En el marco del dossier de poesía española contemporánea, presentamos una muestra del trabajo del poeta y traductor Luis Muñoz (Granada. 1966). Ha merecido distinciones como los premios Ciudad de Córdoba, Ojo Crítico, Generación del 27 y Público. Su poemario más reciente es Querido silencio (Tusquets, 2006). Actualmente es Visiting Professor en The University of Iowa.
EL EXTRANJERO
La soledad escoge un automóvil
que deshace las leves provincias de la noche,
una esquiva y desierta carretera
y la herida que prende una canción
demasiado cercana.
Sólo estas noches de perfil encendido
recorren el certero afán del mundo.
Industrias de los ojos que sufren la memoria
de un tiempo que se dobla a su designio,
puentes caídos, al pasar de las luces
y la visión cifrada de los días.
Es su nombre, alerta y desleal,
quien no somete las sombras del paisaje.
Es él quien busca,
en su movilidad, su resistencia.
POSTALES EN UN SOBRE
Tomaron un pequeño apartamento
al calor de la historia que empezaba
en un pueblo radiante de la costa.
Las familias miraban de reojo
su dulce suficiencia,
su ambigua cercanía cuando tomaban sol,
los leves empujones en la orilla
de muchachos buscándose en el juego,
la risa incontrolable,
el júbilo de luces y de compras
los días de mercado
y un remolino oscuro de murmullos
se levantaba al paso como una nube torda.
En sólo quince días avivaron
contrarios sentimientos, un ascua adormecida
y una imagen inquieta de la felicidad.
Recordarían de aquello más que nada,
muchos años después, en su país del norte,
la coartada airosa de su idioma
para hablar de deseo sin entenderles nadie,
las noches enlazadas de sus cuerpos
con las marcas blanquísimas de los trajes de baño
y un sobre con postales de vocación turística
que guardaron por siempre como un talismán:
el farero viejo cortando caña,
la junta de los bueyes en la plaza del pueblo
y una chica en biquini diciendo okey.
OCHO DE LA MAÑANA
Le miro cómo duerme enredado en al sábana.
La esponja del descanso le borra los sentidos.
Deja pasar dos planchas moteadas de luz
la ventana entreabierta,
picotea en el borde de un tiesto de geranios
un gorrión tremante
con ojos de cabeza de alfiler
y el picoteo se hace
del ritmo de una frase inquisitiva.
Pero no se despierta.
Se abraza a la almohada, se hunde como en nubes
y me atrapa el volverse alzando una rodilla.
No sé si formo parte de su sueño.
Querer es una escala y no sé si alcanza al sueño.
ESTO NO ES UNA EXPERIENCIA
A José Luis Piquero
Conducía un tres puertas azul de doce años
que heredó de su padre y que ya renqueaba.
Con él cruzaba el puente después de medianoche
como una mecha ardiendo suspendida en el río.
Llegaba así a este lado de la ciudad encendida,
se acodaba en la esquina de un local atestado
y dejaba en sus ojos vagar su transparencia
como vagan dormidas las formas de un acuario.
El tirón de la carne era dulce y violento,
sólo a él respondía de manera feliz
y tornaba la vida animal y jugosa.
El resto era roer
las sobras de un banquete.
Se llamaba David, según me dijo,
sólo andaba detrás de lo que era posible
y ayudaba a su madre en un taller de ropa.
INTERIOR TREN
1
Los racimos de humo en el vagón de fumadores
atraviesan colgados los campos de la bruma.
Una niña en tus brazos un momento,
un cuchillo en el plato para el queso,
una dulce burbuja que, inyectada en la vena,
en su ruta de sangre, podría pararla toda.
2
No veo sino cerca:
guiones de la lluvia como espermatozoides
que organizan carreras a través del cristal.
Los bosques fragorosos, el orden de las casas,
los caminos que cruzan y las gentes que esperan
al pie de los andenes, se desdibujan pronto.
También dejas de verte en el reflejo.
Una gota que tiembla en una zeta,
adelanta y engulle a otra más grande.
LOS ASIENTOS TRASEROS DEL AUTOBÚS
Las nubes, que son de hilos negros,
se pegan a las ganas de salir
y al cristal empañado.
Poco a poco, la noche me adormece
y me empapa su tinta
y rellena los brazos,
el algodón del pecho, la bolsa de la lengua.
