Antología de poesía colombiana No. 13: Gonzalo Márquez Cristo

Gonzalo M+írquezEn el marco de la Antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos la poesía de Gonzalo Márquez Cristo (Bogotá, 1963). Ha merecido la Beca Colcultura y el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot.  Su último poemario es Oscuro Nacimiento (Primera Mención concurso nacional José Manuel Arango).

foto de portada: Carlos Duque

 

 

 

 

Restituciones

Pretendo que todo lo perdido se convierta en poema.

Las heridas como los huracanes tienen nombre. Y aunque ignoro por qué a mi alrededor nacen los abismos, desde el origen fui mancillado por la felicidad, por su cima inclemente.

Las invasoras restas del recuerdo. La pugna de la raíz. La antigüedad del silencio…

No pongo flores en el cementerio del sueño, pero continúo a pesar de todas las arenas movedizas del espíritu.

La culpa que no te deja partir es el amor.

Y ahora la niebla, la lluvia, la ausencia…

El desequilibrio llamado belleza, la terrible orfandad de lo sagrado, la rosa ígnea que me guía en la desesperación…

Sé que el camino terminará por encontrarme.

Como todo lo que se hace visible para morir.


 

 

Descenso a la luz

La noche es mi regreso. Transito el museo de la ausencia.

Todo sufrimiento es inútil para quien no persigue la poesía, para quien no alimenta con sus ojos a las águilas.

Ejercito la sed. Amo tan sólo a quienes no pude salvar.

Ya no existe una oscuridad que guíe nuestros sueños ni los fantasmas del deseo inconcluso; sólo el abyecto intercambio que ha remplazado al rito.

Ya no busco, pierdo…

Y ni siquiera encuentro lugar en el asombro.

No puedo olvidar más. Ni pretendo saber las tres respuestas ocultas por la muerte.

Aquí nadie carece del odio necesario para recobrar el paraíso, ni confiesa su ruda caída en el día.

Debo ser sombra o grito. Retorno o nacimiento.

Cada origen decretará la abolición del yo.

Es entonces cuando la respiración será verde.

Y aunque todo se lo deba al dolor… Avanzo: caigo. Elijo los caminos que no tienen final. Las voces que incendian las tinieblas. El poema.

Tú lo sabes, cuerpo estremecido:

No es en el tiempo donde he puesto mis palabras.

  

 

 


Escape de las sombras

Antaño los muertos regresaban.

Hoy vivimos en un mundo de espectros que a nadie atemorizan esperando una tormenta que lave nuestros sueños.

Los más precarios ídolos controlan el terror.

Aunque pájaros de piedra me buscan no soy de los que cierran los ojos para sobrevivir.

La luna escribe la noche.

¿Desde cuándo escucho la estrepitosa caída de un glaciar dentro de mí?

Vino la guerra y permaneció entre nosotros. Conocimos su imaginería atroz y se hizo necesario perdonar al tiempo, a su furor compartido… Cultivamos la luz del grito, la flor de la ironía. El escape de los signos.

No voy a hablar de quienes eligieron el peligro de la indiferencia o del silencio. Tampoco quiero que el dolor pueda salvarme.

Portando la palabra será imposible recobrar el paraíso, lo sabemos, pero buscamos el olvido de la escritura.

Hay quienes persiguen un destierro en dios, un asilo en los ocasos. El fuego descendente, el granizar de la ausencia.

Pero a mí sólo me han signado las estancias del horror. La voz del viento. El patético vuelo circular. La historia del sollozo…

Y no es posible renunciar cuando el primer pensamiento tuvo la forma de un venablo. Ninguna confesión es inocente.

Sabemos que la oscuridad nos hará libres. Que el porvenir es un crimen. Que tendremos que guiarnos con las nubes. Que hasta aquí hemos traído a nuestros ojos inermes…

Sabemos cómo oficiar lo invisible y que el rocío conoce el drama de la aurora.

Vigilo todo lo que muere. Decido ser.

Encomiendo al poeta la protección del instante.

  

 

 

Destino de silencio

 

El ojo insomne nos condena y por eso cultivamos lo invisible.

Todo sufrimiento conduce a la infancia.

