Poesía centroamericana actual: Jorge Martínez Mejía

El poeta Jorge Martínez Mejía (Las Vegas, Santa Bárbara, Honduras, 1964) nos presenta una muestra de su trabajo poético. Es narrador, dramaturgo y poeta. Algunos de sus poemarios son “El Oonte” (1994) aún inédito, una colección de Haykús titulada “La Torre” (1999), “Papiro” (2004). El 6 de enero de 2008 funda el Movimiento Literario Poetas del Grado Cero en complicidad con los poetas Nelson Ordóñez, Gustavo Campos, Darío Cálix y Karen Valladares.

 

 

 

 

La convicción del invicto

 

 

Ellos eran burdos para matarnos, pero nosotros demasiado mansos para morir. No teníamos justicia ni descanso. Sólo nuestra libertad profanada y un derrotero de rebaño habituado a marchar silencioso por el oscuro valle. < ¡Oh patria, nos sentimos demasiado tristes y cansados para seguir muriendo!>, dijo un poeta mustio tirado en la hierba. Nuestra mansedumbre fue símbolo del escarnio y de nuestro orgullo extraño. Prisioneros y dóciles ambulamos miles de noches y miles de días infinitos. Por las tardes nos vimos marchando en la inmensa caravana contemplando los pies heridos de los ancianos y las lágrimas en los niños. Nada poseía nuestra gente más que los viejos y raídos sombreros. Las mujeres, acostumbradas a la sumisión y al llanto, no lloraban, su altivez y una inusitada valentía eran la señal más clara de nuestra humilde gesta. ¡Yo vi a nuestro pueblo victorioso en toda su derrota! ¡Le vi andar con un solo pie, descalzo, y vi su casa desvencijada y su cielo claro, y vi su llanto contenido, escondido en sus manos!  Nos mataban nuestros mismos hermanos por la vileza del dinero, eran burdos para asesinarnos; pero nosotros demasiado mansos. Un maestro dijo que nuestro pueblo era sabio, que sabría alcanzar su libertad. Y nuestro pueblo luchaba en mansedumbre, sin odio, con la invicta convicción de un viejo árbol.

 

 

 

 

El mecenas de los poetas ebrios

 

Me dispensé la literatura como un ladrón de la comedia humana. Hurté la ciencia y el mal en un magnífico volumen, durante una noche que tropecé con la cabeza de un viejo parecido a Baudelaire. Escribí mi primer Góngora a la orilla de un pueblo de mineros donde los niños nos hicimos hombres a los catorce años. Fui el mejor bebedor, el mecenas de los poetas ebrios, de los fumadores de marihuana. Una mujer me besó en la calle de los burdeles para asombro de la muchedumbre. Estuve encerrado en una prisión antigua y los reos me elevaron en hombros gritando mi libertad. He vivido sin retirarme y sin renunciar a mi nombre ni  a mi causa. Un día volveré desde el fondo de mi tumba para tomar mi puesto.

 

 

 

 

Al veneno, a la poesía

 

Bienaventurado el que nos ofrece un trago de veneno o un profundo pozo para caernos cada día. Bienaventurada  la violencia sutil, el mazazo de algodón y el puño de seda. Bienaventurado el que nos derriba y nos hace culpables de nuestra caída, víctimas y victimarios… Bienaventurado el gesto suave y los himnos del domingo, la paz del jardín, el muro que mantiene lejos los ojos de la lepra. Bienaventurada la deliciosa condena de los malditos, de los que encuentran la horrorosa mosca del canto. Bienaventurado el reproche, el estúpido campanario de la gloria, el orgullo perfecto del pulcro, la verdad susurrada, la música angelical, el perfume pueril, la castidad, la piedra en el diente, el tercer gallo obligado a cantar para la sordera humana. Bienaventurada la hora del diablo y la hora de la virgen, la mesa rebosante y la sed, el candelabro de plata y la hierba muerta, la rosa sobre el sarcófago, la luna y su claro en la noche de la estulticia. Bienaventurada la malicia, la tos de Satán, la teología del hambre, la prostitución virginal, la piel de higo de las mujeres infieles, su sonrisa, la inútil plegaria de su sexo. Bienaventurada la historia en llamas, el lago iridisado de la época, el hastío de los poetas, el mal aliento, la cerveza, la risa, la lluvia, la magia de los viernes, la gota de onanismo. Bienaventurado el fuego con que se nace y el beso con que se muere.

 

 

 

 

Mi pobre y fea musa

 

Mi más hermosa musa es la más fea de todas las musas literarias. Renegada, apestosa, apócrifa y sin baño. Sus manos pequeñas y arrugadas son un ramillete de hojas mustias o una pata de gato. No hay erección cuando la veo, no es como las otras. De no haber sido tan fea hubiera sido putita o habría muerto tísica en cualquier esquina del barrio.

Mi pobre y fea musa. Se pone triste cada vez que la regaño. –Bañate, le digo, hacete algo, arreglate el pelo, untate en las uñas un color verde o negro. ¡Perdete de este cuarto!

Yo ya no quiero verla, me da asco su grueso pelo graso, pero no es fácil alejarla; se lanzaría a un barranco. Y quizás eso es lo que quiero. Ver como se estrella, como se hace pedazos, pero tener que recogerla, dar cuentas de sus cosas, guardar su retrato, meterla en un cajón; eso sería absurdo. No puedo, no es mi trabajo.

 

 

 

 

LOS POETAS SON USTEDES

 

Deben saber que los poetas son ustedes, los que no poseen ni sombra, ni su propio manantial, ni desierto, ni espejismo. En medio de la multitud les he visto extraviados, con una fiebre de años, condenados a cargar un pequeño saco roto en el que todo se desangra. Ahí han pervivido resistiendo el tiempo, murmurando un dolor interminable. Pero he visto sus ojos claros, limpios, y a través de ellos el horizonte cambia constantemente. Por eso sé que los poetas son ustedes.

 

 

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