Ahmad Abdel-Muti Hiyazi, poeta egipcio contemporáneo

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El poeta y traductor argentino Rodolfo Alonso (Buenos Aires, 1934) nos presenta la poesía de Ahmad Abdel-Muti Hiyazi, uno de los poetas más destacados de Egipto en nuestros días. Actualmente trabaja en el departamento de estudios arábigos de la Universidad de París.

 

 

UN POETA DE EGIPTO 

 

¿Dónde podía haber ocurrido, sino en el VII Festival Internacional de Poesía y en Medellín? Jean-Clarence Lambert me invita a colaborar con él en la traducción de un poeta árabe, con quien ya nos habíamos conocido y que debe leer esa misma noche. Acepto muy honrado, y no sólo por gusto. En el cuarto del autor donde, sin proponérselo, como al descuido, relumbra la belleza de un plato blanco con rotundas uvas negras rociadas con algunas gotas de agua, que traen algo de frescura a la tarde de calor, trabajamos intensamente en la traducción de un poema de Ahmad Abdel-Muti Hiyazi. Mientras él nos observa, Jean-Clarence me da su versión en francés y escucha mi propia sugerencia en nuestro idioma que, después de múltiples consultas, agotando entre los tres todas las dudas, todas las posibilidades, voy pasando al papel para evaluar su forma escrita.

            Cae la tarde, lentamente, como suele hacerlo en el trópico. Sin darnos cuenta, a pura magia de las circunstancias, todos lejos de casa, quizás estamos reviviendo algo así como un implícito homenaje al espíritu de la memorable Escuela de Traductores de Toledo. Cada palabra viene y va, rodando entre su sentido y su sonido, se la paladea y se la interroga, en un vaivén afín e involuntario, racional e instintivo, de idioma en idioma, de hombre en hombre. Esa noche, en el vasto anfiteatro emplazado en lo alto del cerro Nutibara, ante la reiterada multitud de muchos miles de personas ávidas de compartir poesía, Hiyazi dice el poema original en su propia lengua con una encendida, incontrastable sensualidad mucho más que musical, y  yo  mismo  experimento, vivamente conmovido -al leer a continuación nuestra versión al castellano-, el contacto con la corriente viva del lenguaje encarnado, que nos recorre a todos, en el proscenio o en las gradas.

            Recordé cuando, sentados en la misma mesa con algunos brillantes intelectuales del Africa negra, usando el francés como vehículo, Hiyazi había aludido con sutil ironía a su condición de árabe con aspecto de blanco. El también nos dijo, en otra ocasión, allí mismo, algo así como que los que habíamos quedado fuera de la omnipresente globalización debíamos defender, encarnar una imagen de la poesía que se estaba perdiendo, ligada a la sensualidad del lenguaje humano y ajena a la seca conceptualización tanto como a la hipertecnología dominante. Me parece una propuesta excelente.

            A mi solicitud, amigos de Medellín me informan que Ahmad Abdel-Muti Hiyazi es uno de los poetas más destacados de Egipto, que trabaja en el departamento de estudios arábigos de la Universidad de París y que publicó cinco libros de poesía, entre ellos Ciudad sin corazón. Pero al año siguiente, en 1998, durante las XXI Bienales Internacionales de Poesía, en Lieja, tomo contacto con Luc Norin y Edouard Tarabay, autores de una exigente y lograda Antología de la literatura árabe contemporánea en tres tomos (Editions du Seuil, París, 1967), donde se lo incluye. Ellos me introducen en las dificultades de la transcripción por escrito, en nuestras lenguas, de los sonoros nombres árabes, cuya fonética cambia no sólo de país en país sino, incluso, de región en región. También me informan que Hiyazi nació en 1935, en una pequeña aldea del Delta del Nilo. Que cursó estudios en una escuela normal. Y que su origen modesto lo hizo muy sensible a la miseria del pueblo. Con un lógico resultado: se volvió militante socialista al mismo tiempo que poeta. Otros títulos de sus libros publicados son Aurés y No queda sino la confesión. Y Jean-Clarence Lambert acaba de confirmarme en París que nuestro amigo egipcio ya no reside allí.

El mismo Hiyazi, en cambio, sólo me dijo en Medellín que podía escribirle al legendario diario Al Ahram, en El Cairo, y me transmitió, sin proponérselo, por pura ósmosis, como acaso lo lograban los místicos antípodas de nuestras civilizaciones comunicantes, en los tiempos heroicos, una serena y profunda inmersión en la poesía como experiencia de vida y de lenguaje. Eso que, por aquí, hace ya tiempo que -por desdicha-  andamos extrañando.

 

 

 

ESCULTURA

 

Ese cuerpo, tú no lo posees.

Tú no lo eras, ese cuerpo, cuando entraste de pronto

en mi cuarto, y te sentaste en mi silla.

 

Tu cuerpo, esa visita incierta, vino

como una sombra adornada por tu ropa

y se desnudó para aislarse en su propio rincón.

 

Déjalo en la confusión de los tiempos

y aléjate

quiero descubrir su secreto

dialogar con él por medio de mi boca y mis manos

para que evoque su infancia

la edad previa a los recuerdos

las palabras que no fueron pronunciadas

los torbellinos de sangre alegre de la juventud

olvidando mañana, su aurora y su tarde.

 

Si fuera un tigre hambriento

le daría una copa de vino

y encendería fuego en la chimenea.

 

Si fuera una yegua desatada

con sus crines al viento

la seguiría en el espejismo

y la buscaría hasta el fin de los tiempos

para regresar con ella

pero sin domarla:

¿cómo atrapar un relámpago?

¿cómo encadenar la brasa del alma?

 

Sin embargo, bailo con ella toda la noche

hasta el amanecer cuando ella revive

como mármol despierto,

desligada, libre,

feliz en un tiempo eterno,

revelando su corazón y buscando su deseo

perdido en las tardes y los jardines solitarios

dibujando con su desnudez interior

imágenes que aparecen una tras otra

sobre sus miembros

como los velos transparentes de sombra y de luz

que caen en lluvia de crepúsculo sobre sus hombros

y hacen como que respiran sobre ese cuerpo al que visten y

/desvisten.

 

Cada vez que el cuerpo extiende una pierna

o suspira o descubre su blanco pecho

o acaricia su cabellera negra

el tiempo se detiene un instante

y retoma su ritmo

cubriendo de sombras las frescas colinas

y de luces las cimas

como una fuente que corre

se vuelve transparente sobre los guijarros

y sombra entre las sombras

haciéndose espuma

finalmente.

 

Le he dicho al cuerpo cuyo ardor se ha calmado durante la noche

y que se ha vuelto una idea en mi cabeza:

–Vuelve a ser lo que eras, mi dueño.

Pero aquello que fue nunca regresa.

 

                      (Versión de Jean-Clarence Lambert y Rodolfo Alonso)

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