Testamento, poema de Liliane Wouters

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Presentamos, en versión del poeta y traductor Samuel Espinosa, un poema de la escritora belga Liliane Wouters (1930). Ha merecido, entre otros, el Premio Monteigne, por el conjunto de su obra (Hamburgo, 1995), Beca Goncourt de poesía (París 2000), Premio Quinquenal de la Comunidad francesa (Bruselas, 2000), Premio Alain Bosquet (2010). Actualmente Espinosa es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía.

Testamento

 

Al niño que no tuve

y sin embargo recibí de un hombre

setenta veces siete y muchas más, al niño sabio

a cuyo aliento y rostro yo di forma

siete y setenta veces, en un vientre igual

al mío, en noches rojas de sol,

en días cristalinos de aurora boreal,

al niño cuyas iniciales secretas llevo

en mí, igual que tu nombre, Yahvé,

niño concebido, inacabado siempre,

que me hacen, que yo hago, cada vez que amo,

que se deshace en mí para darme un poema,

al niño que no vendrá

para cerrar mis ojos, escoger la última sábana,

caminar tras de mi peso, los huesos, las cenizas,

mirarme descender hacia la fosa,

a ese niño al que dejo ante Dios, ante

ante los hombres y ante mi perro, ante el día viviente

(que no es sino porque yo soy y morirá

como yo muero) lego, por cuanto se podrá,

por cuanto así es la usanza ahí de donde vengo, en mi lugar

dejo a su padre y madre como uno solo,

lego todos mis bienes de la carne, del espíritu,

del tiempo contado siempre y del espacio ilusorio:

 

la esquina del cielo que en vano escudriñé,

el cordel de tierra en que gastaba mi suelas,

los cuatro muros entre los que me tuve,

los seis tabiques que le serán por gemelos;

 

el dinero que se me escapó entre los dedos

–por el placer de tenerlo para derramarlo–,

el falso saber que me endilgaron

–por la alegría de también desaprender–;

 

los días pasados que no viví,

y los días vividos por los que pasé de cerca,

el tiempo mortal al que sobreviví,

la hora eterna y por tanto borrada,

 

el amor abandonado del que ignoraba el precio,

el amor dado a quien no supo darlo,

el amor ofrecido que también yo recibí,

el amor perdido que vemos esperar afuera.

 

al hijo que nunca tuve,

y que en mi carne yo formé

de mi semilla, y cuya existencia se perfeccionó con cada abrazo,

a ese niño le dejo, en las buenas pero sobre todo

en las malas, lo que me prestó el día:

 

el yo que me dio crédito

ante los índices que sobrepasaban mis miedos

sin que pudiera escoger ni el rostro,

ni el sexo (hay que tomar lo que nos llega):

 

un cerebro hueco en para una cabeza repleta,

un cuerpo demasiado blando recubriendo huesos demasiado poderosos

una sangre tan viva para tan corto aliento

un corazón demasiado dulce para una sangre tan furiosa,

pies que no levantaron más que polvo,

brazos que con sorpresa estrecharon el viento,

rodillas atrapadas en oraciones

manos que se mantienen vacías como debieron;

 

unos ojos cerrados al lado de las cosas,

-esa mitad que es defecto de todos-,

unos ojos abiertos sobre papeles cerrados

y sobre el negro que se mira hasta que nos hace falta.

 

Al hijo que no tuve

le dejo, en fin, para que lo tenga

bien en cuenta, para que recuerde

contumazmente, ya que será deshilvanado

el borde de mi paso en una tela antigua:

 

las quince cosas que jamás pude hacer:

inclinar la frente ante alguien más grande que yo,

andar sobre lo más pequeño, mostrar el dedo,

gritar con una turba o bien, quedarme callada,

reconocer el Negro entre los Blancos,

escoger diez justos, nombrar a un culpable,

encontrar esa actitud conveniente,

leer a alguien más que a mí misma en los espejos,

conjugar el amor con muchas personas,

resistir la tentación, lastimar voluntariamente,

seguir indecisa,  decir Cambronne[1]

en vez de “merde”, porque es mucho más francés.

