Poesía costarricense No. 5: Alí Víquez

Presentamos, en el marco del dossier de poesía costarricense contemporánea, el trabajo de Alí Víquez (Heredia, 1966). Es poeta, narrador, crítico y profesor. Es editor de la Revista Nacional de Cultura. Premio Joven Creación (1990). Ha publicado los libros de poesía Las fases de la luna (2004), Volar hacia todo el invierno (2006) y Confesión de parte (2010).

 

 

Lee la introducción a este dossier aquí

 

 

Ayer en Bucarest

 

Vamos a probar que de jóvenes

estuvimos en Bucarest.

 

La ciudad era un entierro de pobre

cuando el invierno le cubría

sus alas de profeta socialista.

Negros los carruajes del frío,

y rojas las trompetas

que asomaban sus narices a la calle.

 

Antes de esto, el otoño tenía un galope

que se escuchaba como un coro de tropiezos

en una iglesia de cristales.

Los cielos grises se levantaban

temprano para asistir

a la lluvia más triste.

 

Y antes todavía, el verano

gobernaba los agobios

en un tiempo cuyo nombre

no queremos pronunciar,

y pintando sus yeguas de amarillo

ordenaba ensillar pronto

y no mover ni una pezuña.

 

Al final, la primavera

de Bucarest

increíblemente no nos trajo

muchachas perfumadas de rocío,

no desarrolló intrépidas aventuras

en sus balcones periféricos,

ni ofreció a nuestras mercedes

una paleta surtida de colores.

El azul se adueñó de esas flores

que desde entonces eran un recuerdo

seco de las tardes inconclusas.

 

¿Qué les parece ahora?

¿Hemos probado que fuimos a Bucarest?

¿O más bien hemos establecido

nuestra tendencia crónica a la depresión

y quizás los alarmantes indicios

de una personalidad múltiple

y sin embargo monótona?

 

 

 

 

Hijas

 

Soñé que regresaban

a su espiga primera

y la miel las aguardaba

adentro de la flor:

el capullo en la rama,

la raíz en la semilla,

el vapor apenas en el lento

vuelo de su asombro hacia la lluvia.

Soñé que era el silencio

el día presentido:

hijas,

despierto y veo sus alas

en posesión del cielo,

la lluvia ya en el baile

de sus pasos seguros.

Despierto y veo sus vidas

tan dueñas de la vida,

la vigilia poderosa

que esparce sobre el mar las plenitudes.

 

 

 

 

 

Volver a verte

 

Volverte a ver.  El tiempo ha suavizado

el violento fulgor de tus colores:

rojo en marrón discreto, algo apagado

se te tornó el cabello, ya sin flores.

 

La mirada quieta, el caminar pausado:

¿qué pasó con tus portes seductores?

Un señor calvo que se aburre al lado

parece administrarte los amores.

 

Recordar, por un rato, me provoca:

¿Cómo era estar con vos?  ¿Qué había en tu boca?

¿Cómo vivimos? ¿Cuál fue nuestra suerte?

 

Preguntas vanas…  Ah, sí: estabas loca.

¿Cambia el ayer, o es que por no quererte

cambia la forma en que yo puedo verte?

 

Inéditos

 

 

 

Árboles rotos

 

Mirando están los sauces josefinos

agobiados del humo y los motores,

mirando están

las horas no se agotan;

su veredicto y su tristeza

qué nos importan.

Ven pasar lo que pasa

(ya casi explotan)

siguen pacientemente a los pericos

mas solo con los ojos:

ellos saben

de su futuro negro, turbio, roto.

Árboles que entre cemento piden

sin esperanza un poco de respeto

para su vocación de tierra

y su alma de poetas,

árboles citadinos,

raíces de quijotes,

yo los envidio

–con todo–.

Yo quisiera ser sauce

pasar el tiempo

mirando nada más,

solo eso quiero

llorarme como un sauce en mi derrota.

 

De Las fases de la luna

 

 

 

La pesadilla (1)

 

Soñé que no tenía donde dormir.

Los sitios se desvanecían

a mi llegada

o habían dejado de existir.

Era yo el judío errante

rogándole a la tierra

que me cediera un lugar.

No tenía donde reposar mi cabeza,

como el pobre viento,

que está condenado a existir moviéndose.

No tenía donde descansar mis huesos,

como las pobres palabras,

que están yendo

de una a otra,

interminablemente.

No tenía donde caer muerto,

como los pobres pobres

de este planeta despiadado,

que al morirse deben

donarle el cuerpo a la ciencia.

Soñé que no podía soñar.

como esos árboles huecos,

que en la muerte han seguido de pie.

 

 

 

 

Heureux qui, comme Ulysse…*

 

Feliz, Ulises:

las aguas del mundo eran menores

que el mar de tu reina.

Feliz, Ulises:

quien hace de la separación

un ansia de regreso

deja atrás a la muerte

y a sus islas sin cielo.

Feliz, Ulises:

ya escuchabas el reencuentro

en la voz del ciego

que viajaba oculto en tu deseo.

Feliz, Ulises:

cuando el olvido de cada jornada

imponía su amenaza,

el amor

tejía

con la certeza de volver

sobre los mismos pasos.

 

*Joachim Du Bellay

 

De Volar hacia todo el invierno

 

 

 

 

La luz en otro lado

 

Siempre hay algo en el aquí

que parece estar más allá,                                          

y lucha por moverse y no se mueve

como relámpagos que alumbran por la espalda.

