Un poema inédito de Rogelio Guedea

Rogelio Guedea

Presentamos un poema inédito de Rogelio Guedea (Colima, 1974). Ha merecido, entre otros, el Premio Adonáis 2008, el Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro 2001,  Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2004, y el Premio Memorial Silverio Cañada, por la mejor novela publicada en España durante 2008.

 

 

 

 

Timeline

 

Tal vez ya todos duermen en mi país. Tal vez sea yo, sin darme cuenta, el que esté durmiendo. Y nadie me ha dicho.

Pero es una música, ésta que escucho, que pone mi ojo alerta. Un bajo al fondo. Un ligero gemir de guitarra eléctrica. Una mujer que pasa.

Todos deberíamos cantar, a un mismo tiempo, esta misma canción. Se oye tan bien, es tan intensa esa voz. Pareciera que lo creara todo de nuevo.

Pero decía de la voz: es tan intensa. Todos deberían escucharla. Estoy seguro que si cantáramos, algo cambiaría. Algo nacería.

¿Y si nungún tuit se perdiera en el basurero virtual? ¿Si todos se alzaran un buen día como los muertos del cementerio y nos alentaran?

Pero déjenme volver a la voz: es de veras intensa. Viene de un lugar lejano, adentro. Es una voz de mujer, por si alguien quiere saberlo.

Todas las mujeres tienen la voz intensa y les viene desde un lugar lejano. ¿Y eso? ¿Por qué? Escuchen a esta mujer y verán lo que les digo.

No les puedo decir su nombre. Es un secreto que guardo para mí. Pero no necesita nadie saberlo porque todos reconocen su voz.

No me estoy drogando ni nada. Estoy sobrio, además. Ni siquiera fumo, ya. Es la voz, su culpa. Tan intensa. Se oye incluso en la médula.

Y lo bueno es que aquí puedo hablar sin que nadie me escuche. Aprovecho que todos duermen. Me aprovecho de eso. Soy un embustero.

En su foto de perfil solo se le ve la boca y un cigarro. Pero yo no fumo. Hoy quise fumar, pero mi mujer me mata.

Me haría ver mi suerte mi mujer si me ve fumar. Me dijo: un cigarro más y te mato, Guedea. Y sí me mata. Ella lo que dice lo cumple.

Pero hoy que caminaba las calles de Auckland, solo, sin hijos, sin mujer, ni amante, me dieron ganas de fumarme un cigarro.

La voz de la mujer que canta no se calla. Es tan intensa. La he querido echar del cuarto, pero no se va. Está aferrada con dientes y uñas.

Yo creo que los amigos españoles no tardan en aparecer. Sigo a algunos de ellos. Luego aparecen tuiteando cosas.

Ah, también está mi hermano Jaime Mesa: despierto. Es desvelado como yo. Un embustero también. Como todos. Por eso me cae bien.

Un cobarde o cobarda me mandó un mensaje a mi correo diciendo que si estaba drogado o qué. Yo le dije que tal vez.

Le dije que uno nunca sabe si está drogado o no. Borracho o no. Enamorado o no. ¿Qué sabe uno?, le dije a la cobarde o al cobarda.

Yo sólo estoy en el quinto piso de un edificio de Auckland, lejos de mi país, viendo por la ventana el mar, y la noche.

Escuchando a una mujer cantar, tan intenso.

Si me escucha mi mujer, que no está aquí, me mataría. Diría que soy un pelafustán. Pero también me ama mi mujer.

Y si yo la he perdonado, ¿por qué ella no?

Ya recibí otro mensaje. La cobarda o el cobarde dice que sí, que estoy drogado. Y le digo que a menos que sea la noche, pero no creo.

O la voz de esta mujer. ¿Saben? He repetido la canción unas quince veces. La rebobino. Y ahorita que se acabe, la voy a volver a escuchar.

Se nos escapa todo por ahí por el agujero. Por eso uno tiene que decir las cosas de una vez. Decir: árbol, cuchara, botella de agua, así reciamente.

No dar tregua. Juntar a los amigos. Tal vez a eso es que venimos todos aquí al tuiter. A juntar amigos.

Por lo demás, yo creo que Peña Nieto debe perder. Iba a decir: debe chingar a su madre. ¿Por qué no lo dije? ¿Me dio miedo? ¿Por qué?

Por eso salen malas novelas. Malos poemas. Malo todo.

Porque uno tiene miedo de decir las cosas.

Hay gente que no tiene miedo de decir las cosas. Como Jaime Mesa. Dice: a querer a los amigos uno viene a tuitear. Y qué razón tiene Mesa.

Mesa me cae bien porque siempre dice las cosas como yo quisiera decirlas. Por eso lo sigo en tuiter. Es un cabrón canijo pa’ eso. Cheveron.

Ya me están diciendo que me calle, la cobarda o el cobarde. Pero no me voy a callar. Me acabo de sentar aquí y ahora se aguantan. En serio.

Es la voz de esta mujer, tan intensa, que rebobino. Con esa voz podría escribir mil novelas. No pararía. Sería una metralleta.

