El Nadaísta X-504 / Jaime Jaramillo Escobar

Murió Jaime Jaramillo Escobar (1932-2021), conocido como el nadaísta X-504. El poeta, ensayista y traductor José Vicente Anaya escribió un ensayo breve en torno a su poesía. Fue uno de los fundadores del “Nadaísmo”. Obtuvo el premio Cassius Clay de poesía nadaísta en 1967. Mereció también los Premios Nacionales de Poesía Eduardo Cote Lamus (1983) y Universidad de Antioquia (1985).

 

 

 

 

El Nadaísta X-504 / Jaime Jaramillo.

Poeta aterradoramente lleno de luz

 

 

Enigmático e inesperado, Jaime Jaramillo Escobar ha sido siempre sorpresivo. Hacedor de misterios, se inventó un rarísimo seudónimo que sonaba extraño en el territorio de la literatura: X-504, en los años del fulgor vanguardista que propiciaron los poetas nadaístas de Colombia de finales dela década de 1950 a 1971, año éste en que “El Profeta” Gonzalo Arango declaró su final, para luego morir cinco años después en un accidente de carretera. El poeta explicó su seudónimo con estas palabras: “La X es también para preguntar quién soy. Es una interrogación. El desconocido que te interroga. El que pasa por tus manos sin darse a conocer y se va después de haberte dado todo, menos su nombre. Soy el nombre falso de la verdad […] X-504, número de presidio […] X-504 existe para que Jaime Jaramillo Escobar pueda vivir libremente, sin el peso de la literatura y de la admiración.”

Durante el tiempo en que no se sabía el verdadero nombre del que firmaba sus poemas con aquella clave, el enigma lo hacía una leyenda de la que mucho se hablaba, sobre todo porque “aquella clave” escribía maravillosamente bien, y no sólo era comentado en Colombia ya que los nadaístas frecuentemente eran publicados en revistas de otros países hispanoamericanos, como en El Corno Emplumado de México, la que además circuló por todo el continente.

¿Qué fueron y qué pretendieron aquellos jóvenes poetas con el nadaísmo? Sus intenciones quedaron grabadas en una serie de manifiestos (el primero y más extenso apareció en 1958 y fue redactado por Gonzalo Arango), poemas, prosas y actos en vivo (performances, diríamos hoy) que escandalizaron a la sociedad colombiana, de más de quince rebeldes, que ahora son autores de una relevante obra literaria. Alfonso Carvajal, uno de los estudiosos de esta vanguardia escribió: “El nadaísmo es un punto fulgurante, incandescente, fugaz en la historia nacional [de Colombia]. Su origen coyuntural se ubica en la furia libertaria de los años sesenta y setenta.”

¿Cómo se concebían a sí mismos los nadaístas? En palabras de Gonzalo Arango: “El poeta es un solitario inadaptado, lobo hambriento que odia el rebaño, y si hace estragos en el redil no es por hambre, sino porque el lobo ama la libertad, y la soledad le pesa como un castigo. Entonces aúlla, espanta y extiende el terror para recordarle al rebaño que él existe, que la Tierra gira y la vida pasa, que es peligroso dormir sin soñar, y que ahí está él como un centinela de la noche para desatar el terror y limpiar los pecados del mundo con la sangre del cordero.” Lo explosivo e incendiario en las palabras de Arango era acompañado por una búsqueda, además, de compromiso íntimo en Jaime Jaramillo, así lo leemos en su participación en el colectivo Manifiesto Amotinado: “Gritando con mi barba epiléptica lejos de las fáciles bocas del cielo, aterradoramente lleno de luz, proclamo un dolor que de la raíz de los dientes —cansados de morder mentiras— llega a las honduras laberínticas del cerebro y lo miro salir desde allí como un anuncio vertiginoso de una nueva era donde aquello que atenta contra la vida del espíritu será aplastado.”

¿Y cómo era en su tiempo nadaísta el enigmático X-504? Nadie se lo imaginaba, sobre todo porque no correspondía a la imagen desfachatada y rebelde, informal, irreverente que sus otros correligionarios habían desatado ante los ojos asustados de toda persona bienpensante. El mismo Gonzalo Arango llegó a decir que X-504 era el nadaísta más extraño ya que “…paga religiosamente el arriendo el último día de mes, gira cheques con fondos, usa chaleco, todas las mañanas a las ocho en punto le da los buenos días al patrón, etcétera.” Aunque era “muy diferente” a los otros, siempre lo vieron con aprecio y reconocimiento por su obra poética. En una presentación que Arango escribió para una breve antología de nadaístas publicada en Perú, en 1968, ya declarando el verdadero nombre de Jaime Jaramillo Escobar, decía: “Nació en el corregimiento de Altamira, Antioquia, 35 años. Fue expulsado del Bachillerato en Andes. Inspector de policía en la época de la violencia, no mató a nadie pero escribió un libro: Poeta con revólver. Contador graduado en un cursillo relámpago. Trabajó en la Recaudación de Hacienda Nacional, Departamento de Tabulación. Ahora es subgerente de publicidad Nova en Barranquilla. Es muy ordenado, metódico, laborioso, responsable y cumplidor del deber. No parece nadaísta, pero es. Cinco en todo [la calificación escolar más alta en Colombia], hasta en nadaísmo. Autor de El enemigo de la ciudad.”

Su libro más famoso, Los poemas de la ofensa (primero de los que aquí publicamos) lo terminó de escribir en 1963 y ganaría el Premio de Poesía “Cassius Clay” en 1967 otorgado por los nadaístas, premio que Arango bien ponderó como “el que más duro pega”. Sus otros libros que ahora editamos en alforja son Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985) que fueron galardonados con los premios nacionales de poesía “Eduardo Cote Lemus” y “Universidad de Antioquia”, respectivamente. Otros libros de Jaramillo Escobar son: Alheña y Azumbar, Poesía revelada, Poesía pública, así como las antologías Extracto de poesía y Selecta.

Varios críticos literarios y poetas colombianos han resaltado el humor y la ironía como características relevantes en la poesía de Jaime Jaramillo Escobar, además, son muchos los que ubican a este poeta como uno de los que han consolidado (de acuerdo con Darío Lemus) una poesía lograda. El poeta Darío Jaramillo Agudelo (que no es su pariente) escribió: “…si los procedimientos formales de Jaramillo Escobar hacen de su poesía una de las más limpias y logradas de Colombia, el mundo personal que ella revela, su originalidad, su auténtica capacidad para violar convencionalismos y lugares comunes e ideas hechas, su propio y muy nuevo horror, cambian el nivel del juicio para señalar que con sus poemas logra Jaramillo Escobar la embriaguez y el poder  de conmoción que son tan escasos, pero que son el requisito de toda auténtica poesía.”

Con estos tres libros que ahora publicamos en México, el lector tiene en sus manos poemarios cuyo resaltado valor literario no sólo pertenece al país del autor sino a todos los ámbitos hispanohablantes. Para saber más de este poeta aquí está su obra en tres tiempos, además de los ensayos breves de Andrés Holguín y Gonzalo Arango que acompañan al primer libro, textos que contribuyen a amplificar y precisar el retrato de Jaime Jaramillo Escobar.

 

 

 

 

 

Mamá negra

 

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.
Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.
Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.
Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.

 

 

 

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