Un poema de Fernando Salazar Torres

Presentamos un poema de Fernando Salazar Torres (Ciudad de México, 1983). Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-I). Maestría en Humanidades por la misma casa de estudios. Ha publicado ensayo y poesía en distintas gacetas y revistas impresas y electrónicas, así como diversas participaciones en festivales de poesía y congresos académicos. Ha publicado el poemario Sueños de cadáver. Coordina el taller literario Ígitur. Actualmente se dedica a la Docencia.

 

 

 

 

Una oración para la niña del alba

 

Para Laura, Lorena, Oddet, Edda y Eliza

 

I

 

Hoy todo queda atrás,

la luz de la tierra en la madrugada

es el tiempo que se verá crecer.

 

Nada resta en esta vida

sino una flor que crece para ti

y más allá de la muerte,

pasa el viento como si fuera llama,

la voz de la madre canta en tu cuna

-la Alegoría de Dios te entregó-

 

Camino debajo de una farola

y pienso, a la distancia,

en ti, niña del alba, piadosa edad en flor.

 

 

II

 

Tu corazón es el sueño del día

y al interior del vientre de tu madre

otra luz palpita, otra luz palpita!

Nadie, nadie respira tu perfume.

 

La cuna conserva el vacío

cada mañana, cada anochecer,

desde las originales horas, ahí crece,

crece, continuamente, la oración

desde el fondo del alba.

Nadie, nadie respira tu perfume.

 

Una espina rasgaba el cielo,

por esa grieta se va el infinito

y las alas de otra luz ahora cicatrizan.

Todos hablan de ti, Pía, Todo lleva tu nombre.

 

 

III

 

¿De qué sabor serán tus primeras lágrimas?

¡Cómo vendrá a ser el mundo en tu presencia!

¿Quién escuchará tu primer pensamiento?

 

¿Qué vértigo habrás de sentir al abrir tus ojos?

¿Sentirás el palpitar de tu sangre? No hay olvido.

¡Cómo vendrá a ser el mundo en tu presencia!

 

¡Qué vida vendrá a plantarse en esta oración!

¡Cómo será tu presencia en este mundo!

Tú eres el silencio para la plegaria a Dios.

 

 

IV

 

Todo de lo que escriba lo verás, ya lo sé;

lo sé, nada ilusiona más que tu palpitar

aunque un madrigal crece como oración por ti.

Si nunca miraré tus ojos de niña en flor,

las plantas pintarán su cielo a tu alrededor.

 

La primavera, de pronto, gira y giras tú,

y las acuarelas de Elizabeth abren las nubes,

realzan tus dones, Dios es en tu voluntad.

¡Cuánta más luz! ¡Que haya más claridad!

Llega ya, en el golpe de las campanas, ya llega.

 

Allá, al otro lado, ¿qué flores hay para el sol?

¿Qué cielo navega encima de tus pensamientos?

¿Hay un lugar para mirar la aurora de los polos?

Aquí, de este lado, respiro bajo el susurro,

que de pronto es la voz de tu corazón que me habla.

 

La pintora tiñe insectos pero nacen peces,

ella diseña luciérnagas sobre hojas blancas,

que vuelan bajo la lluvia para darnos días.

Más luz ,que nos ahogamos, Niña, danos paz.

Ven, ven ya, como el soplo de la revelación.

 

 

V

 

Alguien toca a la puerta, pero nadie llega; solo encuentro el rastro, la huella de tus manos en la tierra, que ya sembraron un elogio. Tu perfume dilata las auroras. Nadie escucha la campana sonar, pero sí suena. El juramento de los novios justo el día en que la hora marca el  reloj y el cielo te desciende, y eres como una nube. La Atalaya de Catedral presencia el Ángelus, el aire esparce tu cuerpo diminuto en los días de los justos. Todos te esperan y tus padres, a toda hora, lo digo, a toda hora, son la sangre de tu corazón, la promesa de quedarse y ser tu jardín y, tú, un pajarito que desea volar. Amaneciste con el primer Paraíso grabado en la huella de tus pies.

 

 

VI

 

Reír, vivir de la soledad, reír como quien despierta en otro mundo

para volver a tumbarse de fe, de pies a cabeza y vivirte así;

llorar, llorar la vida, llorarte de tanto estar con el ojo pelado,

sin cuerpo para caer desde cielo, con ilusión y vivirte así;

vivir, reír el destino, vivir de todas las ganas de no sé qué,

deseos de caer en nuestra carne como bestias y vivir así;

alegrar, alegrar la despedida, reír siempre con fuerza en los puños

para sembrar tu memoria, que jamás conoceré, Pía, y así llorar,

sí, en silencio, como nace la flor, llorar, llorarte así, toda la vida.

 

 

VII

 

Nadie se va quien nunca llega, y llegas.

Esta invocación es el día de ser siempre hoy.

Amar la blanda vida, estar siempre en las mañanas,

que te buscan la bendita serenidad

de la canción que yo no decidí escribir.

Otra fuerza me dio la seña para soñarte.

Tú y yo jamás nos encontraremos,

pero, en el corazón, sí sabemos mirar.

 

El alba coloca rostros en la ventana,

que ilumina otros rostros, quienes esperan

con el arco iris al cielo, y llegas como lluvia.

Toda la espesura de la casa familiar asciende,

y tú, flor de adoración, eres el alba en primavera.

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