Sobre la poesía de Waldo Leyva

perlonAlí Calderón nos presenta un breve texto introductorio a la obra de Waldo Leyva (Cuba, 1943), poeta, ensayista, narrador, periodista y artista plástico. En 2010 mereció el X Premio Casa de América de Poesía Americana por el libro “El rumbo de los días” (Visor, 2010) y recientemente el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora. Leyva es el poeta cubano contemporáneo más leído en México y España.

 

 

WALDO LEYVA

            W

Angola, febrero, 1976. 6 am. Es necesario alcanzar posiciones del enemigo. Los centinelas del Frente Nacional de Libertaçao de Angola suelen despertar hasta las ocho de la mañana. Antes no presentan combate. Los sudafricanos podrían estar también por ahí. Son artilleros magníficos. Se habla de la presencia china en el frente después del último bombardeo.  Silvio Rodríguez, fusil al hombro, le cantó ayer “La familia, la propiedad privada y el amor” a la tropa.  Una patrulla cubana en un Land Rover todo terreno descapotable, en labor de reconocimiento, vacila. Cruzar el campo o no. Waldo Leyva, poeta, voluntario registrado en 1975, toma el volante y avanza. Treinta kilómetros por hora y el trajín del camino. De pronto detonaciones, ráfagas. No durmieron. Los cubanos agachan la cabeza y siguen avanzando. Un disparo alcanza al poeta. Su pierna sangra, el ardor. Acelera a fondo con la fuerza que le queda en los tendones y bajo un aguacero de balas recuerda la última carta que escribió y que quizá una mujer esté abriendo en ese momento en La Habana:

 

Cuando nos encontremos, quiero que tengas el pelo suelto y que cierres los ojos para entrar poco a poco en tu sangre, sin violencia, como cuando bailábamos bajo las estrellas sin otra música que la de nuestros cuerpos, no abrazados, sino naciendo juntos de la tierra. Hoy has estado más presente que nunca, la mujer que eres se me entra por todo el cuerpo, no puedo recordarte de otra forma, sino de carne y sangre palpitante. Si recuerdo tu pelo es revuelto en mi cara, si tus ojos, cerrados, si la piel, reventando tibia entre mis manos mientras la lluvia se rompe en la ventana y te hincha los senos.

 

A

En El rasguño de la piedra Waldo Leyva ha dejado constancia de su poética: “Un poema es siempre la carencia de algo”. Quizá de ahí el tono de susurro y disforia, su voz a medio camino entre la meditación poética y el sollozo, el intenso dolor expresado en silencio. De ahí quizá los motivos fundamentales de su poesía: la memoria, la imposibilidad, el hombre rasgado por el tiempo. Por ello, el poeta cubano apela a las dos intenciones fundamentales de la poesía: la evocación y la invocación. Sus mejores poemas son evocativos, intensa, íntima, irrevocablemente evocativos. También añora el tiempo incumplido, el futuro:

 

Sé que en algún sitio del porvenir me aguardas, pero quiero encontrarte en los primeros gestos, descubrirte en el asombro, volver desde la oscuridad sin ruido hasta la primera pulsación del útero. No es que seas extraña para mí, todavía tengo en la yema de los dedos la memoria de tu piel; sólo necesito ventear el aire para que vuelvan tus olores más íntimos, tu tibieza recóndita.

 

Esta nostálgica “memoria del porvenir”, como él la ha llamado, se advierte con toda su potencia en aquel poema, ya un clásico de la poesía hispanoamericana: “Definitivamente jueves”.

 

L

 

Lo esencial

no siempre es lo palpale, lo tangible,

no hay nada más real que lo imposible.

 

La imposibilidad es tema central en la poesía de Waldo Leyva, una especie de principio ordenador de su discurso, un patrón de pensamiento. Algunos ejemplos de lo anterior son versos como:

 

porque este Celestino que ve correr al nieto más pequeño

disfrutó como nadie ser la parte invisible de la foto

y

De tanto borrar tu imagen, en el espejo

hay sólo sombra desnuda y quebradiza

y

No puedo evitar que me sorprenda esa costumbre

nuestra: dar de beber primero a los ausentes

 

O el siguiente fragmento en el que se observa con nitidez cómo esa imposibilidad connota y alcanza la disforia, un apenado susurro:

 

Vuelve a llamar. Toca de nuevo la madera remota de esa puerta. Nadie está en casa. Los últimos habitantes partieron al amanecer de un día, al que tú no has llegado. Vuelve a tocar. Tú no buscas a nadie, sólo necesitas el sonido sin fondo de la puerta, la esperanza de una voz que responda, que justifique el origen de la memoria para poder partir.

 

Algo muy semejante y matizado por el juego de tiempos ocurre con otro de sus poemas clásicos: “Hoy hicimos el amor como fantasmas”.

 

D

Ya desde la tercera década del siglo XX, Heidegger explicó que la esencia de la poesía es “mostrar”. Y esta es una de las cualidades de la poesía de Waldo Leyva, le da presencia a lo no visto, a lo que pasa inadvertido, a lo que sucede detrás. Esta cualidad nos aproxima a la intimidad de las cosas, a una de las metas de la poesía: aprehender lo inasible, objetivar lo subjetivo. Es así que escribe:

 

Todo puedes saberlo, sin embargo,

cuando llegues mañana frente al otro

–frente a tu mismo rostro en el espejo–

habrá una sombra leve en tu mirada,

un mínimo rasguño en el cristal,

que nadie tuvo en cuenta,

ni tú mismo.

 

O

 

La oscuridad tiene tu olor,

mi olor,

y ese otro perfume

que nace de la piel

cuando se juntan nuestros cuerpos.

 

            O

Aquel muchacho que agonizaba y que sufrió la mordedura de la muerte en un hospital miserable del África negra, aquel que pesaba apenas cincuenta kilos atacado por la malaria en Luanda y escuchó semiinconsciente de la boca del médico su desahucio, no podría imaginar que a la vuelta de los años se convertiría en uno de los autores de primera línea en nuestro presente poético. Pertenece a una generación que cambió la manera de comprender la poesía latinoamericana, la de los poetas nacidos en los años cuarenta. Ellos trazaron algunos de los caminos que recorrería la poesía en español en el pasado reciente. Esa generación está compuesta, entre otros, por Osvaldo Lamborghini (1940), José Kozer (1940), Antonio Cisneros (1941), Rodolfo Hinostroza (1941), Omar Lara (1942), Diana Bellesi (1946), Juan Manuel Roca (1946), Darío Jaramillo (1947), y Néstor Perlongher (1949), por ejemplo. En este concierto de nombres, la poesía de Waldo Leyva (1943) no sólo es, según creo, la más íntima, sino que ha sido fundamental para las nuevas generaciones de poetas en América y España. Es un maestro. Mientras la poesía se movía al ritmo del neobarroco, el experimento, la pasión por el desequilibrio, la disolución del yo, la parodia, el automatismo sin inconsciente y la desemantización, Leyva, creyente del decoro en sentido horaciano, recuperó la poesía popular y la incorporó a sus propias búsquedas. La décima y la copla alternaron en su poesía con el endecasílabo y el heptasílabo, los metros cultos de nuestro idioma, para generar una de las músicas más notables de la poesía contemporánea. En otros momentos, Leyva prefiere el poema en prosa, siempre con tersura en el nivel del significante y echando mano de oraciones que recuerdan el versículo o el verso de largo aliento, que imprimen altura emotiva al texto.

 

 Foto de portada: Álvaro Solís

 

 

 

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