Foja de poesía No. 072: Beatriz Russo

Beatriz Russo

A continuación, un atisbo a la poesía de la poeta española Beatriz Russo (Madrid, 1971). Entre sus libros podemos mencionar “En la salud y en la enfermedad, a partir del cual no cesa en el empeño de encontrar su propia voz, hallada en La prisión delicada (Calambur, 2007).”

 

Extractos de poema de La prisión delicada (Calambur 2007)

 

Ésta es mi prisión delicada.

No me salvéis.

Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.

Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.

Que nadie incinere mi cuerpo.

Tengo algo que evocar.

 

Besé su boca,

la bocca baciata de Fanny Cornforth

y sentí el margen de una moneda trasquilando la infancia de las veloces manos del raso.

¿Prostituta o costurera?

En la vertiente que hay en el sino están en juego las cartas de la sangre.

Llegaron al mundo las mujeres a tejer su desdicha en los telares de la miseria.

Los trapos del hambre amontonándose en las trincheras sin aire.

El anonimato de las abejas harapientas.

Y también llegaron mujeres a los telares de la delicia.

La sabia contienda de unas manos cansadas de su precariedad.

El ruido de la rueca no ensordecía el cuerpo de las otras hilanderas de la noche.

Escribieron sus nombres proscritos en una coroza de papel secante y fueron señaladas

     por los dedos de las  esposas impolutas.

¿Prostituta o costurera?

No hay mayor masturbación que la del halago, mayor deleite que la hermosura en

     estos tiempos de vanagloria.

Cantad todos la pandemia de los burdeles.

Que se abran las puertas de la moderna Babilonia.

“¿Quién fue la bella Laura Bell?

The queen of whoredom

¿Quién kate Cook, Emma Crouch y Cora Pearl?

Toutes elles demi prochaines”

Pero cantad también la pandemia de las fábricas.

Que se abran las puertas de la moderna Etiopía.

¿Quién veneró a las otras artesanas de la noche?

Pocos conocen el castigo de las míseras costureras.

El baile elíptico de las agujas trazaba hondas muescas en sus dedos.

En las oscuras salas de una fábrica gemía el hilo de las futuras ciegas.

Y temblaban después sus cuerpos apuntalados en los rincones ebrios.

Otras muescas hay en sus dedos.

Muescas del dolor de un útero enfermo bajo los dientes de las embarazadas.

Los clavos de cristo en el pubis de las esposas rotas.

Murieron en la fosa común de la historia, en el estrecho nicho de la conciencia.

Murieron con la lenta eutanasia de las mártires,

muertas veteranas del ejército de muertas,

muertas de hambre en las calles de polvo y niebla.

Anónimas muertas.

 

……….

 

 

 

Hoy me levanto ante ti, Siríaca,

porque tú has reclamado un rostro cercano al de la lluvia,

y yo acudo en nombre de Jane Morris para cerrar este tríptico de beldades.

Llego con  todas las mujeres en la carroza de las jóvenes arqueras.

Se abren los arcones del erógeno polimatías.

Ya comienza el sortilegio contra los buzos.

Mostradme vuestro rostro ahora, salid del charco estanco de dos siglos y responded:

¿Dónde están las viejas artesanas de la noche?

¿Dónde las ciegas costureras escondidas?

¿Dónde la miseria de las calles moviéndose a destajo?

Salid del charco estanco de dos siglos y responded.

(…………..)

Pues yo os voy a responder:

En las cajas chinas enterradas en la trastienda de la niebla donde la luz cumple

     su voto estricto de austeridad.

Y en los diminutos ojos oscuros de la niñez prostituida por la subversión de los antifaces.

Somos los patrones de sus vidas, buzos encaramados a una escafandra impoluta,

     embaucadores de esta terrible ceguera, cómplices de un dios clasista que

     vendió su máscara al peor postor.

Salid del charco estanco de dos siglos y contemplaos .

No es de una sortija el resplandor que veis.

Astarté sobornaba a sus amantes con el brillo de un orgasmo de platino.

