Poetcast: Musée de Beaux-Arts, por W. H. Auden

W. H. Auden

El siguiente es uno de los poemas imprescindibles de Wystan Hugh Auden (1907-1973), que presentamos leído por el propio poeta; y a continuación en castellano, una de las más brillantes aproximaciones de José Emilio Pacheco. Sobre la importancia estética de “Musée des Beaux-arts” aparece la glosa del crítico italiano Alfonso Berardinelli.

 

Poetcast Pista 74. W. H. Auden: Musée des Beaux-Arts.
Descripción:

Musée des Beaux-Arts


About suffering they were never wrong,

The old Masters: how well they understood

Its human position: how it takes place

While someone else is eating or opening a window or just walking dully along;

How, when the aged are reverently, passionately waiting

For the miraculous birth, there always must be

Children who did not specially want it to happen, skating

On a pond at the edge of the wood:

They never forgot

That even the dreadful martyrdom must run its course

Anyhow in a corner, some untidy spot

Where the dogs go on with their doggy life and the torturer’s horse

Scratches its innocent behind on a tree.

In Breughel’s Icarus, for instance: how everything turns away

Quite leisurely from the disaster; the ploughman may

Have heard the splash, the forsaken cry,

But for him it was not an important failure; the sun shone

As it had to on the white legs disappearing into the green

Water, and the expensive delicate ship that must have seen

Something amazing, a boy falling out of the sky,

Had somewhere to get to and sailed calmly on.

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Musée des Beaux-Arts

 

Acerca del dolor jamás se equivocaron

los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron

su función en el mundo. Cómo llega

mientras alguno cena o abre la ventana

o nada más camina sin objeto.

Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes

el milagroso Nacimiento, habrá siempre

niños sin mayor interés en lo que ocurre,

patinando en el estanque helado a la orilla del bosque.

.

No olvidaron jamás

que el eterno martirio ha de seguir su curso,

irremediablemente, en sórdidos rincones

donde viven los perros su perra vida

y el caballo del verdugo se rasca

las inocentes grupas contra un árbol.

.

Por ejemplo en el Ícaro de Brueghel:

con qué serenidad

todo parece lejos del desastre.

El labrador oyó seguramente

el rumor de las aguas y el grito inconsolable;

pero el fracaso no lo conmovió:

brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco

al hundirse en las aguas verdes.

Y la elegante y delicada nave

debió haber visto lo asombroso:

la caída de un hombre que volaba.

Mas el barco tenía un destino

y siguió navegando en calma.

:

Aproximación de José Emilio Pacheco, Tarde o Temprano, México, FCE, 1986, p. 260.

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Bruegel, Pieter de Oude - De val van icarus

Paisaje con la caída de Ícaro (1554-55), Pieter Brueghel el Viejo

 

En Auden los signos de la transformación posmoderna son legibles en su superación en el interior de la barrera de la modernidad hacia direcciones ilustrada, satírica, teatral, neoclásica. Auden es uno de los pocos grandes poetas que reaccionan entre la primera y la segunda mitad del siglo y advierten (incluso padeciéndolo) el paso de una fase (sus antecedentes son Eliot o Brecht) a otra: su periodo americano, que ocupa gran parte de su vida (de 1939 a 1973) se caracteriza por la pérdida del contexto familiar inglés en el cual y por el cual había escrito sus primeros libros. Europa se aleja, el compromiso político para él está acabado. Auden parece que no sabía qué más hacer con su talento y con sus extraordinarias cualidades de virtuoso del lenguaje poético, de filósofo en verso, de moralista.

            Pero toda la obra de Auden nace en un después de la modernidad: después de Eliot y Yeats, después de Rilke y Valéry, después de Kraus y Brecht. De principio a fin Auden escribe poesía con una amplitud de medios, poniendo en juego una variedad temática y estilística pareciendo no sólo un poeta, sino más bien un dramaturgo o un ensayista en verso. Auden libera a la poesía moderna de sus purismos y de sus rigores. Derrite aquella especie de “parálisis de la discursividad” que había impresionado a los poetas del simbolismo y a los de la vanguardia, abandonando el culto de la forma absoluta tanto como lo informe caótico: restituye a la poesía una riqueza semántica y una fuerza formal anteriormente perdida, que también poetas intelectuales como Eliot habían reconstruido con dificultad (el Eliot de los Cuatro cuartetos era ya contemporáneo de Auden y no se puede descartar que recibió alguna enseñanza de aquél).

