El cuerpo como texto y escenario: notas sobre Pensar desde el cuerpo de Sigifredo Marín

Sigifredo Marín

Rafael Toriz, desde la fenomenología y la ontología, piensa el volumen de ensayo Pensar desde el cuerpo, de Sigifredo Marín (Zacatecas, 1973).

 

El cuerpo es mi punto de vista sobre  el mundo

Maurice Meraleau-Ponty

 

Hablar de este libro, comentarlo siquiera, impone desde el pórtico una imposibilidad: la de añadir algo significativo al manantial literario y filosófico que desborda el autor. El libro de Sigifredo E. Marín es una obra que, en su concreción, intenta nominar un espectro infinito: el ser –el pensar– del cuerpo.

     Con Pensar desde el cuerpo el ensayista zacatecano, a través de una escritura lúcida y estimulante a salto de mata entre la poesía y la filosofía, debuta de manera preclara analizando tres infartos fundamentales de occidente: Spinoza, Nietzsche y Pessoa, sensibilidades despeñadas en un abismo compartido; el del cuerpo y su indispensable,  conflictiva circunstancia.

     Esquivel Marín, filósofo y literato, cumple a cabalidad la condena de Platón. Abjurado de la poesía la canta en el ensayo filosófico, en la literatura de ideas que configura una belleza similar a la de los silogismos de colores de sor Juana.

     El libro, construido como un triálogo entre poetas metafísicos o filósofos artistas, es un ejemplo claro de lo que Heidegger llamó el poetizar del pensamiento y Nietzche metafísica de artista. A la luz mortecina de la modernidad el libro de Marín responde como una crítica literaria que se resuelve, creación al fin, como una crítica social. Pensar desde el cuerpo nos recuerda que toda significación, toda gnoselogía, parte y desemboca en la carne que la habita.

     Pensar en, desde, por y sobre el cuerpo ha sido siempre una empresa subversiva y revolucionaria que confronta a occidente con su génesis profunda, con sus fantasmas incorpóreos.

     Sigifredo Esquivel, con este libro, está saldando una cuenta personal que se inscribe en el sendero de Jean-Luc Nancy, Merleau Ponty, Severo Sarduy y varios otros. Esquivel, con este ensayo, está cazando sus espectros, corporizando obsesiones.

    Resulta imposible, al leer el libro, no establecer una relación directa con el libro canónico y esplendente del filósofo nomádico George Santaya Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante y Goethe; en cierto sentido a ambos los anima la misma búsqueda, la conjunción de sensación y pensamiento resuelta en el único corolario posible: el ser y acontecer del arte.

     A estas alturas resulta gastado referirse a la necesidad de un discurso incluyente que potencialice el diálogo entre filosofía y literatura. Después de Ortega y Gasset, Zambrano, Jabés, Bachelard, Valéry, Morin, Paz, Blanchot, Agamben, y toda una caterva de poetas metafísicos queda claro que toda filosofía futura, en franca herencia platónica y a su pesar, será poética o no será. Esquivel nos ha recordado, en sintético libro, que las posibilidades de la verdad radican en el lenguaje. La palabra que nomina, la que esconde y presenta al universo es la metáfora, esa traslación de dominio. Al respecto inquiere Nietzsche en Verdad y mentira en sentido extramoral:

 What, then, is truth? A mobile army of metaphors, metonymies, anthropomorphisms, in short a sum or human relations which have been subjected to poetic an rhetorical intensification, translations, and decoration, and which, after they have been in use for a long times, strike a people as firmly established, canonical, and binding: truths are illusions of which have become worn by frequent use and have lost all sensous vigour, coins which, having lost their stamp, are now regarded as metal and no longer as coins.

      Los caminos del poeta y el filósofo, si bien divergentes, intentan describir la misma ausencia entregándose a la misma plenitud. Marín, con su propuesta de un pensamiento encarnado, entrevera el discurso literario y el filosófico con la finalidad de esbozar un saber del cuerpo que celebra desolado la finitud de la vida. Deleuze, Spinoza y todos los vitalistas asisten su periplo.

