Antología de Poesía colombiana No. 7: Gonzalo Mallarino

Gonzalo MallarinoEn el marco de la Antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos la poesía de Gonzalo Mallarino (Bogotá, 1958). Han aparecido las antologías de su poesía Vara de buscar agua y nueve retratos (2006) y Los párpados cerrados (2010). También es novelista.

 

 

El triste gris de la tarde

 

El triste gris de la tarde

se tiende en el cielo para la lluvia

inevitable que avanza.

Estoy lejano, abstraído

ante esta reina que empieza a caer

con negras alas tendidas,

con lentos sueños de plata

y altos espejos de metal templado.

El espacio abre sus brazos,

la luz del tiempo demora

la tarde, la retiene en las paredes

y ventanas de mercurio.

Qué lluvia fría de espantos

robando los colores de los parques,

los ocres tenues, los verdes

del alto pino dormido

en medio del firmamento empapado

que se carga de nubes.

Se eleva, viaja, navega

La memoria en un sueño que regresa

con el agua en libertad.

Allá en la calle va el niño

caminando en los ríos desatados

y los pozos desafiantes.

Allá en la calle ese niño

y en sus pálidas mejillas heladas

dormida la tarde triste.

 


 

No puedes venir

 

La luz cayendo entre los árboles

y esos niños mirando la tierra y buscando con los dedos.

 

Las ramas sobre las cabezas y los niños mirando

las piedras y las lombrices.

 

Se encaramaron después en la barda amarilla para

mirar el río y abajo unas mujeres negras lavando.

 

¿Viste las uñas? ¿Las piernas de ellos? ¿Las espaldas con pecas?

¿Y unas yemas buscando piojos despacio?

 

Así para que sepas cuánta luz había y no vengas

oscura. Mira cuánta tórtola

y cuánta hoja había.

 

Recuerda la tierra entre las uñas de los niños.

Si aún te hace falta mira las rodillas.

Mira que ahora están respirando otra vez los niños

y cae otra hoja.

 

No puedes venir oscura ahora.

No puedes llegarme hoy.

Si sigo en mi letanía

no puedes ya alcanzarme. Oscura.


 

 

 

El tiempo

 

El tiempo se mete entre los vidrios. Borra

las cosas y las voces que estaban.

 

Yo creería que lo único son los ojos. Y sólo a veces.

Los ojos tienen siempre una tristeza

que puede durar.

 

En cambio las voces. Las manos. Las

bocas. Todo se hace astillas. Particularmente

los brazos se hacen astillas.

 

Ya el vientre que respirábamos. O los muslos

dulces. Eso se ha perdido casi

como si no hubiera sido nunca.

O como si no hubiéramos sido nosotros.

 

¡Qué dolor! Como si no hubiéramos

sido nosotros.   

 

 

 

 

El recorrido

 

Oigo tus pasos

en el corredor oscuro

de barandas de madera.

 

Hablas en voz baja

con tus habitantes interiores.

Recibes el eco

de su materia de obsesión.

 

Vas por el corredor sin tiempo.

 

Levantas las manos en la noche de raíces.

El campo calla.

El río recorre

el laberinto final

de tu memoria detenida.

 

 

 

 

La tarde, las tardes

 

La tarde. Cuánto diera yo

por un instante en mi niñez.

 

La tarde. La infancia de Cali

hecha de viento. Hecha de niños

corriendo en calzoncillos calle

abajo. Con la brisa de las

hojas tostadas en la espalda.

 

La tarde fueron los bastones

de luz. Las móviles partículas

cayendo entre las copas de los

árboles. Los cuerpos calientes

de la siesta flotando libres

en el aire de las chicharras.

 

La tarde. ¡Ay! cuánto diera yo.

 

Volver a mi infancia y mirar

a los niños sobre la hierba.

 

Buscarme y hallar a mis hijos

en mi lugar ya. Con mi gato

negro dormido entre sus piernas.

 

 

 

 

Pablo Sexto

 

Algunos despiertan

pero permanecen tendidos en sus camas.

Abren los ojos sin luz. Sin mirada.