            Auden no es un poeta lírico. No aísla (como lo hace también Pound) momentos de intensidad. Habla y piensa en verso. Y sus versos, con la variedad de formas que emplea y su imprevisible regularidad, parecen ser para él sólo instrumentos técnicos para pensar mejor, juego y música sin la cual la inteligencia no conseguiría funcionar adecuadamente.

            La obra poética de Auden posee una fluidez a veces oratoria a veces coloquial que ya de por sí señala una transformación respecto al estilo “modernista” más concentrado, ascético, hermético, órfico, esotérico de autores como Rilke, Yeats, Valéry. “La poesía no es magia”, ha escrito Auden. “Si se puede atribuir a la poesía […] un propósito ulterior, éste consiste en el desencantar y desintoxicar, diciendo la verdad.”

            El lenguaje poético de Auden no aspira (como, después de él, incluso el de Dylan Thomas) a ser un sustituto fonosimbólico de la realidad. Es más bien un comentario a la realidad: mejor observada, descrita y estudiada a distancia, desde afuera y desde lo alto, que directamente experimentada. Auden no es un poeta del ser, es un poeta del pensar. En su poesía las palabras no quieren ser cosas ni influir sobre las cosas.

            “Los desconocidos legisladores del mundo”, escribe en el mismo ensayo citado, “es una definición que se adapta más a los miembros de la policía secreta, que a los poetas.”

            Uno de sus poemas más citados y típicos “Musée des Beaux Arts” (en Another Time, 1940), define ejemplarmente el modo de proceder de Auden y su idea de la poesía. El poeta viene a nuestro encuentro como si visitara una pinacoteca. Observa un cuadro de Pieter Brueghel el Viejo, “La caída de Ícaro”. Parece comunicarnos sus reflexiones confidencialmente, de modo extemporáneo, como lo haría con un amigo que lo acompañara en la sala. Examina los detalles del lienzo y se remonta a una idea general: la naturaleza y la historia humana, la vida cotidiana con sus distracciones y sus trabajos permanecen en aquello que son, incluso si Jesús nace o es crucificado, incluso si un desgraciado Ícaro pierde las alas y cae en el mar. Ironía y sentido de lo trágico no se excluyen: cada uno tiene sus razones y sus fines y esta constatación es al mismo tiempo trágica e irónica. La realidad no obedece a una racionalidad única. El cosmos es una suma de microcosmos que no se reflejan simultáneamente y que muy raramente se comunican entre ellos. Es la visión premoderna de los Viejos Maestros que cuestiona el monismo historicista. La historia no es un proceso unitario que, comprendido en teoría,  pueda ser modificado en la práctica al mismo tiempo. La realidad es descrita por Auden como un escenario ya existente (un cuadro ya pintado) que puede ser observado pero no modificado. El poeta y el intelectual son testigos e intérpretes, no son legisladores ni políticos.

            Auden ha escrito centenares de versos, largos poemas reflexivos, redactados en formas métricas tradicionales. Casi nunca habla de sí mismo, es capaz de versificar cualquier cosa, no fija límites temáticos, de argumento y de tono a su poesía. Varía, comenta, retoma otros textos, sigue a otros escritores, divaga solemnemente y humorísticamente sobre la historia de la civilización a la que pertenece. De manera distinta a la de   simbolistas, de artepuristas, de visionarios, de los nuevos metafísicos y de los vanguardistas, en Auden no encontramos fusiones de imágenes y acercamientos por pura analogía, no encontramos ni siquiera la técnica de la imagen que emerge del vacío y de la oscuridad, no encontramos collage ni montajes de fragmentos. La teatralidad de su versificación, unas veces paródica, otras veces oratoria, mantiene la poesía en las dimensiones de la conversación, de la sátira, de la creación, del ensayo y de la epístola en verso, del sermón.

Alfonso Berardinelli

Traducción del italiano Jorge Mendoza Romero

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