Poesía panameña actual: Magdalena Camargo Lemieszek

Presentamos, en el marco del dossier Muestrario de Panamá o poesía en las esclusas. 13 poetas Caribe Istmo-Pacífico 1949-1987, preparado por Javier Alvarado, la poesía de Magdalena Camargo Lemieszek  (Polonia en 1987). Criada y educada en Panamá, ha publicado hasta la fecha tiene los libros de poemas, Malos hábitos (2008) y el espejo sin imagen. Ha obtenido el premio nacional de poesía joven en dos ocasiones.

 

 

 

 

 

 

Biała

 

 

Pronto hubo para mí una soledad abierta

—como una jaula—

y el rugir de un mar plateado.

No hubo, entonces, más silencio.

Sábanas blandiéndose en el patio.

Un caballo de nieve, tranquilo,

de todos el más manso

y vienes tú, niña mía,

vestida de blanco:

hija de la rama,

de la hoja,

hija de todos mis llantos.

Vienes a que escriba en tu pecho

lo que tenía callado:

líneas, círculos, figuras,

mis cuentos

sobre tu seno de mármol.

Guardas cada una de mis voces

como un tesoro en tu mano.

Niña mía, niña de blanco,

abismo perfecto

¿Qué sería de mí sin tu bosque encantado?

 

 

 

 

 

 

 

Juegos de cama

 

 

Hoy he estado desnuda en la cama largo rato. Viendo tu cuerpo, desnudo también, junto al mío. Tu cuerpo que por ser tuyo ciertamente me pertenece. Y es esa certeza de posesión absoluta lo que de pronto, mientras enciendo un cigarro, me abruma.

 

Me da un poco de miedo ver tu senos dormidos, uno descansando sobre tu brazo, el otro sobre el otro. El pelo que te cubre los ojos cerrados, y que, aún sin verlos, sé que han de estar meciéndose frenéticamente bajo el influjo de los sueños. Temo también a tus labios, que ligeramente entreabiertos, se te van secando con las horas, y viéndolos así de quietos sé que no han de hacerme daño.

 

Mi miedo es la urgencia. Me urge que te quedes a mi lado. Me urge alargar este espacio, alargar tu sueño, tu inmovilidad, el pasivo y vulnerable reposo de tu cuerpo.

 

Una serpiente de humo se arrastra hasta tu muslo. Yo sé que has de dejarme cuando despiertes. Haz de ir a vivir en el mundo de las gentes con tus ropas, con tus máscaras y con tus odios. Me dejarás sola pensando en las cosas que he debido hacer para que te quedaras, en lo que he debido decir, y en lo que he debido quedarme callada.

 

Mi miedo no es otra cosa que este momento en el que dejas la divina lejanía del sueño, es la oscuridad que se aleja anunciando la mañana. Te miro y lo sé…esta es la hora en la que los cuervos me devoran los ojos, para que vuelvan a nacer y vuelvan a devorarlos, una y otra vez, eternamente.

 

 

 

 

 

 

El jardín

 

a mi madre

 

 

En los días en los que soy una niña todavía, la vida es un cisne nadando entre los juncos; es tu mano apretando la mía, fuerte, en un sendero de pinos altos y negros. Ahora he crecido. No soy bella, madre, es cierto. Mi voz no sirve para cantar, tampoco.

 

Pero yo espero, mamusia, espero aunque no hayan vuelto. Tú dijiste que todos los pericos que huyeron de mis jaulas volverían a visitarme, a contarme como es amarrarse, en listones verdes, a las nubes. Yo sigo mirando las palmeras vacías esperando su regreso. Es la misma casa, la misma caja de arena, los mismos gusanos venenosos; pero las palmeras, mecidas por el frío, aguardan vacías.

 

¿Cuánto tiempo, madre? ¿Diez, quince, veinte años? No sé…No importa realmente. El tiempo no transcurre en la memoria. Por eso, sentada en la misma piedra, busco la rosa en tu mano, con su cofre de sonrisas.

