El ensayista y traductor Daniel Orizaga Doguim vierte al castellano dos poemas de Ferreira Gullar, poeta fundamental del Brasil. Fragmentos del “Poema sucio”, publicado en 1975.
Poema sucio
(fragmentos)
Ferreira Gullar
opaco opaco
la opaca
mano del soplo
contra el muro
oscuro
menos menos
menos que oscuro
menos que blando y duro menos que foso y muro: menos que hoyo
oscuro
más que oscuro:
claro
¿como agua? ¿como pluma? Claro más que claro claro: alguna cosa
y el todo
(o casi)
un animal que el universo fabrica y viene soñando desde las entrañas
azul
era el gato
azul
era el gallo
azul
el caballo
azul
tu culo
tu encía igual a tu vulva que parecía sonreír entre las hojas de banana entre los olores de flor y cagada de puerco abierta como una boca del cuerpo (no como tu boca de palabras) como una entrada para
yo no sabía tú
no sabías
hacer girar la vida
con su montón de estrellas y océano
entrándonos en ti
bella bella
más que bella
¿pero cuál era su nombre?
No era Helena ni Vera
ni Nara ni Gabriela
ni Teresa ni María
su nombre era…
Se perdió en la carne fría
perdido en la confusión de tanta noche y tanto día
perdido en la profusión de las cosas acontecidas
constelaciones de alfabetos
noches escritas con gis
pastillas de cumpleaños
domingos de fútbol
entierros corsarios comicios
ruleta billar baraja
cambió de cara y cabellos cambió de ojos y rizos cambió de casa
y de tiempo: pero está conmigo está
perdido conmigo
tu nombre
en alguna gaveta
¿Qué importa un nombre en este momento al anochecer en São Luis
de Maranhão a la mesa del comedor bajo una luz de fiebre entre hermanos
y padres dentro de un enigma?
Pero qué importa un nombre
debajo de este techo de tejas mugrientas vigas a la vista entre
sillas y mesa entre una vitrina y un armario delante de
tenedores y cuchillos y platos de vajillas ya quebradas
un plato de vajilla ordinaria no dura tanto
y los cuchillos se pierden y los tenedores
se pierden por la vida caen
por las fallas del entablado y van a convivir con ratones
y cucarachas o se oxidan en el jardín olvidados entre los pies de la cidrera
y las gruesas orejas de menta
cuánta cosa que se pierde
en esta vida
Como se perdió de lo que ellos hablaban allí
masticando
mezclando frijoles con harina y pedazos de carne asada
y la tos de la tía en el cuarto
y el resplandor del sol muriendo en la barda frente a nuestra
ventana
tan reales que
se apagaron para siempre
¿O no?
No sé de qué tejido está hecha esta carne y este vértigo
que me arrastra por avenidas y vaginas entre olores a gas
y orina que consumen mi cuerpo-antorcha sin flama
o dentro de un autobús
o en la barriga de un Boeing 707 sobre el Atlántico
sobre el arco iris
perfectamente afuera
del rigor cronológico
soñando
Tenedores oxidados cuchillos desafilados sillas perforadas mesas gastadas
mostradores piedras de la Calle de la Alegría bordes de casas
cubiertas de lodo muros de musgos palabras dichas en la mesa
del comedor,
vuelas conmigo
sobre continentes y mares
Y también te arrastras conmigo
por los túneles de noches clandestinas
bajo el cielo constelado del país
entre fulgor y lepra
debajo de pañuelos de lodo y de terror
te escapas conmigo, viejas mesas,
armarios obsoletos gavetas perfumadas de pasado,
doblas conmigo las esquinas del susto
y esperas esperas
que venga el día
¿y después de tanto
qué importa un nombre?
Te cubro de flor, pequeña, y te doy todos los nombres del mundo:
te nombro aurora
te nombro agua
te descubro en las piedras coloreadas en las artistas de cine
en las apariciones del sueño
– ¡Y esta mujer que tose dentro de la casa!
Como si no bastara el poco dinero, la lámpara flaca,
el perfume ordinario, el amor escaso, las goteras en el invierno.
Y las hormigas brotando por millones negras a chorros
dentro de la pared (como si aquello fuera la esencia de la casa)
Y todos buscaban
en una sonrisa en un gesto
en las conversaciones de esquina
en el coito de pie en la calzada oscura del Cuartel
en el adulterio
en el robo
en el desciframiento del enigma
– ¿Qué hago entre cosas?
– ¿De qué me defiendo?
En una maceta del jardín de tierra negra crecían plantas y rosas
(¿Cómo puede el perfume
así nacer?)
Del lodo en los bordes de las calles, del agua residual crecían
brotes de tomate
de las orillas de las casas sobre las tejas crecían hierbas
más verdes que la esperanza
(o el fuego
de tus ojos)
era la vida que explotaba por todas las grietas de la ciudad
bajo las sombras de la guerra:
la gestapo la wehrmacht ref feb el blitzkrieg catalinas ataques de torpedo la quinta columna los fascistas los nazis los comunistas el reportero eso la discusión en la plaza el queroseno el jabón de andiroba el mercado negro el racionamiento el apagón las montañas de metales viejos el italiano asesinado en la P Praça João Lisboa el olor a pólvora los cañones alemanes tronando en las noches de tempestad por encima de nuestra casa. Stalingrado resiste.
