7 poemas de Kim Addonizio

Kim Addonizio

El poeta, traductor y editor costarricense Gustavo Adolfo Chaves nos presenta siete poemas de la poeta norteamericana Kim Adonizzio (Washington D.C., 1954). Recibió la beca Guggenheim en 2005 y el  National Endowment for the Arts. Vive y ofrece un taller de poesía en Oakland, Califormia.

 

 

Traducción de G.A. Chaves

 

 

INTIMIDAD

 

La mujer que prepara mi capuchino en la cafetería—ojos oscuros, cabello rojo teñido,

cuello de tortuga negro y sin mangas—fue la amante del hombre con quien salgo ahora.

Ella no me conoce; somos extraños, y sin embargo no puedo mirarla

casualmente, como solía hacer antes de saberlo. Ella está junto a la máquina, hundiendo

la válvula

en la espuma de la leche, mirando al vacío—no sé qué es lo que piensa.

En lo que a mí respecta, ella bien podría estar recordando a mi amante, recordando lo

que sea que haya ocurrido

entre ellos—él nunca me ha dicho nada, excepto que no fue importante, y luego

cambia rápido de tema, demasiado rápido, ahora que lo pienso; ¿sería que él,

después de todo, había mentido?, ¿y no había cruzado brevemente por su cara una

expresión de

dolor? No puedo estar segura. De seguro no fue nada, me digo a mí misma;

no hay razón para sentirme incómoda aquí parada, o sentirme cómplice,

como si hubiera algo importante entre nosotras.

Ella podría estar pensando en cualquier cosa; pero, ¿por qué siento ahora la súbita

sospecha

de que ella sabe, de que ella me puede sentir mientras la estudio, mientras intento

imaginarlos juntos?—

su pintura de labios de un rojo oscuro, más oscuro que su cabello—mientras intento

verlo a él besándola, volteándola en la cama

en la forma en que le gusta tenerme. Me pregunto si tal vez

había cosas en ella que él prefería, cosas que él extraña ahora que estamos juntos;

a veces, cuando él y yo hacemos el amor, hay momentos

en los que me abruma la tristeza, y aunque estoy ahí con él no puedo dejar de pensar

en las manos de mi ex esposo, que me gustaban de un modo especial, y quisiera

regresar

a esa vieja intimidad, que a menudo se sentía como la más pura felicidad

que haya conocido, o que vaya a conocer. Pero todo eso ha acabado; y, además, ¿no

hubo otros amantes

que no dejaron rastros? Cuando los veo ahora apenas puedo recordar

cómo se veían desnudos, o cómo se sentía tenerlos

dentro de mí. Entonces, ¿qué es lo que siento mientras ella vierte el negro espresso

sobre la leche

y empuja la taza hacia mí, y yo le doy el dinero,

y nuestros ojos se encuentran por sólo un segundo, y nuestros dedos se tocan?

 

 

 

 

ANIVERSARIO FANTASMA

 

Imagina que el matrimonio es duradero;

en el jarrón negro, los lirios florecen

por años; el agua sigue fresca.

El hombre y la mujer se observan mutuamente

mientras cogen, floreciendo y observando;

y los ángeles observan, también,

y abren sus bellas bocas abstractas

como si intentaran decir algo

que no es cierto ni difícil.

El hombre y la mujer no se dan cuenta.

Desfallecen y desfallecen sin cuidado.

Y entonces los ángeles repliegan sus alas

y se dejan caer hacia ellos como piedras.

 

 

 

 

AFFAIR

 

¡Dios!, qué sexual que es abrir una cerveza cuando habías jurado que no ibas a beber

esta noche,

tomar ese primer trago profundo, ver la espuma retroceder dentro del largo cuello

de ámbar

 

en la botella de Pacífico mientras te acomodas en la barra, el derramamiento en la

cabeza

que te obliga a doblarte para pegar tu boca contra el frío labio

 

y beber, porque tú lo que eres es una bebedora, ¿no es cierto?—tal vez no una

lujuriosa,

no una alcohólica, al menos no todavía, pero la mayor parte de las noches

 

tú no quieres un vaso con algo, no necesitas el gesto

de alcanzarlo, levantarlo en lo alto, tragar y saborear

 

la dulzura, o la quemadura, pues sabes que te vas a entregar a él

como una amante, sin importar si él llena o no el globo goteante de tu corazón—

 

¿Ya no crees en intentar llenarlo, sin importar las probabilidades?,

¿no crees que aún pueda suceder? ¿No eres tú ese tipo de mujer?

 

 

 

 

PRINCIPIO

 

Cuando veo el frenesí de los insectos sobre un arbusto de flores blancas,

un arbusto que veo en todos lados y en todas las colinas, sólo puedo pensar

en cuán aterrorizante es la primavera, con sus torpes e incansables réplicas.

En todo lado emergencia: vainas de semilla, crisálida, útero, manufactura sin fin.

