España en su poesía: Reinaldo Jiménez

Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, un acercamiento al trabajo de Reinaldo Jiménez (Almuñécar, Granada, 1969). ha merecido distinciones como el Premio de poesía Enma Egea de Cartagena, 2001), Premio Tardor de poesía de Castellón, Premio de Poesía Alegría de Santander y  el Premio Bienal de Poesía Provincia de León, 2012.

 

 

 

 

 

 

AL – MU´TAMID

 

Al paso volador de las perdices

al- Mu´tamid lloraba hace diez siglos:

 

Ojalá no probéis

la triste lejanía de los vuestros,

ni el corazón tengáis tan apenado,

ni los ojos llorosos por vuestros hijos idos.

No acabéis como yo.

 

Hace de esto diez siglos

con los pies engrillados.

 

Sólo describo – dijo – la humanidad de siempre.

 

Yo soy al- Mu´tamid.

Proteja siempre Dios a las perdices.

 

 

 

 

 

HIND

 

Más allá del alféizar los lejanos vencejos

y una flama de jaras en los cerros reposa,

en el río los lirios altaneros y juncos

y en mis ojos humildes un incendio de avena.

 

Cerca de la ventana mi jardín, surtidores,

decidida querencia de frescor y de sombra,

un clamor de gladiolos al pie de los naranjos

y la verde conjura de las enredaderas.

 

Aquí dentro en la estancia una música escala

el velado perfil que delata las cosas

y es mi voz sobre todo un blancor o una bruma

que en el ámbito vierte su matiz de tristeza.

 

Pero yo sé que un día venidero, vencejos

guardarán el recuerdo de mi música sola,

o los lirios del río o la jara o los juncos,

o el frescor o la sombra cuando yo ya no sea.

 

 

 

 

 

ENSEÑANZA

 

Cuántas veces me salva tu sencilla

enseñanza; ese don

que a los ojos de aquel niño no fuera

sino sólo una forma de descubrir el mundo

y en su amor ha crecido como un himno

luminoso en su noche.

Por que sé que buscabas al horadar la tierra

más allá de la tierra una verdad más honda

y contigo me supe ir haciendo pequeño

bajo el cielo encendido de noviembre.

Todo aquello me salva, padre, en mis horas más tristes:

saberme necesario como el pobre gusano

que horadaba la tierra o sentir que los astros

en su arder no me ignoran y es su luz

una ofrenda para el frío del hombre.

 

 

 

 

 

LEGADO

 

Nada puedo ofrecerte que te ayude

a vivir. Ni siquiera estas palabras de ahora

que se irán apagando en su afán contra el tiempo

y que a mí solamente al pronunciarlas salvan

de no estar tan perdido.

Que te acompañe siempre la luz que hay en las cosas

y que sepas en una flor o un ave

resolver la más honda tristeza de tus dudas.

Que no empañen los hombres tu don de la alegría

y el confín más lejano que tus ojos

contemplen sea la inmensa planicie de unas manos

que te amen. Que ese dios al que alces en la noche

tu plegaria te sea humanamente bueno

y en la impiedad del mundo no naufrague

tu amor. Que no te asombres si al ir creciendo te haces

cada vez más pequeño: es el milagro

que no alcanzo a explicarte y te deseo.

 

 

 

 

 

EL BÚHO

 

Clareaba la aurora de febrero

y la tierra exhalaba un vaho de humedades.

Era el paisaje todo

evocación de un alba remotísima,

de un mundo apenas

recién inaugurado.

 

Sorprendido

del sol, sobre la cumbre

que trazaba el tendido de unos cables eléctricos,

se hacía de quietud su estampa muda.

 

Supuse que vendría de otro tiempo,

no del recinto de la noche. Hablo

de ese confín donde prendiera un día

con su prístina llama la conciencia.

 

¿Era de todo cuanto nombra

la luz al desleírse testigo, o solamente

el ciego espectador de un mundo en llamas?

 

Levantó luego el vuelo hendiendo el aire

-hasta entonces intacto- hacia el cobijo

de un robledal tallado en la distancia.

 

Huía de la luz, como yo huyera,

a un paisaje interior donde se erige

un mundo sin contornos.

 

Y alcé también con él

un unísono vuelo. El vuelo único.

