Poesía argentina actual: Emiliano Bustos

Presentamos, en selección de Julián Axat, una muestra de Poemas hijos de Rosaura, último libro de Emiliano Bustos (Buenos Aires, 1972). Poeta y dibujante. Publicó Trizas al cielo (1997), Falada (2001), 56 poemas (2005), Cheetah (2007), Gotas de crítica común (2011). Compiló y prologó Miguel Ángel Bustos. Prosa, 1960 – 1976 (Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2007) y Visión de los hijos del mal. Poesía completa de Miguel Ángel Bustos (Editorial Argonauta, 2008, 2da ed. 2013). Forma parte de las antologías El arcano o el arca no (Casa de las Américas, 2006), si Hamlet duda le daremos muerte (Ediciones La Talita Dorada, 2010) y La Plata Spoon River (Ediciones La Talita Dorada, 2014). Participó en festivales de poesía y en muestras colectivas de dibujo y pintura. Ilustró el libro Fábulas fantásticas de Ambrose Bierce (Editorial Errepar, 2000). En diciembre de 2013 la muestra “Todo es siempre ahora” –realizada en el Centro Cultural Borges por Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía- reunió dibujos y textos suyos y de su padre, el poeta, periodista y dibujante asesinado por la última dictadura cívico militar Miguel Ángel Bustos.

 

 

 

El hijo de la búsqueda continua

 

El hijo de la búsqueda continua es, de

todos los hijos, el que nunca sale, el que

nunca elige, el que de un modo estable

y rítmico, se deja invadir. El hijo de la

búsqueda continua no es un hijo en el

ejército de hijos. Es un hijo en cierto

modo autónomo, en cierto modo hiperreal,

ciego en su búsqueda, que es una búsqueda

continua. Es la acción, es el movimiento

por unos papeles, por unos libros, por las

imágenes que nunca vio. En el fondo busca

imágenes que nunca vio. Alguien dijo que

están en todas partes. Que esas imágenes

están en todas partes; como diría el poeta

en ninguna. Y hay hijos para esas búsquedas,

que son, si se quiere, eternas. Pero esos hijos

también son eternos. Se suceden, van

cambiando, llegan siempre. Son hijos

de algo más que está más allá de ellos y

de todo lo que los rodea. Buscan imágenes

que no existen. Sabemos que aparecen en

todas las pinturas de nuestra época. Son

próceres ocultos de un hierro perecedero y

aparecen en las imágenes que buscan. En

todas las imágenes que buscan y que nunca

vieron.

 

 

 

El hijo que no entusiasma a sus padres

 

El hijo que no entusiasma a sus padres no reunió

en sí ninguna de sus conquistas. Creció en el jardín

familiar y pisó, a sol y a sombra, la tierra de todos.

Es decir, está ahí, como sus hermanos. Pero si había

una sustancia inicial por repartir, antes incluso de la

muerte o distancia de sus padres, esa sustancia fue

quedando en los otros, o fue buscada en los otros.

El hijo que no entusiasma a sus padres es secretamente

odiado, y secretamente cae en desgracia como si un

polvo fino de ambos padres lo fuese cubriendo hasta

el cuello, brillante, homogéneo y liso; territorio de plata.

Una gran pieza de orfebrería el hijo que no entusiasma

a sus padres. Frente a sus hermanos, reflejando a sus

hermanos, pieza sellada sin afecto, envuelto a veces

con la ropa de los otros; destinado a eso. Nadie lo

dejó caer pero nadie lo contiene. Ni siquiera puede

llamarse huérfano; es el hijo que no entusiasma a

sus padres. Un mecanismo de holgura de hamster

en su rueda; infatigable sin afecto. En un teatro de

títeres dándole forma de puño a su personaje, que

es el hijo que besa a una madre de larga cabellera

dormida.

 

 

 

El hijo que acompaña a su padre muerto

 

Para MAB

 

Es muy tarde y cruzan la plaza dos escritores.

