Poesía venezolana: Belén Ojeda

Leemos poesía venezolana. Leemos poemas de Belén Ojeda (Caracas, Venezuela 1961). Es música, traductora y poeta. Egresada del Conservatorio Tchaikovsky de Moscú. Ha publicado los poemarios: Días de solsticio (PEN CLUB, 1995); En el ojo de la cabra (Editorial Diosa Blanca); Territorios (La Liebre Libre Editores, 2000); Graffiti y otros textos (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2002) y Obra completa (1995-2020) (LP5 Editora, 2020). Ha publicado recientemente Somos cuatro (LP5 Editora, 2022), volumen que incluye poemas de Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Ossip Mandelshtam y Boris Pasternak, traducidos directamente del ruso al castellano.

 

 

 

 

 

Llegarás a un país sin atardeceres ni lunas. Allí palparás la realidad de tu inexistencia.

 

*

 

La libertad del desierto permanece en la amplitud de tu sed.

 

*

 

Contrapunto vital,
camino de constantes fugas interiores.

 

*

 

Te levantarás un día de solsticio.
A la hora del álamo será más pequeña la sombra compartida.
Las nubes ya no dictan presagios sobre este paisaje.

 

*

 

Los cipreses no son de este territorio despoblado.
Las brújulas han perdido la memoria y la tristeza, sobre este ocre-piedra flagelante, hiere obstinadamente los recuerdos de humedad.

 

*

 

Anclamos la isla, fundamos el reino.
No nos beberemos el mar para extender nuestros dominios. En otra constelación se prolongan nuestras costas.

 

 (Del libro Días de Solsticio)

 

 

 

Una cúpula
                          basta para el vuelo
cuando los vientos prolongan las distancias
                                                                        entre uno y otro estío
La errancia abre su mano de nieve
                                                                      en lo profundo

 

 

 

 

 

En otra estación
                                          era la fascinación por los puentes
aún por el tronco
                                      que nos une al camino
                                                                                       para tocar la otra orilla

 

 

 

 

Más allá de lo salobre
                                            el desierto prolonga sus orillas

No hay voz
sólo aliento
                           en esta primavera de soles quemados

El movimiento es siempre despedida

 

 

 

 

Un ave pasa
con la lluvia en el canto

Nublada de espinas
                                          emigra
                                                            con la sequía en las alas

 

 

 

 

Nuestro vuelo
                               no conoce itinerarios

El cielo es frondoso
                                           en su estallido de nubes


Tu rostro gira
                               y un árbol se inclina lentamente
                               hacia esta costa

 

(Del libro En el ojo de la cabra)

 

 

 

 

 

El desierto desconoce los caminos
Lejano
                 el resplandor nos conduce
                 y esta ribera nos guía

Se abre el delta
                                   y propicia los encuentros

Fluyen las aguas
                                    que liman la memoria
                                    de estas piedras

 

 

 

Los ciegos que nos habitan
                                                       deambulan por el desierto

Sus manos alumbran el camino que somos
                                           cuando peregrinar
                                           va más allá de estos puentes
                                           y una roca sustenta la memoria

 

 

 

 

En su afán de sequía
                                             la cabra toca el cielo

 

 

 

 

Siempre es solsticio
                                           cuando los pájaros traen la luz
                                           en los ojos
                                           y el resplandor de las noches blancas
                                           en las alas

 

 (Del libro Territorios)

 

 

 

*

 

Hemos desprendido capas y capas hasta llegar a la obra. Al encontrarla, comprendemos que La última cena concluye ante nosotros.

 

 

*

 

 

Últimamente he desistido de los vuelos en ícarus.
Los niños son amantes de matar pájaros con tiros de honda.

 

 

*

 

Matarás a tu padre y te casarás con tu madre.
Adoras a Freud. Además, siempre te gustó el teatro.

 

 

*

 

 

Madrid, verano de 1990

 

Desde hace años observo a los que me contemplan sin que ellos lo noten. Yazgo en este sofá y miro a los visitantes que acuden a la sala. Sus ojos recorren mis contornos y los del cuadro. Observan mi pose: aquí mi ropaje y más allá mi desnudez.

La piel siempre fue anterior a todo ropaje, pero la desnudez… la desnudez es otra cosa. Ofrecimiento, entrega y comunión no pueden ocultarse bajo ninguna túnica.

Al palpar lo más profundo, descubrimos aquello que nunca nos será dado ver.

Algunos han preferido conocer mi identidad, en lugar de sumergir su desnudez  en mi mirada. Otros tratan de explicar por qué descanso vestida en un lugar y desnuda en otro. ¿Acaso conocen realmente lo que es la desnudez?

Por mi parte, puedo confesar que nunca me he sentido tan desnuda como en los momentos  en los que escribo este diario, o cuando escogí minuciosamente las prendas que vestiría para ser plasmada  en este lienzo. Sabía entonces que mi elección mostraría mi ofrecimiento, y que sería mi entrega la que quedaría al descubierto ante todos los que se acercaran a mí. Todo ofrecimiento es desnudez.

Ofrezco mi mirada, mi relación con el mundo.

Me desnudo.

Tomado del “Diario de la Maja”.

(Del libro Graffiti y otros textos)

 

 

*

 

 

Cuando me da por nostalgia
todos los lugares se llaman Lisboa
Entonces
amanezco en Almada
atravieso el Tejo
recorro las calles de Alfama
sus casas con azulejos y ropa en la ventana

Cuando me da por nostalgia
espero el atardecer en cualquier puerto
y busco caracoles en la playa
para escuchar las voces de Ida, Hanni,
Elizabeth y Eugenio
junto al mar

 

 

 

 

 

Nos acostumbramos al exilio
aunque permaneciéramos dentro
Salir
era oscurecer nuestros contornos opacados
en la frontera de nuestros nombres

 

 

 

 

La caída de las hojas fue el primer asombro del exilio
Viajar y volverse isla de uno mismo
es la constante
desde aquel desprendimiento

 

 

 

 

Siempre he leído con las manos
Mis ojos
no guardan el poema en la memoria
Hendidura en la piel o caricia
la página se toca
El poema penetra

 

 

 

 

En la casa que habito
y que no habito
han quedado los míos
Distingo en ella cada cocuyo
Manuel ha pasado a caballo
Angostura se lo llevó de tifus
Clarisa
ciega
aún espera en la ventana de su locura
Rufino todavía no se reconcilia con Rubén
y Juliana hace tiempo que no duerme
porque se la pasa cuidando a los heridos de la guerra
Creo que Jacinto sabe algo
sobre los zapatitos de lluvia
que he heredado
Mis abuelas van y vienen
Belén prepara una troja para los enfermos
y Rosa siempre trae un vaso de leche tibia para mí
Alonso
mi padre
hace tiempo que no viene
porque tiene la misión de resguardar los tipos de la imprenta
Dice que espera el momento oportuno para decodificarlos
Tal vez cuando haya más luz
temprano
de mañanita…

 

(Del libro El Cuaderno de Colombina)

 

 

 

 

 

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