Ahora el soborno es más insensato, silicona enquistada bajo la piel.

Hace tiempo que se extinguió el clan de las esposas de terciopelo.

En la espesura del valle arado hay más vida que en las fiestas prohibidas de los cocainómanos.

No hay mayor placer que el secreto, mayor ventura que el goce furtivo de los infieles.

Cayó el pene del autómata en la desgracia de los desapercibidos.

Se tocan los placeres con la misma mano que plagió la orgía de los césares.

Si han de venir los bautistas que vengan cuanto antes.

Yo he de forjar la espada de la nueva Salomé.

Ruedan las cabezas de los acostumbrados vencedores.

¿Quién hirió de canto a Lorelei?

Son hirientes las saetas cóncavas de los ególatras.

Los virotes aferrados a los cuellos de las sirvientas ya se han oxidado.

Dejaron la huella en sus escotes y ahora sus senos dictan condena.

No es su canto el que precipita las conciencias de los convictos,

es el sexo de las sirenas,

la exuberante espuma de la Venus Verticordia que retorna el deseo al corazón de los hombres.

Lorelei aguarda la llegada de los valientes seductores.

Ellos salvarán su nave,

pues sólo han de ser hundidas las barcas de los cautivos.

 

……

 

 

 

Me he tatuado una serpiente en mi pierna con tu nombre y a veces siento que está viva, como tú,

y asciende mis muslos hipnotizada por algún Himno a la belleza,

y se desliza, pontífice de un rito que no suelo entender, pero me sigue, como si de pronto

    mi voz fuera un salmo penitente,

y entonces tú me obedeces, mártir de tu fe en mi cuerpo,

y asciendes un poco más hasta llegar a la antesala de mi sexo,

allí donde esperas la vehemencia de tu nombre, el sentido de ser tú el llamado y no otro, 

     tú en comunión con tu nombre a la espera de mí.

Doscientos años de vida tiene tu nombre y sin embargo,

tatuado en mi pierna se ha hecho serpiente y a tientas busca mi cuerpo.

Cada vez que te nombro profano un instante tu reposo y te obligo a que duermas junto a mí,

a que asciendas mis muslos tal y como ahora te digo,

así, lentamente, con la falsa detinencia del deseo que se retracta por miedo a no verse ennoblecido,

con la imprecisión de una mano inexperta que finge un control que sólo yo poseo.

El baile de la serpiente sobre mis nalgas es perpetuo.

La serpiente descalza baila en la antesala de mi cuerpo antes de morir en mí.

La música que ahora emite mi mano bífida en un coro desentrañado.

La serpiente se arrodilla desnuda en la antesala de mi cuerpo antes de morir en mí,

Y le grito que es ahora,

el instante de ahora y no un milímetro después que ahora dejas conmigo,

     como si conocieras la estrategia de varias dosis de veneno sobre mi sexo.

Ahora y sólo ahora, repito.

Pero la serpiente arrastra sus pies descalzos por la antesala de mi cuerpo antes de morir en mí,

ahora y sólo ahora y no más tarde, repito,

Ahora,

en la tenue frontera de mi cuerpo dividido en dos mitades reconciliadas.

Ahora,

con todos mis nombres, los que yo te doy y te pido que pongas sobre mí.

Ahora,

con la blasfemia del último canto en la divina estampa de los deleites.

Ahora bendigo mi nombre con tus dedos de mi mano.

 

Ésta es mi prisión delicada.

No me salvéis.

Aquí yacerá la que pudo haber sido Ophelia.

Inventadme un epitafio que se oculte bajo el musgo.

Llegó mi hora de descansar.

 

 

 

 

Poemas de En la salud y en la enfermedad (Sial, 2004)

 

Tan poco esfuerzo

 

Tan poco esfuerzo en dormir sabiendo que tras la noche siempre acude puntual

     la mañana incuestionable.

Tan poco esfuerzo en esperar las estaciones, que siempre serán cuatro aunque se asocien.

Tan poco esfuerzo en prescindir de tus amigos, que ya cuelgan de sus esposas, como llaves

     que giran en un único sentido.

