Nueva narrativa colombiana: una generación modelo 70

Cintillo ColombiaFederico Díaz Granados ha preparado un dossier de nueva narrativa colombiana, que ahora presentamos. Considerada por algunos la narrativa más fuerte de la lengua española, Díaz Granados nos ofrece a 16 autores que han merecido Premios Alfaguara, Herralde, etc. Aquí la introducción a la muestra.

 

 

 

UNA GENERACIÓN “MODELO 70”

 

La década de los 70 fue una época de múltiples contradicciones en la historia de Colombia y se constituyó en uno de los decenios más febriles del siglo XX. El fin del Frente Nacional devolvía un país más fragmentado entre los dos partidos políticos dominantes, grupos insurgentes de distintas filiaciones de izquierda,  nacientes grupos de autodefensa campesina y la llegada a la sociedad de una nueva clase emergente: el narcotráfico. Así, entre grandes confusiones, nace una generación de escritores, hijos de intensos entusiasmos y enormes desilusiones, de diversas euforias y repetidos desencantos.

 

 “Después de las grandes rabias y los hermosos errores” es el título que la escritora Luz Mary Giraldo da al prólogo de la antología Cuentos caníbales (2002), para proponer un ámbito a la promoción de autores que abría el siglo XXI con una interesante obra en marcha. Estos “hijos de los hippies” asumían desde entonces un mundo globalizado desde el papel de espectadores de tantos fracasos y sueños rotos.

 

La Generación Modelo 70 nace en ese contexto y su formación se realiza entre la algarabía de aquellos días y las imágenes de un mundo enloquecido. Perestroika y Glasnot entraban al argot cotidiano y al compás de las voces de We are the World el mundo ya no era ancho y ajeno, sino pequeño y  más cercano. Aún reposan en la memoria de muchos las imágenes de la toma de la Embajada Dominicana en 1980 y del Palacio de Justicia en 1985; el asesinato Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro; las bombas del narcotráfico y la avalancha de Armero. Una nueva constitución política los sorprende adolescentes y vía satélite vieron aquella jornada épica en el estadio Monumental de Núñez y unos meses después, un autogol que cegó la vida de Andrés Escobar. También  contemplaron, como si se tratara de un video de MTV, la caída del Muro del Berlín  o la Operación Tormenta del Desierto sobre la legendaria Bagdad.  En aquellos funerales algo de todos se perdió irremediablemente para siempre; algo de inocencia e ingenuidad se detuvo en el tiempo para no retornar nunca más. Good bye Lenin parece decir este tiempo: good bye a una modernidad desgastada y al esplendor de un humanismo.

 

Señalar los principales rasgos distintivos de estos autores “Modelo 70” respecto a las generaciones anteriores, fijar sus tendencias o sus azarosas etiquetas no es fácil en medio de un coro heterogéneo y de voces tan personales. Sin embargo, es necesario señalar en el corpus de autores nacidos en tal década una preocupación por ahondar en el realismo psicológico de los personajes, en vincular la ironía y el humor como herramientas para sorprender al lector, en emplear el lenguaje coloquial como vehículo expresivo directo mediante el cual se representan y se perciben en el mundo y en hacer su crítica de la realidad a partir de lo privado y lo referencial.

 

Ni marginales, ni vanguardistas, los autores de esta generación han encontrado en la crónica periodística su mejor taller literario. Surtidor en el cual han explorado los instrumentos más certeros para narrar y crear hechos literarios, además del aporte de la poesía y sus ámbitos que le dan verosimilitud a los sucesos y personajes. Son ellos los herederos privilegiados de una tradición literaria que va desde el Boom hasta los renovadores de la literatura a través de las nuevas tecnologías y los escenarios de cambios. Practican una libertad total en lo formal gracias a los sistemas de difusión como internet y la tecnología digital. Se nutren con el auge de los talleres de escritura creativa y de las facultades de humanidades y letras cuyos programas de creación han permitido que se formen y publiquen sus textos a edades más tempranas.

 

Como seña de identidad, el concepto de generación para muchos es ambiguo. No a todos los autores que coinciden en el calendario les gusta ser encasillados en el rótulo de una generación. Acá nos atrevemos a señalar una ruta y a proponer una bitácora de vuelo: si bien estamos frente a una diversidad de voces y a un escenario de valiosas individualidades, hay un trasfondo cultural y nacional que pone sobre la mesa unas reglas del juego. Nacieron en una misma época, recibieron una formación similar, compartieron lecturas y estéticas y tuvieron similar horizonte ético y político. Pertenecen, además, a un corpus de la literatura nacional que irá delimitando con el correr de los días un nuevo canon.

