Foja de poesía No. 070: Sergio Briceño

 Dionisio

La poesía de Sergio Briceño (Colima, México, 1970) está signada por la emoción. Un lirismo decantado encontrará el lector durante su recorrido por esta extensa muestra.

 

 

 

Misiones

 

No te agradecen las mujeres

si les escribes versos.

 

No los entienden

pero sienten agrado

al oírlos sonar.

 

Recuerdan de su infancia

medias blancas

y novios juveniles.

 

Te dan un beso

nadamás

si les escribes un poema

 

Lo guardarán. Lo olvidarán

 

Las mujeres no quieren hombres

ni poesía.

 

Son sólo mujeres. Demasiado.

 

 

 

 

 Pérdida

 

No hay forma

de encenderlo.

 

Ni con chispa

o fogata.

 

Ni soplando

en la base

para que encarne

el fuego.

 

Ni rociando butano

o kerosén.

 

No es posible encender

ni siquiera una vela

en esta cueva oscura

en que se oculta

la bestia

del amor apagado.

 

 

 

 

 Mezzo

 

A la mitad del amor

sabrás que es necesario descender.

 

Almas verás

gritando en el suplicio.

 

Pero nadie vendrá

para decir sus nombres.

 

No son ángeles

ni pétalos

lo que habitó este reino.

 

Ahora son espinas

o piedras o pantanos.

 

Volverás a la luz

con las manos manchadas.

 

Tendrás sabiduría

a la mitad del amor.

 

 

 

 

 Madre

 

Llegaba a casa oliendo

a nicotina.

 

Tomaba un baño largo

y luego cama.

 

Su respirar

en mis oídos

 

El alcohol que sus tripas

fermentaban

salía por sus poros

con aroma de asbesto.

 

Tarde se incorporaba

para desayunar

con derrame en el párpado.

 

Compartía la habitación

con ella.

 

Ahora tiendo sábanas

por si llegara tarde.

 

Mas nunca llegará.

 

 

 

 

 Casa II

 

Con un cuchillo

mi padre marcaba

en la pared mi crecimiento

 

Después

de metro y medio

ya no hay nada.

 

 

 

 

 Pubertad

 

Otro rayo desciende

por su pelvis

para incendiarle el pan.

 

Una burbuja

se hace fibra

en el ombligo

hasta doblarla.

 

Otra gota

de infierno

entre las piernas.

 

Y la inmediata certeza.

 

La sensación de madurez.

 

  

 

 

 Tiempos

 

Siguen cayendo

víctimas de celos

o rencor.

 

Siguen odiando

al prójimo.

 

Mienten y hacen trampas.

 

Financian sin fondos

y venden

matan, perjudican.

 

No son escrupulosos.

 

Se tratan

con invectivas dulces

y socarrones verbos

de gracia indubitable.

 

Pero no los atiendas.

 

Mañana tal vez digan

que de ti descubrieron el talento, el amor.

 

Se harán pasar por tiernos, por colegas.

 

Mas al darles la espalda

el puñal o el zarpazo.

 

Y la sonrisa dócil, desde luego.

 

 

 

 

  

 

Funge de pordiosera en Catedral.

 

Besa al marido

antes del baño.

 

La vieron en los muros

de un burdel

hinchada de semilla.

 

Se oprime un seno

para sentir tu encía.

 

Calza clavos.

 

El musgo

de su pubis

un trigal.

 

Mezcla su orín

con el jabón.

 

Nada para hoy         -dice.

 

Ni un conjuro. Ni un crótalo en la pelvis.

 

Al mirarse

al espejo

un rayo la devora.

 

 

 

 

 Díptico

 

Vago por el mundo

con los ojos secos.

 

Soy el que anda con bordón.

 

El que tentalea

y se arrastra.

 

El que se cubre los ojos

con el brazo.

 

Ese

al que un grito ha roído

y al que dicen:

 

Vuelve a arrancarte los ojos.

 

Y mira.