Tan poco esfuerzo en aceptarlo todo y no pensar en si acaso giráramos la mano hacia el otro lado,

abriríamos la puerta de salida.

 

 

 

 

Tu voz vacía

 

Porque tu voz ya no es sonora,                                            

a veces me llamo por mi nombre con tu voz,

 

Cierro mis ojos vehementes y me pronuncio.

Entonces llegas sonoro a mi pecho

y te protejo con mis manos

para que no te me escapes de nuevo.

Sólo un instante, el mismo que te desapareció,

instante de bola de fuego que me traspasa

dejándome un hueco en el tórax,

como una ventana abierta que me despierta

con el repetido sueño de buscar la manta con los pies.

 

Porque tu voz ya no es sonora,

a veces me llamo por mi nombre con tu voz

y aún lloro tu muerte inventada.

Mi rostro se posa sobre tu lápida

y te escribo un epitafio con mis lágrimas

e insomne te velo con el riguroso luto 

de mis ojos oscuros, de mis ojos enterrados

en vida bajo la tumba de mi almohada.

 

Me muero de frío,

la ventana está rota,

no hay manta a los pies  de mi cama

y sin embargo, aún sueño que regresas

y me hablas al oído.

 

 

 

 

Y hacia dónde

 

Ya no sé quién soy sin la memoria de ti,

me siguen tus espejos, tu infinitud

fantasmagórica. El cielo modela nubes

con tu rostro, la lluvia siente empatía

de mi tristeza y en los libros que no leo

sólo se habla de ti.

Hacia dónde huir,

en qué cueva suicidarme devolviéndome

a la tierra que me parió aborto de gusano,

despojo de culebra o trozo de piedra.

Hacia dónde huir, si en mi huída

me persigue tu recuerdo,

la lenta huella de mi podredumbre,

el rastro paulatino de mi sangre

cuajándose en el fango.

Me descompongo con los martillazos

de  un puño invisible que me apalea, 

despacio, repetidamente despacio

hasta hacerme el picadillo

que alimenta al desahuciado.

 

 

 

 

El tonel de las Danaides

                                              

Después de ti, todo era molesto,

molestaban las caricias que sobre mi cuerpo

ansiosas confluían.

Entonces deseé ser menos humana.

No tener piel, para no sentir que otras manos,

no las tuyas, me tocaban.

No tener boca, para que los labios de todos

no encontraran la entrada a mi infierno,

al infierno que quema su lenguas innecesarias.

No tener ojos para no desviar la mirada

que no te reconoce en sus rostros.

No tener pubis para que no me buscaran

a tientas los penes vendados,

que torpemente chocan contra mi muro.

 

Entonces deseé ser menos humana

y se me puso la piel de madera,

y pedí ser aún menos humana

y se me fue ensanchando la boca

hasta hacerse tan grande como mi cuerpo,

y aún pedí ser menos humana

y se me fue holgando la vagina

hasta hacerse tan grande como mi cuerpo.

 

Pedí, yo pedí, pedí ser menos humana

y entre todos me han convertido

en el tonel sin fondo de las Danaides.

 

 

 

 

No hay que olvidarse

                                  

No hay que perder el hábito,

no hay que olvidarse, amar es obligatorio,

es un deber fisiológico,

amar para que los ojos no se nos den la vuelta

de mirarnos el ombligo,

amar para que nuestros brazos no se queden

raquíticos de no abrazar,

o amar para que por los suelos

no se arrastren caídos,

amar para que no se desgaste la misma mano

y llegar al fondo de la cuestión.

 

No hay que olvidarse, amar es obligatorio,

es un deber profiláctico,

amar  para prevenir la hipocondría,

amar sanando el dolor ajeno,

amar para que fluya la corriente

y no se nos queden  los líquidos estancos,

amar para entrenar al corazón

y subirle los biorritmos.