 

El escritor Roberto Rubiano Vargas afirma en el prólogo a la antología Calibre 39: “Nuevos nombres y nuevas propuestas despiertan la pasión de dormidos lectores. Tal parece ser la función de los nuevos escritores: provocar en sus contemporáneos una pulsión por las historias, por la vida narrada y la palabra. Esa palabra escrita que todavía produce efectos químicos en el espíritu, pese a que vivimos en tiempos dominados por la luz y el sonido”. Por su parte, el joven narrador Antonio García Ángel señala unos rasgos distintivos en su generación al afirmar que “cada vez hay menos reflexión y más acción, menos lirismo y más presencia del lenguaje de la calle. Las cosas no se dicen sino que se ponen en escena, un personaje no piensa sobre su hastío sino que lo vive”. Otro autor representativo de este grupo generacional, Álvaro Robledo, deja claro que “los temas de la nueva generación pueden terminar siendo recurrentes pero tenemos maneras muy distintas de enfrentarlos”, a lo que Antonio Úngar confirma que “entre los escritores jóvenes hay más diferencias que coincidencias. Excepto lo inevitable: la violencia y la desazón por lo que está ocurriendo”.

 

Cada autor ha establecido su propia genealogía sin fijarse en fronteras temporales, geográficas o idiomáticas Si bien cada uno tiene su inventario de filias y fobias todos revisitan su propia tradición. Esta es la primera generación de autores nacionales que llega a su madurez literaria sin tener que “matar” al Patriarca de Macondo. No son parricidas ni epigonales. Leyeron a García Márquez y todos los del Boom con la distancia y el afecto que se escucha la historia del abuelo. El árbol genealógico de estos autores es tan variado como diverso: han bebido de su tradición. Han mirado hacia afuera y ahí han absorbido de otras tradiciones para asumir las influencias más evidentes en su oficio: Carver, Paul Auster, Rulfo. Cortázar, Cabrera Infante, Bukowski o Hrabal o Sándor Marai, Martin Amis, Vikram Seth, Hanif Kureishi, Roberto Bolaño o Enrique Vila-Matas. Pero también, a sus maneras, han leído a los clásicos de siempre y se han asomado a la filosofía, la poesía y la historia, entre otras disciplinas del arte y el conocimiento. En el mundo cercano y pequeño que mencionábamos atrás, están más cerca de Londres, Bombay, Barcelona o Estambul que de Macondo, Comala o Santa María.

 

Si bien se ha señalado a Colombia como un país de poetas, también es claro que su universalidad la ha conquistado gracias al género de la novela: tres de sus grandes novelas han sido fundacionales de la literatura latinoamericana:  María de Jorge Isaacs, La vorágine de José Eustasio Rivera y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. En esa tradición también se sostiene la nueva generación de narradores colombianos.

 

Si dicen que las historias solo le ocurren a aquellos que son capaces de contarlas, entonces estamos frente a un grupo de autores que mucho tendrán para contar de su tiempo, de su época, del mundo desacralizado donde les correspondió vivir. Hay una cantidad de voces personales que nos entregan, en una patria lingüística común, un mundo apacible, una prolongación de lecturas y héroes de infancia, unas postales familiares y pequeñas evocaciones.

 

Cuáles serían entonces los grandes temas comunes en estos autores, a pesar de sus miradas y búsquedas personales: varios caminos se abrirían de par en par. Se trata de una generación que confirma a la ciudad como escenario dominante, e insiste en el exilio interior y exterior para mirar la realidad y el entorno. Reitera la presencia del cine, la música popular, el periodismo, las nuevas tecnologías y la televisión como canales de expresión o como fuentes inagotables de recursos narrativos y fortalece los registros del lenguaje coloquial. De igual forma, los permanentes viajes a la niñez como refugio, la exaltación de las vidas privadas, los thrillers y relatos cargados de nostalgias, las postales cotidianas y lo absurdo y caricaturesco en la vida diaria, son algunos rasgos característicos en la mayoría. Y unos pocos despojan de trascendencia y solemnidad los rituales cotidianos, a la historia y el devenir.

 

Sus novelas y libros de cuentos son obras en marcha donde las tentaciones de la autobiografía, los relatos del primer amor y el ajuste de cuentas familiar pesan por sobre todas las cosas. No deja de resultar interesante la percepción del tránsito de lo público a lo privado, de lo colectivo a lo individual, del nosotros al yo. Antes los autores se preguntaban  ¿quiénes somos? ahora preguntan ¿quién soy?

 

Entre otras líneas comunes se encuentran la extraterritorialidad, la hibridación, el nomadismo, el ciberespacio, la cultura popular, el exhibicionismo, la    imagen, el simulacro, la virtualidad y las mediaciones. La fragmentación de los géneros, la simultaneidad y el intertexto son instrumentos comunes de la época.