Están vivos. No son el sueño de nadie. Sin embargo,

los hijos sueñan. Hablan y se preparan para entrar a

la gran editorial. Trabajan juntos, fueron hablando de

literatura a través de las grietas, que son pocas. Termina

la plaza termina la calle aparece la editorial. Un gran loft

de hierros retorcidos, pies de gigantes victoriosos. Es muy

tarde y alguien los espera ahí. No son el sueño de nadie,

están vivos. Sin embargo, los hijos sueñan. Alguien los

espera ahí. Con él hablaron y uno de los dos escritores

expondrá todos sus proyectos a través del otro. Y el otro

hablará de todos sus proyectos. Todos los escritores

quieren conocer su destino. Todos llevan en el aliento

algo esquivo: el nombre de sus obras, el pequeño aleteo

que incluye un tornado. Es muy tarde y los dos escritores

conversan con el editor, que nada dice. No son el sueño

de nadie. Están vivos. Aunque tal vez el edificio entero

sea una ruina; un loft arruinado cayéndose a pedazos,

creado por gente muerta. Como tres gárgolas, influyentes

piedras mágicas ignorantes de todo. Y siguen vivos, sin

ser el sueño de nadie. El edificio, que es nuevo para

algunos y viejo para otros, todavía está iluminado.

Eso puede decirse claramente. Hay muchas luces todavía,

y una, la más fuerte, brilla para ellos. El hijo que acompaña

a su padre muerto realmente no sueña. También está vivo,

no es el sueño de nadie. Por eso los tres siguen hablando

en ese edificio que se cayó hace mucho. Es muy tarde

y siguen hablando del hijo que acompaña a su padre

muerto en un tiempo como ese, en un tiempo como este.

 

 

 

El hijo de los soldaditos

 

Hay unas vidrieras en viejas galerías, hay unas

vidrieras que todavía sostienen el crepitar. Como

si todo fuese una llama. Una llama perdida. El hijo

de los soldaditos. Es el hijo de los soldaditos porque

todavía vislumbra, entre los ejércitos de todas las

épocas en la vidriera, la vieja galería, la vieja vida.

Las cruzadas, la Gran Guerra. Todas las almas en

pequeños dijes dibujados en plomo. Guerras con

pies de plomo integradas a la vidriera a la calle

al mundo giratorio infame. El hijo de los soldaditos

necesita ser pintado, está vacío, es una cáscara,

crepita al sólo acto de pólvora del mundo que gira.

Un paciente violento que surge ping-pong de la nada,

porque la nada es la guerra es la guerra, la Gran Guerra

descocida de todos. Como un damero en el que cada color

es un mundo que gira para que el otro no gire. No gire.

Y nada gira sin sus deudos en un mundo en guerra. El

hijo de los soldaditos es el interior del negocio

acaramelado de textos nazis-aliados. El hijo de los

soldaditos en viejas galerías. La guerra comienza en

cualquier acting. Paciente, laboriosa, influye y es gestada

sin otro oxígeno que el suyo. Por tanto tiempo exitoso.

El hijo de los soldaditos de plomo es planeado por las

guerras estereotipadas de los manuales de todos los días.

De los tiranos de todos los días. Los ojos del tirano de

nuestros días hacen fuerza como para cagar. El hijo de

los soldaditos tiene la guerra en todos los días y es la

fuerza de sus brazos. Por eso en las galerías no

separa el bien del mal, ingrávido en los dos y en uno:

guerras de muertos irreconocibles.

 

 

 

El hijo de las naves espaciales

 

