Nueva narrativa ecuatoriana No. 4: Luis Monteros

Luis Monteros Arregui

En el marco del dossier Nueva narrativa ecuatoriana, preparado por Xavier Oquendo, presentamos un cuento de Luis Monteros (Ecuador, 1979). En 1998 la Casa de la Cultura publicó su primer libro, El ático. La balada de la casada infiel es su primera novela, escrita entre el año 2000 y el 2004 y publicada en 2006 por La Palabra Editores.

 

 

 

De las manzanas y sus usos

 

 

 … porque a veces la palabra

sólo contiene sus siete letras…

 

 

Cuando Dios, según la leyenda, puso en el Paraíso ese árbol central del que tanto se ha hablado y vio que le crecían manzanas, tomó una y la revisó con meticulosidad antes de decidir si era algo bueno y alegrarse; la palpó con sus enormes manos, la percibió con su nariz aguda, la vio desde todos los ángulos posibles durante eternos minutos, pestañeando profusamente, sin lograr comprender lo que había creado. Después de un momento más de contemplación, la apretó entre sus dedos, con toda la ira de Dios, y la fracturó en pequeños pedazos que saltaron por todas partes. De la manzana quedaron apenas en sus manos un par de semillas, como lágrimas petrificadas. Él las miró y decidió dejarlas cerca del mismo árbol y no prestarles más atención.

 

A partir de esa misma tarde se dedicó a crear otros objetos y seres de las más variadas apariencias y características que, exhausto de moldear, no quiso descifrar siquiera. Así que cuando los entes que más trabajo le costaron hacer asomaron la cara y el cuerpo desnudos, les encargó la misión de nominar y estudiar todo lo que Él había puesto en el mundo. Entonces, el hombre y la mujer se dedicaron a esa labor: bautizaron a los animales, se zambulleron en las aguas, corrieron por praderas y rodaron por quebradas, subieron a arbustos y levantaron rocas en busca de los más extraños especímenes. Luego de días y noches entre penosas pesquisas e interminables listas de nombres, al fin descansaron. Y aunque Dios se complació con el trabajo de Adán y Eva, no pudo olvidar aquella rojiza y delicada fruta que había originado todo, y les preguntó cuál creían que podía ser su utilidad; pero el uso que ellos le dieron a la manzana lo satisfizo tan poco que, renegado, los obligó a abandonar el Paraíso.

 

Sin embargo, la duda no se alejó de su perfecta cabeza a pesar de que el mundo se fue poblando, con razas y culturas disímiles que se enfrentaban y dominaban a través del tiempo. Esta diversidad, pensó ojeroso por el insomnio de la incertidumbre, ayudaría a descubrir de una vez qué era lo que había creado.

 

Y así fue. Y Dios se consagró a tiempo completo a escudriñar a los hombres y mujeres que, en distintos lugares de la Tierra, se atrevían a lucubrar sobre las manzanas. Unos las utilizaron para lanzárselas a la cabeza, otros las vendieron o intercambiaron, y algunos más hicieron malabarismos con ellas, rebotándolas contra los muslos y los pies, como si fueran pelotas. Arrancaron sus cortezas o molieron su pulpa para elaborar ungüentos y menjurjes, extrajeron sus semillas para comercializarlas, reprodujeron sus colores en camisetas y pinturas para pared, usaron su forma como emblema, se adueñaron de sus características, las patentaron y tomaron como pretexto para discordar y hacerse daño.

 

En otros sitios, los seres humanos prefirieron contemplarlas y buscar más allá de su textura y aroma algo que las definiera y diferenciara, que uniera a una con las restantes de su clase y de otras clases, con las peras y los limones, aquel elemento fundamental que hace manzana a una manzana, que la liga con las demás y a la vez la distingue y hace única. Las partieron, licuaron y cocinaron, las dejaron podrir en los árboles o carcomer por los gusanos. Las abandonaron cuando descubrieron que las naranjas eran más jugosas, pero nunca las olvidaron, al igual que su Creador, echado en su diván enhebrado en oro, con la mejilla apoyada sobre la palma de la mano, observando con asombro cómo los hombres y mujeres del mundo que yacía a sus pies les habían encontrado los más diversos usos y definiciones, desde los más absurdos hasta los más profundos: les atribuyeron propiedades místicas, características filosóficas, epistemológicas y ontológicas, les dedicaron cantos, pinturas y poemas, les dieron más explicaciones de las que en verdad tenían; las volvieron objetos de culto, símbolos de placer y de prohibición, las dejaron caer para comprobar teorías y leyes, compararon su redondez con la del mundo, con la de una cabeza, unos senos o unos glúteos, las culparon del infortunio humano, de esa incertidumbre insaciable que el mismo Dios sopló sobre sus narices para que buscaran cualquier explicación lógica o romántica a su más controversial obra.

 

Y al ver tantos y tan variados significados, cientos y miles de conceptos, preceptos e ideologías desarrollados alrededor de las manzanas, Dios se regocijó infinitamente, se maravilló ante una creación tan asombrosa que Él, en su magnificencia inconmensurable, no había podido entender.

 

Pero su felicidad no duró para siempre, como habría querido, ya que miró a su alrededor y se encontró solo, sin nadie con quien compartir su alegría; se había alejado tanto de todas sus creaturas, empeñado en mirarlas durante siglos en sus intentos por descifrar esa bendita manzana, que ya ni siquiera era de Él sino por completo de los hombres –y de algunos cerdos, pero ése es otro cuento– que lamentó haberla inventado y propiciado tanta palabrería sobre ella, el pretexto ideal para que los seres humanos imaginaran indefinidamente y terminaran por olvidarse de Él; entonces se tuvo infinita compasión y recordó a los pobres Adán y Eva, expulsados del Paraíso al comienzo de los tiempos, que simplemente pensaron que era una manzana colgando de un árbol, la arrancaron y se la comieron con deliciosa voracidad.

 

 

La Franciscana, 2004

 

 

Datos vitales

Aunque comunicador social de profesión, Luis Monteros Arregui es un escritor de oficio. A sus treinta y tres años, ha guionizado y dirigido documentales, producido comerciales y colaborado con programas de televisión y proyectos cinematográficos; ha editado y escrito para revistas e impartido clases de literatura y escritura creativa, a más de trabajar en el ámbito de la comunicación para el desarrollo. Se ha desempeñado como asesor, coordinador, director de programas y proyectos en temas relacionados con derechos humanos, niñez y adolescencia, participación y democracia, para instituciones públicas y privadas en el Ecuador. En 1998 la Casa de la Cultura publicó su primer libro, El ático, con el que se inauguró en la narrativa corta con una selección de cuentos. La balada de la casada infiel es su primera novela, escrita entre el año 2000 y el 2004 y publicada en 2006 por La Palabra Editores. En 2009 publicó Pecados de origen, libro compartido con el narrador Luis Felipe Aguilar y la poeta Carol Murillo, que contó con el auspicio del Ministerio de Cultura del Ecuador y apareció bajo el sello de editorial El Conejo. En proceso de corrección existe ya una novela corta, Que te vas (nombre tentativo) que, desde una estructura cinematográfica, aborda la problemática de las rupturas afectivas (separación, muerte, desamor) dentro del entorno de los medios de comunicación masiva. Su último proyecto en marcha es una nueva novela, Vértigo, concebido con una estructura y tratamiento experimentales, cuya escritura tomará al menos un par de años más. Cuentos de Luis Monteros Arregui han sido incluidos en varias antologías de narrativa ecuatoriana, así como en publicaciones especializadas, revistas, blogs y páginas web.

 

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