Por mi padre que contrabandeaba cigarros, por mi primo que organizaba rifas, por el tío que robaba estaño al ferrocarril, por su Neco que hacia puros ordinarios, por el sargento Gonzaga que tomaba tiquira como miel de abeja y trepaba con la ventana abierta,
por mi carnero manso
por mi ciudad azul
por el Brasil, salve, salve,
Stalingrado resiste.
En cada mañana nueva
en las ventanas en las esquinas en los titulares de los diarios
Pero la poesía aun no existía.
Plantas. Animales. Olores. Ropas
Ojos. Brazos. Senos. Bocas.
Vitral verde, jazmín.
Bicicleta el domingo.
Papagayos de papel.
concierto en la plaza.
Luto.
Hombre muerto en el mercado
sangre humana en las legumbres.
Mundo sin voz, cosa opaca.
Ni Bilac ni Raimundo. ¿Tuba de alto clangor o lira sencilla?
Ni tuba ni lira griega. Después sube: habla humana, voz de gente, barullo oscuro del cuerpo, entrecortado de relámpagos.
Del cuerpo. ¿Pero qué es el cuerpo?
Mi cuerpo está hecho de carne y de hueso.
Ese hueso que no veo, maxilares, costillas,
flexible armazón que me sustenta en el espacio
que no me deja abatir como un saco
vacío
que guarda toda las vísceras
funcionando
como retortas y tubos
creando la sangre que crea la carne y el pensamiento
y las palabras
y las mentiras
y los cariños más dulces más crápulas
más sentidos
para explotar como una galaxia
de leche
en el centro de tus muslos en el fondo
de tu noche ávida
olores de ombligo y de vagina
graves olores indescifrables
como símbolos
del cuerpo
de tu cuerpo de mi cuerpo
cuerpo
que puede un sable rasgar
un pedazo de vidrio
una navaja
mi cuerpo lleno de sangre
que lo irriga como a un continente
o un jardín
circulando por mis brazos
por mis dedos
mientras discuto camino
recuerdo rememoro
mi sangre hecha de gases que aspiro
de los cielos de la ciudad extranjera
con la ayuda de los plátanos
y que puede – por un descuido – evaporarse por mi
pulso
abierto
[…]
En una cosa que se pudre
— tomemos un antiguo ejemplo:
una pera –
el tiempo
no escurre ni grita,
mejor
se ahonda en su propio abismo,
se pierde
en su propio vértigo,
aunque tan lento
que en lugar de transformarse en luz se transforma en
oscuridad:
el pudrimiento de una cosa
es de hecho la fabricación
de una noche:
sea esa cosa
una pera en un plato sea
un río en un barrio obrero
Es por ello que en la Baixinha
hay dos noches metidas una en la otra: la noche
sub-urbana (sin agua
entubada) que se disipa con el sol
y la noche sub-humana
de la lodo
que permanece
a lo largo del día
extendida
como sebo
por kilómetros del manglar
la noche alta
del sueño (cuando
los obreros sueñan)
y la noche baja
del lodo debajo
de la casa
una noche metida en la otra
como la lengua en la boca
yo diría
como una gaveta de armario
metida en el armario (aunque
debajo: el miembro en la vagina)
o como ropas negras
sin uso dentro de la gaveta
o como una cosa sucia
(una culpa)
dentro de una persona
en fin, como
una gaveta de lama
dentro de un armario de lodo,
así,
tal vez fuera la noche en la Baixinha
princesa negra y coronada
pudriéndose en los manglares
Aunque para definir bien esa noche
de la Baixinha
no debe separarse
de la gente que vive allí
— porque la noche no es
nada más
la conspiración de las cosas –
ni separarla de la fábrica
de hilos y paño rayado
(del cual los hombres hacen pantalones)
donde aquella gente trabaja,
ni del salario mínimo
que aquella gente recibe,
ni separar la fábrica
de lodo de la fábrica
de hilos
ni el hilo
del aliento
envenenado en la lama
que de heder tantos años
ya es parte de aquella gente
(como
el olor de un animal puede ser parte
de otro animal)
y a tal punto
que ninguno de ellos consigue
recordar alguna flor que no tenga
aquella acidez de lama
(y no obstante
se aman)
Agosto 1964
Ferreira Gullar
Entre tiendas de flores y zapatos, bares
mercados, boutiques,
viajo
en un autobús Estrada de Ferro-Leblon
Vuelvo del trabajo, a mitad de la noche
fatigado de mentiras.
El autobús se agita. Adiós, Rimbaud,
reloj de lilas, concretismo,
neoconcretismo, ficciones de juventud, adiós,
que la vida
yo la compro a la vista de los dueños del mundo.
Al peso de los impuestos, el verso se sofoca,
la poesía ahora responde al interrogatorio policial-militar.
Digo adiós a la ilusión
pero no al mundo. Pero no a la vida,
mi reducto y mi reino.
Del salario injusto,
del castigo injusto,
de la humillación, de la tortura,
del terror,
quitamos algo y con eso construimos un artefacto
un poema
una bandera