Poesía catalana actual: Jordi Valls Pozo

Presentamos algunos textos de Jordi Valls Pozo (Barcelona, 1970), que había escrito, hasta ahora, toda su obra en catalán. Los poemas que publicamos hoy pertenecen a un poemario escrito de manera íntegra en español, La penumbra constante. Al ganar los juegos florales de poesía de Barcelona en 2006, Jordi Valls se convirtió en el primer poeta en ostentar el título de Poeta de la Ciutat de Barcelona.

 

 

 

 

LA PENUMBRA CONSTANTE

 

 

 

 

 

1

 

Las hojas secas raídas de la tarde

se abstractan como un bronce viejo.

Abatidas por el tiempo rehuyen ser contempladas

porque no hay nada perenne en la lucidez.

Extinta desaparece, como la mano serpenteada

por la palabra certera. La magia es el movimiento

la andadura atroz que induce al equívoco perdurable.

Florecen los dedos untados en miel,

mancilladas corolas moldeadas a nuestro apetito,

no se manifiestan, pero allí están,

hilando la deuda en tramas opuestas,

la red enorme, acechante, se hunde ante la floración

abnegada. No me esperes despierta significará

que no me esperes. Y mas vale no perder el tiempo

en despedazar la nervadura de la carne.

El olvido todo lo digiere. El olvido

llega del tiempo de las abejas, cuando las flores

se reciclan o se transforman incendiadas.

Asciende el humo hacia quien no olfatea.

Quizás divagar sea navegar por el humo,

recaer en la lucidez y anegarnos de sentencias,

pero alguien estira de la red y nuestra cara

se desmiembra en escamas. Somos inmateriales,

por las rejas huimos pero no huimos,

equivocamos la mortalidad con las cristalinas aguas

de un río abyecto, fuimos comprimidos

y escupidos por la profundidad, entre remolinos

centrífugos, por eso escapamos o no,

hacia el no saber donde.

Yo me acuerdo de ti,

éramos guijarros acampados en la orilla,

cerca de los helechos y los sauces,

en un recipiente del alma nos etiquetaron:

minerales y nos machacaron hasta ser polvo.

Apenas te perdí, fuimos una minucia,

con el tiempo te desprendiste de mi cercanía,

y fui creciendo hasta transformarme en anfibio

y me surgieron colmillos para despedazar la carne

con toda su nervadura y también las extremidades

para moverme sin arrastrar la piel por las rocas

y anduve a dos patas a las que llamé camino.

Pensé en un nombre pero ya se me había olvidado,

nunca mas seríamos la misma vejación.

Cada uno de nosotros se humilla ante una sola verdad,

el fracaso solo puede ser el divagar desconsoladamente,

la cristalización de la miel seca entre las uñas,

o la sorprendida cuenca vacía del amanecer.

Hubo un día en que te amé. Hubo un día, retoño,

en que fuiste alguien y pescabas en el río

y tanteaste el fuego en el agua limpia de la trampa.

Caer o no caer, es una presunción insignificante.

El árbol deja de respirar, expulsa las hojas sobrantes

horadadas por la oruga. Nadie tiene porque observarnos,

nos escupieron de la boca celeste y se gestó la brutalidad

del hambre. ¿Hacia donde encontrar una ubre?

Buscamos en las entrañas de la tierra, siguiendo

el trazo de las aves, buscamos hacia el norte

y anduvimos hasta la nieve y ante la escasez

creció el colmillo y sacrificamos al prójimo

en piras bautismales.

Así es como somos,

alimento que se alimenta, carnaza de nuestros hijos,

huevos de anfibio atentos al desliz del mito proteico,

aliados vengativos que nos depredan tras el abrazo

y lo contemplamos con horror.

No existe el alma,

existen las ofrendas funerarias, los respetos al difunto,

la suciedad de lo eterno. Alguna vez nos amamos,

el amor también es un fósil que se engarza

en algún muro oscuro de la memoria,

el musgo compacto en la humedad de la penumbra.

Relampaguea, lloverá, el bronce se oculta en las tinieblas,

pienso en las hojas secas raídas de la tarde.

 

 

 

 

 

2

 

Yo lo vi,

era la brusquedad del cansancio

vertido

desde la cumbre.

 

 

Lo de siempre muere en la ostentación,

pero lo vi, así oscilaba entre el vuelo y la caída,

hipérbole en desuso, aridez escanciada,

no hubo indicio del viaje,

solo el desprendimiento del vértice

y toneladas de cansancio absoluto.

Mantenerse en la caída es disfrutar de una paz condicionada,

siempre vendrá el desengaño esclarecedor,

la sordidez de la mugre.

Mientras tanto nos hemos amado

y hemos sido felices, tuvimos hijos lapa que lo fueron todo,

pero se desprendieron de nuestro roce,

como las nieves de la montaña en la primavera,

y sucedió la rotura

como sin quererlo

para dejar de respirar.

 

 

Yo lo vi,

desde fuera, pero estaba dentro,

nosotros éramos yo y nosotros,

pero tu no lo sabías.

Tras los sueños vinieron los despertares,

esta vez solos, envejecidos, enfrente,

habiendo perdido lo esencial,

dos extraños que no se reconocen y solo se miran.

Pronto oscurecerá,

la suave brisa nos traerá el silencio,

descansemos en paz, los dos juntos,

ante las hojas yacentes

la hora del concilio está llegando.

 

 

 

 

 

3

 

 

Las hojas, en su revuelo, confirman el sacrificio de las ramas,

ceden su piel para mancillar el asfalto.