 

Algunos como tú

no quieren levantarse y mirar por la ventana

porque saben que un bloque

de nubes estará oscureciendo a Monserrate.

 

Porque saben que en el parque

las gotas estarán brillando entre los pinos

y deslizándose sobre las hojas púrpuras de los eucaliptos.

Y no quieren mirar eso al despertar.

 

Entonces no se levantan. Hay mujeres como tú

que no se levantan porque sienten sus vidas

como fardos.

 

Tú. A quien quiero llamar. Nombrar ahora.

Adelaida por ejemplo.

Bebiendo agua en la cocina oscurecida.

 

No has querido mirar la tarde

dura del domingo. Sólo bebes agua como todos

al despertar. Descalza sobre el baldosín. Desnuda

bajo la bata blanca. Con los mechones claros

y largos de pelo sobe la espalda

y a los lados de la cabeza.

 

El lunes por la noche cuando la vecina te encuentre

la luz del alumbrado entrará por la ventana.

Tu rostro se verá morado o gris.

Tendrás las manos

sobre el pecho y las piernas un poco separadas.

 

Adelaida, tendrás los labios cerrados

con fuerza. Secos. Sin color.

 

Afuera seguirá lloviendo, Adelaida. El agua

caerá incesantemente

bajo el polvo blanco y silencioso de las lámparas.

  

 

 

 

Ciudades

 

Sentirse apenado el domingo

de llovizna cuando las hojas

se están helando y las heridas

de los trocos son más oscuras.

 

O recordando con dolor

unos brazos tibios. Un último

beso delante de las grietas.

 

Mi olvido entonces son ciudades.

Grandes ciudades inundadas.


 

 

 

La piedra

 

El silencio de la piedra mojada

de Uxmal es el mismo

silencio de las terrazas de Pisac.

 

Es el mismo dolor de la piedra

dura como la sangre que corrió

para levantar las torres. 

 

Un agua de raíces

guarda las galerías y defiende

los corredores.

 

Yucatán. Cuzco. Un mismo silencio

vuelve hasta mi vida.

 

Es el cielo manchado

por el grito de los loros.

 

 

 

 

Bronx Zoo

 

Aunque enseñan las sonrisas vivaces

tienen los ojos anegados.

 

No sé si lloran cuando están solos. Recostados

o tendidos en la piedra fría no sé

si lloran agobiados.

 

El grupo nos mira

entre las cáscaras y las materias. Desean

como un solo corazón oscuro

que nos vayamos pronto.

 

Quieren entrar en su noche

para tenderse. Para palparse. Para abrir las bocas

enormes y tragarse los relámpagos.

 

Ya una vez

estuvimos todos juntos (sin la reja). En frente

de la pared enrarecida del primer horizonte.

Entonces nos reunía una roseta amarilla

que brotaba entre las manos.

 

 

 

 

Morada de tu canto

 

 

Busco el fondo de la pena en tus ojos.

Ahora que duermes y tu palabra

alcanza otros países,

mi boca llega al borde de tu piel,

hago tierra en tu cuerpo y mis naves caen de amor.

 

Cierro así toda herida recibida

en los viajes del mar antepasado,

me cubro de neblina como una torre

donde tu canción tiene morada.

 

 

 

Datos vitales

Gonzalo Mallarino (Bogotá, 1958). Sus primeros poemas aparecen en el periódico El Tiempo en 1984, y su primera colección de poemas en la antología Se nos volvieron aves las palabras, editada por El Gimnasio Moderno en 1986. También es autor de los libros de poemas Cármina (1986), Los llantos (1988), La ventana profunda (1995) y La tarde, las tardes (2000), con los que ha obtenido varios reconocimientos importantes. Han aparecido las antologías de su poesía Vara de buscar agua y nueve retratos (2006) y Los párpados cerrados (2010). Sus poemas han sido incluidos en diversas publicaciones y panoramas. De igual forma es autor de la “Trilogía Bogotá” que incluye las novelas: Según la costumbre, Delante de ellas y Los otros y Adelaida. En 2009 apareció su cuarta novela Santa  Rita y en 2011 La intriga del Lapislázuli, su novela más reciente.

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