Carlos Alatriste sobre Pleamar en vuelo

Carlos Alatriste reseña el poemario Pleamar en vuelo del poeta poblano Rubén Márquez Máximo. Este libro se presentará el día de hoy a las 18 horas en la Casa del Escritor, en Puebla.

Hay un acuerdo más o menos implícito (si no queremos llamarle conciencia) de que frente el poema, se impone el silencio. Que tratar de explicarlo, parafrasearlo, contextualizarlo o cualquier otro intento de mostrar el sentido que entraña, resulta insuficiente. Y sin embargo, a veces dan ganas de analizar los textos poéticos a la Beristáin, con esquemas métrico-rítmicos, recuento de nexos o adjetivos, amén de interpretaciones magníficas y novedosas de las obsesiones del autor y sus influencias; o bien, se antoja verificar que además de las figuras retóricas, el texto cumpla con las condiciones ineludibles de las que habla Silvia Adela Kohan en su Cómo se escribe poesía: composición, ritmo, discurso, economía de lenguaje y tensión creativa, dominio del espacio y trabajo de la palabra. O elucubrar con las imágenes que evoca, convoca y provoca la musicalidad del verso. En otras ocasiones basta con leer o escuchar y concluir con un simple me gusta, o cualquier otra valoración subjetiva en la muy personal escala que va del chafa hasta el chido. En este ánimo, he leído con placer el Pleamar en vuelo de Rubén Márquez (México: Alforja, 2008), un poemario de sobra grato, cuyos rumores dicen de la sacralidad de lo inmediato y lo profano, porque a fin de cuentas los extremos se tocan en algún punto del viaje…

Rubén Márquez es un poeta que apela a los sentidos, al gusto que toca, a la mirada que se pierde en un remolino de colores, sonidos y aromas. Los lleva al extremo, pues sabe que sólo en el cuerpo la palabra -el verbo- puede alcanzar su dimensión cósmica.

me encuentro frente a ti
y giran las palabras

dice en alguna parte,

Y somos dos astros fragmentados
dos trozos perdidos sin perderse
dos palabras disueltas.

en otra,

Copulando
En el corazón del átomo
Somos lusol y luzaurora
Vediazulenando en el centro del espacio

El sujeto lírico viaja por la sensualidad, capturando postales de sentimientos/sensaciones, llevado siempre por el oleaje del deseo. Pleamar en vuelo erotiza el universo, con voces que pasa por el beso, a veces discreto, en ocasiones descarado e impúdico. Besos que traen a la mente una lejana antropofagia. Gritos del deseo extremo de poseer la alteridad, incorporar la carne ajena al propio misterio, deglutirla, ser lo mismo sin dejar de ser distintos (porque si no, qué sentido tendría).

Y los besos se escurren
por tu cuerpo
y sus galaxias
*
Y mis labios se posan en la leve sombra
de un vuelo de luciérnagas

E insiste el poeta: “Muerdo el olor de tu sexo”, “Nuestro beso revienta el viento en llamas”, “devoro los labios lentamente sin tocarlos”, “Un beso violento volteando los planetas”. Mientras sigue “La música musitando musas” a través de recurrencias de sonidos, de esas que cuando suenan chido se llaman aliteraciones, y cuando tienden a lo chafa se les clasifica como cacofonías:

un sonido lambo lumbo
como la palabra limbo

Y el catálogo de ecos dispersos en los poemas se alarga: “tu figura femenina”, “un grito grisilento de corales”, “mi lengua de ola / navegará salada por tus sales”, “un llanto en amarillo”, “una luz ausente de las partículas”, “revienta la vela del relámpago”, “mi merluza marina”, “una sílaba saliendo de la boca”. Pero no se trata de un simple juego fonético/fonológico. Hay más que rima interna y metonimia. Es co-incidencia, no en el sentido de casualidad, sino de correspondencia, como puede verse/oírse en los siguientes versos tomados al azar, de poemas distintos:

y alucina calcinando

la verdad del verde

Andan/nadan

Así, el poemario deviene re-velación de verdades tan evidentes que deslumbran, aseveraciones que parecen absurdas porque nos muestran la paradoja contemporánea, porque nos devuelven la responsabilidad de ponerle nombre a todo lo que hay en el paraíso (que por alguna razón ya no nos pertenece), porque de tan simples se tornan complicadas, porque algo suena después de darle vueltas.

Hay un sitio azul dentro del azul

o

y en medio de todo
hay un sol prendido de la noche

y

En medio de tu cuerpo
Un caracol inventa la poesía.

Rubén Márquez se nos presenta en su primer libro como uno de esos poetas que no le temen a la repetición (de sus maestros, de sí mismo, de los sonidos), es de esos poetas que se atreven a contar historias (así como era en el principio), al balbuceo (anterior a toda palabra), de los que parodian y reciclan, reclaman (porque el lenguaje es de todos y ningún verso le pertenece a quien lo escribe… lo que se publica se hace público).

En este intento de tenerte
leo a Neruda y a Oliverio
comparto orgasmos
abordo barcos
y la espuma

En fin, es un poeta que escribe lo que le exige la palabra. El canto XXVIII -concierto de líquidas y nasales- está escrito con 44 palabras, 17 de ellas son luna con adjetivos que la muestran poliédrica en vez de esférica; a fin de cuentas, 36 eles (l). ¿Muchas? No, si consideramos que antes de que acabe el poemario queda espacio para libélulas salvajes, una líquida lunábida, largos alaridos, lenguajes de tu lengua, la orilla del abismo, la luz del aire danzando en la marea. No, si pensamos que exigencia ineludible del poeta es decir algo con las palabras precisas, las necesarias, ni una más ni una menos. No, si el lector afortunadamente está a salvo de la perniciosa elefobia o miedo a las eles. No, si nos damos cuenta de que,

A la deriva
siempre a la deriva
divisamos la poesía.

Fuente: De lo pos a lo hipermoderno.

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