 

 

 

 

 Adolescencia

 

Tienen aire de garduñas

en un pobo.

 

Quitan de los pulmones

la respiración

y del pecho el latido.

 

O de la sien el eco de la sangre.

 

Tienen cuarenta pechos

en apenas dos.

 

En su cintura hay tábanos.

Cigarras o avisperos

en la rendija

que les pinta el calzón.

 

Son baratas si les pides risa

y costosas si un beso.

 

Despiden un aroma picante

 

Adoran a los micos

y me han visto orinar

con calentura.

 

Miran en mi entrepierna

y se manchan de rojo sus mejillas.

 

 

 

 

 

 

La pulpa de sus frutas

no es alcohol ni vitriolo,

es puro lodo áureo

que desciende a las venas

cargado ya de pólvora

o convertido en ácido.

 

Con un corcho en el sexo

que botará el gandul.

 

Las que tienen

mariposa

en vez de himen.

 

Doncellas de un reino

bajo tierra.

 

Vírgenes de un palacio

fincado sobre nubes

y rayos.

 

Vestales.

 

Purísimas

bacantes.

 

 

 

 

 Marejada

 

Eran de goma o caucho.

 

Eran de lodo

los nombres fundadores.

 

masmugatla

ospanavaztla

mazungatle

 

Eran de qué

los nombres

bajo el ala del ticús.

 

Qué fueron esos nombres

unidos a la lengua,

al paladar.

 

Aire original

que puebla las palmeras

con zancudos y gritos.

 

Agua

donde hoy bejuco

linces

cocotales.

 

Pasta nutricia

 

Brea seminal

adentro de las hembras.

 

  

 

 

 

 

 mautlán

cuciyutlan

 

Pulidos

por girar

girar

girar

como el trompo

que en la banqueta

observa

el niño con malaria.

 

Pulidos

hasta darles aspecto

de aguja

o cincel.

 

Cihuatlán

 

El siglo los talló

como el mar que desgasta

los guijarros profundos

que albergará el ostión

 

O tu delicia.

 

 

 

 

Cueva

 

Pequeño botón diamante.

 

Caldo en que hierve

la lija del deseo.

 

Herida.

 

Betabel

hendido.

 

En sus hojas

o labios

hay sopores.

 

Nada que se asemeje

a su frutal espacio

de blandura y firmeza

 

Pequeña biblioteca

del enfermo.

 

Forma un cráter oval

si abierta,

o al ser apenas separada

por los dedos.

 

  

 

 

 

 

Cabe allí

-inflamado y redondo-

el poste enano

que guarda en sus bodegas

la miel color vapor.

 

Raja roja

 

Raja

 

-dicen los adeptos.

 

 

 

 

Coda II

 

Pensaban los que escriben

que la tinta eran ellos.

 

Pero un tercer pulmón

los obligó a toser.

 

Dejaron una mancha

de sangre

aquí en la hoja.

 

 

 

 

Homérica

 

Pido limosna

por las calles de mi ciudad materna.

 

Me ha ido bien.

 

Mi aspecto sin embargo es repugnante.

 

Las damas perfumadas

hacen sonar el níquel

en mi cubo de lata.

 

Tengo un ojo brotado

erisipelas

la carne desastrada

ronchas

                                   epilepsia.

 

Sentado me mantengo

para ahorrar energía.

 

Pronto iré a otra ciudad

y luego a otra.

 

Hasta caer en trozos

con el bolsillo en plata satisfecho

y un puñado de llagas

o poemas

 

devorándome.

 

 

 

 

Contraposición

 

No los puedes matar

con simple raticida.

 

Sólo dales auténtica Poesía.

 

 

 

 

Lamento

 

Versos sordos y mudos:

 

no tendrán los arrestos

para sobrevivir

y vagarán idiotas por tu sangre.

 

A señas entablarán

sus relaciones.

 

Versos tan imperfectos

tan rengos

tan infieles.

 

La mitad

se quedó en la matriz.

