Alí Calderón sobre Luz de viento

Hay en todas las generaciones poéticas tres o cuatro autores que sobresalen del resto ya sea por la calidad de su trabajo o por la efectividad de su labor de promoción y difusión. Es el caso, dentro de los poetas nacidos durante los años sesenta, de María Baranda, Jorge Fernández Granados, Mario Bojórquez y José Homero. Nos ocuparemos aquí de este último.

José Homero nació en Minatitlán, Veracruz, en 1965. Se ha destacado como crítico literario y nos ha entregado buenos volúmenes de poesía y recuerdo ahora, por ejemplo, Sitio del verano.

Su quehacer literario ha seguido los cauces de legitimación que ofrece el aparato cultural mexicano: es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2005 y publica en la editorial de mayor prestigio en México, el Fondo de Cultura Económica. Sabemos, sin embargo, que estos medios de legitimación, en realidad, no son directamente proporcionales a la calidad de una obra poética y que, por tanto, el cuestionamiento que resulta pertinente en este momento es si la poesía de José Homero está a la altura de su prestigio, o puesto en otros términos y acercándonos al libro que nos ocupa, si vale la pena leer a este poeta. Argumentamos y respondemos.

Llama en primer lugar mi atención el título: Luz de viento. Muy cercano, por cierto, a aquel de Verónica Volkow, Oro del viento. En ambos, ante todo, hay una promesa de lucidez poética, de luminosidad y numinosidad en la poesía. Y me parece que Homero no defrauda. Luz de viento es un poemario cruzado por el sol, no por nada la idea del verano es una obsesión del poeta. Sirva de ejemplo el siguiente fragmento, que abre el libro y en donde se aprecia, además, elegancia en la expresión:

Una mañana concluye de súbito el verano.
Amanece más tarde y la mañana no es de oro sino azul,
un azul sedimentado por las entrañas de la tierra,
y un hervidero de hojas comienza a murmurar
carcomidas por la oruga del otoño.

Creo que la poesía mexicana se halla en un punto en que es imposible hablar de grandes poetas y, más bien, sería preferible hablar de grandes poemas o quizá, siendo más prudentes, de grandes versos. Y en consideración de lo anterior, me parece que José Homero nos ofrece algunos muy buenos momentos, momentos en los que se advierte rápidamente el oficio, versos lúcidos y en plena conciencia de la lengua y sus medios expresivos: Anchos labios de las hojas del hule/ los cirros giran con levedad de ola/ plumas orquídeas pueriles voces de los glifos/ que tremoles hurgan en los muslos mustios de la noche.

Temáticamente, el libro relata un movimiento, una ascensión y una asunción de madurez, la pérdida del espíritu de adolescencia. Por ello leemos: Sé que mis amigos de juventud me están olvidando/ condenándome a la eternidad no pedida/ de una anécdota/ un nombre/ una fotografía. O el siguiente fragmento: Debemos convertirnos en nuestros padres/ en nuestras espléndidas creaciones oscuras/ Hay que exacerbar nuestros defectos/ exagerar el gesto y la impostura/ para estar más vivos/ El arte es el simulacro de la vida/ o de cómo nos parece que es la vida.

El tema es afortunado puesto que crea la sensación de incertidumbre y, por tanto, de tensión. Así es que nos encontramos con versos muy emotivos como: he ahí la dicha/ he ahí la pérdida/ la infinita dispersión la orfandad/ de estar vivo o conforta más saber que pierdo y pierdo y pierdo cada día. O este, asimismo doloroso: Pasó el verano por salones ebrios,/ furtivo, apegándose a los muros,/ los ojos gachos, hundido el vientre,/ no sabiendo cómo explicarnos/ que fueran junio, julio, agosto insoportables.

La poesía de José Homero es muy interesante porque nos ofrece un cierto tono pop que supera el concepto “conversacional” que incluso, por alguna razón, nos resulta ya absolutamente anacrónico. Se trata de un tono, seguramente derivado de la contracultura. Un tono que ha identificado el quehacer literario de Homero y también su personalidad como escritor. Y recupero aquí las palabras de Rafael Toriz cuando dice: “Nadie ignora que Homero, a nivel simbólico y por decisión propia, ha desempeñado la incandescente figura de rockstar literario”. Este tono se advierte a lo largo de su poesía y, particularmente, en poemas como “Escuela de aviación” o “No hay días de viento o lluvia en esta ciudad”. Cito del primero: Qué harán tras las puertas/ esas muchachas que apenas ayer paseaban/ despechugadas, minifalderas, en las esquinas?/ ¿Rezarán un padre nuestro/ arrepentidas/ de haber causado tan gran lascivia?

Y este tono se refuerza, como el propio Homero en algún poema lo consigna, con recursos estilísticos como la paronomasia, la aliteración o la recurrencia isotópica en el significante. Así por ejemplo, nos encontramos con: y muda silente en sílaba salada/ la sola sirena de la lengua que ama o y al escuchar la acerada pálida pulida púa.

Así, poco a poco y conforme transcurre la lectura, el estilo de Homero se aprehende. Ese tono pop en el que se advierte oficio y conciencia del lenguaje, en que alterna la contracultura y la elegancia de expresión, logra su clímax cuando entra en juego el neobarroco. Y podemos leer, por ejemplo: Que tu cuerpo fuera verde/ brillante pop de los pimientos y jalapeños/ telas mary quant/ de papayas malangas chirimoyas/ Que tu cuerpo floreciera/ tuviera olanes en el cuello como lirios/ clámide fragancia de alhelíes zurciera/ y en borbotones/ rosetón de llagas abriérase. Y así por el estilo a lo largo de varios poemas en los que podemos advertir plenamente el poder verbal de este poeta. Si se me pidiera una definición de la poesía de José Homero, me referiría, sin duda, a una especie de “Onda neobarroca”. El slang implica de suyo un barroquismo; pero el tono pop semicontracultural que emplea Homero es muy atractivo cuando engarza con el neobarroco.

Formalmente pudiéramos decir que algunas veces el discurso que urde Homero se ve afectado por la recurrencia de rimas consonantes y que el vértigo, que en algunos poemas es virtud, trueca en sonsonete predecible e intrascendente.

Rafael Toriz escribe que Homero es un “mallarmeano confeso”. Esto es visualmente evidente en sus poemas. Sin embargo, más allá de una tenue intencionalidad de producir vértigo y delirio, la disposición espacial de los poemas, es decir, el juego con los blancos de la hoja, me parece inmotivado y gratuito.

Al margen de estas breves consideraciones no puedo sino saludar este poemario de José Homero y afirmar que por sus páginas transita la poesía. Es, en resumen, un poemario muy digno, muy interesante y, por supuesto, de necesaria lectura.

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