Foja de Poesía No. 008: Carlos Ramírez Vuelvas

Carlos Ramírez Vuelvas

Carlos Ramírez Vuelvas nació en Colima en 1981. Egresado de la licenciatura en Letras y Periodismo de la Universidad de Colima y la maestría en Letras Mexicanas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha publicado el cuaderno de poesía Calíope (SCC, 2001) y los libros Brazo de sol (SCC, 2002), con el cual mereció el Premio Estatal de Poesía, Cuadernos de la lengua y el viento (en coautoría con Avelino Gómez Guzmán) (2007) y El poeta ebrio y otras tormentas de verano (2007). En el 2002 recibió el Premio Estatal de Poesía y un año después la mención honorífica del 35 Concurso Nacional de Poesía Punto de Partida. Además ha sido distinguido con el Premio Estatal de la Juventud 2003 y la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (1999-2000). Algunos de sus poemas se incluyen en las antologías: Los extremos que se tocan (SCC, 2004), Un orbe más ancho (UNAM, 2005) y La luz que va dando nombre (SCP, 2007).

Los dejamos, con la poesía de Carlos Ramírez Vuelvas.

Agua en la memoria de junio (fragmentos)

I

Qué me dicen las cosas
si corto es su nombre breve.
Se vuelven hacia mí con tantas manos
como si antes de tocarme supieran qué me duele.
Cada elemento de este cuarto me habla en el desierto.
No he de nombrar la tristeza de la fuente
ni he de llenar con sortilegios la palabra,
que sólo mana agua del poema
cuando rompe, labrada de cantera, la frente.
La cosa se arrepiente y deja en el vacío
todo lo que siento. Muerde palabra tu sitio inasible.
Canta para que de nuevo el mundo nos habite.
Que otros den su maldición o ennoblezcan lo que miran,
mía es la memoria de las cosas.
Ahora están vibrando.

II

Pueble de nuevo la fantasía la piel del mundo.
Que se llene otra vez de figuras fantasmales,
con la belleza arrogante de la terrible
y dulce mano de la naturaleza.
Puéblese el camino de música nocturna
porque sagrado es lo primitivo.
No importe la mirada del futuro
ni se nombre la memoria tras cristales.
En toda esencia de las cosas un Dios nos nombre,
que cada instante sea uno.

III

Ah los nombres olvidados en el recuerdo que soy.
Terrestre, terriblemente humano entre las calles,
me acostumbro a no dormir, a llenarme de todo lo que veo,
y no sentir la mesa sino lo que la mesa siente
y escuchar palabras en la ventana habitada por memorias,
penetrada siempre por estaciones y equinoccios.
Porque un día descubrí mi temor a la muerte, con un miedo de montaña,
como una palabra enorme aún no escrita.
Y siento mi corazón tan lleno de todo esto, tan plenamente humano,
que alza su mirada nocturna todos los días para salir de la ventana que soy.
Dejen ahí mi cuerpo, mi nombre. Denme el olvido y el silencio.
Sólo quiero un saludo de porcelana, un rumor ajeno de mariposa,
para levantarme siempre entre el ruido cotidiano.

