Dos poemas de Miguel Ángel Zapata

Miguel Ángel Zapata

El poeta peruano Miguel Ángel Zapata ha publicado varios libros de poesía y ensayo. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, portugués, árabe, e italiano. En poesía destacan: Un pino me habla de la lluvia (Lima, 2007), El cielo que me escribe (Lima, 2005-Mexico, 2002), Cuervos (México, 2003), Escribir bajo el polvo (Lima, 2000), Lumbre de la letra (Lima, 1997), Poemas para violín y orquesta (México, 1991), Imágenes los juegos (Lima, 1987), entre otros. Ha editado varias antologías de poesía latinoamericana, peruana y mexicana, así como también varios libros de ensayo y ediciones críticas. Sus libros más recientes en este campo son: Vapor transatlántico. Nuevos acercamientos a la poesía hispánica y norteamericana (Lima-Nueva York, 2008), y Asir la forma que se va. La poesía de Carlos Germán Belli (Lima, 2006).

 

La luna de mi perro

Parece que finalmente llegará la lluvia: mi perro observa atento como viene creciendo la luna por detrás de los cerros. La luna se cuelga del pino más alto del jardín y nos mira con envidia.
Mi perro ladra y quiere tocar el cristal de su lengua. Yo la miro mientras escribo algo sobre las nubes que recubren su cabellera de cobre. La luna habla como niña alicaída. Según ella está cansada de los poetas que le han dedicado cantos rimados sin sentido: por eso prefiere hablar con mi perro. Pero si yo nunca lloro ni me emociono, me dice. Habito allá lejos esperando la luz de otras estrellas para seguir viviendo. Por eso estoy aquí levitando sobre este gran árbol para llevarme su lumbre al cielo.
Antes de irme quisiera ladrar con tu perro a las estrellas. Cuando la lluvia llega la luna aparenta que no llora. De pronto cambia el tono del paisaje, las astillas de la luna se clavan en la ventana que da a la sala, el árbol alumbra el patio sin hojas, y los geranios cambian el color del cielo.

Los canales de piedra

Vine a Venecia a ver a Marco Polo pero su casa estaba cerrada. El segundo piso lo vi desde una góndola y le tomé una foto a los geranios de su balcón.

El agua del canal es de un verde raro, tal vez sea una combinación del tiempo, los vientos, o la tenue luz de sus callejones de piedra.

Vivaldi aquella noche estaba dando (como de costumbre) sus clases a las niñas del coro. Corelli fue su invitado de honor. Después de uno de los conciertos del cura rojo nos fuimos a la plaza San Marcos a beber vino en El Florián. Marco me decía que no permaneciera por mucho tiempo en ninguna parte del mundo. El mundo es como la plaza de San Marcos, murmuraba, hay que cruzarla miles de veces para que puedas ver las verdaderas aguas del tiempo. Al otro lado de la plaza está la vida escondida con el vino derramado por la muerte.

Venecia es nuestra solo por esta noche: después hay que abandonarla como a las mujeres de Rialto. Siempre hay algo extraño y hermoso en los geranios púrpuras del Mundo.

Yo solo escribo lo que veo, por eso camino. Sigamos hacia la cumbre para ver los canales desde el cielo de la noche. Después pasemos a la Basílica a poner unas velas a mi madre: ella está viva, tiene la memoria de los ríos. A veces imagino ciudades, como tú, una ciudad dentro de otra, una plaza es mejor que todos los rascacielos del mundo. San Marcos es mi plaza, mi vida, o sea como las alas de las palomas.

Esta noche no daré clases a las niñas del coro en el Hospicio de la Piedad dijo el cura rojo. Entonces, Marco, veloz como de costumbre nos dijo: naveguemos mejor por los cuatro ríos sagrados esta noche. Busquemos el pecado, pidamos perdón a los cielos por no habernos bebido todo el vino y amado a todas las mujeres de Venecia.

Venecia, 17 de Julio, 2007

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