El Metralleta Novelista Guedea. El Metralleta Poeta Guedea. Qué bello sería eso. Un apodo así.

Pero ya no hay héroes, pues.

Puros Peña Nietos y esas cosas.

¿Ya cuánto llevaré hablando? No lo sé.

Para acabarla, acaba de llegar Janis Joplin, mi novia, a cantarme “Maybe”. Tengo el permiso de mi mujer. Mi mujer me dijo: anda, anda.

Pero donde te agarre, te mato. Y yo le dije: sí. Bien que lo harías. La Joplin ustedes saben como canta. Canta con las tripas. Encanijadamente.

Su voz, la noche, el mar enfrente, y yo solo, con una ventana, y la Joplin aquí por un lado, leyendo lo que tuiteo, con el permiso de todos. Y de mi mujer.

Ya llegó Cane. Lo sabía. Los amigos españoles despiertan. Del otro lado del mundo. Pero no creo que Cane me lea porque no le puse arroba a su nombre.

Y Cane es distraído. Además, sus lentes ya no funcionan bien. Los trae al revés.

Por eso estoy seguro que no leerá que estoy hablando mal de sus lentes. Ni modo. Uno se entera de cosas y de otras no.

La Joplin quiere que deje de tuitear y que la atienda. Que no por otra cosa vino de tan lejos a visitarme. Ahora vuelvo.

Cane está en México, dice. No en España, como creí.

Entonces sabe también de la noche. El ojo alerta. Yo en el quinto piso, lejos de todos. Solo. Escuchando la voz intensa.

No voy a repetir todo lo de la voz. Nada de eso. Pero es tan intensa. Algo decía: ah, sí. Que todos deberían cantar con ella. Algo cambiaría. Algo nacería.

 Porque una voz así sólo la puede tener quien no tiene miedo. Alguien que ama.

El que ama no tiene miedo. Flota. ¿Cuándo se ha visto que alguien toque el suelo cuando ama? Así esta voz, les decía. Hasta mi país.

Así deberíamos ser todos: como esta voz que canta.Y no tener miedo a gritar. Es lo que hace falta.

Seguro alguien vendrá a decirme que todo es relativo. Babadas. Eso también es miedo. De veras.

Cuando escuchas una voz así, como ésta, ya no tienes miedo. No sabes siquiera si existes o no. Y cómo y dónde.

La voz, pues. Adentro, como una malla ciclónica, adherida a un hueso y otro. Y con eso estás salvado. ¿Y la música?

¿La música es la voz o viceversa?

Por ahí anda Juan José Rodriguez, también es desvelado

Seguro no me leerá porque no puse la arroba a su nombre. Lo hago a propósito. Para ver si tienen el ojo de la noche alerta. Abierto en canal.

La cobarda o el cobarde insiste en que estoy drogado. Ya le he dicho mil veces que no. Que así es la felicidad. Que si no la conoce.

Yo creo que quien no conoce la felicidad no ha encontrado un ritmo.

Encontrar el ritmo es la felicidad.

Es como la voz de Liz Fraser que bien dijo Cane.

Me quedan cuatro minutos antes de fundirme en la noche. Cuatro nomás.

¿Qué se puede decir en cuatro minutos? ¿Todo? ¿Nada?

¿Quién sabe qué se puede decir en cuatro minutos?

El que lo sabe bien es Salinger o Rulfo. César Vallejo, el padre de todos. ¿Alguien los ha leído?

Son como piedras que caen en el lomo.

Rulfo, Salinger y Onetti: como piedras. Puaf, cabrones. Qué piedrotas son.

Ellos sí saben lo que se puede decir en cuatro minutos.

Los nuevos escritores deberían leerlos. Verán de qué va el asunto. Son como piedras. Caen: plac plac plac. Rompiéndolo todo.

Me quedan dos minutos. Qué rápido se pasa el tiempo. Se va como el humo.

Así se acaba. Pero la voz no se acaba.

Escúchenla: ¡dormidos!

El que escuche esa voz, despierta. De veras. Es tan fácil oírla. Uno tiene nomás que no escuchar nada para escuchar esa voz.

Sí: el ritmo es la felicidad. Esa música.

Me quedan treinta segundos.Voy a intentar decirlo todo en treinta segundos.

Voy a intentar quererlos a todos en diez segundos.

Voy a intentar abrazarlos a todos en dos, uno, cero segundos.

Adiós.

 

 

 

Datos vitales

Rogelio Guedea (Colima, 1974) ha publicado poemarios como Los dolores de la carne (1997), Testimonios de la ausencia (1998), Senos sones y otros huapanguitos (2001), Mientras olvido (Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro 2001), Ni siquiera el tiempo (2002), Colmenar (2004), Razón de mundo (Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2004), Fragmento (Premio Nacional de Poesía Sonora 2005), Borrador (2007), Corrección (2008) y Kora (Premio Adonáis 2008). Es autor de la novela “Conducir un trailer” (Premio Memorial Silverio Cañada, mejor novela española publicada en 2008) y “41″, ambas publicadas por Mondadori.

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