 

 

Testament

 

A l’enfant que je n’ai pas eu

mais que d’un homme je reçus

septante fois sept fois et d’avantage, à l’enfant sage

dont je formai le souffle et le visage

sept fois septante fois, dans un ventre pareil

au mien, par des nuits rouges de soleil,

par des jours cristallins d’aurore boréale,

à l’enfant dont je porte en moi les initiales

secrètes, ainsi que ton nom, Yahvé,

enfant conçu, toujours inachevé,

qu’on me fait, que je fais, à chaque fois que j’aime,

qui se défait en moi pour donner un poème,

à l’enfant qui ne viendra pas

clore mes yeux, choisir l’ultime drap,

marcher derrière mon poids, d’os, de cendres,

me regarder dans la fosse descendre,

à cet enfant je lègue devant Dieu, devant

les hommes et mon chien, devant le jour vivant

(qui n’est que parce que je suis et qui mourra

comme je meurs) je lègue, pour autant que se pourra,

pour autant qu’il en fasse usage en lieu et place

de moi, ses père et mère en un seul être pris,

je lègue tous mes biens de chair, d’esprit,

de temps toujours compté et d’illusoire espace:

 

le coin de ciel que j’ai scruté en vain,

l’arpent de terre où j’usai mes semelles,

les quatre murs entre quoi je me tins,

les six cloisons qui leur seront jumelles;

 

l’argent qui m’est entre les doigts filé

– pour le plaisir que j’eus à le répandre –

le faux savoir qu’on me crut refiler

– pour le bonheur d’aussitôt désapprendre – ;

 

les jours passés que je n’ai pas vécus,

le jours vécus près desquels suis passée,

le temps mortel à quoi j’ai survécu,

l’heure éternelle et pourtant effacée ;

 

l’amour jeté dont j’ignorai le prix,

l’amour donné à qui ne sut le rendre,

l’amour offert qu’aussitôt je repris,

l’amour perdu qu’on voit dehors attendre.

 

A l’enfant que je n’ai pas eu

que pourtant j’ai de ma semence

formé, dedans ma chair conçu, dont chaque étreinte parfait l’existence

à cet enfant je lègue pour le mieux mais surtout pour

le pire, ce que m’a prêté le jour :

 

le moi dont à crédit je fais usage

à de taux qui dépassent mes moyens,

dont je n’ai pu choisir ni le visage,

ni le sexe (il faut prendre ce qui vient) :

 

un cerveau creux dans une tête pleine,

un corps trop mou sur des os trop puissants,

un sang trop vif pour une courte haleine,

un cœur trop doux pour ce furieux sang,

 

des pieds qui n’ont soulevé que poussière,

des bras surpris d’avoir étreint le vent,

des genoux pris au piège des prières,

des mains restant vides comme devant ;

 

des yeux fermés sur un côte des choses,

—cette moitié qui fait à tous défaut—,

des yeux ouverts sous leurs paupières closes

et dans le noir plus qu’il n’en faut.

 

À l’enfant que je n’ai pas eu

je lègue enfin, pour qu’il en tienne

bien compte, pour qu’il s’en souvienne

par contumace, lorsque sera décousu

l’ourlet de mon passage sur l’étoffe ancienne :

 

les quinze choses que jamais je n’ai pu faire :

courber le front devant plus grand que moi,

marcher sur plus petit, montrer le doigt,

crier avec la foule, ou bien me taire,

reconnaître parmi les Blancs le Noir,

choisir dix justes, nommer un coupable,

trouver telle attitude convenable,

lire un outre que moi dans les miroirs,

conjuguer l’amour à plusieurs personnes,

résister à la tentation, blesser exprès,

rester dans l’indécis, dire Cambronne

au lieu de merde, qui est plus français.

 

 

 

De Tous les chemins conduisent à la mer.



[1] Pierre Cambronne (1770–1842) General de la Guardia francesa, combatiente en la batalla de Waterloo (1815). Famoso por contestar, ante el acoso inglés y la inevitable rendición, “La garde meurt et ne se rend pas!” (¡la guardia muere y no se rinde!) y posteriormente responder a la insistencia con la expresión “Merde” (mierda) a la que se hace referencia en este poema. La anécdota es tan conocida –y tan atractiva- que con el paso del tiempo Cambronne se ha vuelto la forma políticamente correcta de decir mierda, y resulta prácticamente imposible encontrar un referente paralelo en español. Lo más cercano en el contexto mexicano sería recurrir a la frase “si hubiera parque no estaría usted aquí”, aunque dista mucho  de portar el contenido escatológico de la expresión francesa.

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Liliane Wouters (Bélgica, 1930).  Poeta, ensayista, dramaturga y traductora. Es miembro de la Academia Real de la Lengua y la Literatura Francesas, de la Academia Real de Lengua y Literatura Neerlandesas (honorario), de la Academia Europea de poesía. Entre sus obras destacan: La Marche forcée, Le Bois sec, Journal du scribe, Le Billet de Pascal. También se ha dedicado a difundir la poesía francófona a través de la publicación de diversas antologías: Ça rime et ça rame, anthologie pour les jeunesLa poésie francophone de Belgique, entre otras. Algunos de sus reconocimientos: Premio Monteigne, por el conjunto de su obra (Hamburgo, 1995), Beca Goncourt de poesía (París 2000), Premio Quinquenal de la Comunidad francesa (Bruselas, 2000), Premio Alain Bosquet (2010).

 

 

 

 

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