Patria de adentro. Antología de poesía venezolana

El poeta Luis Perozo Cervantes pasa revista a su tradición poética y nos presenta, para tender efectivos puentes de conocimiento entre las distintas poesías de Hispanoamérica, el dossier “Patria de adentro. Antología de poesía venezolana”. Se trata de un ejercicio que deja de lado la política y privilegia la intencionalidad estética. Iniciamos el dossier con la introducción que aquí presentamos.

 

 

 

 

 

Anotaciones de “adelanto” para una Antología de Poesía Venezolana

 

Tendría que decir mucho para justificar una muestra tan reducida y arbitraria de la poesía venezolana, más con el compromiso de ser publicada en Círculo de Poesía, en ocasión de su millón de visitas. En mi defensa diré que este proyecto, que lleva por título PATRIA DE ADENTRO, es más amplio y acorde con los reclamos que siempre hemos hecho ante las injusticias del espejo crítico centralista de Venezuela. La poesía venezolana, una de las expresiones poéticas de Latinoamérica que goza de mejor autoestima, merece desde hace años, intentos antológicos que reflejen su actualidad, libre de los vicios de esa misma “actualidad”. Por ello, el criterio que se presentará en la antología total, será el poema, como producto definido, más allá de la reiterada construcción de antologías mecánicas e historicistas. El orden propuesto, diferente al cronológico, será dado por la trascendencia que, creo, tiene cada forma de expresión poética en la diversidad discursiva que constituye el término poesía venezolana. Dividida entre “Fundadores”, “Contemporáneos” y “Nuevas voces”, veremos fluctuar la rica y estable tradición poética de Venezuela. Eso en cuanto al proyecto completo, que será presentado a finales de año.

Este “adelanto”, mucho más sesgado, intenta exponer a penas 18 autores, que pueden ser piezas flotantes de un sistema de acción poética complejo. Cada uno, es su voz, se inscribe, en mayor o menor medida en la tradición poética venezolana, que al contrario de alimentar un sentimiento nacional, se decanta más por bollar en la superficie de la patria y confirman al individuo como dador de arte al sistema. Sin caer en el interesante juego de tradición y ruptura, creo traer para ustedes una muestra del heterogéneo país que es Venezuela, y de la fidelidad de sus escritores a lengua, o más intrínseco: la lucha almada por reivindicar las hablas.

La PATRIA DE ADENTRO quizá sea el único motivo para unir, coherentemente, estos nombres. Alfredo Silva Estrada, representa al poeta consumado de la Venezuela del siglo XX, quizá una de las voces más universales, auténticas y compuestas dentro del hallazgo, que nuestra literatura conozca: mucho más transparente e imposible que los poetas que lo antecedieron en la tradición, pero más obscuro y amargamente diáfano en la pronunciación de los sentidos, de la imagen como fuente y de la clarividencia del poeta, frente a su público invisible. Contrapuesto a Caupolicán Ovalles, polémico iniciador de la vanguardia activa y multigenérica de nuestra literatura, que vendrá a consumarse, como André Bretón en sus buenos tiempos, en el epicentro de una actividad político-literaria, sin el refinamiento y ascetismo de la clase alta caraqueña, pero tentado, como todos, a ser un conde: con su poética, injustamente olvidada por derechos y siniestros, enfrenta la tradición desde la trinchera de la memoria racial y social, con una soltura sintáctica que maravillará las futuras generaciones, por encima de las fuerzas semánticas del discurso moderno.

Fernando Paz Castillo, es un poeta de los iniciadores de la tradición. A él, y a su generación se opondrán todas las formas de poesía, hasta conseguir el desconocimiento de la obra. Quizá su mejor libro, Signo, será un hito indescifrable de nuestra PATRIA DE ADENTRO. Su poesía, ausente de todo fundamento de modernidad o modernismo, se busca a sí misma como en espiral: una huella que marcará el rumbo para los poetas de este país, ensimismados y terrenales: apócopes del universo. Juan Sánchez Peláez, fundador de una tradición dentro de la tradición: él y sus seguidores, son el eco de una forma poética que remonta al nacimiento de las palabras con ánima. Su poesía, de extrema modernidad, se adecenta con el lenguaje sopesado de un poeta de corta producción: el poeta de la maduración. Siempre cercano a las fuentes robustas de la tradición poética. Consistente con el discurso de la poesía venezolana, pero en terreno seguro ante los extremos lingüísticos de Silva Estrada o Caupolicán Ovalles.

