Efraín Bartolomé: presentación

Un retrato del poeta chiapaneco Efraín Bartolomé por Moisés Ramos, leído en el marco del pasado Festival Internacional de Puebla.

Cuando Efraín Bartolomé recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1984, su obra era breve, pero la distinción le fue otorgada a un poeta cuya poesía contenía una serenidad, un reposo y una madurez que justificaban el reconocimiento a quien, a penas dos años antes había publicado su primer libro, Ojo de jaguar.

De la deleitosa continuación del Cantar de los cantares; del deseo y el gozo, y su rostro, múltiple llama, y el canto melodioso de aquéllos, el poeta de Música solar repensaba a Manrique a través de sus coplas, las más famosas de la lengua española, para mirar no sólo la inestabilidad de nuestro ser, sino, Heráclito de agudísima conciencias veinticinco siglos después, miraba y cantaba la destrucción y podredumbre que vamos dejando a nuestro paso.

Conciencia plena de que no somos sino sombra, Efraín Bartolomé ya sostenía una profética voz de imágenes rotundas mediante las cuales reconocía no ser sino una raya sobre el agua, aun cuando poco después describiría su ser: “Soy poeta y mi oficio es arder”.

Hoy, veinticuatro años después de haber recibido el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, Efraín Bartolomé leerá entre nosotros, con más sabiduría acumulada, al grado de seguir reconociendo que, al escribir no hace sino tatuajes en el agua.

Hoy debemos reconocer que Efraín Bartolomé tenía razón cuando cantaba (y puede seguir cantando): “Soy poeta: soy una veta de oro/ escondida en el pecho de mi generación”.

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