Hemos minado la entrada al deseo y es inútil interrogar nuevas puertas para salir del aquí. Se hace tarde. El reloj es un roedor sigiloso.

Los colores callarán y permaneceremos en el lugar donde los árboles vienen a morir. Sólo allí no estaremos solos.

Detrás del humo sube mi ciudad.

(Ellos hallaron usura en la desdicha, fundaron el terror solar e instauraron factorías de espejismos).

La víctima ha sido revelada. El sueño ahora me interroga. (Han sitiado mis manos. Persiguen mi alarido).

Ninguna pregunta será resuelta hasta que culmine el canto del agua.

Hoy transitamos por los desiertos del regreso. Lo poco que me dejó la noche me ha sido arrebatado por quienes defienden este tiempo incinerado.

Aquí te despierto memoria.

Me ilumina la respiración.

Debajo de una palabra puedo vivir.

 


Oscuro nacimiento

 

Fuera de ti, amo sólo lo que es de todos…

Destruyo mi alianza con el sol. Mi fin acabará por encontrarme. Convertida en fragmentos me guías al nuevo sabor, saber del agua. ¿Cuántos sueños no hemos usado?

Giras, te perfeccionas: te tornas vegetal. Tus dedos caen como hojas… Una palabra agoniza. Enceguezco.

Ninguna de mis preguntas tiene respuesta, dices con voz de ámbar. Ni soledad, ni nacimiento…

Los ojos se rebelan. Surge entre nosotros un dios efímero que debemos devorar. Atemorizados entregamos los nombres. Aprendemos las primeras sílabas. No es posible descreer del miedo con sus fundaciones, sus túneles sagrados, sus sombrías génesis, sus evasivas ardientes… Aunque a veces nos distancie el amor.

Nadie arde dos veces en el mismo fuego.

Mujer, trae la tierra, abrígate con tu sombra. Renuévate en las tinieblas, escapa en tu respiración… No sustituyas la muerte por la escritura de la verticalidad…

Escucha venir el tiempo.

(A Pilar, dibujo en el agua)

 

 

 

 

El retorno de la voz

La sed es nuestra herencia

Edmond Jabès

 

La muerte me entregó a su gemelo.

Alguien escapó en mi sangre…

Me ejercité en la derrota para dejar de estar solo, para fundar un ardor esencial.

Supe de prisiones errantes, del deseo a la deriva. Fui despojado de mi nombre.

Como un alud el tiempo venía hacia nosotros y el durmiente transportaba a sus náufragos.

Esperamos un sosiego cruel que nos habían prometido.

Conocí desde niño todo lo que el sol esconde y me propuse recoger la cosecha antes de la siembra, hasta que el miedo trajo a sus dioses.

Sé que la semilla renunciará a germinar.

Que los pájaros oscurecerán el cielo.

Que hay una desdicha que se canta.

Corrí enceguecido. Traicioné a la esperanza y en nombre del abismo a veces fui feliz.

Al amanecer aprendí la lección del silencio.

Pero todavía espero la única pregunta que hace nacer.

 

 


Las palabras perdidas

 

Alguien descifra la escritura de la lluvia y sin embargo no puede escapar.

Un alud de imágenes nos extravía la palabra; acudimos al grito y al llanto, a veces a la indiferencia, pero sabemos que nece-sitamos de la guerra para ser inocentes.

Todo lo ha ofrendado la ceniza.

Desde que desterramos a la noche desa-parecieron las más profundas alianzas y nuestros perseguidores pueden encontrarnos.

Una herida siempre recuerda la vida, todo nacimiento procede de su túnel. Un árbol arde en nuestros ojos de agua.

La verdad –es decir lo prohibido–, impone su reino de terror… y hemos decidido habitarlo con las manos entrelazadas.

Creímos que la poesía nos enseñaría a morir…

Persistimos… Con frecuencia hacemos la extraña sonrisa del miedo. Si huimos, la soledad convertirá a alguien en víctima. Por eso la palabra se pasa de mano en mano para construir una morada invisible.

A veces para sobrevivir renunciamos al conocimiento.

Y cuando todos duermen escribimos… Pero un poema es el fósil de un sueño, el cadáver de un dios…

¿Aún podremos salvarnos?