 

No hay que olvidarse, amar es obligatorio,

es un deber dialectológico,

amar para aumentar el vocabulario,

y traer antónimos, para que el odio y sus sinónimos

no sean mayoría,

amar para que el músculo de la lengua

no quede anquilosado,

amar para segregar saliva y pronunciar mejor

las consonantes bilabiales,

o amar para llevarles la contraria.

Pero repito, no hay que olvidarse

Pero repito, no hay que olvidarse,

amar es obligatorio, es un deber evolutivo,

amar para preservar la especie humana

de tener los ojos blancos, muñón de brazos

o manos descalzas,

amar, al fin y al cabo, para que siga viva la leyenda

de que una vez amamos los humanos.

 

 

 

 

Poemas inéditos de Los testigos,  publicado en breve.

 

 

                        Sea mi gozo en el llanto,

                        sobresalto mi reposo,

                        mi sosiego doloroso,

                                   mi bonanza el quebranto.

Santa Teresa de Jesús

 

Me he descalzado en silencio,

después me he lavado las manos con la liturgia del misericordioso y he alzado la voz

      para que sólo me escuchen las aves y las estrellas que tienen miedo del agua.

No encuentro ese camino de perfección porque aún sirvo a las sombras.

Tampoco sé del reposo si no cierro los ojos y el alma.

Mi sosiego también es doloroso.

Busco el filtro que hay en el trasero del aire paras dejar pasar tan solo la lluvia irreversible.

Llorar me sirve para no ahogarme en el espanto del ruido.

Hay tanto ruido en las comisuras del viento que el eco de los hombres se me ha hecho insoportable.

El murmullo ronda las esquinas donde los enamorados se dan el primer beso.

El rumor de lo divino está en los pozos secretos de tu castillo antiguo.

El inquisidor ha clavado su estaca en la morada de los que no vemos la luz amañada de la noche.

Las farolas son los testigos de esta esclavitud.

Quedarme a solas es un ultraje para los falsos solidarios.

Por eso huyo del llanto de los burócratas, lavanderos de un consuelo inmediato

     y profanadores de mi dignidad tranquila.

Por eso ahora busco el retiro en los astrolabios de la fe .

 

Tú, que tienes esa fe que me hace dormir sentada abrazando una almohada sordomuda.

Tú, que has sobrevolado descalza un valle de espinas sin temerle al coro de infames

      que quiso esconder el lamento de los afligidos en tu cajón difunto.

Tú, que me has hablado a la cara sin tenerme de frente, dime:

Dime dónde he de acudir a hacer las paces con el destilador de la conciencia.

Y dime si es tu dios esa conciencia.

Porque he seguido a gatas el rastro de los ángeles y me he perdido.

Me he perdido en la misma nada de siempre, la misma que espero cuando el presente

     se llene de polvo y el futuro se caiga a pedazos en el vaticinio del tiemblo.

He habitado unos instantes en una morada donde un celador me ha acusado de infiel.

Le he dicho que voy de tu parte, pese a no seguir tu fe, y me ha dejado a solas comulgando

     con las ratas.

He entrado en tu castillo sin tener la llave y me he colado por las alcobas atada de manos y pies.

Y me he puesto de rodillas rogando un pacto con las cruces.

Pero las cruces me han remitido al labio de los astros.

La boca que besa al mundo me ha hablado.

– La salvación está en la lágrima y en el beso.

Y no ha dicho nada más.

Lo he comprendido.

Tú eres esa lágrima perpetua sobre los huesos del desterrado.

Tú eres el éxtasis de los mares, la transverberación en los cuerpos heridos,

la devoción de los escribas generosos que ceden sus plumas al talento de las aves.

Y yo,

tan sólo una sierva devota que vierte su beso en la carne y sus delirios.

Así lo he comprendido, yo habito en la otra fe.

                                                            

……….

 

 

 

 Cuando leas esto, yo que ahora soy visible,

me habré vuelto invisible.     

                                                         Entonces, tú serás compacto y realizarás mis poemas volviéndote hacia mí.

 

Hojas de hierba. Walt Whitman

 

Hazme escribir que amo a los hombres.

Amar al hombre por el hombre.

Como un animal inmune a los fusiles.

