Foja de poesía No. 209: Daniela Camacho

Daniela Camacho

Presentamos a continuación una breve muestra del trabajo de la poeta sinaloense Daniela Camacho (Culiacán, 1980).  Publicó los poemarios En la punta de la lengua (Tintanueva, 2007) y Plegarias para insomnes (Editorial Praxis, 2008); y el libro de palíndromos Aire sería (Editorial Praxis, 2008). Actualmente vive en Japón.

 

Plegaria de mujer sin lengua

 

un golpe del alba en las flores

me abandona ebria de nada y de luz lila

ebria de inmovilidad y de certeza

Alejandra Pizarnik

 

Ebria que no, que de la luz no. Ebria y sal­modiada por la noche no. Los pájaros más ne­gros de mi boca y los cuchillos no, que de la muerte no. Todo el silencio y el gemir de oboes, la muchacha prostituta en mi ventana, el mus­go entre los dientes no. El canto tremebundo de cigarras no, la hondura no. Yo arrastro este muñón de lengua entre palabras mudas que ya no, que lloran porque no. Y es ésta mi ple­garia, ésta mi más dulce imprecación: la del dolor que no.

 

 

 

Desde otro cielo

 

Es levísimo murmullo el grito. En el cuenco de mi boca, un beso lírico se arrastra y me hu­medece el canto. ¿Cómo hablarte desde aquí si mutilaron cada miembro de mi voz? ¿Cómo recordarte que en las manos llevo un mapa y una brújula para ver si me extravío de esta mi locura de sin ti? ¿Cómo, si tu cuerpo está tan lejos de mi abismo, allí donde lo veo y no lo toco? ¿Cómo, si en tu cielo hay niños pecado­res y pájaros sin lluvia y en el mío mariposas que olvidaron que volaban, migas de libélu­las y nubes lloradoras? Tal vez si me lleno la mirada de silencios, si me arranco las antiguas cicatrices y ornamento tu tristeza con el hilo de mis venas, tal vez si me anudo los retazos de la lengua al arco de esa viola que olvidaste, sólo así sepultaré todos los barcos. Sólo así renace­rán las jacarandas.

 

 

 

ii

 

Morir. Morir insomne y desierta. Cuan­do todo huela a caléndulas y a mar. Amar. Cuando el mundo se convierta en el último murmullo de Dios, cuando no haya más si­lencio que el batir de alas de un pájaro ciego. Llover. Lluviar toda la fe que se me pudre en las heridas, hablar en monosílabos, morder la pulpa del dolor. Morir. Morir atenta, con el estómago vacío y los ojos muy abiertos. Mirar. Mirarlo todo, el cuerpo violentado de la niña, la sangre coagulada de los perros, el genocidio de poetas. Entender. Saber que en estas horas todo es mentira, el olvido, la guerra, la resu­rrección y el tiempo. Dormir. Dormir es im­posible. Por eso digo que es mejor morir.

 

 

 

xxii

 

Ya empieza a insomnecer y aquí no hay luna ni sol ni estrellas. No se escuchan las plegarias de la vieja rezandera ni hay jaurías mendigan­do las migajas del ayer. ¿Qué hora es ésta en que la piel se pudre y en el cementerio yacen tantos niños? ¿Qué palabras se pronuncian cuando de una boca virgen brotan los gemi­dos primigenios del dolor? ¿Qué lugar es éste donde el hambre y la apatía nos sofocan lenta­mente? No lo sé. En los párpados oscuros del silencio ya ha empezado a insomnecer, tal vez contemplemos el tristísimo y fingido orgasmo de la muerte.

 

 

 

Morir de paraíso

III

Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.

Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.

 

La desnuda

                     dicen ellos

                                             la bestia descarriada.

 

¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?

¿Para  qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?

 

Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes.

 

En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.

 

 

 

Poema para Ágata

 

para encenderte los párpados, Ágata,

y hablarle al leopardo que duerme a mitad de tu sangre

para escuchar el bramido de lilas a mitad de tu sangre

hay que ser ángel o violeta degollada

ceniza de uvas negras

vino ardiendo en la lengua de las animalas

 

hay que sacarse de los ojos la nieve

decir aguamarina

clavar una libélula en el pecho de los recién nacidos

 

para apagar la niebla hay que morir despacio

mientras los árboles arrullan a los astros

 

hay que morir despacio

y para siempre

 

 

 

Nada

te digo que vivir
es una mala noticia
nos abandonan en el mundo
con el cuerpo impregnado de otras soledades
y no tenemos nada

una casa enorme y vacía
nada
niños de ojos nublados
manos que envejecen
sin escribir una sola palabra
nada

despertamos sin saber qué día moriremos
ni de qué manera
caminamos con las piernas rotas
porque no sabemos nada
y  te lo digo
no tenemos nada
sólo hambre
y fe
y miedo

 

 

Datos vitales

Daniela Camacho (Culiacán, Sinaloa, México, 1980) se graduó de ingeniería industrial y de sistemas por el itesm y de lengua y literaturas hispánicas por la unam. Publicó los poemarios En la punta de la lengua (Tintanueva, 2007) y Plegarias para insomnes (Editorial Praxis, 2008); y el libro de palíndromos Aire sería (Editorial Praxis, 2008). Forma parte de la antología bilingüe Tránsito de fuego (Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2009), La mujer rota (Literalia editores, 2008), Los siete pecados capitales. La lujuria (Alforja, 2008). Es fundadora y miembro del consejo editorial y de redacción de la revista El Puro Cuento. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas y periódicos de México y el extranjero. En la actualidad, radica en Tokio, Japón.

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