Intermedio frente al Pacífico

Sentado sobre el farallón donde principia el mundo,
sobre el filón de dientes del mar,
viendo la inmensidad de la ola y la bahía,
el resplandor funesto de la sombra de sal.
Aquí, lejos del manglar, a lengua abierta
del corredor marino, bajo la amenaza del sol,
del estallido azul y del rencor violento del tropel del mar.
El tiempo muerto, la pulcritud del silencio
que recorre al trópioo en invierno.
Haber cantado antes con el colmillo del curricán
prendado a una efigie solar. Haber degustado
todo el acontecimiento de la fauna marina.
El mar inolvidable de la infancia, frenética embestida del que fui.
Ah el que vio anochecer con un dejo de fósforo en la playa.
El que nunca supo del tamaño del miedo, la ostra salina que es la piel,
el derredor lúgubre del estallido.
Y allá, en la orilla, el dedo índice de la nube
escribe un nombre que se parece al mío.
Un río que empieza en la premonición de la muerte
estremece mis pies.
Y vienen cormoranes y gaviotas trazando un aguacero de cristal sobre el cielo.
Las runas del mar son el aposento de la sal y el recuerdo,
dentro de la inmensidad azul que todavía la memoria no puede ahogar.
Y todas las reminiscencias de hembra que guardan las playas.
Por eso, cuando la marea baja, una mujer prepara té de albahaca
y los hombres descienden la frente en señal de luto.
Y el mar se arrepiente de no haber conocido nunca cuerpo de virgen.
La mar como una incisión amarga en la frente de los niños.
Los peces de calor que crecen en el trópico
lamentando su pasmosa densidad de agua sexual.
Y cómo se anticipa el olor salobre de los barcos,
el dolor herrumbre de las pequeñas barcas, de los navíos enormes que habitan
lentamente la piel del agua como tatuajes en la bahía.
Y la vela que atiende el sentido del viento,
como una larga cabellera expuesta en las palmeras,
que aprende el ritmo norte y el vaivén repentino de la soledad.
Cómo no llorar entonces, cómo no recurrir al nombre de una mujer amada,
al cuerpo que una noche fue tormenta en nuestro mar,
a la palabra que no se ha dicho y está ahí, flotando como un presentimiento de muerte.
Y pensar que la nostalgia es una canción aprendida por los marineros antes de nacer,
o una mancha de aceite, la invocación de las ancianas sobre las sábanas de la playa,
entre dunas de oro que un dios benigno puso en la manifestación del llanto.
Y nuevamente el mar sobre la arcilla, sobre el resto de los cocoteros
y en el sudor de los hombres confiados a bien morir.
La insondable soledad recorre nuestros pies
en busca de aquellas piernas de adolescente.
El silencio de la bahía como una costumbre de velorio.
Nuevamente cormoranes cruzan los mares del sur
para escribir por siempre la luz del asfódelo.
La flor del trópico en la boca es la pluma de otra ave
que también ahora llamaremos desasosiego.

Darío

Donde tu nombre es luz boreal para invocar
la fatalidad de la belleza, una oblación envenenada
por la vida. Un ardiente recorrido que principia
al final de las heridas de tu nombre en el camino.
Y nada basta, ni siquiera es suficiente cuando un tambor
anuncia el cortejo de Maligna, irrumpiendo solares
prometidos por la buena e inocente mano de Dios.
Y llega la Maligna con su voz de lijas y su legión
de espasmos y sus metales asesinos, para tatuar
su nombre en la singladura del cuello.

Donde tu nombre acumula noches clandestinas
de caballos de miedo que erizan la piel al viento,
con la yugular embravecida por una hiperestesia
ancestral como el terror humano. Porque viene
al acecho el pánico corriendo soledades terrestres
en dos piernas terribles como la fiebre hepática,
presentida en tus llagas, limpias úlceras del rencor de los días.

Donde desfallece el corazón, trémulo temblor
en la lujuria de unos cuadros sobre la falda marrón.
El cuerpo es una casa vacía, lujuriosa y vacía
donde sólo palpita la lira alerta y luces encendidas
por temor a que venga la Maligna, que siempre llega
con un perfume de premoniciones de rabia en los trenes,
entre accidentes de muchachas que pulverizaron su herencia.

Donde tu nombre es anatema y el oro de Mallorca,
la llave en los sentidos que abre las puertas del infierno, como se abre
el negligé de las piernas abiertas. Como piernas dulces
de las más dulces hembras, de un jueves anclado
en el bar de Verlaine. Pero hay que huir
porque te persigue la culpa de Francisca, un campo
sembrado con cadáveres de niños regados con sed de la Maligna
como un tiro de gracia.

