Nueva poesía europea: Mária Ferenčuhová

Versopolis es un programa europeo de literatura que cuenta con el apoyo de Europa Creativa, el propósito que tiene es el de promover la poesía escrita por los jóvenes poetas europeos a través de una serie de festivales con distintas sedes en Europa como los que dirigen nuestros amigos y colaboradores Ales Steger y Mite Stefoski, directores de los festivales Days of Poetry and Wine, en Eslovenia, y el Struga Poetry Evenings, en Macedonia, respectivamente; en Círculo de Poesía creemos en la literatura que están escribiendo estos jóvenes poetas y hemos decidido presentar a cada uno de los poetas que han sido seleccionados en este programa. En esta ocasión presentamos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, a la poeta eslovaca Mária Ferenčuhová. Nació en Bratislava. Se graduó en Cine, Guionismo y Dramaturgia en la Facultad de Cine y Televisión de la Escuela de Arte Dramático de Bratislava (FTF VŠMU). Completó sus estudios de posgrado en Historia y Teoría del cine y Sciences du Langage en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Actualmente, da conferencias sobre la historia del cine mundial en FTF VŠMU. Es la editora de la revista cinematográfica KINO-IKON y traduce del francés (Paul Virilio, Amélie Nothomb, Philippe Brenot). Ha publicado tres libros de poemas Skryté titulky (Subtítulos escondidos, Bratislava: Drewo a srd, 2003), Princíp neistoty (Principio de incertidumbre, Bratislava: Ars Poetica, 2008) y Ohrozený druh (Especies en peligro, Bratislava: Ars Poetica, 2013). Sus cuentos, poesía y traducciones han sido publicadas en múltiples publicaciones periódicas y antologías. Sus poemas han sido traducidos al francés y al inglés.

 

 

 

 

El principio de incertidumbre

 

Ciudades luminosas

 

I.

El verano no avanza, se mantiene como la inflamación en las carreteras congestionadas,

piedra cálida, sin rastros de pasos (y sin embargo la humedad en el aire);

las heridas no sanan, el mismo movimiento todas las tardes –limpiar

el polvo de los ojos y el aceite de las ruedas calientes. Octubre.

Ni siquiera un regreso: continuidad en los resquicios –la ciudad no recuerda,

ni desearías que lo hiciera: suelas entumecidas, manos agrietadas, por qué no admitirlo–

un estrecho, un pasaje, desde detrás de la esquina que sale a la superficie en lugar de (otra)

memoria, una calle. Otra. Idénticas.

Y un loco en la plataforma, bastante desolado

(ya nadie le teme), cambio en Réaumur-Sébastopol:

en la cima, un hombre está durmiendo en calcetines,

un vendaje sobresale de uno, pero casi nadie se atreve a taparse la nariz.

Detrás de la ventana sin persianas alguien se embriaga,

muy solitario, detrás de una ventana con una persiana cambio mi maquillaje,

no aireo el lugar, invoco silenciosamente el teléfono,

hasta que finalmente me quedo dormida.

 

 

 

II.

Un código dactilar, ruido, entradas secretas, estar enojada contigo misma

por ser (en un primer momento) desenfrenada, por ser (en el segundo)

razonable y resentir la soledad propia –¿dónde está la virtud en eso?

Desde el punto de vista de la eternidad, no importa si en este

mundo, al lado de este cuerpo (u otro), desde el punto de vista

momentáneo: elegir el vacío. Y espera.

 

Una anciana, de hecho más mohosa que vieja, quizás senil

y posiblemente desconcertada por las edades pasadas, sube y baja en el ascensor,

saluda a lo lejos, en voz alta, repite “sí”, “sí” una y otra vez,

se dirige a todos como “señora”, “señor” con una sonrisa asidua,

y toca las mejillas de los niños con sus dedos.

Un alfiler en el estómago de alguien, una palabra en el corazón de alguien:

cuarentena, cuarenta días de silencio.

Una llama, celofán, una imagen que se quema,

infectas a la colonia entera contigo misma, y te sorprendes

cuando te condenan

 

 

 

III.

Hay casas de madera, enyesadas o simplemente pegadas con tela,

alfombras en lugar de paredes, cables en las esquinas, polvo en los plieges

y el viento debajo de la puerta.

Una jarra para hervir agua, un horno de microondas, un plato caliente,

alguien que duerme,

no se mueve. Él que sigue los meandros, sin darse cuenta de las riberas

despojadas del verde, indiferente al pavimento: que sigue hacia

donde la gente monta camellos

con mochilas a la espalda,

donde bloques de grises viviendas se alzan en la arena como un suburbio,

solo ellos están ardiendo,

con tiendas debajo de las ventanas,

una fuente sin agua y el cielo en llamas,

quieres volver al río, no hay manera,

–no en el sueño, y por lo tanto, nunca–

solo necesitas abrir los ojos, correr a lo largo de las paredes,

las alfombras ardientes, el humo acre,

descalzo y sin delantal:

aquellas escaleras

todavía están allí.

 

 

 

 

The Principle of Uncertainty

 

Bright Cities

 

I.

The summer is not going, it stays like inflammation on stuffy roads,

warm stone, no trace of steps (and yet humidity in the air);

wounds are not healing, the same movement every afternoon — to wipe

the dust from one’s eyes and the oil from hot wheels. October.

Not even return: continuance in crevices — the city doesn’t remember,

nor do you wish to: numb footsoles, chapped hands, why not admit —

a strait, a passage, from behind the corner surfacing instead of (another)

memory, a street. Another one. Identical.

And a madman on the platform, quite desolate

(no one is scared of him any more), change at Réaumur-Sébastopol:

on the very top a man is sleeping in his socks,

a bandage sticking out of one, but hardly anyone dares cover his nose.

Behind the window without blinds someone gets drunk,

quite solitary, behind a window with a blind I change my make-up,

I don’t air the place, I silently invoke the telephone,

till finally I fall asleep.

 

 

 

II.

A finger code, noise, secret entrances, to be angry with oneself

for being (in the first moment) unrestrained, for being (in the second)

reasonable, and resent one’s loneliness — where’s the virtue in that?

From the point of view of eternity, it doesn’t matter whether in this

world, side by side with this body (or some other), from the momentary

point of view: to choose emptiness. And wait.

 

An old woman, in fact rather mouldered than old, perhaps senile

and possibly bewildered for ages past, takes the lift up and down,

greets at great length, aloud, repeats “yes”, “yes” over and over again,

addresses everyone as “madam”, “sir” with an assiduous smile,

and touches children’s cheeks with her fingers.

A pin in someone’s stomach, a word in someone’s heart:

quarantine, forty days of silence.

A flame, cellophane, a scorched image,

you infect the whole colony with yourself, and you’re surprised

when they condemn you.

 

 

 

III.

There are wooden houses, plastered or just stuck together with cloth,

carpets instead of walls, cables in the corners, dust in the joints

and the wind under the door.

A jug kettle, a microwave oven, a hot plate,

someone who sleeps,

not moving. He who follows meanders, not aware of the riverbanks

bare of green, indifferent to the pavement: who continues on

to where people ride camels

with knapsack on back,

where grey blocks of flats stand in the sand like a suburb,

only they are burning,

with tents below the windows,

a waterless fountain and the sky in flames,

you want to go back to the river, there’s no way,

— not in the dream, and therefore not at all —

you need only to open your eyes, run along the walls,

burning carpets, acrid smoke,

barefoot and apronless:

those stairs

are still there.

 

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