Las señales
¿Acaso era necesario decir que las señales del amor
eran tan evidentes como el sello que llevaba en la frente el acusado
como la ola invisible lamiendo el ala de nuestro corazón?
¿Acaso necesitábamos preguntarnos qué era lo que nos acercaba y nos hacía
rechazarnos,
serpientes agonizando en nuestro propio laberinto?
Todo nacía de madrugada, con la avidez del que espera uno y otro día
en silencio la partida, la ruptura del círculo,
el imposible beso de la figura de barro que nos llama.
Todo nacía en verano, donde la realidad y el sueño se confunden
cogidos de la mano del absurdo, de lo que no es jamás regreso
de la siempre partida hacia otra parte.
Día que aguardas el silencio de la luz construyéndote
y llegas atónito ante las puertas que te fueron negadas.
Para quien pretenda conocer a un poeta
Es difícil conocer el corazón de un poeta.
A primera vista resulta fácil doblegarlo por la vanidad,
ensalzarle y hasta aprenderse de memoria unas cuantas líneas suyas.
Caminar a su lado y sostener el mar con la mirada
hablar de ciudades irreales,
adivinar su amor y sus costumbres,
su vida cotidiana, sus odios y rencores.
Penetrar el secreto de su técnica
llegar a sus orígenes.
Pero ¿quién, bajo la lluvia, es capaz, sabe realmente
cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso,
maldito, blasfemo o perseguido de un poeta?
Ven
Ven
ayúdame a insertar mi corazón en la tapa de este libro
enciclopedia donde en cualquier momento puedo leerte
manual de fórmulas para ahuyentar la tristeza.
Ven
ayúdame a olvidarte
a no seguir buscando
la mirada que pusiste en mi rostro
cada minuto diferente,
ayúdame a olvidar nuestra hermosa soledad
de animales en celo.
Si tú me ayudas
te prometo no salir a buscarte en los espejos
o en el fondo de la taza de té.
Para nombrar a España con amor
País que venías a mi encuentro sin sospecharlo
(¿o era yo la que caminaba hacia ti?)
que estuvo siempre detrás del mar, con su aliento de sal y el deseo de la primera
golondrina.
Es posible que un día me reconozca en ti, en tu olor de semillas, en tus flores recién
cortadas,
en tu morada donde la libertad me reciba como a un huésped deseado.
Es posible.
¿Golpearía yo a tus puertas si no te amara?
Petrópolis bajo la niebla
Porque no era válido salir a buscar el fuego del mar
detuvimos los pasos frente a la tarde campana llamando
golpeando a las puertas de la ciudad abierta que aguardaba nuestra llegada en su
vaivén de niebla.
El sol deshecho del día atravesaba las palabras del descubrimiento
de las primeras hortensias en la ciudad sin prisa
donde todos los relojes parecían dejar su marca inmóvil.
Bajo el cielo amor bandera abierta buscábamos
una señal desnuda como el rostro del amor
como el amor que se desnuda en las mañanas del amor.
Lejos de la bahía regresaban los pájaros
sorpresivamente
como vuelve la forma del poema a los labios del poeta.
Presencia de las islas
Como un cortejo cabalgando a solas surgen de la niebla
¿Quién alimenta su esplendor que ninguna tempestad oculta?
De las islas sube algo parecido al deseo.
Casa viviente en el mar
las islas
animales fantásticos
esperan su ración de ostras.
Para mi corazón una isla iluminada con el brillo del mar
una isla
como espada
atravesando la llanura marina
una isla
multiplicándose en su pequeña geografía
una isla
grito a solas
jardín para romper la monótona presencia del mar
la insoportable presencia
de una soledad frente a sí misma.
Allí
abajo
fruto
corteza en movimiento
la forma de las islas:
última tentación de los navíos.
Otra vez España
Tu nombre suena en mis oídos extraño y cercano
como el murmullo del mar, ebrio de vida.
¿Cuál es la canción que todos cantan, cuál es la verdadera,
la que viene de las minas y es tan grata a nuestro corazón
como la tierra fértil, como los viejos libros de caballería o esas voces
que no podemos recordar del todo y permanecen aún en nosotros?
No pregunto por las luces de tus ciudades
(siempre he mirado el rumbo secreto de las luces en los altos balcones)
No tengo ningún antepasado allí nacido
(mis remotísimos antepasados llegaron de Italia).
Cantaré contigo el amor de todas las cosas simples
en un cielo que adivino purísimo en otoño y azul
como el sitio donde edificaron los antiguos nuestros templos.