Siempre el olor humedecido

de una fogata que se apaga

enciende la sospecha

de luz en otro lado.

Si somos deleznables cien por ciento,

y un noventa por ciento sustituibles,

si tenemos boleto comprado en el olvido,

si ni siquiera hace falta cerrar bien los ojos

para imaginarse la oscuridad de nuestras tumbas,

¿por qué a menudo nos llueven los granizos

que se congelan en las alas del alba?

¿por qué presentimos un océano vivo

donde los peces son flores sin vacío

y nadamos en el cielo terso

de los ojos muy bien abiertos?

 

 

 

 

 

Al borde de un borde

 

No soy.

 

Pero llegando a la nada me detengo.

La palabra me sostiene de este lado:

piedras para caminar sobre las aguas

nacen de los sonidos que articulo.

El milagro es fraudulento, mas no me hundo:

voy sin fe ni maestro.

La palabra me sostiene

para que no me caiga en el vacío,

me da sus ritmos

para iniciarme en armonías

que niegan a la muerte.

(Negar es solo un verbo.)

La palabra arroja luz

sobre el lado oculto de las cosas:

yo lo intuyo, aunque no vea dónde alumbra,

yo solo puedo imaginarme lleno el vacío

mientras ando todavía por este lado.

Esto soy: como vibrar al instante de estar vivo

y nombrar los placeres y dolores

que hay en el amor.  Es todo,

es aire, es nada.

Magníficas las alas ofrecidas por el cielo,

pero ellas son cometas y nosotros calambres.

Magníficas las olas que rompen el silencio,

pero ellas son delfines y nosotros espuma.

Magníficos rumores los que lleva el viento,

pero ellos son legiones y nosotros polvo.

 

La conexión entre mis miedos

y la brillante brisa que despeina mis cabellos

no la conozco.

Pero acaso la siento, la presiento.

Existe.

Es.

Vivimos en un borde,

o al borde de un borde.

La mano alcanza a decir el nombre

de lo que no alcanza a tocar

porque está del otro lado.

La mano quisiera estar muda y tocar,

en cambio habla y no toca.

Pero a veces también toca.

A veces no hay vacío,

hay vacío de vacío:

el ser que es decide ser de frente

y nos mira

y nosotros lo miramos:

una palabra lo ciñe,

lo desnuda para que nos extasiemos con su carne,

lo refresca y nosotros somos agua

por dentro de la piel de su ser.

Hasta ahí la poesía,

ave de mil cielos

pisoteada en las aceras.

 

Soy.

 

Pero llegando al todo me detengo.

La palabra también me rescata

para que sepa caminar los bordes.

La palabra me protege de abismarme

en los sitios disolventes.

La palabra vuelve a decir mi nombre

y mi nombre es un modesto “todavía”.

Esto soy: como vibrar al instante de estar vivo

y nombrar los placeres y dolores

que hay en el amor.  Es nada,

es aire, es todo.

 

 

 

 

Devoción nocturna

 

I

 

Siempre fue mi devoción

para la noche.

 

Su aire me caló como un vino profundo.

Su espalda me mostró la piel

única de la tristeza.

 

Sus palabras fulminantes agobiaron mi vida

y señalaron el rumbo de mis quejas.

Blancos golpes miré extendidos

sobre su manto de ámbar,

como cuchillos con forma de relojes.

 

Encadenado a la noche,

supe leves las horas del día:

golondrina la luz

no hace sola el verano.

 

Encadenado a la noche,

sé que hay tan solo una diosa en los cielos.

 

 

 

II

 

Las gotas de sudor

más altas que las olas

y la luz que no respira

de tan intensa

y el humo sin medida

sobre los matorrales

y la lupa que está chamuscando

nuestra piel indefensa:

todo lo dice,

todo

dice lo mismo, todo:

es mentira que la noche

se termina,

es mentira que algo no le pertenezca,

es mentira que el día

sea otra cosa que la noche,

es mentira que la lengua negra de su tiempo

deje algunos agujeros sin penetrar.

 

 

 

III

 

Totalidad:

de la muerte

y del misterio

en tu regazo,

noche fatigada.

 

Y de la vida

otra vez temblorosa

y poco menos que imposible,

noche de luna nueva.

 

Si el milagro es la contradicción,

la incongruencia de la ley con la maravilla:

no esperar un milagro más oscuro,

y saber que no existen los milagros.

 

De Confesión de parte

 

 

 

Datos vitales

Alí Víquez (Heredia, Costa Rica, 1966). Poeta, narrador, crítico y profesor. Graduado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Costa Rica (UCR). Catedrático de dicha universidad y de la Universidad Estatal a Distancia (Uned). Editor de la Revista Nacional de Cultura. Premio Joven Creación (1990). Tiene en su haber más de treinta artículos en revistas especializadas. Como docente, imparte cursos de teoría literaria, literatura española y literatura hispanoamericana. Ha publicado  los volúmenes de relatos fantásticos A medida que nos vamos conociendo (1990), A lápiz (1993) y Biografías de hombres ilustres (2002); la novela Conspiración para producir el insomnio (1998) y los volúmenes de poemas en prosa y poesía lírica Las fases de la luna (2004), Volar hacia todo el invierno (2006) y Confesión de parte (2010).

 

 

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