Antología de poesía colombiana No. 2: Jotamario Arbeláez

JotaMarioEn el marco de la Antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos la poesía de Jotamario Arbeláez (Cali, 1942). Es uno de los fundadores del Nadaísmo. Mereció el Premio Nacional de Poesía en 1985 por La Casa de la memoria.

 

 

 

Poema de invierno

 

Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.


 

 

 

La lectura en tinieblas

 

Mi padre no me dejaba leer la Biblia
ni el Manifiesto Comunista
para que no gastara la poca luz
que podía pagar para la casa.
Me quitaba el bombillo y dormía con él bajo la almohada
remordiéndole la conciencia
pero al pie de la cama de mi cuarto también roncaba la nevera
e instalado a los pies de mi cama con la nevera abierta
leía de la medianoche al canto del gallo
de la crucifixión de San Pedro cabeza abajo,
del intento de lapidación de Pablo en Listra
y de la pasada por la espada de Santiago en los Hechos de los Apóstoles,
de las tribulaciones de Panait Istrati,
las duras prisiones de Nazim Hikmet
y las torturas de Julius Fucik en su reportaje al pie del patíbulo,
hasta que se me helaban los huesos.

 


 

 

Alguien barre la casa

 

¿Quién estará barriendo el ala norte de la casa

donde vivió mi tía, esta hora

de la noche en que duermen los restos de la familia,

los que vamos quedando con más puesto en la mesa de los recuerdos,

si los vecinos han salido de vacaciones con sus niños y gatos y servidumbre

y el tío Emilio fue de pesca,

esta hora de lobo que espanta las pesadillas

y despierta medio litro de sed en el pozo de la garganta?

No creo que sea la abuela.

Desde su desdichado accidente descendiendo del autoferro

que obligó al fémur de platino y a renunciar a los tamales

que preparaba los domingos para toda su parentela

sabemos que por nada del mundo se atrevería a tomar el palo de escoba

y menos para ir a la medianoche

a barrer los recuerdos de la hija más querida

a quien el corazón le jugó una mala pasada

mientras pintaba la puerta de su cuarto con un sapolín amarillo

dejándonos sin sus cariñosas respiraciones al espejo de los ojos.

¿Será Jorge Girando? Imposible,

si su esposo ha salido de cacería

con los ojos llorosos desde el día de sus funerales

y hasta el sol de hoy que no ha vuelto con un venado.

¿O tal vez es el viento con sus pasos de escobilla de jazz en el eternit?

¿O el comején cenándose el entablado?

Pero el caso es que alguien está barriendo la habitación donde la tía Adelfa aromatizaba,

escuchaba el radioperiódico, pespunteaba en su máquina de coser

tarareando esos aires de la montaña

a los que de vez en cuando pone mi padre la música de un silbido.

Yo no creo en fantasmas y mucho menos en el fantasma de mi tía Adelfa,

quien murió vestida de blanco rodeada por la corte de sus sobrinas

escuchando un pasaje bíblico que mi hermano le susurraba.

 

Deben ser los ladrones.

 


 

 

Después de la guerra

 

un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor

 

 


 

Proceso de un apretón de manos

 

Quien da la mano da lo mejor de sí

 

Señor mendigo reciba usted esta bella sentencia

La mano que se estrecha vale su peso en oro

 

La mano que se estrecha no oprimida por un guante

No oprimida por la estrechez de la boca del jarro

Donde antes hubo flores

No la mano atrapada en la puerta

Despachando dolor en los cinco sentidos

La mano lavada la mano sin pedantería

Con la que se levanta una hostia o se compra un helado

 

La mano derecha de la amistad es fuerte como la trompa de un elefante

Y se usa para bendecir a las gentes que oran

Se usa para levantar las valijas

Se usa para llevarse el pan a la boca

Se usa también a veces para quitarse el sombrero de la vida con un arma de fuego

 

La mano izquierda es una mano de pocos amigos

La mano izquierda es una mano llena de ostentación

 

Por eso la mano derecha no conoce la hora

Que está sonando en la mano contraria

Por eso la mano derecha es el lugar que ocupa tu mujer en la cama

Por eso la mano derecha es el amigo que anda colgado de tu hombro

Apretando fuertemente su pistola para defenderte

 

Manos que se estrechan no pesan nada

Escribió maravillosamente Paul Eluard doce años antes de mi nacimiento

Y yo estrecho la mano de Paul Eluard

Ahora podrida bajo los cementerios de París

 

Una mano agitada por el viento de la despedida

Una mano quemada al calor del afecto

Una mano acariciando unas piernas inválidas

 

Esas tres manos hacen de mí

El mejor de los hombres posibles


 

 

 

El más humilde del universo

 

Tú me hiciste el primer poeta de Colombia que no tiene dónde sentarse a escribirte. Era tu papel por lo menos darme recado, hacerme silla,  distraer tu mirada de vigilancia demasiado pesada sobre mis hombros, meterme unos peniques en el chaleco, no hacer el oso.