 

Si bien no aparece tan nítido el elemento político, a diferencia de algunos autores de generaciones anteriores, sí hay una responsabilidad civil en cada uno de ellos. Además de sus apuestas narrativas, varios de estos escritores sostienen columnas de opinión en los grandes diarios, entre ellos Carolina Sanín, Juan Esteban Constaín, Ricardo Silva Romero y Juan Gabriel Vásquez, entre otros.

 

También llama la atención que el tema de la realidad violenta del país no sea rasgo característico de los autores nacidos en los 70. Sin embargo, dos de ellos (Ungar y Vásquez) se alzaron con dos de los premios más importantes del ámbito hispánico (el Herralde y el Alfaguara, respectivamente) con novelas que ahondan en nuestra violencia, el narcotráfico y todas sus coordenadas.

 

Autores como Margarita Posada (Bogotá, 1977), Marta Orrantía (Bogotá, 1970), Andrés Felipe Solano (Bogotá, 1977), Juan David Correa Ulloa (Bogotá, 1976), Antonio García Ángel (Cali, 1972), Andrés Burgos (Medellín, 1973), Juan Carlos Garay (Lima, 1974), Juan Martín Fierro (Bogotá, 1972), Pilar Quintana (Cali, 1972) y Fernando Gómez (Palmira, 1974), se han nutrido de manera decisiva del periodismo. La crónica y el reportaje han servido de sustrato para delimitar su mundo y fortalecer la forma de contar y representarse.

 

Por otro lado, Carolina Sanín (Bogotá, 1972), Alejandra Jaramillo Morales (Bogotá, 1971). Juan Esteban Constaín Croce, (Popayán 1979), Juan Álvarez (Neiva, 1978) y Luis Fernando Charry (Bogotá, 1976), se han refugiado en la academia y la vida universitaria. Esto ha confirmado un carácter y una manera de asumir la literatura, la historia y sus grandes temas.

 

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), Ricardo Silva Romero (Bogotá 1975) y Antonio Ungar (Bogotá, 1974), cada uno desde su insularidad, se la han jugado por el oficio de escribir y delimitar un lenguaje personal.

 

Carolina Cuervo Navia (Bogotá, 1980), desde muy niña ha sido reconocida como gran actriz y dramaturga.  María Castilla (Bogotá, 1975) y Melba Escobar (Cali, 1976) se han nutrido del cine y del mundo editorial. Álvaro Robledo (Medellín, 1977), además del cine, ha ahondado su formación en las lecturas de autores orientales y japoneses y el poeta John Jairo Junieles (Sincé, 1970), quién además de ejercer su profesión de abogado, se desempeña también como gestor cultural.

 

Ya algunas antologías habían rastreado las huellas de los autores de esta generación: Señales de ruta. Antología del cuento colombiano, compilada por Juan Pablo Plata (2008) incluye un buen número de autores  nacidos desde 1972; Calibre 39 antología de narradores colombianos (2007) incluye 15 autores nacidos después de 1970; Cuentos caníbales, preparada por Luz Mary Giraldo (2002), incluye 5 autores; El Corazón habitado (2010); B39 Antología de cuento latinoamericano (2007) que incluyó a Vásquez, García, Silva, Quintana, Junieles, Ungar; Rompiendo el silencio: Nuevas narradoras colombianas (2002), Fricciones urbanas: 11 escritores escriben sobre 11 ciudades (2004) y 27 Relatos colombianos (2006) entre otros. De igual forma, revistas como Gatopardo, El Malpensante, Soho, Número y Arcadia han hospedado en sus páginas algunas crónicas, cuentos, reportajes de la gran mayoría de estos autores.

 

Qué podrán tener en común narraciones y mundos tan diferentes. Qué unirá en el tiempo historias como la peregrinación de un joven latinoamericano y dos amigos daneses y un inglés en busca del granero donde comenzó a tocar Jetro Tull con los trece circos donde la soledad se viste de payaso o trapecista, o la búsqueda de un padre con Alhzaimer con una sencilla historia de amor de unos inmigrantes,  un tren que viaja en círculo hacia Armero con el primer Calcio que se jugó en pleno Renacimiento o el reproche de un niño de 10 años a sus padres que se separan, con dos jóvenes que se suicidan en  día del centenario de la muerte de José Asunción Silva.  Los une una patria, la lingüística, la que llena de sentido y significado un idioma, el ser contemporáneos de una época adversa a lo bello y a lo humano, pero que les correspondió vivir en este pequeño globo que nos sostiene a todos.

 

Federico Díaz Granados

 

1) Margarita Posada  

2) Carolina Cuervo Navia

3) Carolina Sanin

4) Álvaro Robledo

5) Juan David Correa Ulloa

6) Andrés Felipe Solano

7) Antonio García Ángel

8) Andrés Burgos

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