Si tu nombre todo era, por qué no te dejaron morir cuando pediste
la alcoba y el balcón en el hotel de La Habana. Quién putas te salvó
en la casona de Jalapa, donde estaba el cianuro
para calmar el vértigo del hambre de Rosario.
Si tuya era la luz del nombre
que con sangre y sombra escribía siempre
                                                                                       de Maligna también el santo nombre.

Carta a Yeats

Yo también, hermano William Butler Yeats,
contemplo arder la vida con fría precisión de alba
y niebla de diciembre, mientras lentos tragos de coñac
me beben (¿hay otra forma perceptible
de admirar cómo marcan la piel
los granos férreos del tiempo?).

De fondo, adentro y a los lados, un rock and roll
que lamenta el perdido amor –aullidos,
fuegos en el cielo– de fulminante cabellera roja
sobre los hombros que prometía la nieve.

Aquellos pechos ondulantes de signo doble
de interrogación lanzada con la certeza a la segunda
persona de la yugular. La curva alarga el filo
en hoz horizontal de amplias caderas
y un abismo hundido al centro que sabemos
retorna siempre primavera en musgo leve y azafrán.

Yo también, padre Yeats, quisiera para mis días
el poema, y un labriego campesino en mis huesos
que en firme rosa de voluntad pudiera
escribir con versos sus arados, sobre el mármol
bravo, para el homenaje de la buena vida
a cambio de la bendición de la Poesía.

Bachata de Jossie Bliss

Jossie Bliss
__________saurí escarlata
_______________________negro alfil en laca lacerando
crepúsculos que iluminan el ardor
_____________________________oscuro de Birmania

Más adentro
________a los costados del mundo
_____________________________se pierde en la costa una red para atrapar estrellas
Un profundo bastión de corales asesinos
______________________________bajo el vientre oscuro de agua en menta y musgo
entrando al inframundo donde renace una mantilla de opio

____________________________________________Una perla
brilla si la encierra un molusco
________________________Sólo un buzo y sus poleas locas
Tierno armiño de cisne en fieltro humedecido
_______________________________________Ahogado en su propio llanto habría
Sólo un tafetán en congestión rubí
_____________________________de aromado cilantro que desnuda el nervio habría

Todo lo demás lo consume Jossie Bliss
__________________________________Todo lo consume su hambre
Las palabras y el nombre y lo que esconde –filos de alba
_____________________________________________pesadillas en aceite–
_______________________________________________________________Se deben
a Jossie Bliss y su saurí de plata
____________________________Si ella llega al borde de la playa
________________________________________________________que es llegar
al límite del día
______Los meses reconocen marejadas de barcazas ebrias en plena madrugada
Muelles donde el Universo enciende
________________________________la sed si agua es la hembra negra
Eclipses sonoros si desnuda ofrece entre el mango y los manglares
____________________________________________________cormoranes y almejas
al frío de la daga
_______________Fuego si consume el cigarrillo posterior a la batalla

Toda la penumbra encajada entre los ojos negros de la pantera en celo
___________________________________________________________es el invierno
en la sabana
___________Un cardo que agoniza en el rigor de caracolas
______________________________________________La música de jazz quemada
a fuego lento

____Cuando Jossie Bliss zurca y urde y hunde lentas brazas donde pende ahorcado
el corazón humano
_________________Y destierra para siempre del verano los frutos más amados
la sandía ____por ejemplo ____ en su vientre bajo
__________________________________________el melocotón ennegrecido
en lo alto del pezón del pecho
Los vástagos
____________Las palmeras
________________________Los dátiles se envenenan si en celo enciende el filo previo
al homicidio
___________A mansalva es rojo hervor y despedida

Pero humillada en la playa bajo una sombra imponente
________________________________________________Restos de betún lucen
en la barbilla negra
_________________En sus labios decolora la roja lengua que en grana se desflora
Y más adentro
_____________en altamar
______________________el poeta comienza a fornicar
____________________________________________
–triturado el corazón de tinta–
con un pedazo vivo de la historia.

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