“Camino de vida”, nuevo libro de Verónica Volkow

Verónica Volkow

En seguida, Jorge Márquez Murad reseña el libro “Camino de vida”, de la poeta Verónica Volkow (México, 1958), perteneciente a la colección La abeja de Perséfone, dirigida por Víctor Toledo en la BUAP.

 

 

LA ABEJA DE PERSÉFONE  Y VERÓNICA VOLKOW

 

Sobre mi mesa de trabajo, regados al azar (lo que quiere decir que por alguna razón están ahí) observo libros de distintas editoriales (FCE, Océano, Siruela, Libros Río Nuevo, Visor, Caronte), también está el último número de Literatur Nachrichten  y hasta la caja vacía de Mythodea, un CD que Vangelis compuso exclusivamente para una misión de la NASA. Como se podrán imaginar, el espectro visual es variado y atractivo.  

No obstante, en el vórtice de este caos amenus hay una fuerza de atracción que proviene de un pequeño libro que sobrepasa los límites de la mirada. Exagerar no quiero, pero parece una abeja mensajera. ¿De dónde viene? ¿Qué noticias trae? ¿A qué destinatario desea?

“La abeja de Perséfone” me digo, conforme leo en el marco superior derecho de la portada el título de la colección a la que pertenece. Sobre el eje que constituye la tipografía con el nombre del autor giro el libro. En la base de una “T” invertida que antes fue el ejemplo perfecto de toda vertical, en la contratapa, se reconoce a Minerva icónica y la leyenda que la sigue: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Dirección de Fomento Editorial. Más abajo, gambeteando en el extremo derecho, una luna en la arena. 

El diseño es atrevido es decir poco. Lúdico, más bien. Entretenido. El sueño del libro objeto al alcance de la mano. Sin parafernalia. Con gracia. Un libro que se distingue, como se decía antes en los anuncios de brandy. Y todo esto a simple vista y ya se ha dicho mucho. ¿Se necesita poco para llegar a ello? Ya lo veremos.

Mientras el debate sobre el libro, en tanto especie en peligro de extinción, continúa; mientras lo mínimo que va quedando claro es que las tecnologías de la información y de la comunicación son tan solo nuevos vehículos para cierto tipo de mensajes; mientras han pasado diez años ya de que Vargas Llosa afirmara que:

 

Es, tal vez, un prejuicio, resultante de la falta de práctica, de la ya larga identificación en mi experiencia de la literatura con los libros de papel, pero, aunque con mucho gusto navego por el Internet en busca de las noticias del mundo, no se me ocurriría recurrir a él para leer los poemas de Góngora, una novela de Onetti o de Calvino o un ensayo de Octavio Paz, porque sé positivamente que el efecto de esa lectura jamás sería el mismo. Tengo el convencimiento […] de que, con la desaparición del libro, la literatura recibiría un serio maltrato, acaso mortal.[1]

 

 Y aunque en el 2000 existían apenas en germen el Kindle  o el Sony Poket Book, tenemos claro que hoy  los grandes centros de educación superior e investigación, así como las entidades promotoras del arte y la cultura tienen la obligación moral y el compromiso social de seguir publicando libros bellos y buenos. ¿Tienen los mismos deberes y compromisos los escritores? no nos toca aquí discutirlo, pero sí diremos que la difusión de las ideas es fundamental pues genera dudas, la duda genera conocimiento y el conocimiento nuevas dudas en espiral ascendente. ¿A dónde nos lleva esto?, espero que a alguna otra parte además del descanso eterno. ¿La construcción de una sociedad más justa?: podría ser si no fuera una construcción gramatical sin verbo; ¿el bienestar de la familia?: ya la política partidista fracasó en ese intento; ¿la superación personal?: infame conceptualización de lo políticamente correcto.

Despertar al sueño. A través del libro, a través de la literatura, despertamos al sueño. Y llevar el libro bajo el brazo o a la cama nos ofrece la posibilidad de la utopía portátil. Táctil. Visual también si contamos con forros de una estética estimulante. Regreso a lo básico. No estorba a nadie regresar a lo básico. Reconforta porque descubre la raíz que nos sostiene. Y nosotros, en reciprocidad, sostenemos al libro con manos cariñosas.

La publicación de libros, buenos y bellos libros, requiere sensibilidad e inteligencia. ¿Y el dinero? Nada será el dinero sin las premisas anteriores. ¿Y el dinero? Está bien, pongamos primero al dinero (o pongamos primero el dinero). Se puede contar con un subsidio, pero sin las premisas antes mencionadas no se llega a ninguna parte. Sensibilidad e inteligencia. Los recursos económicos, muchos o pocos, se deben utilizar  cumpliendo con estos requisitos. Y tanto la Dirección de Fomento Editorial de la Buap como el Director de esta bellísima colección,  lo han conseguido.