 

 

 

 

 

 

 

Lalka

 

a ti, a tu voz de muchacho

 

 

Es cierto, amor mío, que no estoy al norte.

No hay flores de sílice en mis jardines.

Me habitan zorros transparentes,

la escarcha tatuada en el rostro de las ramas,

y un piélago sin islas,

abierto frente a ti como una mano.

 

No soy la vera de tu viaje

ni la aurora agitándose como un pañuelo en la noche interminable,

por meses arrojada contra los relojes,

por meses, de pie, entre nosotros.

Ahora sabemos que el frío también es un lenguaje,

y que la vastedad de la tundra aguarda como otro paraíso.

 

No olvides, amor, la turbia porcelana de mi cuerpo,

el almidón de mis trajes cambiado por polillas,

el pelo derramado, revuelto por la sombra,

hoy que el siete es la premonición de nuestro abismo,

el sombrío perfil de nuestra cuerda,

el ángulo triste

y la caída.

 

 

 

 

 

 

Espejos

 

 

“Días en los que una palabra ajena

se apodera de mí,

voy por esos días sonámbula y transparente”

Alejandra Pizarnik

 

 

El espejo ilumina los contornos de cada una de mis máscaras

y vierte sobre mí este temor de encontrar todos los espacios invadidos

por un aire ajeno, incendiario.

Frente al círculo premonitorio de los ojos,

el tiempo es un animal que acurrucado a mis pies se bebe las horas.

Su lengua teje los hilos de los que colgaré mañana.

Del balanceo lúdico de su cola se desprenden las voces que se desdoblarán en mi garganta,

es él quien afila el arsenal que los días lanzarán en mi contra,

los que me harán dejar olvidados, tras de mí, un manojo de cabellos,

un brazo, un resquicio del muslo,

en el cine de cuarta, en el chirriar de un ascensor de los ochenta,

o en un café bullicioso frente a la bahía hinchada de venenos…

hasta que la ciudad se haya tragado todo

y no me quede más que un humor a sombra

y otredad.

 

 

 

 

 

 

Insomnio

 

A veces, luego de una larga noche de insomnio, descubro que he soñado.

Recuerdo entonces una línea.

La línea podría ser una cuerda

que está sostenida en sus dos extremos por la nada,

y por eso tensa, casi hasta la ruptura.

Bien podría ser un dedo que señala el horizonte,

un dedo delgado y blanquísimo, porque no podría ser de otro modo,

y señala en la mitad del todo un lugar preciso.

Ahí, lo sé, una flor cerrada como un puño diminuto

se yergue lentamente apartando los oscuros minerales de la tierra.

Su tallo y sus raíces son un fuego verde

y no posee espinas ni hojas que alguna vez tengan que caer.

La brisa ha descendido únicamente para tocarle,

y porque hay cosas que están dadas solo para el frío

la flor se abre y de sus pétalos se derrama el agua,

hasta que los pétalos se vuelven agua

y en torno a la flor hay un mar recién creado,

un océano vacío de toda criatura

que en su extensión yace ajeno al límite trazado por las costas.

Solo entonces comprendo que llevo mucho tiempo

recorriendo aquella línea.

 

Tras de mí se enciende una constelación de jaspe,

y descalza, símbolo inequívoco de toda travesía,

ando en medio de la noche

sobre un cuchillo infinito.

 

 

 

 

 

 

Fábula del caballo y el río

 

Hay un punto en la cima

donde la tierra deja de ser tierra

y empieza a ser aire.

En las ramas las hojas son pequeños sables blancos

que se deshacen o se elevan con la brisa

y los pastizales, tan altos como un hombre,

se inclinan de tal modo

que se esfuma la línea de las cañas

y un misterioso vapor asciende congregándose en la altura.

Dóciles al orden de los círculos

los cúmulos también descienden,

su resina se endurece, bronceada por el cenit,

y una isla de cipreses se conforma.