Luis Alberto Crespo, quien ha gozado de las mieles más puras de la nostalgia, se nos entrega en esta selección como lo que es: un poeta epicentro. Ningún lector que lo conozca podrá negar el poder cegador de su palabra. Quizá el más adelantado juego con el silencio y la sintaxis de nuestra poesía. Sus raíces consiguieron un río interno que lo convierte en el maestro y detractor de la nueva poesía venezolana. Es absoluta su influencia en el hacer de los nuevos poetas venezolanos. Su poética goza de la saludable intención totalizadora del universo. Sobre el mito mismo de lo venezolano se funda una obra poética que arraiga el mejor desarraigo de la literatura. Uno de los más claros merecedores del Premio Nobel de Literatura, por parte de Venezuela, más allá de sus polémicas y fructíferas interacciones con el poder. En Luis Alberto Crespo, la palabra es fuente y fomento, llanura y amarra, memoria y sueño: desvelo, mediodía y resolana.

María Calcaño, mujer y maracaibeña, sin discriminación en esos aspectos, podemos observar su particularidad, en el ámbito nacional: en su poesía, anacrónicamente valorada, hallamos el acierto de la voz, la autenticidad de lo pasional, un juego perverso con el discurso establecido del erotismo, pero definitivamente, la consumación de lo íntimo como manifiesto poético. Estas cualidades centradas en poemas de firme compostura lingüística, nos enfrentan a mujer que luchó por definirse, en medio de una sociedad machista que sí logró castrarla y reducirla hasta la muerte y la invisibilidad. Vuelve a nosotros como una mártir, valor que asumen en su poesía, de manera visionaria, y que aporta a la PATRIA DE ADENTRO en forma de poesía y resentimiento.

Rafael Cadenas, conocido jugador del discurso poético universal; bien inscrito en la escuela de la poesía caraqueña fundada por Silva Estrada, logra desprenderse los poetas venezolanos adocenados en la tranquilidad del lenguaje y la seguridad intelectual, con el poema como dador de dudas. Es Cadenas, un sembrador del terror moral y metal. Su poesía nos conduce a nuestro propio desconocimiento, amnesia de la razón, un desquite con la palabra que nos pone de frente al lenguaje más visceral y comedido. Rafael Cadenas, es la justificación para el desconcierto de la tradición, en la tradición misma.

En Vicente Gerbasi, está nuestro Pablo Neruda. En Vicente Gerbasi, nuestro mejor descubridor. Canoabo: un hallazgo. El poeta que busca inspirarse. El poeta que es línea sobre línea un comunicador de realidades. Poeta pontífice. Su investidura de poeta lo levanta en la PATRIA DE ADENTRO como el dueño de la retórica, ninguno como él para la metáfora. Su escuela es larga, y va desde Ramón Palomares hasta Gustavo Pereira, pasando sus influencias por la mejor y peor poesía del país. Pero en su rito interno, el poema de Gerbasi, en una fina pieza de perfección..

El cuanto a los poetas contemporáneos, el rango sigue siendo diferente al temporal. Por eso encontramos a un poeta encabezando, que tiene la edad para ser fundador, como es Alfredo Chacón, pero quién no ha fundado aún una escuela ni una tradición dentro de nuestra tradición poética, aunque su obra, potencialmente es un sigma. Su obra, de poderoso juego con lo intelectual, de interesante riesgo semántico; se enfrenta a las espaldas de su generación y a las espaldas consecutivas de las nuevas voces. Su poesía es un fermento puro para paladares exquisitos, que degustan de lo onírico, lo ontológico y metapoético, diluido en buen poema, sin grandes sabores y repleto de sutiles hallazgos, que van desde una maravillosa coma, hasta la composición versal de una obra maestra. Chacón es el maestro en potencia, esperando aún por fundar su escuela en la poesía venezolana.