Canciones
I
Todos los días sucede:
la luz se muere
en el olvido.
La soledad no basta
para llenarnos.
II
Todos los días se quiere
lo que está lejos.
Lo que la mano toca
ya no nos duele.
III
Una palabra basta
y ya es distinto.
Ven y dímela quedo
junto al oído.
Mi corazón
Mi corazón a diario se pregunta
¿dónde va? ¿qué lo limita?
Si lo limita el aire, estalla.
Si lo limitas tú, arde sin tregua.
Mi corazón es, pues, ilimitado.
Del vuelo
Cada ángel tiene su propio vuelo.
Cada noche tiene su propio amor.
Si el vuelo es el principio de la danza
allí en la danza se recoge el ángel
se recrea y se libera.
El ángel es la danza y el vuelo de la noche.
Es el ángel callado lo que más se parece
a lo que tú no dices.
Tienes miedo del vuelo, de la danza y la noche
del demonio de vidrio
que te acecha y domina.
Corazón solitario, desesperado y mudo:
¡intentaste ser ángel!
Resonancia de Amalfi
Empieza a deshielar en el trayecto a Amalfi.
Alabado sea el día en la costa que el Vesubio resguarda.
Somos seres anónimos que se traga la tarde.
Nos trastornan las altas cúpulas de la catedral.
Los pasos en la nieve son circulares siempre
al igual que nuestros deseos, más allá de la utopía.
El mar es verde-azul bajo los acantilados.
Nos alimentamos de una sopa de aromados peces.
Bebemos vino en silencio.
Al anochecer regresamos a Nápoles
sin haber visto nunca Capri.
Las olas continúan su cortejo a la costa
como ubicuas serpientes marinas.
Nada es permanente.
Ellos llegan de noche
¿La poesía? Un caracol nocturno
en un rectángulo de agua.
José Lezama Lima
Los saqueadores atisban detrás de los espejos.
Oleajes transparentes asoman en la noche
sus conchas irisadas, caracoles ocultos, corales fantasmas.
Los pasos voluptuosos recogen las arena nocturnas,
la intimidad de la palabra secuestrada.
Vienen y van, navegantes de las altas mareas,
origen de la vida, gozo imperfecto.
No son ellos los oficiantes, los creadores de imágenes.
No volverán, pero su huella en los tapices
te dará la certeza de su extraña presencia.
Daguerrotipos
I
Una niña de pie, sobre un taburete de paja
apoyada en un falso tronco
mira tristemente a la distancia.
¿Qué es lo que sus ojos contemplan sin asombro?
Con la mano izquierda sostiene
un cesto de flores de seda.
Su larga cabellera, su tímido fleco que cubre la amplia frente
que todavía no conoce su destino
despierta en mí de pronto umbrosas sensaciones
detrás de la memoria.
Su pequeña figura de dos años
lleva unas medias oscuras y un amplio vestido de organza que imagino blanco.
No es en verdad una niña:
es mi padre vestido al gusto de la abuela
a principios del siglo pasado.
II
A mi madre.
Sonríes en el daguerrotipo que congeló tu imagen.
No has sucumbido al paso del tiempo
mientras eres testigo de cuánto hemos cambiado.
El arco de tus cejas parece indicarnos
las intenciones que tu mirada no revela
lo que tú no sugieres en ese rostro de anguloso trazo.
Tu pasión contenida en ese instante captado para la eternidad
es tu victoria, aunque nunca lo supiste.
¿Por qué mi escritura se mimetiza al punto de que mi mano se mueve
de acuerdo a las circunstancias, al ser que tengo más cercano?
Alguien parece sugerir los rasgos
de una diminuta letra que no es mía y que dicta la sombra.
Soy ahora la mano de Mahler
y empiezo a describir el oído del árbol
la anticipación de la belleza eternizada en la piedra
en pequeños y lentos movimientos.
El crepúsculo adormece las notas de la pasión.
Mi mano celebra el esplendor lúdico de la inocencia.
El allegro ha dicho la última palabra.
Ramón López Velarde
Una mañana irrepetible me sorprende en tu casa de Jerez.
Me asomo al viejo pozo en que mirabas crecer
con devoción tu infancia.
La foto del niño Ramón que fuiste
me reta a cortar una naranja
en el patio interior de tu morada.
Lo hago a hurtadillas. Huelo su aroma y la guardo en silencio.
Ahora se ha empequeñecido.
En ella caben tus recuerdos más íntimos
las contradicciones de tu vida
y los demonios que nunca te vencieron
y arrojaron tus 33 años
a rodar por esas calles empedradas a las que siempre vuelves.