En las paredes las luces, los circuitos que bajan de la

luna, que suben al sol. Titilan entre las piedras del mundo,

y en cada descenso desciende un planeta nuevo. El hijo de

las naves espaciales flota relativamente real entre dos

mundos, entre muchos mundos. En las paredes las luces,

los circuitos que bajan de la luna, que suben al sol. En un

cuarto del mundo objetivo, del mundo real, un cuarto

cercado por las posibilidades de su clase. Un cuarto cerrado

en donde el aire fue respirado muchas veces, oscuro, en

proa hacia sueños histéricos y mudos. Es el lugar de las

luces, entre el suelo y la pared, rayando quietos el gesto

del que sueña. El hijo de las naves espaciales no sale, no

invita ni es invitado. Ve luces y circuitos, parpadeos que

señalan sueños de desembarcos. En las paredes las luces,

los circuitos que bajan de la luna, que suben al sol. Titilan

las naves entre las piedras del mundo. Las piedras de un

mundo como este son confusiones de luz. Las grandes

construcciones de acero silencioso flotante suspendido,

las piedras el mundo. Mientras la cabeza baja y sube,

como fases del sol la luna; el ojo de la frustración. En

las paredes las luces, los circuitos. El hijo de las naves

espaciales en su cuarto, intensamente estúpido, entre

piedras que titilan, piedras como días. Las naves

espaciales con el gobierno del mundo, en la intensidad

del mundo del dominio, de los dominados como piedras,

luces que titilan. El hijo de las naves espaciales ignoto

soldado, fugaz escaparate del mundo dominado, piedra,

luz titilante. Del mundo del dominio, de los dominados

en sus cuartos por el espacio de sus cuartos. Las naves

espaciales como centros de un universo en fuga, espacio

de los dominados. Las piedras, las luces de los dominados

viajando como hijos de naves oscuras, intangibles.

Paredes que bajan de la luna, que suben al sol.

 

 

 

Los hijos de HIJOS

 

Lejos de la inspiración de los padres, como unos padres

restaurados, en la monarquía constante del pasado. Los

hijos de HIJOS ni en paz ni en guerra pero hablando en

un tono secretamente marcial. Ser o no ser de la organización.

Lejos de la inspiración de los padres una época difusa, sin

padres. Los hijos de HIJOS como padres entre sus padres,

enredados como hijos de muchos hijos y hermanos. Como

muchos hijos de hermanos, los hijos de HIJOS. En algún

lugar comienza el recuerdo pero los lugares desaparecen

en la memoria y son suplantados por otros lugares en

donde crece el pasto acariciado por el viento en una foto

ideal de melancolía antepasada. Los hijos de HIJOS son

sujetos políticos de una época eternamente embrionaria.

Lejos de la inspiración de los padres en un mismo juego

de sangre, de tiempo a pesar del tiempo. El tiempo como

una restauración del tiempo. Las destrucciones, la locura

de guardar, las murallas. Lejos de la inspiración de los

padres, como unos padres restaurados. Idénticos a una foto

borrosa. La de unos rasgos sobre los que se instaló un mundo

de rasgos. Un mundo de rasgos. Los hijos de HIJOS.

Recuperándose en micro textos náufragos la empiria, unos

versos de bilis mirlos en ventanas antiguas, las ventanas de

nuestros padres. Las ventanas con nuestros padres. Un mundo

de fantasmas que no vienen. Pero no olvidan que la justicia

es el presente, el presente. No podemos olvidar el presente.

Lejos de la inspiración de los padres pero como un cerrojo

entrando a lo guardado, guardando lo guardado. Los hijos

de HIJOS políticos duros de la savia pura y dura de ser el

padre sucesivas veces. Como hijos de hijos. Como hijos sin

hijos nadie puede decir que no buscan en cada hijo a sus

padres. La memoria es un cuadro antiguo que no se corrige

pero fresco. Creemos que es eso, creemos en nuestros hijos

y somos hijos de hijos. HIJOS. Esos padres que tiritan gracias

a nuestra tradición de ira, esos padres sin hijos. Apenas nos

vieron en su inspiración, la repetición de tiempo inspirado

por ellos, como un espejo soltado a la pobreza del camino,

única riqueza sin ellos.

 

 

 

El hijo de las estrellas

 

Como las estrellas, que se anudan con pañuelos tóxicos

de hombres, pañuelos muy tóxicos y debilitados. Como

las estrellas que se anudan y bajan por los ríos hasta

nuestras casas. No dejamos de mirarlas y les preguntamos

en mil señales cuál de nosotros está listo para morir. Las

estrellas tienen que saberlo. Agujerean el cielo como buscando

información. Todos buscamos ese tipo de información, y las

estrellas colgadas todo el tiempo en el gran silencio celeste

son un buen indicio. El hijo de las estrellas, sentado en un

montón de paja del mundo, húmedo y contraído a las cosas

que hacen sopapa para existir, entre cálidos remates. Las

estrellas pueblan los sueños, las estrellas los conducen,

por caminos solitarios y puentes que explotan. Como las

estrellas, que se anudan con pañuelos tóxicos de hombres.