 

Y aquel que los parió

no pudo ya engendrar

mas que murmullos

 

sangrientos balbuceos.

 

 

 

 

Coda II

 

No sea ya el poema

de tinta y de papel:

 

que fuese mineral,

                                  

                                               y cincelarlo.

 

 

 

 

Al poeta

 

 ¿Para qué?

 

El mundo sigue

igual,

un poco peor.

 

Pero el mundo

es continuo.

 

Sin ti será continuo. Más hermoso.

 

 

 

 

Inspiración

 

Lo que has de contemplar

a nadie lo comentes.

 

No lo menciones. Guárdalo.

 

Ríndele culto a solas,

como al Dios que no ves.

 

Saldrá algún día de pronto.

 

Saldrá como una tos.

Como un suspiro.

 

Como un dolor intenso en la cabeza.

 

 

 

 

Revelación II

  

Oí a Ío

 

gimiendo transformada.

 

 

 

 

La flama y el cincel

 

Las hay eufóricas y silenciosas.

 

Las hay alegres, tímidas y falsas.

Son una bendición o un maleficio;

son rosas y serpientes, agua y fuego.

Salvo a la mofa a nada le temieran.

 

Contra la guapa arguye la deforme

y va contra la rica la mendiga.

 

Imperio en expansión es su destino

y conquistan, desolan, se amotinan.

 

Prende un elogio a ellas cotidiano

como prenderles flores al vestido,

mas déjalas bailar delante de otros:

viven de sueños puros, de miradas;

se alimentan de ardor y de cerebros.

 

Es de otra índole el ama de casa.

Atenta en la cocina y en los hijos.

Dispuesta a su marido y al aseo.

A sándalo te aroman cuando pasan

y no voltean a verte aunque las llames.

 

Limpio el sayal, las uñas recortadas.

Son tiernas e inocentes cuando lloran

y puedes elevarlas con tus versos.

Buscan al melancólico y se entregan,

reciben flores rojas y te quieren

siempre y cuando las pagues, las adornes.

 

 

 

 

Otras que ya han buscado entre los libros

y estudian y usan lentes cristalinas,

ésas guardan el himen intocado

y hablan mal de la furcia y la ramera.

 

Existen otras viles e insidiosas

y nada les parece justo y noble.

Sólo ellas son princesas, pera en dulce.

No hay forma de domarlas, nada alcanza.

 

Inventan diez deseos sin solución.

Diseñan acertijos, laberintos.

Parece que su origen fuera el cielo

y pedazos de nube te requieren.

 

La especie de las hembras más celosas

podrás tú distinguirla por la encía.

Se aferran a tu cuerpo y a tu dicha.

Te gobiernan los sueños, la alegría.

Evitan que disfrutes de las otras

aunque sólo las mires sin tocarlas.

 

Te enyerban con su necia egolatría

y una pócima ponen en tu ropa.

 

Las que destruyen con sólo murmurar

y agitan el meñique y te señalan

para que todas sepan que no sirves,

que quizá eres marica y no lo sabes.

Ellas con tu presencia se estimulan

y sobre ti manifiestan propiedad.

 

Estirpe de lascivia tienen otras.

 

Estas procuran los muslos enseñar.

Con ritmo de latido andan la acera.

Muy pintadas acuden al trabajo

y no les interesa la estatura

cuando el jefe las busca por la noche.

 

 

 

 

Usan mínimas bragas transparentes

-las que apenas les cubren redondeces

pero exhiben la carne bajo el razo.

 

Iguales a centauros ante el vino

relinchan, despotrican y se agitan

meneándose de crines y de grupa.

Se orinan en el césped y sollozan.

 

Las más adolescentes te trastornan.

Rozan al primo con voluptuosidad,

se cardan los cabellos con los dedos

y besan a sus padres ardorosas.

 

Las otras manipulan costureros.

Beben su propia sangre. Se masturban.

Son las abandonadas del esposo

y rinden culto al útero y al fuego.

