Eros y poesía: el rapto y la seducción

William Adolphe Bouguereau

Rubén Márquez nos presenta un ensayo que teje la imagen del rapto amoroso de los dioses griegos con el proceso creativo en la poesía. Amor y poesía se funden en estas líneas para decirnos que si bien todo poema nace del arrebato, el poema es ante todo seducción, es decir, cálculo y estrategia.

 

Eros y poesía: el rapto y la seducción

 

 Para cada una de las musas porque todas ellas

se confunden en la poesía…

 

Si tú murieras

Las estrellas a pesar de su lámpara encendida

Perderían el camino

¿Qué sería del universo?

Vicente Huidobro

 

Entre el eros y la poesía

Una gran parte de la mejor literatura de todos los tiempos está implicada sin lugar a dudas con el deseo amoroso. Esto se da porque la búsqueda del otro, el querer poseer al amado o el no querer perderlo, se vuelve un acto desesperado, ya que el amante sufre una especie de furor en sus sentidos y emociones. Necesario notar que, en este sentido, el enamoramiento o el encantamiento, es emocional y no sentimental. No se trata de la durabilidad del sentimiento sino de la espontaneidad y la fugacidad de la emoción que provoca el asombro de lo nuevo.

         Si nos remitimos a la cultura griega, observamos que este arrebato no es otra cosa que la imagen del rapto. Para los griegos, el deseo amoroso de los dioses terminaba con el hurto y la posesión de su objeto del deseo. Notemos que con esto no sólo la víctima era la raptada sino que también el dios había sido capturado por la víctima. El objeto del deseo genera una admiración tan grande sobre el sujeto que es el sujeto el verdaderamente capturado. Esto nos lleva a pensar en la doble figura del rapto, en el juego de la doble posesión entre el amado, figura pasiva, y el amante, figura activa.

         El acto poético, en mayor o menor medida, resulta una imagen en el espejo del acto amoroso. Ningún poeta puede escribir fuera del rapto, es decir, ningún poeta, sin el doble sentimiento de la posesión, querer poseer porque él mismo está poseído, puede crear un poema. La escritura poética es doble posesión, pues el poeta está inspirado, es decir, está poseído por la divinidad y con ello lanza el poema que tratará de acercar o capturar al ser amado. De esta manera, el poema muestra también su doble cara: red y lanza que hiere. Atrapar al otro, herir de amor al otro, es el motivo fundamental de la poesía.

 

El rapto como violencia y fuerza creadora

El rapto de los dioses era precisamente un privilegio divino, ya que los dioses estaban fuera de toda moral que regulara sus deseos. Por tal motivo, el rapto representa la culminación del pathos, la imagen del deseo desenfrenado y posteriormente la fuerza misma del poema. La trasgresión, entendida a partir de Bataille, ejerce su dominio creador debido a que violenta el orden moral de los amantes y con eso el orden mismo del universo.

         En este momento, se podría argumentar que no todo encuentro amoroso se da por medio de la violencia del rapto, que el amado en ocasiones se entrega por su propio gusto, sin embargo, la posesión de los amantes, forzada o aceptada, no puede ser sino despojo, arrebato, combate y conquista. El acto amoroso es un encuentro con “la otredad” y ese encuentro en sí mismo implica el mito de la caverna de Platón. Los que se entregan en un intercambio de cuerpos sufren la violencia de la propia luz que emanan de la misma manera que el filósofo violenta su mente cuando se acerca a la luz de la verdad. No hay amor sin violencia, así que, siguiendo con Platón, el amor entre los amantes es el amor que le tiene el lobo a la oveja.

         La creación, es decir, la poiesis, implica el desequilibrio del mundo interior del poeta, que a su vez, traspasa a su realidad exterior. El poeta poseído en su interior por las musas, no puede ver el mundo de la misma manera que cuando no estaba poseído. Esta violencia del sujeto será la fuerza que le dará vida al poema y una vez lanzado el “verbo”, éste cambiará el orbe. Ningún poema puede ser considerado como tal si no ha logrado violentar el mundo que lo circunda, por lo que nadie puede ser el mismo después de leer poesía. La poesía es conocimiento, revelación.

 

Schopenhauer y el impulso de la especie

Esta fuerza amorosa de los amantes, Schopenhauer la señala en Metafísica del amor como una fuerza exterior al hombre. El amante cree elegir a quien ama, sin embargo, la elección viene del impulso de la especie. Esta elección fuera del dominio del hombre es equiparable a la propia concepción griega del amor al describirlo con una venda en los ojos, y de la misma manera, nos remite a la idea de la posesión de una deidad para la inspiración del poeta. Con esto tenemos, que el deseo amoroso es incontrolable porque no depende de los amantes, la fuerza de la especie los llama y los convoca a cumplir su destino sin darles otra opción que ello.