El cielo y sus colegas que no dejan de parpadear, payaseando

entre sí, en quilates de un oro supremo y descocido como la

sangre del creador. El hijo de las estrellas, como las estrellas,

frenando por el mango sus propias esperanzas en el sentido

de ver, en el sentido de ser, de amar. Estamos lejos de las

estrellas, lejos y sin embargo como ratas iluminadas,

buscando consuelo allá arriba. Creyendo fervientemente

en la comunidad de luces que no se apagan. Que no se

apagan. En una lenta, apagada y pegajosa gira por nuestros

corazones hacia las estrellas, queremos morir en esa tarea

como hijos de las estrellas. Como hijos que superan el polvo

y que, etiquetados por algo que nos haga volar, creemos en

el aire, en sus pisos de mármol y sus pinos viejos y sus

porteros que nos abren puertitas que titilan. Como hijos de

estrellas superpobladas de títulos macabros los que el mundo

tira a diario; quién puede así encontrar sus sueños. La punta

del ovillo de los sueños, como las estrellas que se anudan con

pañuelos tóxicos de hombres. Si son ecos las estrellas, si

alguien quiere instalar el eco de algo que alguna vez brilló

increíblemente, si los sueños se miden con esas luces. El hijo

de las estrellas, como hijos de las estrellas, del silencio en

el que se escuchan los sueños.

 

 

 

Como hijos de un colegio abandonado

 

Ocupan el edificio, prenden las luces, ordenan,

limpian, son los dueños del lugar. Dejan sus cosas,

iluminadas de noche, en familia. Como hijos de un

colegio abandonado, ocultos fantasmas sin educación.

Un juego de colocaciones, de ladrillos arrojados.

Ladrillos arrojados. Todas las aulas vacías, todavía

vacías. Como un castillo de muchos cuartos. Los hijos

de un colegio abandonado ocupan el edificio, prenden

las luces, ordenan. Suaves cortinas los tapan, encienden

lucecitas rojas de noche, en el cuarto de sus hijos. Trabajan

de noche, de algún modo se ocultan. Crean un mundo

distinto, otras reglas, otra educación. Quién puede saber

si son los dueños del colegio abandonado. Hirsutos,

familia circense. El padre enciende máquinas y prepara

los nuevos cuartos de noche. Las familias que ocupan

lugares abandonados son grandes, infinitas; en cualquier

momento pueden venir, en cualquier momento pueden

venir. Tocan la puerta almas desiguales sin mercancía.

Ocupan el edificio, prenden las luces, ordenan. Dejaron

sus casas, sus pueblos o tal vez sus pueblos, recién

expulsados como hijos de un colegio abandonado.

Las migraciones de las familias no se detienen,

como ríos expulsados llenan cuevas y el lenguaje

del mundo no altera esas cuevas, las aumenta y enfría.

Como hijos de un colegio abandonado abren las puertas

después del abandono, aprenden de la tiranía del silencio

del abandono. Como hijos que levantaron paredes en

otros lugares y fueron expulsados, ahora ocupan aulas

de un colegio abandonado. Y encienden luces de noche

y ordenan; son los dueños del lugar. Los dueños del

abandono, del silencio de las familias abandonadas,

sin educación. Familias como peregrinos con sus

hijos que no son como todos los hijos, jugando al

fondo del jardín, como hijos de un colegio abandonado.

En las canchas de básquet un don nadie aterriza  y juega

con los peregrinos, ocupan las aulas vacías, es don nadie

y es ellos, el rey de los hijos especiales. En un colegio

abandonado, como hijos ocupan el edificio, prenden las

luces, ordenan y limpian, son los dueños del lugar.

Familias peregrinas que atraviesan los muros de la ciudad,

como si buscaran un ejemplo de quietud, de silencio, de

autos abandonados. Familias peregrinas en agujeros de la

sociedad: prenden las luces, ordenan, limpian. Como hijos

de colegio abandonado.