No saben cocinar. Beben café.

Pringue en la dentadura y en el pubis.

Engendran mujercitas improbables

que las arrastran hacia la opulencia

con un candado de oro entre las piernas.

 

A otra especie de astucia consumada

pertenece tu cariñosa amante

que sembró en tus oídos la locura.

 

Tienen el don de destruir amores

con el suyo de carne y de humedad.

Administran ponzoña en tu cerebro

y son la fiesta eterna para ti.

Siempre recién bañadas, sin calzón.

Conocen los camastros, los hoteles.

Para no concebir llevan la cuenta.

 

 

 

 

La insana recluida en su crujía

y la que sin casarse fue madura.

Sucias de tanta soledad, amargas.

Son pura furia, ira, descontento.

Navega por sus ojos la Neurosis.

Contra el muro del cuarto o de la celda

untan el sexo hasta dejarlo rojo.

Se introducen objetos a escondidas.

 

 

Tú concilia lo bello con lo horrendo

pues juntos los tendrás cuando las ames.

 

Las más profundas simas, los pavores;

el ansia estremecida y los ardores;

 

la canción de alegría, la agonía;

las alargadas horas que se estrechan

 

y el pequeño minuto que se alarga.

 

 

 

 

Diván del Cíclope 

 

A los ocho descienden al Averno

y lo habitan durante quince meses,

hasta que un Cerbero de cuatrocientos cráneos

cubre sus entradas con vello ligerísimo.

 

 

 

En este mundo, otro.

El de ellas.

El que ellas

construyen.

 

 

 

Luisa pedía un miembro a Zeus

para tener dominio

sobre el clan.

Para entrar en Silvia sin avergonzarse.

 

 

 

Un semidiós

en ella

quería

multiplicarse.

 

 

 

Norte, clítoris.

 

 

 

 

 

Rudas medias, calzones.

Nimias copas, sostenes.

Un aroma de talco, unas breves sandalias.

Así quieren andar. Son maduras, hurañas.

 

 

 

Surco en la arena, verso.

Surco en la carne, hembra.

 

 

 

Están vivos tus senos.

 

 

 

 

 

Fuete de seis barbas

 

Acuclilladas

deben orinar

de lo contrario

mojarían

sus

muslos.

 

 

 

 

Despedida

 

 Todo es desolación

y mis versos no existen

Les ofrezco estos cantos

como alfombra

como césped

como polvo en la vereda

Que por aquí pasaran desearía

Que en la red de mis renglones

quedaran atrapadas

como he quedado en ellas

sin modo de librarme.

 

 

 

 

Yermo

 

 Sus pechos

habrían alimentado

a un pelotón

 

Sus caderas

a un sátiro

 

Sus labios

a una fuente

 

Pero al surco

en sus muslos

no acudió la semilla

 

Es triste

una hembra estéril

mas no alcanza perdón

el hombre seco

 

Y a ella la verás

-mujer mayor-

untarse la jalea,

la pócima, el brebaje

 

No

 

Ni la falda que llena

ni el sostén que desborda

podrían acomodarle

en la barriga un fruto

 

 

 

 

 Mírenla llorar

con hombre yermo

y unirse a las paredes

o gemir

con la entrepierna hirviendo

 

¿Con cuántos no ha parido imaginarios?

 

Sedente, decúbita, supina,

postrada ya de ancas pide un hijo

 

Y hay tantos

que reparten

la semilla al suelo muerto.

 

Ven, acomoda mi carne entre tu carne

 

Recibe allá en el fondo

más hondo y más profundo

el agua milenaria.

 

El agua blanca de la sed.

 

 

 

 

Semicapro

 

El rey de los caprinos

es mitad ser humano

mitad chivo

 

Ha bebido la miel de la hembra niña

y su sed no conoce prohibición

 

Es hediondo y procaz

 

Su pelambre sulfura

un aroma de incesto

 

Alcanza en la carrera

a las tiernitas

para hacerlas probar

su carne hinchada

 

Lo estimulan

el grito desgarrado

y la sangre velluda,

 

sangre lenta

de espuma adolorida

que exige tan traviesa

una ración de madurez.

