ojo pineal

 

Es como si, cortado en tres, quisieras cruzar

la dulce rivera del Liublianica,

acorralando al final del puente

a la criatura escamosa de la plaza

que gira hacia abajo, sobre sí,

como una sierra circular.

 

Madre, llorando, una bolsa de verduras en los brazos.

Tal vez ella recogería del suelo, con sus manos,

la carne que han raspado de tus huesos.

El ojo cerrado, pineal.

 

Madre, ella sabría cómo una lágrima se redondea en ti,

encogida como una fiera,

según las leyes de la superficie más pequeña

sobre la cual puede extenderse el dolor.

Como una lágrima rondando hacia abajo, sobre sí,

siempre sombría, como una taladradora,

este remolino de sangre con el cual has vuelto cálidas las escaleras

de la catedral,

los muros, la cadencia del tiro;

una lágrima en la que madre lava desde hace tanto

como por un hijo perdido, sus uñas arrancadas,

la plata de sus pies.

 

Detrás, se encuentra el triple puente:

a lo largo del cual te vas, si te vas,

a lo largo del cual arribas, si arribas,

a lo largo del cual te vas.

El ojo cerrado, pineal. Su culata.

 

 

 

 

 

Triple pont. La culasse de l’œil pinéal

 

C’est comme si, coupé en trois, tu voulais traverser

la douce rivière Ljubljanica,

acculer au bout du pont

la créature écailleuse du parvis

qui tourne là-bas, sur place,                     

comme une tronçonneuse circulaire.

 

Mère, en pleurs, une sacoche de légumes dans les bras.

Peut-être ramasserait-elle par terre, avec les mains,

la chair qu’on a râpée de tes os.

L’œil fermé, pinéal.

 

Mère, elle saurait comment une larme s’arrondit en toi,

blottie comme un fauve,

selon les lois de la plus petite surface

sur laquelle peut s’étendre la douleur.

Comment une larme tourne là-bas, sur place,

toujours sombre, comme une foreuse,

ce tourbillon de sang dont tu as réchauffé les marches

de la cathédrale,

les murs, la cadence du tir ;

une larme dans laquelle mère lave longtemps,

comme pour un fils perdu, les ongles arrachés,

la plante des pieds.

           

Derrière, il y a le pont triple :

au long duquel tu t’en vas, si tu t’en vas,

au long duquel tu viens, si tu viens,

au long duquel tu t’en vas.    

L’œil fermé, pinéal. Sa culasse.

 

 

 

 

La pistola de inseminación

 

Todo como esta luz que se exfolia desde la retina

en un sótano oculto, un proyector en los ojos,

así es como me imagino la muerte de la poesía.

 

Si bien no es la combustión de la muerte la que oscurece los huesos,

pero, se han ennegrecido, el código de barras y la taladradora decoración,

los vasos que los invitados lanzan, felices, hasta el techo

–¡tan fosforescentes!–

y los músicos salvajes que vienen a atraparlos con sus picos.

 

Es por eso que escribo siempre el mejor poema

que pueda escribirse.

El poema que trepana, rompe los puntos de todas las suturas continuas

y deja tus arterias, como cánulas

bajo presión, batiéndose, libres, alrededor del cuello.

Que corta las muñecas del aire

liberando a los dioses, a las piedras.

                       

Se practican los más amplios legrados sobre la hoja de papel

y bajo las armas.

Pero la mano con la cual escribo se separa del cuerpo,

como las manos de presos siberianos

            escondidos entre los troncos apilados en los largos trenes

helados que parten en el mundo.

Nada suena, ni siquiera un gemido,

a través del túnel metálico de la lengua.

 

Tiendo la mano, custodiada por los postigos de la clínica, por las blancas mañanas

de los postigos, sólo lo suficiente para que escriba el poema que lava

tus pies fatigados ​​en su orina.

Ningún seno, ninguna nube tiembla. Tal vez las armas de asalto.

                                              

Mi mano atada, como unas esposas, a la visión que ella tiene de la poesía.

La mano –separada del cuerpo– flotando sobre el mundo.

Una pistola de inseminación en su campo de acción.

 

 

 

 

 

Le pistolet d’insémination

 

Tout comme cette lumière qu’on exfolie de la rétine

dans un sous-sol occulte, un projecteur dans les yeux,

c’est ainsi que j’imagine la mort de la poésie.

 

Puisque ce n’est pas la combustion de la mort qui noircit les os,

mais, encrassés, le code de barres et les foreuses des décorations,

les verres que les invités lancent, joyeux, jusqu’au plafond

– phosphorescents ! –

et les musiciens sauvages qui viennent les attraper avec leur bec.

 

C’est pour cela que j’écris le meilleur poème

que je puisse écrire.

Le poème qui trépane, brise les sutures en surjet

et laisse ses artères, comme des tuyaux

sous pression, se débattre, libres, autour du cou.

Qui taillade les poignets de l’air

et en libère les dieux, les pierres.

 

On pratique les plus grands raclages sur la feuille de papier

et sous les armes.

Mais la main avec laquelle j’écris se sépare du corps,

comme les mains des détenus sibériens

cachées parmi les rondis empilés dans de longs trains

glacés qui partent dans le monde.

Rien, pas même un geignement ne résonne

à travers le tunnel métallique de la langue.

 

Je tends la main, gardée par les volets de la clinique, par les mâtins blancs

des volets, juste assez pour qu’elle écrive le poème qui lave

tes pieds fatigués dans son urine.

Aucun sein, aucun nuage ne tremble. Peut-être les armes d’assaut.

 

Ma main attachée comme une menotte à la vision qu’elle a de la poésie.

La main – détachée du corps – flottant par-dessus le monde.

Un pistolet d’insémination dans son champ d’action.

 

 

 

 

 

La gente sale a la calle en rodajas finas

 

Todas las tardes, desciendo por la calle

y la calle se enrosca a mi alrededor

como el vendaje sobre la herida.

 

Cruzo el río. Sus perros infieles

lamen mi mano.

Bajo los puentes,

fluye la carne de mis enemigos,

en grandes trozos, azulados.

 

Es así que camino a través de la ciudad,

como un dios perezoso, cruel.

Las calles se enroscan, pegajosas,

una tras otra, a mi alrededor,

y este enroscamiento es la ciudad misma,

bajo los harapos militares de la mañana.

 

Siempre más delgada, siempre más lúcida.

Así es que camino a través de la ciudad.

Como un dedo que gira en la herida,

que la expande.

 

 

 

 

 

Les gens sortent dans la rue en tranches fines

 

Chaque soir, je descends dans la rue

et la rue s’enroule autour de moi

comme le bandage sur la plaie.

 

Je passe le fleuve. Ses chiens infidèles

me lèchent la main.

Par-dessous les ponts,

coule la chair de mes ennemis,

en grands quartiers, bleuâtres.

 

C’est ainsi que je marche à travers la ville,

comme un dieu paresseux et cruel.

Les rues s’enroulent, poisseuses,

l’une après l’autre, autour de moi,

et cet enroulement, c’est la ville même,

sous les hardes militaires du matin.

 

Toujours plus mince, toujours plus lucide.

C’est ainsi que je marche à travers la ville.

Comme un doigt qui tourne dans la plaie,

qui l’élargit.

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