 

 

 

Los hijos de la montaña

 

Para Reynaldo Jiménez

 

La gran base de la montaña. Las casas, los templos, la gran base

de la montaña. Árboles, ríos, pisadas de animales, sombras y

pueblos. La base de la montaña. No es lo que parece, no es alta

y basta y concentrada en piedra. Seguramente no es como todas

las montañas. En sus laderas hombres y mujeres tirados al sol,

pero no son laderas verdaderas. Los hijos de la montaña charlando

entre primos como en los mares del sur. No olvidan los grandes

momentos de la historia no pueden olvidar la historia. Por eso

viven en una montaña que no es una montaña imaginan la montaña

en sus instrumentos, como la memoria. Como la memoria. Los hijos

de la montaña, la gran base de la montaña. Hombres y mujeres al

sol, la montaña intuida en toda su circunferencia, abarcando casas

templos bosques sombras comidas. La gran base de la montaña.

Sus hijos atraviesan el espacio, brillan como estrellas en los puntos

cardinales. Este es un poema de esperanza sobre las montañas

que no existen sobre los que no existen y escalan indómitos,

desacelerados del mundo en sus convenciones geográficas.

La gran base de la montaña es un sueño, el sueño de una geografía

nueva. La geografía de la montaña que no existe. La gran base de

la montaña conformada por hijos de la montaña que mueven las

piedras debajo del sol a la espera de la nueva geografía, surgida

como el Fuji de Hokusei. Los hijos de la montaña se miran

hombres y mujeres a través de las casas de los templos. Montaña

de cristal todas sus habitaciones transparentes. Como himnos de

montañas más altas de cornisas del planeta sus habitaciones para

soñar despierto. La gran base de la montaña. Los copos de nieve

y la lluvia llegan directamente a su corazón y al corazón de los

hombres del pueblo. Los ojos directos de la montaña, la historia

los hombres y mujeres hablando entre árboles uvas; la montaña

que es todo eso sin ser todo eso, nadie ve la montaña, la montaña

no existe. En cada ladrillo del pueblo se dibuja, en cada pareja

en laderas fértiles, nadie grita todos hablan en voz baja. La gran

base de la montaña, las casas, los templos, las raciones. Una

promesa de transparencia, como las montañas del corazón. Los

hijos de un lugar que no existe, mujeres y hombres tapando el

sol con la mano mientras la historia es la montaña unida al tiempo

unida como ilusión la gran base de la montaña. La historia es la

gran base de la montaña que no existe para que exista hay una

historia que es contada que debe ascender y tomar forma de

montaña de algo entre esos hombres y mujeres que no recuerdan.

Los hijos de la montaña de la memoria como existencia.

 

 

 

Como hijos de Cristo

 

Para Mateo

 

En un mundo de ovejas las ovejas parecen

ser la cura de todo. La cura de todo. Ovejas

contra ovejas en los caminos en los techos.

En un mundo de ovejas todos son conducidos

en la razón de su docilidad. Como hijos de Cristo.

Los primeros hijos de Cristo las ovejas entre las

ovejas. Las manos de los pastores y pescadores

y pecadores, como ovejas frente a la pobreza

aferrados a bastones nervios en la tierra seca.

Esperando el agua como hijos de Cristo sin señal

alguna de la revolución. Esperando la revolución.

Como hijos de Cristo esperando la revolución. En

pálidos reflejos de vida alienada de los pastores;

ovejas como los pastores. Como un número de

ovejas entre las montañas, un número fijo y

alienado de límites como hijos de Cristo. El agua

es vino. La revolución es vino. En un mundo de

ovejas las ovejas parecen ser la solución a todo.

En un mundo de ovejas. Esperaban al Mesías.

Sin embargo un mundo de ovejas muy cerca del

mayor imperio de la antigüedad. El mayor imperio

de la antigüedad con todos sus puentes y caminos

controló a medias los hechos lejanos de la provincia

polvorienta. Unos hechos lejanos, unos hijos de

Cristo. En un mundo de ovejas las ovejas parecen

ser la cura para todo. Esperando una revolución

una revolución que pudiera, en el rostro de los

ejecutivos de la época; entre las montañas levantar

del polvo a los peregrinos. Levantar del polvo a unos

peregrinos. Como hijos de Cristo elegidos entre

quiénes. Una larga fila de ovejas entre ovejas nadie

conducido por nadie. Las puertas iguales el reguero

de sol de polvo en todas las entradas. Quién podía

dejar el mundo de los carpinteros, el mundo plano

antropomorfo sin derechos de una provincia sometida.