 

Hemos dicho ya que la publicación de libros es difusión de ideas, ideas que son en sí mismas pensamiento y que lo generan. En este sentido preguntémonos ahora qué contiene, qué comporta, qué transporta La abeja de Perséfone.

Párrafos atrás comentaba ya que al principio fue el caos. En mi mesa de trabajo reinaba un apacible caos que fue bruscamente alterado por un libro. Después vinieron  cuatro más. El primer contingente de la colección estaba ya completo. Cinco libros que marcan claramente la línea editorial de La abeja de Perséfone: trabajos de poetas, poesía,  sobre poesía y poetas.

 

Son de poeta los ensayos y textos misceláneos que Víctor Toledo presenta en sus Des-varíos; escritos  que van desde el ensayo propiamente dicho, como en la exploración que hace de las Almas muertas de Gogol, a la declaración- manifiesto en defensa del último bosque del municipio de Puebla. Sobre poesía es el extenso ensayo de Pedro Ángel Palou, mismo  que abarca todo el volumen titulado El clasicismo en la poesía mexicana. Es poesía, poseída por  luz interna de tres distintos matices, la fina selección de textos de Elsa Cross. Y apenas cruzando la calle, una mínima antología indispensable de la poesía de Lezama Lima.

Un quinto volumen  hace falta mencionar aquí y en él me extenderé en las páginas que siguen. Se trata del libro Camino de vida de Vorónica Volkow.

***

Innumerables son las voces (Horacio, Montaigne, Blok, Eliot, Heaney, Mandelstam, Pound ) que en distintas épocas se han alzado para subrayar la importancia de que la crítica sobre poesía, el ensayo sobre poesía, sin dejar de lado, por supuesto, la traducción  de poesía, sean realizados por poetas. Aunque se diga que existen honrosas excepciones (que cada cual haga su propio  examen de conciencia lectora) hoy  cuesta trabajo poner en duda  esa postura. Me adhiero a ella haciendo una  pequeña variación: la buena poesía requiere buenos poetas para ser estudiada, ejercida, criticada y traducida. El trabajo de Verónica Volkow es la prueba fehaciente.

En Camino de vida, Currículum vitae, Lebenslauf, Wolkov hace un corte lúcido, preciso, en la trayectoria de seis personalidades indispensables en la historia de la poesía mexicana. La muestra representativa que obtiene de su obra los pinta de cuerpo entero. Comenzaremos desde el final.

“Los  elementos” de Arturo González Cosío es un ensayo que, como el título deja ver, se aboca al análisis del inquietante poema de este autor que fundara en 1948 el “Ateneo Manuel Acuña” y que fuera miembro del Movimiento Poeticista al lado de Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca. 

La tentación de abordar el texto, de comentarlo, desde una posición canónica en el sentido de otorgar a los cuatro elementos el valor que se les asigna en  la filosofía griega primitiva es fuerte. Pero  Volkow descarta la vía corta. Le interesa el viaje ontológico. En el momento oportuno advierte:

 

Los cuatro elementos de González Cosío no están ubicados –como los de los presocráticos- en un lugar anterior  al universo y al tiempo; se manifiestan dentro de un mundo ya creado. Estos elementos no son un a priori, sino generadores permanentes desde sí mismos, actúan insertos en el tiempo; siguen inventando su propia modalidad de ser. […] Su lugar no es el mito, sino la historia continua.[2]

 

Para Verónica la posibilidad de llevar a cabo la enorme empresa que se ha propuesto González Cosío en  Los elementos tiene su fundamento en la concisión de la imagen poética confeccionada a partir de una impecable urdimbre de versos. Según plantea, este saber, esta habilidad del autor le viene de su práctica del haikú. Así, tenemos entonces un poema de largo aliento con “versos, a decir de la autora, que tanto se atreven a la inmensidad y a lo abstracto, a la vez que asientan sus reales en la precisión de la imagen de la poesía oriental”.[3] En general, la importancia que Volkow le otorga  a la imagen poética se hará patente en todos  los ensayos que componen el volumen.