 

 

 

 

Definiciones

 

Es de un rojo escarnecido

 

Se estira

o se divide con la lengua

 

Su consistencia

es dúctil a la fiebre

 

Su tamaño

es normal: el ojo de una aguja

 

Con el primer calor

se multiplica

y al contacto del índice no cede, se desplaza

 

Para romperlo

basta una escalera

o andar la bicicleta de papá

 

Tierno, flexible y cárdeno

el Cerbero.

 

Agrietarlo

desata una hemorragia, desencadena

el Érebo

 

Todas lo han dicho así: es doloroso

 

Y todas vuelven pronto al suplicio más dulce,

a la miel más quemante.

 

 

 

 

 Rómpelo con los dientes,

aconseja el gañán.

 

Pero el velo de carne,

la olorosa grosella, el pétalo mojado

no sabe mas que dar felicidad.

 

Y recomienda el sátiro

embestir

al verla sin vestido

con el cabello ingrávido

y la cadera breve

 

            aguardando al martillo que despulpe la flor.

 

 

 

 

Crístoris

 

Coronado de púas,

entreabierto y salino,

aguarda como astilla

en la carne,

como alubia de nervios

 

Lo tocas y es guinda

su dolor

 

La punta de tu lengua

lo electriza

aunque al frotarlo

es néctar lo que suda

 

Crucificado allí,

tallado en el relieve

de unos labios

los groseros lo increpan,

le ensartan el acero de una pica

o lo lamen nerviosos

como se lame el dulce o las heridas

 

Trepado en el madero

de los muslos

espera tu saliva

o tu desprecio

 

Es rojo

 

Es mínimo

 

Es el hijo

de Dios.

 

 

 

 

La cerda

 

 A ellos les quitará esplendor.

Tomará a sus mujeres. Les robará a los hijos.

Quizás también los hunda, los despoje.

 

Pero a mí, diferente:

 

Vendrá una noche. Me encontrará en la alcoba

unido a mi mitad y soplará en la nuca.

 

Bajará por mi cara. Paseará con su lengua

por la espalda.

 

Al besar este ombligo

y al chupar en mis ingles

sabré que ya está aquí.

 

Hermosísima entonces, cobrará

la apariencia de Medusa y enroscará

su pelo en mi garganta.

 

Ya está llegando sucia

a estos dominios. Aquí donde obedecen

el muro y la guitarra.

 

“Todo esto lo hice yo”, murmura

mientras va ensalivándome las muñecas y el pecho.

 

“Vengo por tus entrañas”, la oigo amenazar

y un millón de alfileres cauterizan el aire.

 

 

 

 

 Hinca el hocico

y arracima pezuñas

para entrar y morder

mientras hunde hasta el fondo

su trompa que desprende

tripa y carnes.

 

Con su trofeo en lo alto

se atreve: me da un beso.

 

Quedo yo derrumbado,

aunque sonriente.

 

La cerda se incorpora

y comienza a babear

-otra vez-

sobre

mis restos.

 

 

Datos vitales

Sergio Briceño nació en Colima, en 1970. Licenciado en letras y periodismo, es ensayista y poeta. Estudió letras y periodismo en la Universidad de Colima. Ha obtenido el Premio del Tercer Certamen Estatal de Poesía de Colima 1994; el Premio de Poesía Agustín Santa Cruz de la Universidad de Colima 1996. Publicó en 1997, el ensayo El canónigo Macías Mancilla, Secretaría de Cultura de Colima. Entre sus libros de poesía, podemos mencionar: Corazón de agua negra, ICLC, 1995. Catorce fuerzas, Universidad de Colima, 1996. Saetas, CONACULTA/Fondo Editorial Tierra Adentro, núm. 142, 1997.  Ella es dios, Praxis, 1999.

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