Las provincias sometidas son pequeños mundos de

ovejas dominados como colores de una pelota

escondida, pateada hace mucho. Como hijos de Cristo,

elegidos por quién. Ovejas, casas, techos; pequeña

masa de información resentida, secreta, oblicuo

rayo de sol. Ningún Mesías, ningún emblema. Y sin

embargo, como una sombra arrancada a la pared

aire y  fuego desmarcándose, entre ovejas y polvo,

en un mundo de ovejas. ¡Una sombra fuera del muro

por primera vez! ¿No esperaron todos los pastores

de ovejas alguna vez esa primera vez? ¿No esperaron

el sueño en sus corazones una y otra vez? Todas las

noches. Como árboles retorcidos sin luz sin las noches.

Como árboles retorcidos sin luz sin agua miles de

pastores empujándose por ese sueño. Por todas

las causales de ese sueño. En un mundo de ovejas

que parecían ser la cura de todo. ¿Qué hicieron

entonces, qué hicieron después, de dónde salieron

los discípulos, dónde se escondieron? Como hijos de

Cristo dónde se escondieron y dónde encontraron

la salida del mundo que dejaban. Como una sombra

arrancada de la pared de un mundo de ovejas. Sin

piedad, debajo del sol. Todas las ovejas son ovejas,

tienen un camino un recorrido. Como hijos de Cristo

arrancados sin sombra debajo del sol exterminador.

 

 

 

Como hijos del sudeste

 

A Iris Alba

 

En la calle, en el duro frente de las casas, en la vereda

línea franca. Los pies en la tierra, la mirada en el cielo

o en unos edificios, encima del río. Como hijo del sudeste,

mirando el sudeste. En la calle, en el duro frente de las casas.

mirando el sudeste en una esquina de Vicente López esquina

ovni el cielo la tierra. Con los pies en la tierra. Como hijo del

sudeste en la calle, en el duro frente de las cosas. Todos los

duros frentes de las casas y esos días de adolescencia, en la

vereda línea franca. Delgado, campera azul, pantalones

azules de otro tiempo. Como hijos del sudeste en una esquina

de Vicente López. En la calle en el duro frente de las casas.

Un hombre solo mirando al sudeste. Todos los días a la tarde.

Nadie molesta, a nadie en las calles, en el duro frente de las

casas. ¿Cuáles son los planetas que espían, cuáles sus órbitas

señales? Los planetas que espían. Con los pies en la tierra,

como hijos del sudeste, en el duro frente de las casas. Los

que espían ven con los pies en la tierra, hacia el sudeste,

los edificios sobre el río. Los hombres sobre la tierra sobre

la tierra. Como hijos del sudeste, como duros pies en dura

tierra mirando al sudeste, el sol viene que fue. El sol que

viene que fue. El hombre que mira al sudeste también

mira los colectivos, chicos y chicas, todos los días entre

los edificios sobre el río, como hormigas; pasajeros en un

mismo planeta. Como salidos de hospicios, vestidos de

azul, rapados, en esquinas de barrios sin ciudad, en la

calle, en el duro frente de las casas. Los que miran al

sudeste, los que hablan solos, los habitantes de hospicios

en cada esquina, en algunas esquinas. Vestidos de azul,

rapados, atemporales. En una esquina de Vicente López,

pobre o rico frente al viento como hijo del sudeste. En

la calle, en el duro frente de las casas. La clase de locura

de un hombre mirando al sudeste, interrogando interrogado.

Dispositivos de encierro los pies la tierra el cielo. Las

esquinas de un barrio bajo pobre rico. Un hombre mirando

al sudeste en todas las esquinas. En todas las esquinas. Como

hijos del sudeste el cielo la tierra, como hijos de una mirada

más allá o más acá, como fuga en una dura pared. Quién

busca unos planetas quién busca en la tierra unos planetas

sin odio, sumatoria de amor y odio. De amor y odio. En la

calle en el duro frente de las casas. Todos formamos, como

Babilonia, un largo viaje de idiomas hasta la cima sin

lenguaje, e inundados de nada volvemos a las duras calles,

humanos por lo menos respirables a decir unas pocas

palabras en tosca letra. Uno por unos en las calles, en el

duro frente de las casas. Mirando al sudeste, nadie puede,

en un hospicio, ser otra cosa. Todos los hospicios salimos

de ahí como alguaciles anunciando la lluvia. Todavía mojados,

y nos paramos en las esquinas, azules, vestidos sin época.