         El amante, encantado como los marinos con las sirenas, ve en el ser amado la realización de la individualidad, es decir, lo amado se vuelve único e irrepetible. Esta particularidad lo lleva a pensar que “lo único” adquiere un valor universal, por lo tanto, su pérdida causa un colapso de la misma magnitud: el mundo jamás sería el mismo sin el amado. Schopenhauer afirma que los amantes se ven arrasados por el instinto de la especie que ve en ellos la imagen de la perfección. Los amantes, sin saberlo, ven en el hijo que podrían crear una imagen de la realización de la especie, y por ello, el fracaso de dicho destino se vuelve tan catastrófico como en la historia de los grandes amores en la literatura.

         El ser amado se vuelve todo porque es insuperable. Si está se tiene la armonía universal pero si falta queda un vacío tan hondo que se crea una herida incurable. Este deseo desbordante, ajeno a sí mismo, que experimenta el amante, y que el propio Platón lo identifica a partir de la posesión de un dios, por lo que el amante es divino mientras el amado en su actitud pasiva es terrenal, puede ser interpretado como el rapto de las musas hacia el poeta. La fuerza de la especie, del impulso amoroso que identifica Schopenhauer, es la misma fuerza inspiradora del discurso poético.

La poesía desde la ausencia

Cuando la posesión concluye, el arrebato disminuye, el canto embriagador del amor se atenúa y la intensidad se disipa. Los amantes vuelven a la calma y comienzan a perder el interés por el otro. En este momento de parsimonia, no hay cabida para la poesía. Sin embargo, cuando los amantes vuelven a vislumbrar su distancia, el silencio que vuelve a nacer entre ellos, el verbo resurge.

         La poesía nace entonces del deseo insatisfecho y no a partir de la complacencia. Si el poeta, después del encuentro feliz y placentero, busca el poema, es por rememorar el punto álgido de la entrega, porque a penas los cuerpos se separan viene la sensación de la pérdida. La poesía es recreación, lucha contra el olvido y la ausencia. ¿Acaso se puede recrear a partir de lo que se tiene? ¿Qué hubiera sido de Catulo, Dante y Petrarca, sin el abandono que sufrieron por parte de Lesbia, Beatriz y Laura? La poesía no es otra cosa que recuerdo y semblanza del arrebato perdido, intento de hacerlo eterno, de no borrarlo de la memoria, escritura desde la ausencia.

         La gran épica homérica se da por la bella Helena que representa la mujer inasible, imagen en el espejo que seduce por su irrealidad, simulacro de “la belleza”. Este vislumbre del paraíso que le provocó Helena a varios héroes griegos deja su gran herida cuando estos se dan cuenta de que se trata sólo de un reflejo, una imagen que se va desvaneciendo.

         Desde Aristóteles observamos ya que el arte es mímesis, y que el artista, escultor, músico o poeta, recrea el mundo, hace una copia de éste. Pero esta imagen alberga ya un misterio, una simulación mágica que encanta, pues lo más horrendo en “la vida real” puede adquirir un estatuto estético y elevado en el arte. La muerte, el odio, el abandono, dejan de ser meros pesares del alma y se vuelven parte de un programa capaz de alcanzar el regocijo y el placer por medio de la contemplación. La poesía emerge de la irrealidad de la imagen, de su simulación embrujadora.

 

La búsqueda de la perfección en el amor y en el poema

Retomando a Schopenhauer, ya dijimos que, si el amante busca tan desesperadamente al ser amado es porque ve en la unión de ambos una imagen del refinamiento, esto es, de la realización de la especie. El nuevo individuo que vendría conjuga los mejores elementos de cada amante y por medio también de la neutralización de los defectos se convierte en un ser ideal. Bajo esta perspectiva Schopenhauer explica por qué una mujer demasiado femenina y delicada se siente atraída por un hombre tosco y fuerte. Lo que buscan los amantes, o mejor dicho, el instinto de la especie, es la complementación que los neutralice, equilibrio de contrarios.

         Esta búsqueda de la perfección y la belleza en el arrebato amoroso también está aludida en el mundo griego. En el rapto de Zeus a Europa observamos que Zeus prefiere seducir que simplemente capturar a la amada por medio de la fuerza. La seducción, el engaño o la imagen, se convierte en el gran objeto del deseo para el dios del rayo fulminante. En este sentido, el raptor ve en la seducción una fuente de placer mayor que el simple robo por la fuerza tras ir al encuentro amoroso. Este placer que la seducción provoca se debe a que ésta se vuelve imagen, artificio como todo arte, llegando al punto de que ella misma es precisamente lo deseado.

         La imagen de Zeus como un toro blanco jugueteando con las olas del mar y oliendo las flores con delicadeza es el embrujo con el que Zeus logra captar la mirada de Europa. En este pasaje de la seducción amorosa, con su naturaleza de engaño o simulación, tenemos la interpretación del fenómeno poético ya que el poema se convierte en la fuerza y la delicadeza del mismo toro blanco. En este refinamiento está la poesía misma, con su estrategia y su tecné, pero también con su alma en lo visceral de la emoción.

         En suma, podemos decir que, el fin último de la poesía es llegar a la cópula, a la unión de contrarios, a la tensión de los elementos como en toda metáfora. Pero esta unión, en su fundamento violenta pues implica el intercambio impulsivo de placeres, al mismo tiempo debe ser estratégica y calculada, el rayo fulminante seduciendo, imagen del ingenio humano.

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