 

La semblanza de Ramón Xirau, otro de los convocados en Camino de vida, es justa, y pertinente aquí,  porque en ella los dados se cargan hacia el interés que manifiesta el filósofo en torno a la relación entre poesía y filosofía.  Al parecer, Volkow ha llevado a cabo, entre otras, una  inteligente lectura del   libro  Poesía y conocimiento. En él, desde el epígrafe de Baumgarten, Xirau declara sus abiertas, que no aviesas, intenciones:

“Trataré de descubrir que la filosofía y el arte de comprender un poema, tan repetidamente tenidos por antitéticos, están por lo contrario en la más estrecha unión”[4] Más adelante, ya en el cuerpo del trabajo,  será el propio Xirau quien afirme: “Poesía, filosofía. Poesía y conocimiento. ¿Por qué unir estos dos términos –poetizar, conocer? En esencia porque tanto la poesía como la filosofía son formas de un conocer más amplio, de un conocer religioso.”[5]  

 Verónica concede que Xirau sea incluso un filósofo religioso, en el sentido  de la palabra religare, reunir.  No obstante se muestra muy cautelosa en cuanto a lo que el autor de Palabra y silencio pretende, poniendo las cosas en claro de la siguiente manera: “Xirau es de alguna manera un custodio de la sabiduría vivencial de la poesía frente al logos filosófico, pero lo es también del ethos, de la rectitud del filósofo, ante la libertad experimental de la imaginación  poética […]” A lo largo del ensayo, la autora da a conocer otras razones más por las que, le parece, Ramón Xirau es la imagen, otra vez la imagen, del guardián: “un vigía de los valores de Occidente.”[6]

 

“No podemos hacer nada dentro de la imagen, es ella la que actúa sobre nosotros, sufrimos sus mutaciones, su alquimia, sus metamorfosis. No la podemos atravesar, ella nos atraviesa a nosotros –cumpliendo con sus distintos rostros se nos vuelve un habitante interior, un mundo interno. Y nosotros nos vamos extendiendo, multiplicando, descomponiendo en ella.”[7]

Lo anterior me parece el planteamiento nodal del ensayo La estatua asesinad de Javier Villaurrutia. Volkow recoge fragmentos  del  Nocturno de la estatua y de Nocturno en que nada se oye para estructurar, para revelarnos un cautivador fresco de la imagen. Una imagen trágica, ciertamente, fatal, que sin embargo reivindica la poesía de Villaurrutia, la vivifica y nos invita a probar suerte con la mirada, con los sentidos, nuevamente. A nuestras espaldas y frente a nuestros ojos el poema se actualiza. ¿Qué ha pasado? Nos fuimos pensando que las cosas se quedaban en su lugar, pero ahora que hemos regresado nos damos cuenta que vivimos una vida de verdades a medias. No falsa. La realidad es esto y  aquello. “¿De qué está hecha la realidad, esa realidad que es solo una imagen? Con esta pregunta Villaurrutia intentará fincar una poética, una poética que será para él una forma de construir una existencia, una existencia en la imagen, adentro de la imagen.”[8] Esto afirma la autora y con ello perfila un ensayo por demás estimulante sobre un poeta que se resiste a la consideración de estar suficientemente ensayado, si se me permite decirlo así.

 

Siguiendo la cuenta regresiva, Carlos Pellicer y las cuatro voces es la demostración de lo que debe, quiere y puede ser una  poética orgánica  tomando por caso  Esquemas para una oda tropical. La viva imagen del poema orgánico. ¿Y qué imagen es esta? Fondo y forma se funden para sentar las bases de una realidad sin convenciones en la que las fronteras entre signo y referente se rebasan. Volkow vuelve a dar muestras de sensibilidad y su talento la lleva a afirmar del sujeto lírico: “Más que decir las cosas, esta voz quisiera cargarse con los sonidos y presencias de los seres, de ahí que sus imágenes, desperdigadas y asombrosas, tiendan a arrojarnos hacia diferentes rincones del espacio.”[9], se trata de la imagen, que reaparece, en este caso como eje, como conexión, pues “Entre el cuerpo y las cosas hay engranajes fascinantes, se construyen maquinarias poéticas. Las imágenes centellean en un suceder que nos rebasa: se nos escapan siempre y sorprenden.”[10] ¿Será la imagen, fruto de la fórmula perfecta, de la mezcla exacta de tropos y palabras, el  centro del quincunce flanqueado por las cuatro voces de los puntos cardinales, donde lo divino y lo terrestre se juntan? La autora advierte que “Es mucho más que un juego de ingenio en Pellicer la buscada unión entre la palabra y la cosa […]” y más adelante nos hace recordar que “Fue en el acto creador, en el idioma primero, donde las palabras eran inseparables de las cosas.”[11]

 

Al final del libro, que para cualquier lector sensato sería el principio, aparecen sendos ensayos sobre Jorge Cuesta y Octavio Paz. Verónica Volkow es especialista en ambos autores, así que podemos estar tranquilos. Pero no lo estamos.