El pelo al ras como planetas recién hechos y recién vendidos

sin órbita. En la calle, en el duro frente de las casas. En el

duro frente de las casas. Como hijos del sudeste. Invitados a

descolocar las esquinas los barrios bajos los duros frentes de

las casas en un caracol subterráneo, baba del diablo cielo

perdido. Como hijos del sudeste perros de Pompeya retorcidos

petrificados. Retorcidos petrificados por el duro frente de las

casas, escupidos por hospicios ricos pobres, mirando al sudeste.

Vestidos de azul, atemporales, rapados, deshaciendo el cerebro

de vidas pasadas futuras nuestras en esquinas, barrios bajos, en

el duro frente de las casas mirando al sudeste.

 

 

 

Como hijos de la obra pública del nazismo

 

No hay oscuridad en el templo del Estado, la voluntad

del rezo es a la luz del día, la cabeza del día, el gobierno

de la noche. El Estado decide en mil ceremonias. Mil

ceremonias que nadie oculta, no hay oscuridad en el

templo del Estado. Los brazos son svásticas rezos; el

poder de la obra pública. El poder de la obra pública

en el templo del Estado. El nazismo es lo que parece,

siempre es lo que parece. En los pueblos en las fábricas

en pequeños bares en el río expresionista el nazismo

no pudo dibujar en la oscuridad, siempre en la oscuridad.

No hay oscuridad en el templo del Estado la voluntad

del rezo es a la luz del día, la cabeza del día el gobierno

de la noche. Como hijos de la obra pública del nazismo.

Qué alemanes, en las nuevas rutas viajaron al fin de la

noche. El fin de la noche. No hay oscuridad en el templo

del Estado. Como hijos de la obra pública del nazismo.

Las rutas todas las rutas del Reich en el cerebro de los

votantes hijos de la luz del Estado. Nadie vio el precio

de las rutas, todos vimos el precio de las rutas. Como

hijos de la obra pública del nazismo. La fortaleza de

las columnas del templo. El Estado. No hay oscuridad

en el templo del Estado, la voluntad del rezo es a la

luz del día, la cabeza del día, el gobierno de la noche.

Un Estado en sus hormigas sus pisadas el largo halo

de la economía diagramando templos en la tierra

amasada. Tierra maldita de los templos nazis, como

hijos de su obra pública. El templo de la voluntad.

No hay oscuridad en el templo del Estado. La inflación

empapelada República de Weimar, empapelada República

de hijos sin pan. Todo pan conduce al odio producido

sin Estado sin dueño. Como hijos de la obra pública del

nazismo, gotas de oro desfilando columnas del templo

del Estado. Los hombres y mujeres de las rutas del

nazismo, cada segmento vial sacado del templo, de la

colección del templo. Los rostros rezando reducidos a

un signo político en alza como un pájaro violento

y crudo originando el espacio, solo, en el espacio.