Sé que no he de temer al domador de los labios ni al trapecista que torpemente trepa

     a la punta de su lengua para escuchar el eco de los aplausos.

Sé que no he de temer a los falsos tolerantes que llaman insolidaria a la razón de otros.

Sé que no he de temer a los traficantes de cerebros ni a los blanqueadores de la carne

     y las venas de carbón.

Porque he de amar al hombre por el hombre.

En la escenografía impuesta por los coreógrafos de los números mal calculados.

En el verde apagado de los árboles drogadictos.

En la verticalidad de las casas anoréxicas que adelgazan sus paredes con el ayuno de las visitas y

     sacuden sus manteles por los balcones para que nadie crea que han cenado solos.

Aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Transitar los estratos de las calles como un vagabundo que deja su canto en las tabernas

     a cambio del poso de los labios en el vino.

Ser una malabarista urbana danzando con los astros en los semáforos verdes frente a rostros

     helándose sobre el felpudo de la hierba enterrada.

Ya sé que no se detienen los coches aparcados.

No se detienen porque los pies de los transeúntes se han mimetizado con las ruedas.

Y aún así,

he de amar al hombre por el hombre.

Hacer del tren una única estancia para el viajero.

 

Podría llamar alma a la maquinaria de los átomos,

conciencia a la manivela que mueve los brazos y las piernas,

hombre, al hijo bastardo de la vida y de la muerte peleándose por su custodia en

     el juicio de las sombras.

O quizás,

podría llamar hombre al terrorismo de las células,

alma al talento del redentor,

sociedad al voto amañado en el referéndum del espíritu,

y conciencia a la vieja honra abandonada en los estantes.

Porque aún no puedo amar al hombre por el hombre despego las hojas entre la hierba aglutinada.

Leo un poema donde se habla del hombre, el alma, la sociedad y la conciencia y salgo a la calle.

Busco una explicación en la maleza de los parques.

Pero no la encuentro.

Aún así sigo buscando, como ordena el mensaje en el tapón de un refresco.

Y al final lo encuentro.

El amor está en lo invisible,  ahora lo entiendo, como el bálsamo que dejan los pinos en

     los entierros o la exhalación de los incensarios en las catedrales.

Por eso y pese a todo,

he de amar al hombre por el hombre.

Está escrito en la conciencia de cada hoja y en toda la hierba.

                                  

           

 

 

 

Algunos poemas del proyecto de fusión de arte, moda y poesía (Fashion art Cruz&Russo) junto al pintor Enrique Cruz-Calonge. (ver Powerpoint en documento adjunto).

http://www.cruzyrusso.com

 

Ojo lunar

 

La luna posada en el ojal de tu pecho es mi linterna.

Introduzco primero mis ojos.

Después mi rostro y después mi cuerpo .

Ya estoy a medio camino de entrar en ti.

Como si dentro de tu corazón amaneciera.

 

 

 

 

Contraste lunar

 

La noche mendiga un eclipse de luna sobre un

piano de tela.

Dos cuerpos redondos se abrazan sobre un

tejido de luz.

Dejan su huella perfecta sobre las pupilas

del agua.

 

 

 

 

Simbolismos

 

Hay un ojo inscrito sobre la cruz de tu cuerpo.

La luna bombea la sangre de los que aúllan una

melancolía eterna.

Ahora mis párpados se abren invocando el sueño

de lo divino.

 

 

 

 

Transparencia lunar

 

Quien vea una luna transparente que se arrodille ante la noche.

Ha descubierto una mirilla para ver desnudarse al mundo.

Caerán los trapos sucios de la miseria y la vida nos mostrará

su piel humana.

 

 

 

 

Aprendizaje

 

Se ha encendido una luz de emergencia en tu memoria.

Porque el olvido es un recuerdo sin sombra y sólo hay

sombra en lo que existe o en lo que permanece

levantado.

Derriba esa sombra que te hace llorar en sueños y

aprende el lenguaje de las luces invisibles.

 

 

 

 

Luna de Ibiza

 

Se ciegan mis labios cuando pulsan el botón

de tu camisa.