 

 

 

Oficio de olvido

 

Una mujer se besa en el espejo, se oculta con su alma, el agua es su soledad.

Un niño escondido en un armario intenta morir.

Las lágrimas de un hombre caen en su taza de café.

Una adolescente con el índice detiene la manecilla del reloj y se estremece.

En el viento hay un mensaje que no comprenderemos.

Tu sombra se rebela.

Nos preparamos para huir de todo lo que amamos.

Quien no parta será olvidado.

El viento dialoga con el fuego.

Espero mi voz.

Viajar también es lo contrario a la muerte.

Mientras la semilla engañe al pájaro no estaremos perdidos.

Nos amaremos en otros rostros.

Nadie se oculta en la memoria.

¿Vendrá alguien a enterrar nuestros nombres?

 

 

¿Quién dijo que morir era viajar?

 

Las palabras se inventan para ocultar algo, a veces para no extraviarnos y en el peor de los casos para salvarse… porque soñar en esta Edad del Fuego, emprender el exilio o sobrevivir, equivale a una traición.

El poema nos delata. La verdad dejó marcas en los rostros. ¿Quién dijo que morir era viajar? ¿Dónde están los que han perfeccionado su dolor? ¿Hasta cuándo debemos pagar por todo lo que le hicimos a la noche?

Estamos seguros del regreso de los inquisidores. Extendimos tanto la devastación que quienes vendrán tendrán que crear otro dios invisible para poder permanecer.

La imaginación no ha podido conducirnos. Siempre hemos combatido del lado de nuestros enemigos (en la indiferencia o participando de su vana contienda). No es de la derrota… De la victoria nadie se salva.

De la poesía al deseo, pasando por alucinógenos despojados de sus ritos, por extraños fetiches e incluso por crueles utopías, nos entregamos con ardor a las más diversas formas de autodestrucción.

El conocimiento nada hizo por la vida. Tampoco la religión ni la prostituta que vende presagios.

La verdad sólo está en la puerta que se abre. En un matiz, en una brizna de hierba, en un sorbo de agua. En un grito.

Ser es buscar.

La escritura o la desesperación nos encontró un color desconocido. Supimos que el tiempo anida en los espejos y que sembrar es preguntarle a la tierra.

Pero hasta que no remplacemos la semilla nada habremos aprendido.

La espadita del reloj tiñe de rojo nuestro pecho. El verbo morir sólo debe conjugarse en primera persona. El tiempo crece.

Siento que alguien ha raptado mis sueños…

 

 

 

 

 

Datos vitales

Gonzalo Márquez Cristo (Bogotá, 1963). Autor de Apocalipsis de la rosa (Quimera del Oro, 1988 – Hojas Sueltas, 1990); la novela Ritual de títeres (ganadora de Beca Colcultura en 1990: Tiempos Modernos Editores, 1992); El Tempestario y otros relatos (Común Presencia Editores, 1998); La palabra liberada (Colección Los Conjurados, 2001, 2005 y 2007), la antología Liberación del origen (Universidad Nacional de Colombia, 2003) y Oscuro Nacimiento (Primera Mención concurso nacional José Manuel Arango,  Colección Los Conjurados, Bogotá, 2005 y 2007). En 1989 participó en la fundación de la revista cultural Común Presencia (reconocida con Beca Colcultura a mejor publicación cultural del país, 1992), de la cual es su director. Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007) con su trabajo “La pregunta del origen”. Es creador y coordinador de la colección internacional de literatura Los Conjurados, actualmente distribuida en cinco países. Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés, árabe, italiano, portugués y braille.  Es fundador y Asesor Editorial del semanario virtual Con-Fabulación que cuenta con 44.000 suscriptores. Su obra ha sido comentada por importantes poetas y pensadores de nuestro tiempo como: E.M. Cioran, Roberto Juarroz, Antonio Gamoneda, José Ángel Valente, Fernand Verhesen, António Ramos Rosa, Alfredo Silva Estrada, Claude Fell, Roger Munier, Olga Orozco, Eugenio Montejo, Claude Michel Cluny, Martha Canfield, Franco Volpi, Jorge Rodríguez Padrón, Marco Antonio Campos…

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