He aquí el vértice de la cordillera.

En esa cumbre de índigo un caballo tiene su primera visión del mar.

Vislumbra el borde líquido del mundo,

combado por el peso de todo dolor posible

y toda belleza posible.

 

Alucinado por la imagen,

el caballo alberga en su corazón la carga salobre de mil anclas.

Corre con una violencia que crece,

alimentada monstruosamente por los días.

Sin detenerse galopa hacia la costa.

Ni por un instante concibe el aliento de la pausa,

el oleaje del mar es una nueva gravedad

que en la distancia conjura todavía más poderoso su llamado.

Hasta que en la mitad de la séptima jornada,

la luna creciente arroja de su mano la lanza del cansancio,

el filo penetra en el flanco,

cruza la angosta hendidura de la jaula

y atraviesa con precisión el centro de corinto.

 

El caballo, herido, se desploma.

Primero es el estruendo de los hinojos contra el polvo

luego los cascos y los dientes ruedan

y se esculpen hasta la perfección de los guijarros.

De las órbitas brota un torrente de agua

donde la crin ondula, sembrando el curso en la corriente y su brioso influjo.

La curvatura de la grupa define los contornos del cauce,

la profundidad, el sinuoso recorrido.

Las entrañas caen y al contacto con la superficie

en peces se convierten.

Es el río que avanza ajeno a toda rienda,

su longitud trepida cuando presiente la cercanía de la vera

y con el vigor que en su pecho ha sido renovado

rasga la arena de la orilla.

En un brindis aguardado durante demasiado tiempo

las aguas se encuentran la una con la otra

 

 

 

 

 

 

Carta al hijo que no tendré

 

Querido mío, ahí vienes.

Pequeño, corriendo cuesta abajo como una libre,

sorteando las piedras y el tronco de los árboles.

No sabes lo grande que te haces,

creces como un alud en el descenso.

El pecho te hierve de velocidad

y atrás las orquídeas florecen

porque han bebido de tu miedo.

Eres bello pues no lo sabes,

pero esta es la primera vez que rompes a correr

para salvarte.

Eres bello también, cuando lanzas de golpe el rastrillo

y riendo te sumerges en la pila de hojas secas

y recoges con ternura las lechuzas que han caído de sus nidos.

Yo te espero abajo, de pie, frente a la casa,

con el bosque de plástico preparado para el juego,

en la repisa sigue completa la caja de soldados.

Sé cuántas veces soñamos con ese mismo verde resplandor en el vacío,

mientras las máscaras de humo fueron endureciéndose año con año

y sus palabras fueron hilvanándose, cayendo como cuentas, una sobre otra.

Perdóname no haberte mostrado otro dios que la belleza,

no haberte obligado a ponerte de rodillas

para masticar sin tregua las raíces de la culpa.

Perdóname, pues la única vez que soñé contigo

te había abandonado.

Hijo, he envejecido.

Toma mi corazón disminuido por el tacto del invierno,

es pequeño como un broche

y tan liviano que es incapaz de causar daño.

Tómalo sin miedo, ya no puede herirte.

Llévalo hasta el mar y entiérralo en la arena.

Vuelve a decir en voz baja ese poema que repetimos cada noche

en lugar de las plegarias.

Entonces imagina la más poderosa de todas las metáforas,

coloca frente a ti una cuesta ominosamente pronunciada

y échate a correr

con tanta fuerza

como puedas.

 

 

 

 

 

 

El espejo sin imagen

 

A veces me pregunto si hay espejos

donde uno puede prender fuego a su propia imagen;

y ver la frente perlada encogerse,

los párpados desatar desinteresadamente los ojos,

el pelo iluminar la noche como un fósforo que da lumbre al cigarro,

estremecido, triste de fragilidad, por el viento.

 

He viajado muchos años y siento que he seguido recorriendo

el mismo camino rojo y polvoriento de mi infancia.