Tu rostro adulto en los salones de la casa
desde los baúles que ya no están
nos mira siempre llegar como en un ritual sagrado.
Este pequeño fruto de tu huerto acompaña ahora mi vigilia
y resguarda tu nombre
mientras afuera el mundo cae.
Tus ojos
Déjalos caer
resbálalos
por la pendiente del alma
para que sólo
de lo necesario
se den cuenta.
Breves cantos a la rosa
I
Es la rosa-pasión iluminada.
No la detiene nadie. Ni la noche
logra apagar el oro de su fuego
ni su reflejo fiel en los espejos.
II
Es la alquímica rosa, la perfecta
la de pétalos siempre suspendidos.
Que en pasiones secretas se consume
junto al fuego invisible que la estrecha.
III
La rosa del espacio que no cesa
de contemplar el paso de los astros.
Rosa de amor de un cielo inalcanzable
envuelta en el cristal de su misterio.
El Faro de Oriente*
¿Qué parte del cielo o de la tierra contemplas
mientras nosotros somos tu oído y tu tacto?
Como barcas extraviadas te encontramos
en tu lecho terrestre y amoroso.
Ambares líquidos apenas entrevistos
envuelven ahora nuestros sueños.
Recobramos el oro de la vida
y te ofrecemos en silencio
los afanes de nuestro corazón.
*Fábrica de Artes y Oficios en Ixtapalapa, D.F., en el Oriente
de la Ciudad de México.
El innombrable
La sombra fue
siempre la sombra
el halo que tu imagen me dejaba.
Desterrado de mi paraíso
libre por fin de ti
de tus congéneres
emerge finalmente
tu verdadero rostro.
¡Cuánto afecto, mi Dios, desperdiciado!
Lope de Vega 510
Primera evocación
para Efraín Huerta
Repentinamente
el desierto edificio
barca mecida bajo el ámbar de la tarde
sin paredes frontales que resguarden los sueños
ni ventanas que celebren el nacimiento de los días
es apenas una luz, un parpadeo
un invisible reflejo en los espejos ausentes.
A pesar de todos los relojes
sagradamente habitan en ese paraíso conquistado
-detrás del ojo que no puede mirarte-
todos los fuegos de tu espíritu
encendidos en tus días terrenales
y el esplendor del agua viva de tus manos.
Estás en esos recintos interiores
que algún día fueron nuestros
en las voces y silencios evocados
junto a los breves espacios de la dicha
donde renacen ahora tus poemas
como soles antiguos en la estación del viento.
En el límite
a Luis Ignacio Helguera, in memoriam
Justo al borde
no hay regreso
se rompieron las reglas
no establecidas
cambio de juego
¿qué escucharon los silentes espejos?
¿acaso el grito
el último
o sólo simplemente el resbalarse
contra un muro de tezontle?
Esa sombra invadiendo paulatina
los espacios del cuerpo.
No existieron invocaciones o blasfemias
sólo un desasosiego invasor
que rompió la mañana
o la tarde de la desesperanza.
Datos vitales
Nació en la ciudad de México, D.F. en 1932. Fue cofundadora, con otras escritoras de la revista El Rehilete y con el crítico e investigador Luis Mario Schneider fundó la revista Pájaro Cascabel y la editorial del mismo nombre. Participó también en la dirección colectiva de las revistas Manatí, Xilote y La Brújula en el Bolsillo. Ha publicado a lo largo de su vida poemas en suplementos culturales y revistas literarias de México y el resto de América Latina, así como España, la India y Canadá. Ha sido incluida en cerca de treinta antologías, nacionales e internacionales, entre ellas Poesía en Movimiento del poeta Octavio Paz. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués y búlgaro. Obtuvo en 1962 el Premio de Poesía Ramón López Velarde y la presea Rosario Castellanos de Chiapas. Entre sus libros publicados se encuentran La orfandad del sueño (1964), Colibrí 50 (1966), El primer animal (1986), El libro de los territorios (1992). Antología en la Serie Material de Lectura de la UNAM (1992), El verano y las islas (1998), Paisajes interiores. Col. ¿Ya LEÍSTE?. Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (2000), El primer animal. Poesía Reunida, 1964-1995, Conaculta , Cuarta Serie de Lecturas Mexicanas (2000), Los pasos circulares. Antología personal. El Cocodrilo Poeta, Col. Monte Gargano (2003) y Para volver al mar, Cuadernos de Caridemo, Almería, España, 2004.