Poesía panameña actual: Héctor Collado

Presentamos, en el marco del dossier Muestrario de Panamá o poesía en las esclusas. 13 poetas Caribe Istmo-Pacífico 1949-1987, preparado por Javier Alvarado, la poesía de Héctor Collado (Panama, 1960). Es poeta, narrador, redactor de materiales de lectura y documentalista. En 1990 y 2004 obtuvo el máximo galardón de las letras nacionales de Panamá, el Ricardo Miró.

 

 

 

 

 

De:  En Casa de la Madre

 

 

Todo el amor del mundo cabía en mi casa.

Pero el odio reclama sus espacios

y la orfandad exige

su ración de muerte.

 

Todo el temor del mundo

se instala bajo la sombra

en el rincón destinado a la podredumbre…

 

Solidarios en la noche,

hermanos por última vez,

agazapados al amanecer,

sorprendidos por el milagro de la vida

al mediodía.

 

Todo el rencor del mundo

lloviendo,

estallando,

matando…

¿Hasta dónde, Señor, hasta cuándo?

 

Todo el odio del mundo cabe en una bala.

 

 

 

 

 

 

 

Mis hermanos lloran hacia dentro,

mientras crecen,

desesperanzados hijos del hambre

que mide todas las cosas.

 

Mis hermanos duermen

con el corazón despierto

-la paz no se firma con acuerdos ni decretos-.

 

Mis hermanos se multiplican en la selva,

en la ciudad

y desprecian el pan y el sacrificio

por la madre herida.

 

Mis hermanos mueren de frio

o segados por la sombra en la frontera.

 

Mis hermanos inventan la luz y la palabra,

la ofensiva palpitante

que renace cada día.

 

Mis hermanos no pierden la vida:

ganan la inmortalidad.

 

 

 

 

 

 

 

Mi madre es un arma de doble filo,

de su universo manan luz y ríos.

alimenta sus días de hijos

concebidos a quemarropa,

a contra esperanza…

 

Mi madre no flota en una nube con angelitos en cueros,

ni pisotea la luna en cuarto creciente

para sacudir las penas.

Ella posa su planta terrestre

y sufre y lucha

como cualquier madre de barro

o de madera.

 

Mi madre recuerda en complicidad con la lluvia

y estar lejos es un pretexto

para inventar noticias de sus críos.

Ella vive envenenada de rutina

y evade el día fatuo de diciembre

para rodearse de sus frutos.

 

En la casa de mi madre

abunda el pan de la mañana.

 

 

 

 

 

 

Pregunté:

¿Cuántos ladridos hacen la jauría?

la dentellada fue el primer aviso.

 

Las venas calladas denunciaron la avería

y comprendí la ferocidad del cangrejo

cuando desgaja arterias.

 

¿ Por qué tuvo que ser verdad mi profecía?

¿Por qué el silencio no decapitó

los estruendos de mi lengua?

 

¿Cómo perdonarle a la muerte su osadía,

si este mar de horas no devuelve el ahogado

a los dolientes?

 

¿Quién es el responsable de esta afrenta?

¿Quién debe ser perdonado?

¡Más le vale a la vida su coartada!

¿Acaso valen las excusas, los remordimientos?

¿Cómo fue que no escuchamos el silbato, llovió acaso?

 

¿Qué decir cuando la anécdota traicione?

Tengo las manos sucias de preguntas…

Pregunté una vez y volví a preguntar,

pero nadie, nunca, ninguno me devolvió la llamada.

 

 

 

 

 

 

De barcos y viejas fotografías

 

La mitad de mi infancia fue calcinada

por un flagelo virulento…

Pero volví a mis zapatos

y a mis juegos.

 

No había cantado el gallo aún

cuando nos mudamos de casa

y de recuerdo.

Mi padre dejó de volver por las tardes.

 

La edad me caminó por adentro:

tuve un padre postizo

y hermanos diferentes.

Asombrado vi cómo se llenaba la mesa

de manos y de platos

gritando soledad:

el pan duraba lo que un beso

en una boca odiosa.

Las manos eran voraces bocas,

las bocas eran voraces manos

querían devorarlo todo.

 

 

En el barrio

las casas derrotadas

eran consumidas por el fuego

de las panaderías.

 

En medio de un batir de alas

heredé la camisa de mi hermano.

 

Supe de dolores ajenos

y aprendí que eran idénticos

para cada habitante del desafío

y la derrota.

 

Caí varias veces,

pero me remonté al sol

vez tras vez

sobre el pájaro del tiempo.

 

 

 

 

En complicidad con la noche

malversé mi inocencia.

Novio furtivo,

supe de una vez y para siempre

que tenía derecho a ciertos placeres

en castidades ajenas.

 

Canté mi disonante en el baño comunal

y la herencia me lanzó a descubrir cuerpos

a través de agujeros anónimos

labrados con lujuria…

 

 

Muerta la inocencia,

acepté el pacto:

me arranqué los juegos

y ayudé a hacer la escuela y la vereda;

le conocí la entraña a la flor del arroz;

porté libros

y aproximé su lámpara alfabetizada

a quienes atesoran canas,

arrugas

y soledades.

 

 

 

Ahora,

cansado de la edad

y del trayecto;

del día, oloroso a derrota,

que se alimenta de espectros

y negaciones;

cansado del adiós desangrado

una mano de mujer

en algún puerto;

cansado de desvivir,

de malversar los días

otorgados para acumular hijos

y abuelos muertos;

aferrado a mi sed de eternidad,

vuelvo a empezar.

 

 

 

 

Datos vitales

Héctor Collado (Panamá, 1960). Es poeta, narrador, redactor de materiales de lectura y documentalista. En 1990 y 2004 obtuvo el máximo galardón de las letras nacionales de Panamá, el Ricardo Miró.  Actualmente labora en el Departamento de Cultura de la Universidad Tecnológica de Panamá.

 

 

 

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