 

 

 

 

 

 

EL PANTANO 

 

Algo queda en nosotros más allá del instante

en el que contemplamos.

Algo

que sin saberlo ya estuviera

en el limo de nuestra inteligencia,

y que pertinaz busca

el paisaje solícito de su decantación.

 

Así he llegado al lecho

fantasmal de un pantano que las largas sequías

desecaron. Emerge

entre el lodo un osario de ramas y de juncos

del que pende el ropaje

de las pálidas algas. A los lejos,

apenas espejismo,

la lámina del agua y unas cárcavas

blanquecinas al fondo hieren la tierra estéril.

 

Y he sentido de pronto

que en esta hostil belleza no reside

la emoción consabida que extraemos

de ese páramo yermo de soledad y fangos,

 

que acaso inatendida esa emoción

preexiste en el oscuro

légamo donde se hunde el pensamiento.

 

Mirar es agitar la luz o el lodo.

 

 

 

 

 

 

 VIDES

 

El aliento del frío ha incendiado estos campos.

Arde rojo diciembre entre las vides.

 

Qué fuego extemporáneo en la mirada.

 

Qué impetuosa sed nos hace

raíz del pensamiento al contemplarlos.

 

Remontamos el curso de la savia,

se eleva nuestra fe

hacia algún reino mineral que fuimos,

hasta que un vino inmemorial nos ciega.

 

Bebe la sed del hombre

este vino solar contra lo oscuro.

 

Sigue ardiendo diciembre entre las vides rojas.

 

 

 

 

 

 

TIERRA

 

Miro, no al cielo, padre,

sino a la tierra miro.

 

Pues fue más poderosa,

lejos de las palabras, la enseñanza

sencilla de tu gesto.

 

Abrió sus oquedades un cielo insuficiente,

en él sólo crecieron apenas conjeturas,

plomo de la carencia. Sin embargo

al tiempo ha florecido

la crédula corola

de algunas certidumbres:

 

el vínculo que une seres en la pureza.

 

Sostenías la tierra en un conocimiento

vedado a las palabras,

labrabas con amor

y en tu entregado afán eras la tierra.

 

Es fanal esa imagen y se hace vigorosa

y pecho adentro se abre en surcos de alegría

hasta hacerme de tierra entre la tierra.

 

Qué plenitud ahora, padre,

que el miedo languidece.

 

 

 

 

 

 

ÁRBOLES

 

Los troncos que mis manos en su afán

por descubrir el mundo acariciaron

siendo niño han crecido conmigo piel adentro.

 

Las resecas cortezas de las vides, las formas

impensables en los lechosos troncos

de la higuera, la arisca

robustez con que alzaban

los viejos algarrobos

su inmensa fortaleza,

esa sabia quietud

que había en los olivos,

la espinosa dulzura

de los azahares o la agreste

beldad de los granados.

 

No las retiene mi memoria, sino

mi piel que guarda su relieve inverso.

 

Cuánto de lo vivido se acomoda

en esa nervadura. Cómo

pude intuir que el mundo estaba

sobre la piel, escrito, de esos árboles.

 

 

 

 

 

HABITARÁS LA CASA

 

Abre la puerta, que campeen los aires

por las estancias de la casa, deja

que incinere la luz la levadura

de tus miedos. Derriba los tejados

que te empape la lluvia. Abate

las paredes, que el río de la vida

arrastre tu costumbre. Abraza

la intemperie, la vastedad del mundo.

En su vigor renacerás.

Estarás fuera, o dentro.

Ya no importa:

Habitarás la casa.

 

 

 

 

 

Datos vitales

Reinaldo Jiménez (Almuñécar, Granada, 1969). Además de su labor como maestro, realiza ponencias e imparte cursos para docentes en torno a la creación literaria como recurso en las aulas y participa en talleres de animación a la lectura y la escritura para escolares. Parte de su obra poética se dirige al público adulto, pero también cuenta con diversas publicaciones de literatura infantil y juvenil en poesía y teatro. Algunos de sus libros de poesía son: Al paso volador de las perdices (Premio de poesía Enma Egea de Cartagena, 2001), Paisajes sobre el agua (Premio Tardor de poesía de Castellón, 2002), El vuelo único (Premio de Poesía Alegría de Santander, 2006), Habitarás la casa (Premio Bienal de Poesía Provincia de León, 2012).

 

 

 

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