Foja de poesía No. 164: Manuel Becerra

Manuel Becerra En esta muestra Manuel Becerra (Ciudad de México, 1983) traza diversos medios de expresión: el verso libre, la décima espinela y el poema en prosa.  A continuación un recorrido por su trabajo que revela sus hallazgos,  filias y genealogía poéticos.

 

 

Laura sueña con hombres que cambian de rostro constantemente. Hace el amor con su hermano, con su padre, pero en el fondo sabe que son extraños. Goza del desorden de los sentidos. Una Laura desdentada los masturba por fricción, un abrasivo paladar para el borracho y para el palurdo. La verga apuntando al fondo del cielo de su boca, es sólo la imagen de un barco vencido. Otra, una Laura más generosa se inclina para todos, les ofrece la espalda como un espejo para la fatalidad. Devora la altura en esa posición, 90 grados calentando el aire, abriendo las rodillas, ensanchando las caderas, engullendo y forcejeando hacia atrás cada vez más a imagen y semejanza de los mamíferos.

          Los hombres pueden hacer con ella lo que sea, pueden introducirle una ballesta, un astrolabio    y mirar desde afuera una pequeña porción de mar, el filo de un arco de violín y partirla en dos desde atrás.

          Laura sabe de memoria el camino hacia ese sueño donde los hombres que cambian de rostro

esperan hambrientos ser soñados por Laura.

 

 

 

 

Te han tocado

los colmenares silentes de la desdicha, trágico Abel,

y los han destinado a estar

en el suave lagrimeo de estos días.

Aún los escuchamos y nos enamoramos

de los zumbidos,

nos montamos en esos aleteos como trenes

y en las ganas de cercenar a los hombres,

ganas de sacar filo al arco de la viola

y abrir con amor la garganta del prójimo,

pero alguien (tal vez una bellísima hija de Dios)

ya le ha tajado el lomo a la bestia,

le ha quitado la quijada, de nuevo,

nos la ha dejado caer en el corazón, de nuevo,

y nos ha dado la muerte, otra vez.

 

 

 

 

Grecia tiene algo que el cielo tiene a cierta hora.

Tiene algo que los cristales empañados tienen,

tal vez no sea el vaho sino la estación creciendo por los bordes

como un musgo cristalino, como una bella plaga de invierno

que hace que muchachas blancas se coloquen la bufanda,

y lleven su corazón a la llovizna.

Tal vez no sea lo basáltico de la intemperie

sino la lluvia que no cae y que le da a uno

un estado de ascenso apacible.

 

Ella tiene algo que también las fuentes;

no lo sé bien,

algo de esa celebración de transparencia

vino con ella,

algo de ahí, donde la claridad se desarregla para todos.

También lo dice el azogue de mirar, lo lanceolado de sus ojos.

Ella tiene algo que juega con el caos

que tal vez no sea como caer la noche

o como no poder respirar

sino que en otros lugares llueve

cuando ella descuelga su sonrisa por unos segundos en la casa.

 

Ella tiene algo del sur, tal vez su forma de nublarse;

algo de cementerio y de jardines,

algo de estar bajo el trueno,

tal vez sólo sea que en una mañana,

cualquiera, como ésta,

cercana al mar o a la violencia, no importa,

se ha descubierto su semejanza

con el invierno.

 

Ella tiene algo de esa belleza, no lo sé muy bien.

 

 

 

 

Tú das consuelo a mis ojos vagabundos

cuando vuelven tristes a la casa de la infancia,

y bien recibes estas violencias de fagot,

este descaro del verso en el cuerpo;

para esto nos corrigen ángeles y tú

que alivias en la media noche

a estos dos niños manchados por el océano en sombras

súbitos en el espanto de no poder respirar.

Sólo tú me alivias cuando eres la media noche.

Tú das consuelo a los vagabundos

cuando pasas siendo una libélula por la calle

y mis ojos son dos niños abandonados a esa lámpara que fuiste,

mis ojos irremediables

cuando regresan al cielo triste de la Habana.

Sólo tú me das consuelo en la casa antigua

cuando el que se despierta a tu lado es ese niño

en pleno espanto de no poder respirar

entre las aguas de la media noche.

 

 

 

 

Cantos de sirena

 

I

 

Oigo tu canto, sirena,

lo escucho quedo y con calma,

lo siento apoyarse en mi alma

con apariencia terrena. 

Tu voz se me enrosca y llena

de paraíso mi oído.

Tras el disfraz del gemido

oigo tu voz que me canta,

y, sirena, en tu garganta

quedo en zozobra y herido.

 

II

 

Gemas de oro en tus cuerdas

me atan de piernas y manos

y con tus cantos tiranos

espero que no me pierdas

si en el camino recuerdas

que ya iba por mal sendero

desde antes que tu bolero,

desde antes que tú, sirena,

cantaras, ya estaba en pena

y perdido al aguacero. 

 

 

 

 

Grafología para Gonzalo Rojas

 

La firma de Gonzalo Rojas

se escribe siempre sobre una arena

azulada por el paso del Mediterráneo.

Cada vez que firma lo hace en una alfombra marina.

No es de sorprenderse que donde lo haga

antes haya sido un alud o un huracán

sea esto, ahora, una página o una mujer del sur.

La G de Rojas se escribe antes

de la aparición de la espuma.

Los trazos de la R y la J son más furiosos

porque son caligrafiados en Verano,

justo cuando la isla se encuentra en mortal silencio.

Pero cuando llega el mar

y deslava la playa y los intervalos incisivos de sus grafemas

y se los lleva como una rosa ardiendo,

una sirena muerta,

nadie recuerda en su totalidad

su altitud vocálica ni la sílaba en combustión,

pero la podrían reconocer, infaliblemente,

entre la piel de los tigres,

o en una pared lastimada

después de un choque de espadas.

 

 

 

 

Plegaria última

 

Háblame de la lluvia ahora que el amor arde en la tumba y ya no soy faraón ni reina montado en tus hombros. Tú que llorabas por nosotros te sean devueltas las lágrimas por estos ojos en blanco de médium de nosotros tus hijos, que bien sabemos del ensueño.

          Tú que olías a madera y hoy tienes el perfume de los muertos, sea ahora tu calavera desnuda lo que llevo por corazón y me hinche el torrente de vida para la rosa. Háblame, de nuevo, de tus hermanos atados al camastro y de tu madre yéndose al cielo entre amapolas.

          Tú que tenías más de un ángel en tus movimientos y con tus labios besabas la herida, vuélveme hablar de la penumbra y que sea mi camino el de hablar solo entre los vivos.

 

 

 

Datos vitales

 
Manuel Becerra Salazar (Ciudad de México, 1983), poeta. Es autor de los poemarios Cantata castrati (Editorial Colibrí, 2004) y Los alumbrados (Premio Nacional Enrique González Rojo, 2008). Obtuvo la beca “Artes por todas partes” de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal por sus proyectos de Spooken word Los alumbrados y Sinfonía de cabaret. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (2009-2010).

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