Y las pilas empaquetadas de vasos de cartón en la tienda, últimamente

no las aguanto, los estantes de enlatados de frijoles y sopas, congeladores

de cenas idénticas; luego el diseño de diamantes y copos de nieve de la alfombra

bajo mi silla, filas de libros que dan la espalda,

hasta mis dos pies, me oprime la forma en que se reflejan el uno al otro,

la forma en que calzan tan perfectamente bien juntos, cómo puedo anidar un dedo

gordo en el otro

como pequeños continentes a la deriva; Dios mío, la unidad de todo,

mis manos y mis ojos, los tuyos; ¿no te asusta a veces recordar

el placer de la desnudez entre sábanas frescas, todos los amantes que hubo ahí ante ti,

junto a ti, amontonándose hasta sacarte? Y las penas purificadoras,

no las mires o te matarán, apenas si puedes abarcar las tuyas;

lo que digo es que sé todo sobre ti, quienquiera que seas, es primavera

y yo empiezo de nuevo, el anhelo que empieza, que empieza y que empieza.

 

 

 

 

ASÍ

 

Ámame como un giro equivocado en un camino malo tarde en la noche, sin luna y sin un

pueblo cercano

y con un gran animal hambriento moviéndose pesadamente a través de la maleza junto

al camino.

Ámame con una venda sobre tus ojos y el sonido de un agua herrumbrada

que mana bruscamente del tubo en la cocina, que gotea a través

del piso de madera hasta el cemento caliente. Hazlo sin preguntar,

sin extrañarte y sin pensar en nada, mientras la maquinaria

está apagada y el vigilante desplomado de sueño frente a su pequeño televisor

que muestra el pequeño garaje, los pasillos desiertos; mientras los ladrones atraviesan

la baranda con cortadoras de acero. Ámame cuando no puedas encontrar

abierto un restaurante decente en ningún sitio, cuando estés solo en un comedero

relumbrante

junto a dos monjas que se pelean en el asiento de atrás, cuando tus huevos estén

grasientos

y cuando te sirvan crudas tus tortas fritas. Arranca los botones de enfrente de mi

vestido

y lánzalos uno a uno a la laguna donde los peces acechan justo debajo de la superficie,

moviendo sus frías aletas. Ámame en la capota de una camioneta que nadie ha

conducido

en años, hundida hasta el guardabarros entre hierbas y girasoles muertos;

y entre los lirios, tu boca en mi garganta blanca, mientras las tortugas arrastran

sus barrigas a través del barro lustroso, a través de las huellas de fojas y patos.

Hazlo cuando nadie esté viendo, cuando los disturbios empiecen y se abran los aviones,

cuando el autobús salte a la cuneta y el conductor pise los frenos y el pedal se hunda

hasta el suelo,

mientras alguien lanza un plato contra la pared y recoge otro,

ámame como un congelante trago de vodka, como pita pura, ámame

cuando estés solo, cuando estemos demasiados cansados para hablar, cuando no creas

en nada, escucha, no hay nada, no importa; acuéstate

conmigo y cierra los ojos, el camino dobla aquí, voy a subirle al radio

y nos vamos a ir, y no vamos a regresar mientras tú me ames,

mientras lo sigas haciendo exactamente así.

 

 

 

 

ORACIÓN

 

A veces, cuando estamos acostados después del amor,

te observo y veo el futuro de tu cuerpo

acostado bajo tierra; pongo el talón

de mi mano contra tu costilla y siento cuán leves

y lejanos son los latidos de tu corazón. Descanso

mi mejilla contra tu pezón izquierdo y escucho

las oleadas de sangre, veo tu vida siendo regada,

un agua delgada que es rociada desde una olla

hacia la hierba seca. Y quiero ser apretada

en lo hondo de la cama y ser cubierta,

de la forma en que una semilla es apretada en un hueco,

y la tierra apisonada después con una pala.

Quiero ser una semilla fallida, del tipo

que no crece, que no sabe que debe hacerlo.

Quiero acostarme aquí y no moverme, tan sin vida

como un animal sacrificado, su sangre

untada sobre una puerta, quiero que la muerte me lleve

si tiene que hacerlo, que te deje a ti, quiero que pase.

 

 

 

 

DILUVIO

 

Cómo te penetran las imágenes, la persiana del cuerpo

golpea cuando ni siquiera estás atento: el terso frío de las sábanas

de raso, las teclas del piano, la pasta barnizada de una repostería

que flota de repente, y los vellos de tus brazos

se elevan en esa corriente de memoria, y tu lengua prueba

la dulce sal de un amante mientras él se levanta

contra ti, se lanza hacia el lugar en el que tú no puedes

sumergirte pero que se profundiza con cada momento

que estás viva, la negra pupila se abre,

el hombre baja y entra, la comida

y el champán y la música y la luz, no hay fondo para esto,

cieno y turbiedad de pérdidas que nunca se asentarán,

y el enorme pez que no duerme, voraz por el placer,

y las imperceptibles brazas donde nada

existe ya, este minuto, el siguiente, el último

aliento exhalado que no regresa, oh, aférrate

a mí mientras suben las aguas, no temas,

vamos a juntarnos con los otros, vamos

a recordar y a contarles todo.

 

 

Poemas tomados de: KIM ADDONIZIO.Tell Me. BOA editions, Ltd. Rochester, NY. 2000.

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