Se abren las compuertas del ocaso.

Mis manos se desnudan simulando la piel

de la luna.

Ahora mi cuerpo es una isla reflejándose

en tu cielo o en el agua.

 

 

 

 

Ojos de luz

 

Más allá de los ojos, la luz.

Yo también veo esa luz que nace de lo oscuro.

La luz en la luz se hace oscuridad blanca.

 

 

 

 

Blanco y negro

 

Si pudiera ponerle un velo blanco a la noche enlutada

y vestirla de novia,

no habría días oscuros que eclipsaran los ojos que aún

lloran despiertos añorando la calma.

 

 

 

 

Luna del desierto

 

Luna de lo que no existe en el reflejo de la tierra abandonada.

Cuerpos que caminan maniatados sobre el oasis de tiempo.

El amor es un espejismo cuando se calma la sed.

 

 

 

 

Poemas del libro La caja china escritos en chino y traducidos al español y publicados en mi blog: http://lacajachina.blogspot.com (ambas versiones son mías, incluyo sólo la versión en español)

 

Recordar

 

Ella miró de frente,

se giró y miró de frente,

se tumbó y miró de frente,

se puso boca abajo y siguió mirando de frente.

Después ella se levantó, se miró en el espejo

y volvió la vista atrás.

 

 

 

 

Envejecer
 
 
Ella entró en la habitación y se miró en el espejo. Después abrió un cajón, cogió una foto y pensó: Ya falta menos para que no nos parezcamos en nada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

Dejar huella

 

Él subió las escaleras casi volando.

Ella le siguió más despacio.

Cuando el niño subió su primer escalón preguntó:

¿De quién es esta huella?

 

 

 

 

El pasado

 

Cada día me levanto y no sé que ha ocurrido durante la noche. Abro los ojos y pienso:

¿Qué me he perdido?

Cada noche me acuesto y no sé qué ha ocurrido durante el día. Cierro los ojos y pienso:

¿Qué me he perdido?

 

 

 

 

Miedo

 

Ella no tenía coche por miedo a que se estropeara.

Ella no tenía casa por miedo a no poder pagarla.

Ella no viajaba por miedo a no regresar.

Ella no tenía amigos por miedo a la decepción.

Ella no quiso tener hijos por miedo a no poder ser madre.

Ella no tenía amor por miedo a desenamorarse.

Ella no tenía ilusión por miedo a desilusionarse.

Ella no tenía sueños por miedo a despertar.

 

Ella no tenía vida por miedo a morir.

 

 

 

 

La verdad

 

La verdad está en el horizonte – le respondió su madre.

Entonces él miró hacia delante y comenzó a caminar.

Al cabo de una hora se encontró de frente con un caminante y le hizo la misma pregunta.

El caminante señaló al frente.

El niño se giró sobre sus pasos y le acompañó.

Después de una hora el caminante giró hacia la derecha y le deseó buen viaje.

El niño siguió solo su camino hasta que se cruzó de lado con otro viajero y le preguntó

      por el horizonte.

El viajero señaló al frente.

El niño cambió su rumbo hacia la izquierda y le siguió.

Después de una hora el viajero giró hacia la derecha y desapareció.

Al cabo de otra hora ya había anochecido, apenas se veía el horizonte.

El niño, ya cansado de caminar, se dio la vuelta por donde había venido y pensó:

 “Por hoy el horizonte está en mi casa”.

 

 

Datos vitales

Beatriz Russo nace en Madrid en 1971. Poeta y narradora desde que viviera un encierro de varios años, sus años luminosos, y descubriera que para ser poeta no hay que morir. En 2004 publica su primer poemario, En la salud y en la enfermedad, a partir del cual no cesa en el empeño de encontrar su propia voz, hallada en La prisión delicada (Calambur, 2007), un encierro luminoso donde la belleza se prueba los disfraces de las mujeres que una vez se rebelaron contra lo convencional; un canto sensible secundado por antiguas voces que reivindican su contemporaneidad.

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