En otro extremo, de factura más reciente, pero igual de potente, encontramos la obra de Carlos Ildemar Pérez, quién apuesta por fundar una tradición dentro de la tradición reinante. Con su planteamiento llamado Provincianismo cósmico, busca deslastrarse de la teoría mítica de la poética para, con su hacer, fomentar el discurso del adentro. En  sus libros encontramos el símbolo y la metáfora al servicio de la ternura y la nostalgia, que arrinconan cualquier intento semántico para la profundidad del individuo como protagonista de un colectivo interno. El descubrimiento mundial de su obra será una contribución al hacer poético y ontológico de la gran literatura.

Eleonora Requena, es una exponente de la poesía más nítida de la contemporaneidad venezolana. Su deudo es la sensación y los lectores encuentran en sus palabras un magreo sutil de la existencia, que puede llevarnos del agobio a la esperanza, en un cambio de palabras. Nos enseña a encarar la poesía, verso a verso, como en un baile de nuevos acordes. Sin salirse de la tradición del lenguaje erotizado y sensual de lo femenino, acopla en sentido, una emoción de descubrimiento, terrenal, casi mundano. Su sintaxis, de la escuela caraqueña de la poesía como rictus, nos deja ver un juego fonético que hurga lo musical y lo ínfimo.

Lydda Franco Farías es una maestra del género, cuyas fallidas escuelas, la convierten en el referente más vivo de la poesía en femenino de nuestra poesía contemporánea. Su voz, desinhibida, donde el poema se muestra desnudo o vestido con pétalos mortales. Su presencia en la poesía rompe con los tabúes de la participación política y se suscribe a la poesía conversada donde el lenguaje que pesa y se hace forma de mundo. Miguel James, en el mismo sentido, se hace eco de una generación de poetas que, huyendo a la mitología del compromiso político, buscan para la poesía el lado más simpático de la vida. Con una sintaxis castrada y un manejo descarado de la palabra, convierte lo intrascendente y polémico, lo sagrado y pagano, en poesía. William Osuna, anterior a ellos, ciertamente inscrito en la poesía social, tiene su ancla más profunda en la nostalgia, para que la poesía potencie la memoria hasta convertirla en patrimonio. La otra cara de estos tres poetas, dispares e irreconocibles como generación, marca una nueva vanguardia del hacer diáfano en el poema venezolano.

Las nuevas veces, están representada en este dossier, apenas por cuatro poetas: Adalber Salas, Carmen Chazzin, Ennio Tucci y Freddy Ñañez, elegidos de sectores completamente diferentes de la acción cultural y poética del país, comprenden una muestra de cómo la tradición poética nacional se afianza en la construcción de hablas más cómodas a los tiempos y a las sensaciones humanas. El domino de la técnica, el recurso como fuente de inspiración; y en los cuatro casos, la juventud del poema, el leve atrevimiento de los versos, la tematología evidente pero incisiva: en todos, una promesa. Quizá en Freddy Ñañez y en Adalber Salas, encontraremos poetas más definidos, canalizados en su búsqueda; mientras en Ennio Tucci y Carmen Chazzin, tenemos el probeta de una familia de poetas con oportunidades de acción mucho más diversas; pero en los cuatro hallamos el fuero de la lectura y el deseo de inscribirse en la tradición poética venezolana: LA PATRIA DE ADENTRO, el patrimonio del alma.

 

 

 

En los siguientes enlaces aparece el trabajo de los poetas que conforman la antología

Alfredo Silva Estrada

Caupolican Ovalles

Fernando Paz Castillo

Juan Sánchez Peláez

Luis Alberto Crespo

Rafael Cadenas

Vicente Gervasi

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