NANA
Venga la luna
como un vaso de leche
visto desde arriba.
Vengan los peces de tiniebla,
que uno a uno son nada.
Venga el vientre de la ballena
debajo de las sábanas
y la tienda en el monte o el iglú.
Venga una pantalla en blanco
y los cables se aflojen.
Venga el día siguiente,
que su párpado vela
unos ojos marrones.
Venga el frío que lame
como un gato su herida
y los nombres de cosas se deshilen
como tu camiseta.
Alguien dormido es como un péndulo,
como un péndulo.
SIERRA DE GUADARRAMA
1
(Efecto)
Aunque parece quieta, corre
sin parar. Una forma
de prisa inconsolable
por la brecha del dique.
Las hojas de los pinos que la estampan,
la imperturbable cara transparente,
los mosquitos que hilan
sus elipses de encuentros
sobre la superficie,
hacen pensar en lo contrario.
2
(Manada)
¿Cómo saben que es sábado?
¿Por qué no están parados
en mitad del camino?
¿Por qué no mugen,
ni me rodean como a lo tonto,
ni piden pan
con el hocico húmedo
de pulpa de ciruela?
¿Por qué no parten
las ramas secas con su trote sordo,
ni se hacen pasar
por ventiscas de carne,
ni fingen no saber de su belleza
cuando se acercan tanto
y les brillan los ojos
como placas de hielo?
3
(Habla el vecino)
Lo que hagan después, ya no lo sé.
De pronto, están tranquilos.
Se mecen con el viento,
se platean, se doran, se zambullen
en el estanque inmenso de las horas.
Lanzan brillos distintos
para el sol o la lluvia.
Hacen de su espesor
el fondo confortante del paisaje.
Llenan de la nostalgia de cosas no vividas
a los que se pasean.
Y ante sus claros nombres
ni siquiera se inmutan:
fresnos, robles, hayas, sauces.
4
(Me deja estar)
Mejor no lo subrayo.
El día pasa
con su ligero azul sobre las lomas.
Me deja estar en otros.
Me atraviesa sin daño.
Su voluta de sol sobre mi frente.
Su penumbra escarchada
al borde del camino.
5
(Ilusión de permanencia)
Una mano del sol
en las crestas de enfrente
moteadas de liquen.
Nada más juego-ganado
que compararme a ellos.
Las rocas, mucho más,
los castaños, bastante.
Los juncos, las avispas,
mucho menos.
6
(Bocadillo que vuelve de excursión)
Ha envejecido casi instantáneamente.
Las arrugas del papel de aluminio
son un mapa de carreteras
de su dolor del día.
La miga y la corteza no distinguen
qué era qué.
La loncha de jamón
huele a cuarto cerrado
que empieza a ventilarse
abriendo una rendija de ventana
y moviliza rachas de memoria traslúcida.
El queso se le adhiere
–amor sin condiciones–
como tras una noche de inquietud y de frío.
La mantequilla borda una pradera:
vacas glaseadas, mirlos y caballos
sobre las suaves lomas deseosas
tocadas por el sol.
Datos vitales
Luis Muñoz (Granada en 1966) se licenció en Filología Española y en Filología Románica en la Universidad de Granada. En su ciudad natal dirigió el Aula de Literatura de la Universidad (1992-2000) y desde su fundación hasta su cierre (1992-2002) la revista de poesía Hélice. De 2001 a 2012 ha sido asesor literario de la Residencia de Estudiantes y actualmente es Visiting Professor en The University of Iowa. En 1994 preparó el libro colectivo El lugar de la poesía y ha traducido, entre otros autores, a Giuseppe Ungaretti (El cuaderno del viejo, Pre-Textos, 2000). En 2008 comisarió al exposición Gallo. Interior de una revista sobre la publicación dirigida en 1928 por Federico García Lorca. Su obra poética hasta 2005 está recogida en el volumen Limpiar pescado. Poesía reunida 1991-2005 (Visor, 2005). Ha publicado los libros de poemas Septiembre (Hiperión, 1991), Manzanas amarillas (Hiperión,1995), El apetito (Pre-Textos,1998), Correspondencias (Visor, 2001) y Querido silencio (Tusquets, 2006). Ha recibido, entre otros, los premios Ciudad de Córdoba, Ojo Crítico, Generación del 27 y Público. Página web: www.luismuñoz.com