 

         Pero en vilo cargaste mi peso pluma, a golpes de martillo me forjaste un nombre de plata y del anonimato pasé a la clandestinidad a caballo. Me enseñaste a cantar pero me desconectaste el micrófono, aplaudiste en mi cara a mis enemigos, desprendiste botones de mi chaqueta.

 

         Aprendí piano tus lecciones. Cuando creíste que ya tenía la máscara dura me lanzaste a las plazas con un garrote. Al regreso te reíste de mis heridas en la corona, me dijiste que era jugando, jaque mate con las más negras me diste.

 

         Me encerraste en el patio de tu colegio. Aprendí con las uñas que debemos ser tierra con todo el mundo, te busqué por los cielos con mi manguera, me juré ser el más humilde del universo, y esa pasión malsana por los sifones que encarno desde entonces a tu cuenta la cargo en el occipucioe.

 

         Menos mal que engañaste a muchos antes y después que a ti mismo.

 

         Vueltos a ti los ojos en el momento precioso, yerro por la ciudad como en mis primeras edades. Y encuentro tantos Cristos sin credenciales que me da por creer que sólo uno es falso. Por cada redentor que llega al Calvario cuántos hay que se ruedan en el camino.

 

         A patadas de risa me van matando. Salvación para los salvajes. De qué vale que te perdone si no te perdonas tú mismo. Vuelve a burlarte del espejo.

 

         Ahora soy el Pastor que deambula mudo por las bocas del lobo jugando sus ovejas a la ruleta. La Rosa de los Vientres a mí. Las profecías en portafolios esperando su vencimiento. El amor me lava los dientes. Hágase el amor.

 

         Del Calvario en las faldas también quedaron.

 

 


 

Saloon

 

Al primer whisky doble y astillando la copa contra los espejos

murmuró el Señor Gato

Buenos días viejo mundo hoy le serrucharán la cabeza

no doy un puño de maní por su vida

Y los que escuchaban detrás de los mostradores asentían moviendo la torre

Y el asesino hizo su aparición bamboleando las puertas del bar y gritando

Espero Señor Gato que ya habrá rezado sus oraciones

Puede usted disparar al aire de mis pulmones que de todas maneras estoy     dispuesto a expirar esta noche

El hombre que servía los licores no pudo reprimir una lágrima

El asesino del Señor Gato no tenía entraña en su sitio

 

 


 

El desmesurado sonrie

 

Todos los perros que conozco me han mordido en lugares por donde nunca he

pasado

Uno solo de los ángeles del cielo me ha molido más los riñones que toda la

policía de la tierra

Carezco de los mínimos papeles de identidad que permiten que la sangre corra

como debe

y me da pena del amigo que delante de su novia me regala la camisa

 

Pero cuando por la mañana tocan a la ventana de mi décimo piso

es el pájaro de vidrio que reposa en el huevo de mi cabeza

el chambelán que libera la falleba

para que el sector cúbico de mi vida en habitación se transforme

en la cuadrafónica sensación de un picado oleaje de alas

alas privadas del timonel del hueso

pero dignas de abanicar mi ventilador apagado

 

Se me dice que tendré que hacer el amor a gatas

a tontas y a ciegas

Por cada yoni que me cuenta Zoroastro

el diccionario de la otra vida me va tachando cada página

 

 


 

 

Cadena de los amores imposibles

 

He cortado todas las rosas del mundo, una por una, para nada,

pues cuando voy con ellas acunadas entre mis brazos ardorosos en busca de

mis amores,

no están, o están haciendo la siesta, o en sus clases de piano con

mequetrefes.

 

Sobre áreas restringidas de mi piel he colocado gotas de perfumes exóticos

y frotado mi cuerpo con todo tipo de menjurjes preparados por brujos con

barbas de chivo.   