Como sociedad dibujada en el aire. La gran obra

pública del nazismo. No hay oscuridad en el templo

del Estado, la voluntad del rezo es a la luz del día, la

cabeza del día, el gobierno de la noche. El gran pueblo

alemán pudo tolerar los chicos en los engranajes los

obreros los estudiantes gitanos al borde de las nuevas

rutas como animales sin poder cruzar. Las nuevas rutas

las nuevas rutas alemanas. No hay oscuridad en el templo

del Estado, el auto del pueblo, como hijos de la obra pública

del nazismo. Frente a las rutas del nazismo, instigados a

pensar en hornos mentales nacionales corriendo las fronteras

de Europa como se baja la bombacha de siluetas muertas,

la gran obra pública del nazismo. No hay oscuridad en el

templo del Estado, la voluntad del rezo es a la luz del día,

la cabeza del día, el gobierno de la noche. De todas las

hormigas que la gran Alemania reunió pisó domesticó,

cuántas permanecen en sus casilleros indomables leyendo

mi lucha. Mi lucha. Rutas de hormigas que no vieron la

salida, ver la salida es como ver las piedras que forman

el edificio, las líneas de fuerza encriptadas plena pitanza

encriptadas. La gran obra pública de los pueblos; los

estruendos, la sangre del pasado una gota en cada hormiga

su flujo, por las rutas del Estado sin salida. No hay oscuridad

en el templo del Estado, los espectros salientes se mezclan

con los vivos que gobiernan y mueren. Mueren.

 

 

 

La generación de hijos

 

“Hablo a mi generación, cuya blanda tragedia

fue tener un gran pasado por delante”

Nicolás Prividera

 

Somos hijos, generación de hijos, capa tras capa

envueltos como alguien nos trajo al mundo, la

generación de la fuerza de habitar los cielos

paternos desaparecidos. Todas las generaciones

como piezas inconclusas de sangre más un piso

para esa sangre. Un piso para esa sangre, tierra,

espacio en donde los hijos, las generaciones de

hijos puedan pisar, y entre sus sombras ser el

presente. Todavía carnes livianas pero en el

desierto el incendio empieza, el incendio de

nuestra generación de nuestros padres; todas

las cenizas de unas reuniones que no tuvimos

que nos dijeron que tuvimos. Siempre hay alguien

que te dice soplando en tu oído pedófilo “no están,

no estuvieron, no busques”. Somos hijos, capa tras

capa. La búsqueda empieza y termina en mi estrecho

cuerpo, en el tuyo, pezones fríos en silencio, labios

manos como el azar de morir. Somos hijos, generación

de hijos, hablamos en silencio y escribimos todavía

más solos de nuestra sangre regada, rojos pozos donde

hundir los puños y colaborar con la muerte en el sueño.

Cómo colaborar con los sueños en donde todo se

construye horizontalmente y nadie asoma la cabeza

en un mar de algas. Extendemos los brazos en un

mar de algas, dogmáticos albañiles de nuestros sueños.

Como en travesía hacia nuestros gritos, somos por fin

la generación. El espacio, la micro selva de nuestros

nombres e identidades, capa tras capa. Ya hablaron

los picos negros de esos cadáveres; podían ser nuestros

padres –y los escuchamos- podían ser nuestros padres

tenemos que repetir hasta el cansancio, por eso los

escuchamos. Somos esa generación de hijos que

entre las tumbas, como sueños, fuimos visitados

y consolados. La generación de acero de la

consolación, del sueño de los muertos como

un punto de reunión.

 

 

 

Hijos de Urquiza

 

Para Julián Axat

 

Manchas en suelo pared piso suelo pared

piso. La ropa las manos propias ajenas.

Nadie mantiene las manchas de sangre en

el piso, el piso es el futuro el paso de los

hombres de las cosas del futuro. No puede

referirse al pasado al crimen. Las paredes las

puertas nos ven pasar, manos miradas puede

deslizarse la sangre de un muerto en exposición.

Hijos de Urquiza. La preservación de la sangre

como teatro. La sangre como las armas de la

época, el peso de los hombres unos contra otros

como quebrantahuesos. Quebrantahuesos.

Manchas de los hijos de Urquiza. El torrente

de la sangre la influyente muralla de un poder

que no vuelve, hijos de Urquiza de Rosas,

manchas. El lugar de la sangre de los cadáveres,

no hay lugar para los cadáveres no hay cadáveres.

Hijos de Urquiza. En el Palacio San José en una

puerta del Palacio San José la mancha del que

cayó muriéndose. En el suelo en la pared en el

piso. La sangre se diluye con el correr de los días

pero hay días quietos que el poder preserva.

Hijos de Urquiza. Cómo es el poder en la

preservación de la sangre. Una mancha el

nacimiento de un museo histórico político la

sangre religiosa siempre fresca el río la muerte

que fluye. Hijos de Urquiza. La sangre es el

poder de los que allí estuvieron como días

quietos los muertes que no vemos.

 

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