Foja de poesía No. 330: Jorge Aulicino

JORGE AulicinoPresentamos el trabajo del poeta argentino Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949). Ha publicado Vuelo bajo, 1974; Paisaje con autor, 1988; Hombres en un restaurante, 1994; Almas en movimiento, 1995; Las Vegas, 2000; Hostias, 2004; y entre sus más recientes Cierta dureza en la sintaxis, 2008 y El libro del engaño y del desengaño, 2011. También es periodista y traductor. La selección corre a cargo de Rocío Wittib.

Paisaje nocturno

No es momento de ajustarte a la belleza del cielo nocturno:
ni la luna en la punta de los pinos del parque
ni el silencio repentino de esa alcantarilla
que hasta recién sonaba
encierran nada que no sea esto:
el paisaje lejano que jamás te contiene.
Pero no fue que el destino prometiera y ahora…
Supiste que el bisturí disecaría todo.
Si estás en un bar y te abrigan
los restaurantes, te contentás.
El cielo no había dicho nada.
El cielo solo prometía algún lugar de confort.
Muy bien: este es.
Dios se quedó con los designios y el resto es macilento.
Los pinos y las alcantarillas cantan algo que no sabés.
Ni siquiera la sensación de haber sido expulsado.
No hay edén ni exactamente tormento.
Es bastante tomar el vermut sin miedo a que te ahorquen
en una ciudad donde podés morir de mil maneras violentas.
¿Ves allá? Un hilo de sangre. El agua que drena
de ese otro bar, enfrente, puede ser el reguero de un crimen.
¿Ves allá? El viento agita un farol.
Hay tres tipos sentados en el cordón.

Conociste a uno que ahora recordás
como el que hablaba sin dar importancia a las cosas
y las dañó muy poco.

 

 

Per me si va tra la perduta gente

A la salida de un pueblo,
el camino cegado por el humo.
Soy de la ciudad y no tengo herramientas.
Pero cruzo el espejismo
sin que me toque una gota de infierno.

Y en el espejo retrovisor
el camino está despejado.
Y frente al auto
veo el camino indiferente.

Y veo también tu mano
mientras sostiene tu cara
que mira el campo a la derecha. 

 

 

La cabina del operador de grúas

Puede llevarte la ansiedad a una zona irisada.
Gotas digamos en la ventana
O el viento aún, sonando en una lata.
El tigre de aire puede posarse
Sobre la estación de servicio
Como una propaganda.
Gráfica, simple, imponente a su modo
La ansiedad así no gana nada.
Retroalimentada camina
En la bobina de un motor sin transmisión
Delante o detrás como la sombra
Indicando que hagas lo que hagas
Siempre estás perdido de algo.
Ramillete del sur o escarcha
Sobre las chapas de un galpón.

 

 

El voyeur de los jardines

Siempre es demasiado poco:
no escaparás de este enredo verbal.
No intentan las enredaderas escapar de ellas mismas.
Su naturaleza es tal que debería servir de analogía.
Pero ahí están y no te sirven de nada.
En un ángulo obtuso respecto a tu punto
de observación matinal,
la casa vieja, la enredadera seca.

Un resto de vino de la noche anterior
en el vaso sobre la mesa;
(…)
y cuando caminás no es más fácil, no resulta
para nada más fácil que enredarse en estos helechos
segregados por vos mismo, rama
sobre rama y hojas
abrazadas a hojas,
siempre
a su vez lo mismo:
demasiado poco para ser poco.

 

 

El consuelo de una religión probabilística

Dios no puede decidir dónde se va a detener la bola
pero tiene la potestad de hacerla rodar:
de este modo, nadie tiene ángel,
pero se puede acechar el juego.
Como ahora, sentado en el living de un consultorio.
La secuencia no interesa,
no es seguro que haya venido esperando alivio,
podría decir que caí en este lugar.
Veo rodar gotas de agua
sobre las hojas de un helecho
en un patio interior
y es esto una felicidad casual que deviene
de cambiar a Dios por el cálculo de probabilidades.

 

 

Boardwalk Casino

Las fantasías y los recuerdos
son, dice, la misma cosa.
¿Dirías que son materia?
¿Son materia los efectos eléctricos?
¿Es materia la luz tamizada
de un día sin sol en un departamento?
Si se pudiera sostener por varios segundos
ante la vista la estructura de la mente,
si con ella se pudiera hacer una foto
como de una montaña rusa iluminada,
sostenida a su vez por marquesinas
como guardas de resplandor amarillo,
qué cierto y rústico sería el desierto,
qué verdad la conquista de un proyecto,
qué real vos y los que pasan y hablan.


 

 

Música para aeropuertos

La ciudad es todos los ojos encendidos en la niebla y el frío.
Detrás de cada ojo hay vidas que no son conscientes de sí mismas
o no tanto como el hombre que mira los ojos amarillos desde la calle.
Este hombre tiene frío y siente el aire húmedo subiendo por sus piernas.
Es el único que escucha los últimos ruidos de los autos
y le parecen raros un camión estacionado
y el tambor de desperdicios en la vereda del bar.
En la noche de un día que no tenía previsto,
es quizás el único verdadero testigo de la civilización.
El que podría decir son grandes estos ruidos;
estos ojos, extraños; el frío es real y no es humano;
esta civilización, que en una foto satelital es sólo grumos,
unas trazas, una de esas figuras de los microscopios,
ha vivido, se ha alzado en edificios de ventanas luminosas
y por las noches abandona las calles a inimaginables visitantes:
quizá es su deleite.
Porque la civilización debe conocer su sentido,
como el universo, aunque en realidad impresiona
su inconsciencia del frío, del abismo.

A solas este hombre en su cuarto mirará el diario del día
anterior como un documento raro.
Saldrá todavía muchas noches para convencerse.
Probablemente no se convenza. Su voluntad de hierro
lo hará insistir. Porque hay, dirá, debe haber un sentido
en todas esas ventanas que se encienden de noche y
en el vacío de las calles y en la trepidación de los sótanos.

 

 

Paisaje con autor

Vivió una escenografía de libros abandonados,
un televisor encendido después de la transmisión
y cigarrillos sin terminar.
Procuraba mirar de frente los objetos:
las roturas del asfalto o las plantas de un acuario.
Pensó en los objetos, soñó con objetos,
vivió rodeado de objetos sin traducción.
El mal y el bien no parecen distintos detrás
de un vidrio tan nítido.
Ahora piensa que el mundo está arreglado
de acuerdo con ciertos propósitos.
Y más allá de ellos los objetos se destiñen sin objeto.
El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe
sin entender en qué consiste el triunfo,
mientras el sol brilla sobre una botella en los techos
o escucha los trenes o la lluvia
que vuelve a caer donde había caído y agrega
hongos, óxido, humedad, ciertos olores
a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse.

Datos vitales

Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949), poeta, periodista y traductor. Publicó entre otros Vuelo bajo, 1974; Paisaje con autor, 1988; Hombres en un restaurante, 1994; Almas en movimiento, 1995; Las Vegas, 2000; Hostias, 2004; y entre sus más recientes Cierta dureza en la sintaxis, 2008 y El libro del engaño y del desengaño, 2011. Formó parte del Consejo de Dirección de “Diario de Poesía”. Actualmente es editor adjunto de la revista cultural “Ñ” del diario Clarín. Su poesía puede leerse en el blog http://www.viejosomoking.blogspot.com, donde están la mayoría de sus libros publicados e inéditos.

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