     Santayana, en la introducción a su libro, impone una justificación que aplica para la obra de Marín:  la diversidad de los tres poetas se convierte en una unidad de orden superior. Cada uno de ellos es típico de una época. En conjunto constituyen el resumen de toda la filosofía europea (…) ¿Buscan los poetas, en el fondo, una filosofía? ¿O la filosofía, en última instancia, sólo poesía?” Esta pregunta, encaminada y debatida con furor por Heidegger, Gadamer y Badiou entre otros, acaso se responda en el ejercicio de la escritura, y para el caso que nos ocupa en el ensayo literario, esa filosofía sensible que ha dado rigor, cuerpo y alma al pensamiento latinoamericano.

     La obra de Sigifredo Marín despliega una complejidad que sólo podrá disiparse con lecturas constantes y comprometidas. En un mundo intelectual abocado a novelas maratónicas intrascendentes, poemarios anodinos editados por millardos y tesis de grado que se ostentan como prosas literarias, libros como el de Marín no pueden sino ir a contrapelo político, social y sobre todo editorial dentro la república letrada; libros como el de Marín, por utilizar la expresión de Federico Vite, son fisuras en el continente literario. Pensar desde el cuerpo demanda un lector crítico e informado, un lector macho (Cortázar) dispuesto a jugar una partida metafísica de ajedrez con la gramática ingrata y demandante del pensamiento de la carne. Hacer crítica implica un riesgo en todo sentido; hacer crítica, en última instancia, compromete la vida –al menos en teoría– a servir al intelecto con la voluntad del cuerpo.

     Pensar desde el cuerpo exige un desaprendizaje vital de la relación de occidente con su imaginario sobre el cuerpo. Este libro busca invertir la lógica criminal del capitalismo tardío y desea socavar el univocismo ideológico, político y estético que se resuelve, lo vaticinó Marcuse, en la unidimensionalidad de los seres humanos.

     Los versos de Caeiro, uno de los faros del zacatecano, escoltan su deseo:

 

Não é bastante não ser cego para ver as árvores e as flores

para ver as árvores e as flores é preciso também

não ter filosofia nenhuma.

Procuro despider-me do que aprendi

Procuro esqeucer-me do modo de lembrar que me ensinaram

e raspar a tinta com que me pintaram os sentidos

descaixotar as minhas emoçoes vedadeiras

desembrulhar-me e ser eu

o esencial é saber ver mas isso

triste de nos que trazemos a alma vestida

isso exige um estudo profundo

uma aprendizagem de desaprender”.

 

     Sigifredo Marín, habitado a cabalidad por la conciencia del ensayo, ayuda a entender este género anfibio como un arma de libertad, imaginación y resistencia.

    Para Sigifredo Marín el cuerpo es el texto y el escenario en que se ensaya la vida, lugar donde acontecen las representaciones de lo posible y sobre todo las transfiguraciones de lo imposible, entonces sus palabras:

El cuerpo habla todos los lenguajes, todos los códigos, padece todos los placeres, todos los horrores, todas las metamorfosis, pero, finalmente, el silencio del cuerpo ( y su comunión con otros cuerpos) es lo que nos hace habitar la intimidad de la carne festiva y trágica de ser mortales.

 

Marín, Sigifredo. Pensar desde el cuerpo. Tres filósofos artístisas: Spinoza Nietzsche y Pessoa. Tijuana: CONACULTA-CECUT, 2006.

 

Datos vitales

Rafael Toriz (Xalpa, México, 1983) es ensayista y narrador. Fue becario de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas y Premio Nacional de Ensayo Carlos Fuentes 2004. Entre la frontera del relato y el ensayo ha publicado Animalia y Minificciones.

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