Ninguno de estos aromas

ha doblegado a ninguna de mis anósmicas amigas. He comprado libros de

versos

delicados, desde los Gazales de Haffiz hasta las perlas de Amarú,

El Jardín Perfumado, La Unión Libre, La Amada Inmóvil, La Ciudad sin Laura,

pero he comprobado que los libros permanecen sin abrir en sus tocadores

entre potes de afeites y adornados portarretratos. Lo mismo pasa con mis

cartas

lacradas, idas a colocar en buzones de remotos países,

a las que sólo arrancan las estampillas para el álbum del hermanito.

Yo mismo les he escrito unos cuantos versos, verdaderos trasuntos de

trovadores,

apuestos versos viriles si bien un tanto mendicantes,

y los he hecho publicar sobornando al clérigo

en la hojita de la parroquia. Camuflado entre el coro

las espío en la misa de los domingos

a ver si aflora algún rubor en la cima de sus mejillas,

pero ellas usan de abanico mis metáforas desdichadas

pues no comulgan con mi estilo. No tengo pierna lírica,

me pierden el arrebato, la irreflexión y la impaciencia.

 

Me desgasto en limosnas a San Antonio, busco como un sabueso

nidos de pájaros macuá y me echo al cuello talismanes

pesados como ruedas de molino,

participo en bazares donde gano con trampas gigantescos osos de felpa

que llenarían de gozo la miel de sus lechos

pero no caben por sus puertas que siempre tienen la cadena.

 

En los restaurantes famosos donde estreno corbata lila

las complazco con Borgoñas Cote D’Or, con corazones de alcachofa,

con colas de langostas corcoveantes, paté trufado

y de postre Saint Honorè.

Por lo general devuelven los platos por exceso de grasa,

porque les falta sal, porque una mosca del Mediterráneo

se posó sobre algún Cezanne, porque se enfriaron en la espera.

 

Las invito a la Opera y cuando despierto en la luna de las plateas

se han ido bien con los tenores o los tenorios de la escena.

Los instrumentos de la orquesta me dirigen miradas de compasión,

hazmerreír de los porteros.

 

Practico los saltos ornamentales y me lanzo los domingos del trampolín del

mediodía

de las piscinas olímpicas arriesgando la vida en las contorsiones

con la ilusión de caer sobre sus miradas y perderme entre sus brazos

acuáticos.

Pero el chapuzón es un chasco pues los ojos de ellas se han perdido tras la

estela del salvavidas.

 

Mi consejera sicológica me dice que pierda las esperanzas.

Este año ingresaré a una tribu de cazadores de cabezas. Ya estoy llenando el

formulario.

 

 


 

Poeta de bolsillo

 

Ibas con tu poema de bolsillo haciendo sitio para tu humanidad de este lado del     mundo.

No tenías siquiera un muerto querido en quien caer de rodillas, ni una piedra

para amolar la cabeza, pero era tuyo el oro del alba. Encontrarte

significaba siempre un viaje de retro por las aflicciones del santo, por

la bonhomía del mendigo. Tirabas tu poca vida por la borda

sin tener borda. El cielo no se detenía con sus luces

porque no hubieras dormido. Las camas corrían con sólo ver tu cansancio.

Abundaban amigos de la risa en la espuma del sifón que te daban a beber     bromas. Ajustabas tu gabardina raída con bolsillo para poema

y te perdías en el frío de la gran ciudad, tan avara a tus luces.

Confieso que envidiaba la frescura de tu pobreza

que te procuraba papel por lo menos para poema. Amabas por fragmentos

mujeres que encontrabas más que sentadas en bancos y bares. Una pierna de           ésa,

de aquella la cabeza perfecta, de la de más acá la fresca cadera. Y el poema

crecía en tu bolsillo como un pan en el horno.

El día de tu muerte, que no fue tal porque qué otra cosa había sido tu vida,

corrimos tus horrendos amigos a buscar el poema

antes de enterrarte. Al meter la mano al bolsillo

de tu gabán de poeta,

ese bolsillo estaba roto y por ahí tu poema

se había ido como tu vida.

 

 

 

Datos vitales

Jotamario Arbeláez (Cali, 1940) es uno de los fundadores del movimiento Nadaísta en Colombia, que contó con las vanguardias europeas y el movimiento Beatnik norteamericano, como sus precursores fundamentales. Obra poética: El profeta en su casa, 1966; El libro rojo de rojas, 1970; Mi reino por este mundo, 1980; La Casa de la memoria, 1985, Premio Nacional de Poesía; El espíritu erótico, 1990; Paños menores, 1994; La casa de memoria, 1995; El cuerpo de ella, 2000. Sus memorias aparecieron en el 2002 bajo el título de Nada es para siempre. En 2008 ganó el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, en Venezuela.  

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