Árboles y árboles, escuchan el crepitar

bajo las botas de los transeúntes. Ya no me escuchas

significará que ya no te importo.

Tras tus pasos circulan miradas,

persiguen la vastedad del trayecto.

No llegar al lugar destinado,

no llegar nunca a ninguna parte.

En ti me olvido, alteridad, como las hojas muertas

entre los cabellos grises, enredadas.

La adopción de una mano amable, envenenado porvenir,

consuelo ignoto, también solivianta

el desgaste de los dientes amarillentos.

El resultado efímero de la mordedura,

destella, por un instante, la verdad.

Allá donde todo concluye,

en la dolorosa obviedad del presente,

luego vuelve, en su revuelo, a enredarse otra vez

y la solitaria veracidad se desperdicia,

como si no valiese la pena escuchar nada mas

que el paso del viento entre los árboles.

Recuerda cual es nuestro fin y como envejecemos,

que honda frustración se acomoda en el pulmón

porqué casi no respiramos, contaminados

por un no se qué que todo lo invade.

Recuerda el límite del eterno fugaz,

resplandeciente oído que nada escucha,

solo los árboles de altas copas

pueden sintonizar un doquier imprevisto.

Recuerda que solo en mi reposas, hoja muerta,

en el regazo de mi pensamiento,

en la firmeza de mi ternura

acunándote.

 

 

 

 

 

4

 

Las olas del mar rugen hasta hundirse

en las entrañas del insomnio, desaparecimos

mas no les importo nuestra ausencia,

hay tantos y tantos y tantos, que el oleaje

abrumó de intensidad a la multitud

y dejaron de preocuparse por nosotros.

No influye en nada que hayamos sido moldeables,

no dormíamos desde la infancia

y juntos manteníamos la hoguera despiertos,

juntos fuimos alguien y conseguimos precedentes,

porque en el fondo tenemos padres

y se formaron con nuestro barro,

latían desde su sombra: primero,

empezaron sus manos a palpar el cuello del útero,

las paredes húmedas y frías de la salida.

Dilatamos y apretamos nalgas y dientes,

nuestros padres aún recuerdan su nacimiento,

los concebimos bajo la hoguera

y hacia la llama surgieron, dormían dulcemente

en el regazo de nuestro pensamiento.

Pertenecemos a su sueño, y en su constante búsqueda

transitaron las olas y dibujaron símbolos

extraños en la arena, desaparecimos sin mas,

no dormíamos desde la infancia,

el mar borró las huellas con su rugido incesante,

nos hundimos lentamente enloquecidos de multitud.

En el fondo no existimos, pertenecemos a su sueño,

somos su hambre de esperanza.

 

 

 

 

 

                                   5         

 

Todos estáis en mi, como las hojas secas

enredadas en el bronce único, como el suplicio

del penitente en su condena humillante,

como el revuelo indómito de la asfixia.

En mi, esta tarde, me pertenecéis,

hojas sin sueño, abrumadas voces invocantes,

la herrumbre del desahucio interior,

impenetrable boscaje no saciado,

se reconstruye con los pedazos:

Tubos de plomo reventados sacian el fango

con aguas residuales.

Oscurece, observo los árboles;

pacientes señores arruinados, esculpidos

por esta luz derrotada, es tan difícil la emoción,

tan precaria, como la solidez

de nuestra continua presencia.

Todos estáis en mi, en mi regazo descansáis,

la debilidad es casi nada,

un reflejo de la muerte en los ojos,

casi nada, aunque yo deje de existir,

una minucia aún flotando en vosotros.

 

 

 

 

 

 

6

 

El amor es una forma de odio consentido,

una prolongación del egoísmo.

No admito que nadie se interponga

entre mi deseo y yo, la ofuscación

magnetiza el sentimiento opuesto,

pues no siempre crece el musgo

entre las rocas del arroyo,

puede emerger entre la suciedad de la cloaca

y ser objeto de la misma sed.

Tengo la garganta seca, necesito

un magnicidio bien regado de incidentes

sangrientos, ¡A vuestra salud!

Y me despido de ustedes, mi vosotros

insalubre, los encerrados en el cuarto de baño,

incómodos ante la ausencia de papel higiénico.

No se apuren, el espíritu santo huele a victoria,

por eso baja nítido hacia las orillas bautismales

y aunque lo siento, me he bebido el amor de un trago.

Denme la mano sin escrúpulos, yo les cree

y nos creamos mutuamente, estrechemos

nuestro porvenir, sin rencores,

exaltemos el deseo por encima del hombre,

acaso sea la última virtud del amor,

su mejor excusa, evocar la trascendencia

para lograr sin demora, algo parecido a la vida.

 

 

 

 

Datos vitales

Jordi Valls i Pozo (Barcelona,25 de enero de 1970) es un poeta en lengua catalana. Aunque nació en Barcelona, ha vivido muchos años en la cercana localidad de Santa Coloma de Gramanet. Presidió la Associació de Joves Escriptors en Llengua Catalana (Asociación de Jovenes Escritores en Lengua Catalana) entre 1994 y 1996, siendo actualmente miembro de la Associació de Escriptors en Llengua Catalana (Asociación de Escritores en Lengua Catalana). De profesión librero, toda su obra ha sido escrita en catalán y aún no ha sido traducida al castellano. Al ganar los juegos florales de poesía de Barcelona en 2006 se convirtió en el primer poeta en ostentar el título de Poeta de la Ciutat de Barcelona.

 

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