Nunca terminé de salir de ese sembradío inacabable

de donde las horas cuelgan

como la fruta más amarga y más prohibida.

 

He creído ver el cielo arder en la noche de zafra

y amanecer infestado de cenizas agitadas,

ola tras ola

de plumas negras y serpientes.

 

No tengo edad en esa mañana larga y angustiosa,

que ha de ser una

y muchas

al mismo tiempo.

 

 

 

 

 

 

Retrato de mujer en la colina

 

La muerte está, siempre espera.

No necesita de viajes o búsquedas.

Ella vive en la cima de la colina,

teje suéteres con destreza, lee libros,

escucha el tocadiscos por la tarde.

Incluso, si la noche anterior las lechuzas han cazado en su jardín,

les prepara el té a las visitas.

 

Todos los caminos llevan a aquella colina.

Podrías detenerte, estar de pie toda tu vida,

y una mañana encontrarás que la colina está frente a ti,

magníficamente umbría y verde al mismo tiempo.

Estamos vinculados a ella desde antes que la memoria

comenzara a recolectar racimos de cristal

para construir sus nidos dentro de nosotros,

antes de que incubara sus huevecillos luminosos

y alimentara a sus hijos

y que esos hijos aprendiesen a volar

y nos atreviésemos a decir por primera vez

que somos capaces de recordar las cosas.

 

No tenemos otro gemelo que ella,

si fuimos separados de alguien

era ella quien estaba unida a nosotros

y era su rostro la otra cara del nuestro.

Por eso al verla reconoceremos un poco de ella en nosotros.

Y por eso, es cierto también,

algunos le temen.

 

 

 

 

 

 

Clara Aparicio

 

Un ardor de enero se encona en los portales.

La brisa que baja del norte mece las hojas de los mangos

y la hamaca vacía espanta a las gallinas

con su curso de péndulo averiado.

Una guirnalda de pájaros negros tiñe los cristales.

Te miro y sé que un cañaveral infinito te está brotando del vientre,

sus juncos verdes y altos se alargarán

hasta el límite que tu dedo dibujó entre las nubes y la tierra.

La brisa también mece sus brotes

mientras el arroz salta del pilón lastimando el aire.

 

Vinimos a vaciar el curso de los días

en esta tierra roja como el azafrán,

donde el aguacero no es más que una premonición

que tensa la cuerda de la artritis,

aquí,

donde el río es la sombra de los peces.

 

Pienso que es tu boca la que veo entreabrirse para hablar,

pero es la cordillera que escupe arena sobre la tarde.

Es una cabeza de agua que se despeña desde la altura

trayéndose las ramas

y la voz de las mujeres

que han lavado hasta hacer sangrar las piedras.

 

Clara, no lo sabes todavía,

una luna de ocres ha teñido tímidamente los restos de tu infancia,

la casa de muñecas erguida en el olvido.

Es un anuncio de espasmos,

de cientos de hijos nunca concebidos,

de hombres que te seguirán sin tregua,

buscando vaciarse en tus abrazos.

 

Pero no es tu boca la que se abre,

tampoco es la palabra que medra en el silencio.

Es un racimo de avispas inflamado y palpitante,

un nido de comejenes desbordándose de tu garganta,

un tronco de palma que tiembla reborboteando gusanillos blancos.

Es el resplandor del machete que vence la zarza,

es la brasa del fogón,

nunca extinguida.

 

 

 

 

 

Datos vitales

Magdalena Camargo Lemieszek nació en Polonia en 1987. Fue criada y educada en Panamá, cuya nacionalidad posee y donde vive y desarrolla su actividad literaria. Ha publicado hasta la fecha tiene los libros de poemas, Malos hábitos (2008) y el espejo sin imagen. Ha obtenido el premio nacional de poesía joven en dos ocasiones. También administra el blog personal madziagesth.wordpress.com.

 

 

 

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