En el primer caso Verónica se lanza de picada en vuelo libre (ustedes saben que de esta manera el ser humano llega a alcanzar hasta 340 km/h) para hacer una atrevida cartografía- radiografía de la imagen de la mano que se anuncia como indicio desde el primer verso  de Canto a un dios mineral ¿Dará la imagen para tanto? La autora se ha confiado a la imagen, la imagen es su talismán. Por otro lado, su experiencia como estudiosa del poeta cordobés le autoriza a decir: “En varios poemas de Cuesta encontramos pasajes de lo corpóreo a lo intangible, pero también de lo irreal al mundo fáctico gracias a los poderes de la mano”. Y más adelante: “Dios se manifiesta al hombre también mediante su creación, que es, metafóricamente, la prolongación de su mano.”[12]

El ensayo se vuelve inquietante cuando Volkow establece  relaciones peligrosas entre la forma en que opera la mano en el Canto y el follaje seco de Tumba a Baudelaire de Mallarmé. Verónica no se ha dado el lujo de apoltronarse en lo que ya sabe. Quiere ir más allá, corre riesgos.

 

Por último, el primer ensayo: Octavio Paz, poesía y revolución. Extraña combinatoria entre el nombre del autor y el tercer término para aquellos timoratos que se han dedicado a denostar al premio nobel por sus oscuras relaciones (que por otro lado fueron muy claras) con el poder. Pero viendo más allá de lo evidente, como gustaban decir los taumaturgos del XIX, Verónica le da el lugar que le corresponde a quien también fuera su mentor y amigo. Con la misma vara que Paz midió al Romanticismo (sobre todo en Los hijos del limo) ahora es medido por Volkow.

Según el autor de Cuadrivio la historia de la poesía moderna comienza con el Romanticismo (incluido el Pre-romanticismo), y “[…] al menos la mitad de esa historia es la de la fascinación que han experimentado los poetas  por las construcciones de la razón crítica.”[13] Una razón crítica que habrá de consolidar lo que Paz llama la tradición de la ruptura, una inquietud constante por transformarlo todo y que encarna perfectamente en la poesía y el pensamiento poético. Recuperando éstas y otras ideas pacianas  Verónica sintetiza: “Una revolución para ser radical  tiene que asumirse como poética, y acatar esa audacia y ese desamparo que es el de la palabra poética –y que es también del hombre.”[14] El poeta auténtico es, entonces, por antonomasia, un revolucionario. Paz y revolución, mediante el vínculo de la poesía, son términos que se complementan y  explican.

Pero en el ensayo la autora nos obliga a pensar en términos de trascendencia, por eso dice, interpretando el pensamiento de Paz que “el Surrealismo finalmente se volvió la única salida posible para una revolución permanente –una revolución imposible en lo real- que se había quedado sólo en lo ideal.”[15] (No olvidemos que Paz entiende al Surrealismo no solo como la última vanguardia, la más importante, sino también como el último filón de la modernidad en poesía).

Después de una digresión necesaria (los caminos tienen veredas) que le sirve a la autora para subrayar  algunos referentes importantes en el pensamiento de nuestro autor, entre los que figuran  Breton, Rinbaud, Baudelaire, Nietszche (aquí sin duda estamos frente al germen de un trabajo más amplio) y de explicar el concepto de tiempo (ritmo / presente perpetuo) tan importante en la obra de Paz,  Verónica concluye: “El poema tiene la virtud de ser ya para siempre presente y de esa manera escapar  a la muerte del tiempo histórico. Por esta posibilidad, señala Paz, el poema es doblemente histórico, lo es en tanto producto social, pero también en tanto que creación que trasciende lo histórico.”[16]  ¿Habrá algo más revolucionario, entonces, que la poesía?

 

En estos días caniculares de rumbo infijo, nada más fresco y agradable que caminar de la mano de Verónica Volkow por este Camino de vida.

 


[1] Vargas Llosa, Mario. “Un mundo sin novelas”, Letras libres (México, D.F), octubre 2000, núm. 22

[2] Volkow, Verónica. Camino de vida, Dirección de Fomento Editorial (BUAP)/LunArena, México, 2010 (La abeja de Perséfone).

[3] Ibid.

[4] A. G. Baumgarten, cit. por Ramón Xirau. Poesía y conocimiento,  Joaquín Mortiz, México, 1978.

[5] Xirau, Ramón. Poesía y conocimiento, Joaquín Mortiz, México, 1978.

[6] Verónica Volkow. Op. cit.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] Ibid.

[10] Ibid.

[11] Ibid.

[12] Ibid.

[13] Paz, Octavio. “Los hijos del limo”, en Obras completas, t. 1, FCE, México, 1993.

[14] Verónica Volkow. Op. cit.

[15] Ibid.

[16] Ibid.

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